Los traumas reviven en Ferguson
Un activista negro del municipio de Misuri viaja a Selma y comprueba las similitudes entre las protestas de 1965 y 2014
Joan Faus
Washington, El País
Policías blancos lanzaron gases lacrimógenos y detuvieron con violencia a manifestantes negros en plena calle. La escena sucedió en dos lugares separados por 938 kilómetros y casi medio siglo: Selma (Alabama) en marzo de 1965 y Ferguson (Misuri) en agosto de 2014.
El paralelismo inquieta a Tory Russell. “Cuando las miras de lejos, si no fuera porque unas fotografías son en blanco y negro, y las otras en color no sabrías a qué año corresponden”, cuenta por teléfono desde Selma. Russell, un activista afroamericano de 30 años de Ferguson, ha viajado por primera vez a esa ciudad para asistir, este sábado, a los actos del 50 aniversario del llamado domingo sangriento.
El 7 de marzo de 1965, centenares de personas intentaron cruzar el puente que conecta Selma con la carretera que lleva a Montgomery, la capital de Alabama, para reclamar el derecho a voto de los afroamericanos. Los gases lacrimógenos y golpes de policías a pie y a caballo les impidieron el avance.
Selma y Ferguson fueron un acción local que, por la brutalidad policial, se convirtieron en iconos globales de la lucha de la comunidad negra en EE UU
Selma fue un acción local que, por la brutalidad policial, se convirtió en un icono global de la lucha por los derechos civiles. Ferguson también: allí los manifestantes denunciaban la discriminación policial contra la comunidad negra.
El detonante fue la muerte el 9 de agosto de 2014 de Michael Brown, afroamericano de 18 años desarmado, por al menos seis disparos de un policía blanco. Se desataron protestas. La policía respondió con contundencia: desplegó vehículos blindados y agentes antidisturbios con equipación militar y rifles que lanzaron gases, pelotas de goma y efectuaron decenas de detenciones. La muerte de un negro a tiros de un agente -un suceso habitual en EE UU- ha propiciado un debate sobre la desconfianza de los afroamericanos con la policía.
El hilo entre Selma, en el Sur del país, y Ferguson, en el Medio Oeste, va más allá de las similitudes visuales. Medio siglo después las tensiones raciales persisten.
Los avances son evidentes, desde el fin de la segregación legal hasta el incremento de las oportunidades para los negros o la llegada del primer presidente afroamericano a la Casa Blanca. Pero muchas de las injusticias que en 1965 los manifestantes denunciaban en Selma y otras ciudades del Sur segregado, siguen sin resolverse en 2015.
Tory Russell / J.F.
El estallido de Ferguson pone el foco en los movimientos civiles negros de entonces y de ahora. En qué se ha hecho bien en estas décadas y qué ha fallado. El pasado miércoles, el Departamento de Justicia reveló un patrón de discriminación racial de la policía de Ferguson, que se alimentaba de una sensación de impunidad, racismo cultural y finalidad recaudatoria. No difiere de algunas críticas de febrero de 1965 tras la muerte de un joven negro en Selma por disparos de un policía blanco.
Russell, el activista de Ferguson, ha viajado a Selma con una cincuentena de vecinos, entre ellos el padre de Brown, invitados por los organizadores de los actos de conmemoración del domingo sangriento. Russell es cofundador de Hands up United, un grupo nacido tras las protestas por la muerte de Brown. Hay decenas de otros similares. Su organización reclama cambios en el sistema policial, económico y penitenciario para mejorar las condiciones de los afroamericanos. También impulsa que el Consejo de Derechos Humanos de la ONU investigue la situación de la comunidad negra en EE UU.
En Selma, el reverendo negro Martin Luther King pedía algo muy tangible: que los negros pudieran votar con los mismos derechos que los blancos. En Ferguson no existe una reclamación parecida. No hay un objetivo único y claro como entonces, ni tampoco un líder como King, sino que es un movimiento sin líderes visibles y con objetivos más amplios.
Los activistas negros en el Sur en los años 60 tenían un objetivo y liderazgo claro. Los activistas de Ferguson tienen objetivos más amplios
Russell reprocha a la generación de los derechos civiles y al actual establishment negro, incluido el presidente Barack Obama, los avances insuficientes tras las victorias de los años sesenta. Les atribuye, por complacencia o conformismo, que se mantengan las tensiones raciales, disparidades socioeconómicas entre blancos y negros o dificultades administrativas de voto para las minorías.
Pese a las críticas, Russell alaba la “filosofía” de los líderes negros de los 60. “Son los pioneros que allanaron el camino con acciones directas no violentas”, dice. También se declara inspirado por el “poder” que demostraron las multitudes en la calle. Mirando a los desafíos del presente, su aprendizaje de esa etapa es que hay que insuflar desde pequeños a los ciudadanos el espíritu de protesta.
El activista no oculta su satisfacción por estar en Selma y por haber podido hablar con una mujer que trató de cruzar el puente el 7 de marzo de 1965. Pero sus sensaciones son ambivalentes.
En Selma, se ha dado cuenta de la importancia de impulsar cambios y tener una sólida base en el ámbito local para que luego se pueda trasladar al nacional. Pero le ha decepcionado la apatía de los residentes: “No hay ningún movimiento construyéndose. Es como conmemorar a un ser querido que se ha ido. Le dicen cosas bonitas, pero me gustaría ver que se hará algo con ese ímpetu”.
