Chile se bajó del Dakar: ¿alguien más?

La Paz, ANF
Las inundaciones que golpearon al norte de Chile fueron la excusa perfecta para que el gobierno de ese país decidiera “bajarse” del Rally Dakar. No se mencionan los seis millones de dólares que se desembolsaban cada año por el privilegio de participar, ni los constantes reclamos con que instituciones medioambientales o patrimoniales cuestionaban tal privilegio. Casi podría sugerirse que la tragedia obligó al retroceso.


Los cuestionamientos respecto de esta competencia se orientan en varias direcciones: el daño medioambiental, el deterioro arqueológico y la falta de consulta con las comunidades directamente afectadas. Sin embargo, a pesar de tales objeciones, por lo general, termina imponiéndose la promesa de un elevado rendimiento económico fruto del prestigio del Dakar. Sólo así se explica que “la fiesta del Dakar” movilice a los Estados y sus instituciones.

El Dakar en Europa

El rally más difícil del mundo arrancó en 1978, atravesando el centro de África. Sin embargo, en 2008 suspendió su tradicional recorrido a raíz de amenazas de orden político o de seguridad. A raíz de esto la competencia se trasladó a América. La polémica más reiterada en este contexto tiene que ver con la muerte de ciudadanos de los países africanos que solían mirar las carreras a lo largo de la ruta.

Dakar en América. Perú, la primera baja

Las críticas que se manifestaron en Chile fueron sobre todo ecológicas. Se aseguraba que el paso de los vehículos afectaba de forma dramática aquellos sectores donde crece la flora desértica, fenómeno de alta singularidad en el planeta, puesto que se trata de plantas que se desarrollan en condiciones muy desfavorables, en situación de aridez y adaptándose a “muchos estreses abióticos, tales como la sequía, salinidad, toxicidad”, etc. Y de pronto, la marcha de varios vehículos acaba con ese delicado equilibrio.

En el caso del Perú, la situación no fue diferente. Las voces opositoras se concentraron en los daños históricos, arqueológicos y paleontológicos que la competencia. Finalmente, desde el año 2014 el Dakar ya no atraviesa por territorio peruano. Esta retirada se explica, en lo esencial, porque las negociaciones económicas entre la organización y el gobierno del Perú no alcanzó un acuerdo (la cuota del Perú era de 12 millones de dólares). Sin embargo, el Dakar no se fue del todo. Todavía tiene el dispensa de organizar uno de los Dakar Series, competencias preparatorias para el reto mayor.

Bolivia se suma a la fiesta

Desde el año 2010, Evo Morales, persuadido por algunas personas (entre ellas Armin Franulic), se empeñó en hacer gestiones para que el Rally pasara por territorio boliviano. Finalmente, en 2013 el sueño se hizo realidad. Desde ese momento, todas las instancias gubernamentales se pusieron en campaña.

Como era previsible, las críticas no se dejaron esperar. Desde la primera versión, los activistas medioambientales y algunas instituciones colegiadas reiteraron su desacuerdo frente a la carrera. Las explicaciones eran las mismas: el daño al ecosistema y el deterioro del patrimonio arqueológico existente en la zona: “El área intersalar consta de 116 sitios arqueológicos con más de 3.000 años de antigüedad (talleres de piedra, pinturas rupestres, restos de asentamientos humanos, petroglifos y un largo etc.), buena parte de ellos sin protección legal o física”, afirmó en su momento, Karina Aranda, portavoz de la Asociación de Arqueología de La Paz.

Sin embargo, ninguna de estas advertencias se compara con el entusiasmo generado por el evento. Bandas de música y danzas folclóricas suelen ser el marco que recibe o despide a los competidores. Así como ofrendas a la Pachamama, una multitud jubilosa tomándose selfies con sus héroes, la radio y televisión transmitiendo en vivo. Hasta el mismo Evo Morales ha llegado a calificar a Uyuni como “la capital del Dakar”. Por lo demás, la explicación gubernamental suele orientarse en función del rendimiento económico del evento. Siendo el turismo el eje de tal hazaña. En este sentido, ampliar el número de los turistas suele ser la justificación de primera línea. También la posibilidad de promover una imagen exitosa del país, a escala planetaria.

Sin embargo, el parámetro de lo económico como excusa claramente colisiona con principios que se supone organizan el discurso de lo plurinacional: la descolonización y el vivir bien, por ejemplo. En este contexto, suele perderse de vista que la carrera es sobre todo una competencia de marcas de vehículos, de bebidas, cigarrillos y tantos otros artículos orientados al consumo. Asimismo, la obsesión porque el mundo “nos mire” habla de la dramática sobrevivencia de la condición colonial: la ilusión de estar en los ojos del mundo, que desde lejos aprueba lo que se hace; no importando en qué condiciones, ni con qué consecuencias. La poca atención a los reclamos de las comunidades que ven afectado su territorio es otro síntoma de tal desequilibrio.

La crítica que cuestiona a la competencia en sí misma probablemente no orienta bien su objetivo. Los organizadores “venden” un producto, un espectáculo. Su responsabilidad termina ahí: en el despliegue adecuado del show. Situación que en la última versión llevó incluso a que los competidores tuvieran que correr por medio de un inundado Salar de Uyuni. Ni los reclamos de los propios competidores conmovieron a los organizadores.

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