Análisis EFE: el yihadismo y el islam radical, sombras para la Túnez post transición
Túnez, EFE
Hace dos años, hombres armados quisieron interferir en el proceso de transición política en Túnez e inclinar la revolución hacia el marasmo de caos y violencia que sacude hoy a países vecinos.
Se apostaron frente al domicilio del diputado de izquierdas, opositor en tiempos de la dictadura y defensor de los derechos humanos Choukri Belaid y le acribillaron a balazos cuando salía a trabajar.
Su destino ni siquiera le sorprendió: el propio Belaid, que criticaba con dureza la deriva conservadora del partido islamista An Nahda y denunciaba sin tapujos el peligro que el Islam radical suponía para el triunfo del alzamiento contra la tiranía de Ben Ali, era consciente de que esta vez las amenazas de muerte eran serias.
Dos años después, con la transición política concluida y los islamistas moderados de An Nahda en el Gobierno, aún no se sabe quien asesinó a Belaid ni quien hizo lo propio seis meses después con Mohamad Brahimi, otro izquierdista panarabista acribillado a balazos por desconocidos.
Pero la amenaza islamista radical de la que ambos advirtieron sigue vigente, alimentada por la crisis económica y social y la debilidad de las fronteras que delimitan este pequeño país del norte del Mediterráneo.
Uno de los efectos más negativos de los procesos de cambio en el norte de Africa ha sido la apertura de un pasillo entre Mali, Argelia, Túnez, Libia y Egipto por el que transitan con casi plena libertad grupos yihadistas afines a Al Qaeda y el Estado Islámico (EI), soldados de fortuna fanatizados, jóvenes tan radicalizados como desorientados, ulemas retrógrados y traficantes de drogas, armas y personas.
“El auge del yihadismo y el salafismo radical es una consecuencia de los propios procesos de revolución, un efecto claro de las libertades”, explica a Efe un agente de los servicios secretos europeos en el norte de África.
“No significa que se hayan radicalizado ahora. Existían pero estaban controlados por las dictaduras. Muchos de ellos encerrados en cárceles que se abrieron con las revoluciones y que se libraron del control del estado”, agrega el agente, que prefiere no ser identificado.
En la misma línea se pronuncia Naser al Hani, abogado tunecino, experto en movimientos terroristas, que vivió en Argelia en la década de los noventa, en pena guerra del Estado argelino contra el terrorismo de corte salafista.
“Ha habido otros atentados en el pasado, entre 2006 y 2007 hubo acción de grupos vinculados con la organización de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI)” en Túnez, recalca a Efe al subrayar que no es un fenómeno nuevo.
Algunos, como Ansar al Sharia, al que se acusa del asesinato de Belaid, se han visto reforzados y crecido desde la caída del dictador, gracias en parte a la debilidad de la transición que también han sufrido los aparatos policiales, admite, pero insiste en que las razones son más profundas.
“En Túnez, por ejemplo, el problema es el sistema educativo. Un sistema que ni es islámico ni es laico, si no una mezcla, y que deja a los adolescentes sin muchas expectativas, sin una formación muy sólida que les hace más manipulables”, explica.
“El sistema estatal deja espacios que llenan los islamistas, que ofrecen a los jóvenes congresos, reuniones, actividades lúdicas que no encuentran en la sociedad y a través de las cuales reclutan”, agrega.
Al Hani cree, no obstante, que la naturaleza de Túnez, libre de los sistemas tribales y clientelistas de sus vecinos, como Libia y Argelia, y de la codicia por los recursos naturales, hace que sea menos probable que estalle un conflicto civil.
“En Túnez no me parece posible, pero en Argelia sí. En Argelia existen aún todos los elementos para que un conflicto como el de Libia (pasto de la guerra civil) pueda estallar. Divisiones tribales, petróleo, recursos naturales, historia”, advierte.
Por eso, coincide en el análisis que el nuevo gobierno, constituido esta semana, y el presidente del país, Beji Caid Essebsi, hacen del problema -el mandatario vinculó esta semana el futuro de Túnez con el de Argelia al abordar el problema de la porosidad fronteriza- pero no de la solución.
“La solución no son medidas represivas, leyes hechas al momento como en Francia o España. Túnez es el país que más nacionales tiene en el Estado Islamico, muchos de ellos han comenzado a volver” y están encarcelados, señala.
“Dos son las medidas fundamentales: integrarlos en la sociedad, convenciéndoles de que hagan contrapropaganda, y reformar los servicios policiales, aun con mentalidad del pasado, para que adapten sus métodos a la nueva realidad”, remarca.
En este sentido, la mano está tendida. Essebsi afirmó esta semana que aquellos que viajaron a Siria e Irak serán aceptados si antes renuncian públicamente al islamismo radical, un problema común en las dos orillas del mediterráneo.
