¿Por qué están de vuelta los talibanes?
El apoyo de parte de la población y la debilidad del Estado explican el avance de un grupo que nunca desapareció
Ángeles Espinosa
Dubái, El País
La conquista de Kunduz por los talibanes el pasado lunes ha puesto de relieve que ese grupo insurgente afgano está ganando terreno. En realidad, hace ya meses que expande su presencia por un país del que nunca se fueron porque son parte de él. La expectativa de un entendimiento con el Gobierno afgano se ha quedado en agua de borrajas y su actividad ha aumentado tras la salida de las tropas de combate extranjeras a finales de 2014, aprovechando la debilidad de las fuerzas de seguridad afganas. A continuación repasamos los principales factores que han llevado a la actual crisis.
Nunca se fueron. Aunque la intervención estadounidense les echó del poder a finales de 2001, nunca aceptaron al Gobierno respaldado por Occidente y siempre han combatido a las fuerzas de seguridad y a sus aliados extranjeros. Poco a poco se reagruparon y han extendido su influencia y su control del territorio en el norte y el noroeste de Afganistán. Hasta ahora se han concentrado en la periferia del país, en las áreas rurales y en las regiones menos pobladas. “Son más fuertes de lo que se admite oficialmente”, asegura Thomas Ruttig, co-director del Afghanistan Analysts Network (AAN) en conversación con esta corresponsal. Este analista, que conoce el país desde la época de la ocupación soviética, estima que aunque sólo controlan una decena de las 400 comarcas en que se divide el país, al menos otras 150 son vulnerables a sus ataques y en el resto tienen algún tipo de presencia.
Kunduz. La actual ofensiva es la tercera intentona sobre esa ciudad, un cruce estratégico entre Kabul (la capital) y el norte del país. La pasada primavera, las fuerzas afganas lograron frenarlos, pero sólo tras recurrir a las milicias que envenenan la vida política de esa provincia, una de las más complejas por su mezcla de etnias y facciones. Sin llegar a los titulares, la seguridad ha sido fluctuante desde 2009. Los talibanes siempre han estado interesados en Kunduz. Fue último reducto que perdieron en 2001 y prueba que tienen apoyo más allá de sus feudos del sur y el este de Afganistán.
Apoyo local. Un 30 % de la población de Kunduz es pastún (la etnia en la que surgió ese grupo islamista radical). “El apoyo entre ellos tiene mucho que ver con el sufrimiento de esta minoría bajo la nueva Administración que está controlada por los norteños”, explica Ruttig en referencia a la Alianza del Norte que se opuso al régimen talibán. “Algunos de sus integrantes tienen milicias que la población considera peores que los talibanes”, añade este experto. Resulta un terreno abonado para que se desate una espiral de venganza.
Debilidad institucional. Sanidad, educación, agricultura o reconstrucción no reciben suficiente atención de las autoridades estatales y locales. Aunque al llegar al Gobierno el año pasado el presidente Ashraf Ghani identificó Kunduz como una de las cinco provincias prioritarias para su programa de seguridad, el gobernador que nombró (un pastún) no se lleva bien con el jefe de la policía provincial (un tayico). La falta de coordinación entre las autoridades ha influido en que los talibanes pudieran tomar la ciudad a pesar de contar con menos hombres (apenas unos centenares) que las fuerzas de seguridad. “Los servicios secretos afganos no detectaron este último ataque”, señala Ruttig.
¿Y la inversión occidental? A pesar de los esfuerzos realizados por la coalición de países que hasta el año pasado participó en la misión de asistencia a la seguridad, “la transformación de Afganistán ha sido menor de lo que nos dijeron nuestros gobiernos”, según Ruttig. “Los proyectos de desarrollo han mejorado las condiciones económicas de muchos afganos”, admite el experto quien sin embargo duda de su sostenibilidad. En cualquier caso, considera un fracaso que las sumas invertidas no hayan conseguido mejores resultados. En el terreno militar, opina que el resultado es peor, ya que en el caso concreto de Kunduz, donde el Ejército alemán estuvo al frente del Equipo de Reconstrucción Provincial (PRT), “los talibanes se reagruparon y crecieron bajo sus narices a partir de 2006”.
