ANÁLISIS / La experiencia de Alemania con su pasado nazi
Un largo periodo de amnesia colectiva, ya superado, impregnó al país en los primeros años de la posguerra
Enrique Müller
Berlín, El País
Setenta años después del fin de la II Guerra Mundial, Alemania sigue envuelta en una catarsis que se materializa en grandes monumentos como el del Holocausto en Berlín y el de Munich para no olvidar los crímenes cometidos durante el Tercer Reich. “En qué parte del mundo uno puede ver una nación que erige monumentos para inmortalizar su propia vergüenza”, dijo en 2008 Avi Primor, un antiguo embajador de Israel en Alemania en una ceremonia sobre la liberación de Auschwitz. “Solo los alemanes tienen la valentía para hacerlo”, añadió.
El país ha hecho un severo ajuste de cuentas con el pasado nazi y los crímenes cometidos durante el Tercer Reich, en una dinámica que permitió, por ejemplo, a la canciller Angela Merkel declarar en Gdansk (Polonia), en 2011, que su país había provocado la peor tragedia de la historia europea. “Rindo homenaje a los 60 millones de personas que perdieron la vida a causa de esta guerra que desencadenó Alemania. Me inclino ante las víctimas”, dijo.
Sin embargo, la dura tarea de reconciliación con el pasado nazi ha sido un proceso largo, difícil y que estuvo marcado por un largo periodo de amnesia colectiva que impregnó al país en los primeros años de posguerra. Nadie había sido nazi, nadie había aclamado a Hitler y nadie había tenido consciencia de los crímenes antes de 1945.
Con excepción del juicio de Nurenberg, gran número de criminales nazis no fueron perseguidos y pudieron continuar su carrera en la vida civil, después de una purga simbólica que recibió el nombre de amnesia fría, un fenómeno alentado por el primer canciller de la joven República, Konrad Adenuaer, quien justificó la presencia de altos funcionarios nazis en su Gobierno, en el aparato judicial y en los organismos de seguridad con una frase legendaria: “La máquina debe seguir funcionando”.
La verdadera memoria empezó en 1963 con el famoso proceso de Auschwitz contra un grupo de guardias del campo en Fráncfort. El juicio permitió a los jóvenes tomar conciencia de los crímenes cometidos por sus padres, una nueva catarsis que explotó con la revuelta estudiantil de 1968, cuando los jóvenes lanzaron a sus familiares una pregunta crucial: ¿Qué hiciste tú en la guerra?
La tarea culminó en 1985 cuando el entonces presidente del país, Richard von Weiszäcker, dijo que la capitulación de la Wehrmacht, el 8 de mayo de 1945, no había sido una “derrota dolorosa”, sino un acto de liberación de la tiranía nazi.
Enrique Müller
Berlín, El País
Setenta años después del fin de la II Guerra Mundial, Alemania sigue envuelta en una catarsis que se materializa en grandes monumentos como el del Holocausto en Berlín y el de Munich para no olvidar los crímenes cometidos durante el Tercer Reich. “En qué parte del mundo uno puede ver una nación que erige monumentos para inmortalizar su propia vergüenza”, dijo en 2008 Avi Primor, un antiguo embajador de Israel en Alemania en una ceremonia sobre la liberación de Auschwitz. “Solo los alemanes tienen la valentía para hacerlo”, añadió.
El país ha hecho un severo ajuste de cuentas con el pasado nazi y los crímenes cometidos durante el Tercer Reich, en una dinámica que permitió, por ejemplo, a la canciller Angela Merkel declarar en Gdansk (Polonia), en 2011, que su país había provocado la peor tragedia de la historia europea. “Rindo homenaje a los 60 millones de personas que perdieron la vida a causa de esta guerra que desencadenó Alemania. Me inclino ante las víctimas”, dijo.
Sin embargo, la dura tarea de reconciliación con el pasado nazi ha sido un proceso largo, difícil y que estuvo marcado por un largo periodo de amnesia colectiva que impregnó al país en los primeros años de posguerra. Nadie había sido nazi, nadie había aclamado a Hitler y nadie había tenido consciencia de los crímenes antes de 1945.
Con excepción del juicio de Nurenberg, gran número de criminales nazis no fueron perseguidos y pudieron continuar su carrera en la vida civil, después de una purga simbólica que recibió el nombre de amnesia fría, un fenómeno alentado por el primer canciller de la joven República, Konrad Adenuaer, quien justificó la presencia de altos funcionarios nazis en su Gobierno, en el aparato judicial y en los organismos de seguridad con una frase legendaria: “La máquina debe seguir funcionando”.
La verdadera memoria empezó en 1963 con el famoso proceso de Auschwitz contra un grupo de guardias del campo en Fráncfort. El juicio permitió a los jóvenes tomar conciencia de los crímenes cometidos por sus padres, una nueva catarsis que explotó con la revuelta estudiantil de 1968, cuando los jóvenes lanzaron a sus familiares una pregunta crucial: ¿Qué hiciste tú en la guerra?
La tarea culminó en 1985 cuando el entonces presidente del país, Richard von Weiszäcker, dijo que la capitulación de la Wehrmacht, el 8 de mayo de 1945, no había sido una “derrota dolorosa”, sino un acto de liberación de la tiranía nazi.