Hace dos años, hombres armados quisieron interferir en el proceso de transición política en Túnez e inclinar la revolución hacia el marasmo de caos y violencia que sacude hoy a países vecinos.
Se apostaron frente al domicilio del diputado de izquierdas, opositor en tiempos de la dictadura y defensor de los derechos humanos Choukri Belaid y le acribillaron a balazos cuando salía a trabajar.
Su destino ni siquiera le sorprendió: el propio Belaid, que criticaba con dureza la deriva conservadora del partido islamista An Nahda y denunciaba sin tapujos el peligro que el Islam radical suponía para el triunfo del alzamiento contra la tiranía de Ben Ali, era consciente de que esta vez las amenazas de muerte eran serias.
Dos años después, con la transición política concluida y los islamistas moderados de An Nahda en el Gobierno, aún no se sabe quien asesinó a Belaid ni quien hizo lo propio seis meses después con Mohamad Brahimi, otro izquierdista panarabista acribillado a balazos por desconocidos.
Pero la amenaza islamista radical de la que ambos advirtieron sigue vigente, alimentada por la crisis económica y social y la debilidad de las fronteras que delimitan este pequeño país del norte del Mediterráneo.
Uno de los efectos más negativos de los procesos de cambio en el norte de Africa ha sido la apertura de un pasillo entre Mali, Argelia, Túnez, Libia y Egipto por el que transitan con casi plena libertad grupos yihadistas afines a Al Qaeda y el Estado Islámico (EI), soldados de fortuna fanatizados, jóvenes tan radicalizados como desorientados, ulemas retrógrados y traficantes de drogas, armas y personas.
“El auge del yihadismo y el salafismo radical es una consecuencia de los propios procesos de revolución, un efecto claro de las libertades”, explica a Efe un agente de los servicios secretos europeos en el norte de África.
“No significa que se hayan radicalizado ahora. Existían pero estaban controlados por las dictaduras. Muchos de ellos encerrados en cárceles que se abrieron con las revoluciones y que se libraron del control del estado”, agrega el agente, que prefiere no ser identificado.
En la misma línea se pronuncia Naser al Hani, abogado tunecino, experto en movimientos terroristas, que vivió en Argelia en la década de los noventa, en pena guerra del Estado argelino contra el terrorismo de corte salafista.
“Ha habido otros atentados en el pasado, entre 2006 y 2007 hubo acción de grupos vinculados con la organización de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI)” en Túnez, recalca a Efe al subrayar que no es un fenómeno nuevo.
Algunos, como Ansar al Sharia, al que se acusa del asesinato de Belaid, se han visto reforzados y crecido desde la caída del dictador, gracias en parte a la debilidad de la transición que también han sufrido los aparatos policiales, admite, pero insiste en que las razones son más profundas.
“En Túnez, por ejemplo, el problema es el sistema educativo. Un sistema que ni es islámico ni es laico, si no una mezcla, y que deja a los adolescentes sin muchas expectativas, sin una formación muy sólida que les hace más manipulables”, explica.
“El sistema estatal deja espacios que llenan los islamistas, que ofrecen a los jóvenes congresos, reuniones, actividades lúdicas que no encuentran en la sociedad y a través de las cuales reclutan”, agrega.
Al Hani cree, no obstante, que la naturaleza de Túnez, libre de los sistemas tribales y clientelistas de sus vecinos, como Libia y Argelia, y de la codicia por los recursos naturales, hace que sea menos probable que estalle un conflicto civil.
“En Túnez no me parece posible, pero en Argelia sí. En Argelia existen aún todos los elementos para que un conflicto como el de Libia (pasto de la guerra civil) pueda estallar. Divisiones tribales, petróleo, recursos naturales, historia”, advierte.
Por eso, coincide en el análisis que el nuevo gobierno, constituido esta semana, y el presidente del país, Beji Caid Essebsi, hacen del problema -el mandatario vinculó esta semana el futuro de Túnez con el de Argelia al abordar el problema de la porosidad fronteriza- pero no de la solución.
“La solución no son medidas represivas, leyes hechas al momento como en Francia o España. Túnez es el país que más nacionales tiene en el Estado Islamico, muchos de ellos han comenzado a volver” y están encarcelados, señala.
“Dos son las medidas fundamentales: integrarlos en la sociedad, convenciéndoles de que hagan contrapropaganda, y reformar los servicios policiales, aun con mentalidad del pasado, para que adapten sus métodos a la nueva realidad”, remarca.
En este sentido, la mano está tendida. Essebsi afirmó esta semana que aquellos que viajaron a Siria e Irak serán aceptados si antes renuncian públicamente al islamismo radical, un problema común en las dos orillas del mediterráneo.