Ángeles Espinosa
Dubái, El País
La conquista de Kunduz por los talibanes el pasado lunes ha puesto de relieve que ese grupo insurgente afgano está ganando terreno. En realidad, hace ya meses que expande su presencia por un país del que nunca se fueron porque son parte de él. La expectativa de un entendimiento con el Gobierno afgano se ha quedado en agua de borrajas y su actividad ha aumentado tras la salida de las tropas de combate extranjeras a finales de 2014, aprovechando la debilidad de las fuerzas de seguridad afganas. A continuación repasamos los principales factores que han llevado a la actual crisis.
Nunca se fueron. Aunque la intervención estadounidense les echó del poder a finales de 2001, nunca aceptaron al Gobierno respaldado por Occidente y siempre han combatido a las fuerzas de seguridad y a sus aliados extranjeros. Poco a poco se reagruparon y han extendido su influencia y su control del territorio en el norte y el noroeste de Afganistán. Hasta ahora se han concentrado en la periferia del país, en las áreas rurales y en las regiones menos pobladas. “Son más fuertes de lo que se admite oficialmente”, asegura Thomas Ruttig, co-director del Afghanistan Analysts Network (AAN) en conversación con esta corresponsal. Este analista, que conoce el país desde la época de la ocupación soviética, estima que aunque sólo controlan una decena de las 400 comarcas en que se divide el país, al menos otras 150 son vulnerables a sus ataques y en el resto tienen algún tipo de presencia.
Kunduz. La actual ofensiva es la tercera intentona sobre esa ciudad, un cruce estratégico entre Kabul (la capital) y el norte del país. La pasada primavera, las fuerzas afganas lograron frenarlos, pero sólo tras recurrir a las milicias que envenenan la vida política de esa provincia, una de las más complejas por su mezcla de etnias y facciones. Sin llegar a los titulares, la seguridad ha sido fluctuante desde 2009. Los talibanes siempre han estado interesados en Kunduz. Fue último reducto que perdieron en 2001 y prueba que tienen apoyo más allá de sus feudos del sur y el este de Afganistán.
Apoyo local. Un 30 % de la población de Kunduz es pastún (la etnia en la que surgió ese grupo islamista radical). “El apoyo entre ellos tiene mucho que ver con el sufrimiento de esta minoría bajo la nueva Administración que está controlada por los norteños”, explica Ruttig en referencia a la Alianza del Norte que se opuso al régimen talibán. “Algunos de sus integrantes tienen milicias que la población considera peores que los talibanes”, añade este experto. Resulta un terreno abonado para que se desate una espiral de venganza.
Debilidad institucional. Sanidad, educación, agricultura o reconstrucción no reciben suficiente atención de las autoridades estatales y locales. Aunque al llegar al Gobierno el año pasado el presidente Ashraf Ghani identificó Kunduz como una de las cinco provincias prioritarias para su programa de seguridad, el gobernador que nombró (un pastún) no se lleva bien con el jefe de la policía provincial (un tayico). La falta de coordinación entre las autoridades ha influido en que los talibanes pudieran tomar la ciudad a pesar de contar con menos hombres (apenas unos centenares) que las fuerzas de seguridad. “Los servicios secretos afganos no detectaron este último ataque”, señala Ruttig.
¿Y la inversión occidental? A pesar de los esfuerzos realizados por la coalición de países que hasta el año pasado participó en la misión de asistencia a la seguridad, “la transformación de Afganistán ha sido menor de lo que nos dijeron nuestros gobiernos”, según Ruttig. “Los proyectos de desarrollo han mejorado las condiciones económicas de muchos afganos”, admite el experto quien sin embargo duda de su sostenibilidad. En cualquier caso, considera un fracaso que las sumas invertidas no hayan conseguido mejores resultados. En el terreno militar, opina que el resultado es peor, ya que en el caso concreto de Kunduz, donde el Ejército alemán estuvo al frente del Equipo de Reconstrucción Provincial (PRT), “los talibanes se reagruparon y crecieron bajo sus narices a partir de 2006”.