Joan Faus
Washington, El País
Policías blancos lanzaron gases lacrimógenos y detuvieron con violencia a manifestantes negros en plena calle. La escena sucedió en dos lugares separados por 938 kilómetros y casi medio siglo: Selma (Alabama) en marzo de 1965 y Ferguson (Misuri) en agosto de 2014.
El paralelismo inquieta a Tory Russell. “Cuando las miras de lejos, si no fuera porque unas fotografías son en blanco y negro, y las otras en color no sabrías a qué año corresponden”, cuenta por teléfono desde Selma. Russell, un activista afroamericano de 30 años de Ferguson, ha viajado por primera vez a esa ciudad para asistir, este sábado, a los actos del 50 aniversario del llamado domingo sangriento.
El 7 de marzo de 1965, centenares de personas intentaron cruzar el puente que conecta Selma con la carretera que lleva a Montgomery, la capital de Alabama, para reclamar el derecho a voto de los afroamericanos. Los gases lacrimógenos y golpes de policías a pie y a caballo les impidieron el avance.
Selma y Ferguson fueron un acción local que, por la brutalidad policial, se convirtieron en iconos globales de la lucha de la comunidad negra en EE UU
Selma fue un acción local que, por la brutalidad policial, se convirtió en un icono global de la lucha por los derechos civiles. Ferguson también: allí los manifestantes denunciaban la discriminación policial contra la comunidad negra.
El detonante fue la muerte el 9 de agosto de 2014 de Michael Brown, afroamericano de 18 años desarmado, por al menos seis disparos de un policía blanco. Se desataron protestas. La policía respondió con contundencia: desplegó vehículos blindados y agentes antidisturbios con equipación militar y rifles que lanzaron gases, pelotas de goma y efectuaron decenas de detenciones. La muerte de un negro a tiros de un agente -un suceso habitual en EE UU- ha propiciado un debate sobre la desconfianza de los afroamericanos con la policía.
El hilo entre Selma, en el Sur del país, y Ferguson, en el Medio Oeste, va más allá de las similitudes visuales. Medio siglo después las tensiones raciales persisten.
Los avances son evidentes, desde el fin de la segregación legal hasta el incremento de las oportunidades para los negros o la llegada del primer presidente afroamericano a la Casa Blanca. Pero muchas de las injusticias que en 1965 los manifestantes denunciaban en Selma y otras ciudades del Sur segregado, siguen sin resolverse en 2015.
Tory Russell / J.F.
El estallido de Ferguson pone el foco en los movimientos civiles negros de entonces y de ahora. En qué se ha hecho bien en estas décadas y qué ha fallado. El pasado miércoles, el Departamento de Justicia reveló un patrón de discriminación racial de la policía de Ferguson, que se alimentaba de una sensación de impunidad, racismo cultural y finalidad recaudatoria. No difiere de algunas críticas de febrero de 1965 tras la muerte de un joven negro en Selma por disparos de un policía blanco.
Russell, el activista de Ferguson, ha viajado a Selma con una cincuentena de vecinos, entre ellos el padre de Brown, invitados por los organizadores de los actos de conmemoración del domingo sangriento. Russell es cofundador de Hands up United, un grupo nacido tras las protestas por la muerte de Brown. Hay decenas de otros similares. Su organización reclama cambios en el sistema policial, económico y penitenciario para mejorar las condiciones de los afroamericanos. También impulsa que el Consejo de Derechos Humanos de la ONU investigue la situación de la comunidad negra en EE UU.
En Selma, el reverendo negro Martin Luther King pedía algo muy tangible: que los negros pudieran votar con los mismos derechos que los blancos. En Ferguson no existe una reclamación parecida. No hay un objetivo único y claro como entonces, ni tampoco un líder como King, sino que es un movimiento sin líderes visibles y con objetivos más amplios.
Los activistas negros en el Sur en los años 60 tenían un objetivo y liderazgo claro. Los activistas de Ferguson tienen objetivos más amplios
Russell reprocha a la generación de los derechos civiles y al actual establishment negro, incluido el presidente Barack Obama, los avances insuficientes tras las victorias de los años sesenta. Les atribuye, por complacencia o conformismo, que se mantengan las tensiones raciales, disparidades socioeconómicas entre blancos y negros o dificultades administrativas de voto para las minorías.
Pese a las críticas, Russell alaba la “filosofía” de los líderes negros de los 60. “Son los pioneros que allanaron el camino con acciones directas no violentas”, dice. También se declara inspirado por el “poder” que demostraron las multitudes en la calle. Mirando a los desafíos del presente, su aprendizaje de esa etapa es que hay que insuflar desde pequeños a los ciudadanos el espíritu de protesta.
El activista no oculta su satisfacción por estar en Selma y por haber podido hablar con una mujer que trató de cruzar el puente el 7 de marzo de 1965. Pero sus sensaciones son ambivalentes.
En Selma, se ha dado cuenta de la importancia de impulsar cambios y tener una sólida base en el ámbito local para que luego se pueda trasladar al nacional. Pero le ha decepcionado la apatía de los residentes: “No hay ningún movimiento construyéndose. Es como conmemorar a un ser querido que se ha ido. Le dicen cosas bonitas, pero me gustaría ver que se hará algo con ese ímpetu”.