El auténtico musulmán
Son las personas que mantienen esas creencias las que deben ser escrupulosamente respetadas. No la creencia en sí, ni mucho menos
Soledad Gallego-Díaz, El País
Un diputado danés de origen musulmán hablaba con el director de un diario, que se había mostrado crítico con la publicación, en otro periódico, de las caricaturas de Mahoma. “Esas caricaturas insultan a los musulmanes”, dijo el director. “Yo soy musulmán y no me siento ofendido”, respondió el diputado. “Ya, pero usted no es un auténtico musulmán”.
La anécdota la cuenta Kenan Malik, un escritor inglés, de origen musulmán, que lleva mucho tiempo defendiendo la urgencia de apoyar a los musulmanes progresistas y denunciando la estupidez de muchos analistas y políticos occidentales empeñados en tomar la visión del islam más reaccionaria como la auténtica, y por ello aceptando algunas de sus exigencias. Entre otras, el respeto absoluto por su manera de entender su fe.
Por supuesto que la violencia del EI o de Al Qaeda tiene que ver con el islam. Tiene que ver con los sectores más reaccionarios del islam, que observan con pánico cualquier paso en la secularización de sus sociedades y que están dispuestos a dominarlas imponiéndose con una violencia brutal.
“Lo increíble es que intelectuales, políticos y creadores de opinión occidentales sean incapaces de distinguir el uso político de una fe con fines reaccionarios, por parte de organizaciones que buscan acaparar el poder [¿y el petróleo?] en su propio beneficio”, escribe Malik, furioso con la decisión de muchos gobiernos occidentales de tratar a los musulmanes como si fueran un grupo compacto con una única voz.
Los occidentales se han rendido ante el primer objetivo de esos sectores reaccionarios: que se les considere como los verdaderos representantes de los musulmanes, en lugar de confiar, apoyar y defender la conveniencia de que esas sociedades se secularicen, es decir, tratar de que abandonen los comportamientos religiosos más reaccionarios y tradicionales, igual que se trata de que se abandonen sus peores comportamientos las comunidades ultracatólicas o ultraevangélicas.
En lugar de defender y apoyar a quienes entre los musulmanes creen también en una visión racional y científica del mundo, en lugar de defender la secularización universal (que debió ser uno de los propósitos de la izquierda occidental), Occidente pasó a defender particularismos étnicos y a plantearse si el hecho de que una comunidad considere ofensiva una caricatura es argumento suficiente para suprimirla.
De hecho, esta semana hemos podido ver una clara demostración de ese comportamiento. Todos los medios norteamericanos y británicos han condenado el atentado sufrido por Charlie Hebdo, pero una parte ha ocultado (pixelado) las portadas del semanario francés, argumentando que su política es evitar la difusión de imágenes “que puedan herir la sensibilidad religiosa”.
Por supuesto, cada medio puede decidir lo que publica y lo que no. Lo importante no es si esos medios hubieran rechazado en su día esas caricaturas. Lo que importa es que defienden que no se pueden herir “la sensibilidad religiosa”. ¿Por qué no? Las creencias religiosas son creencias, ideas, tan plausibles de ser criticadas y burladas como cualquier otra idea en cualquier otro orden, político, cultural o económico. Son las personas que mantienen esas creencias las que deben ser escrupulosamente respetadas. Es su derecho a mantener esas creencias lo que debe ser defendido. No la creencia en sí, ni mucho menos.
Charlie Hebdo practicaba un humor a menudo extremo, que podía gustar o no, pero su objetivo estaba claro: reírse, por encima de todo, de la autoridad, ejercida en nombre de lo que sea. Se reían del concepto de “sagrado” (una de las palabras más peligrosas del vocabulario) y rechazaban la técnica del “apaciguamiento” frente al totalitarismo.
Quizás convenga recordar que Charlie Hebdo nació como heredera de otra revista, Hara-Kiri, clausurada en 1970 por la presión del Gobierno francés, indignado porque se había burlado de la muerte de Charles de Gaulle. Hacía poco que había habido un incendio y la prensa había titulado: “Baile trágico en la discoteca: 146 muertos”. La portada de Hara-Kiri decía: “Baile trágico en Colombey [lugar de residencia de De Gaulle]: un muerto”. La autoridad prohibió que la revista se vendiera a menores y cercenó la publicidad. Charlie Hebdo recogió esa antorcha. Ojalá alguien la tome también en el mundo musulmán.
Soledad Gallego-Díaz, El País
Un diputado danés de origen musulmán hablaba con el director de un diario, que se había mostrado crítico con la publicación, en otro periódico, de las caricaturas de Mahoma. “Esas caricaturas insultan a los musulmanes”, dijo el director. “Yo soy musulmán y no me siento ofendido”, respondió el diputado. “Ya, pero usted no es un auténtico musulmán”.
La anécdota la cuenta Kenan Malik, un escritor inglés, de origen musulmán, que lleva mucho tiempo defendiendo la urgencia de apoyar a los musulmanes progresistas y denunciando la estupidez de muchos analistas y políticos occidentales empeñados en tomar la visión del islam más reaccionaria como la auténtica, y por ello aceptando algunas de sus exigencias. Entre otras, el respeto absoluto por su manera de entender su fe.
Por supuesto que la violencia del EI o de Al Qaeda tiene que ver con el islam. Tiene que ver con los sectores más reaccionarios del islam, que observan con pánico cualquier paso en la secularización de sus sociedades y que están dispuestos a dominarlas imponiéndose con una violencia brutal.
“Lo increíble es que intelectuales, políticos y creadores de opinión occidentales sean incapaces de distinguir el uso político de una fe con fines reaccionarios, por parte de organizaciones que buscan acaparar el poder [¿y el petróleo?] en su propio beneficio”, escribe Malik, furioso con la decisión de muchos gobiernos occidentales de tratar a los musulmanes como si fueran un grupo compacto con una única voz.
Los occidentales se han rendido ante el primer objetivo de esos sectores reaccionarios: que se les considere como los verdaderos representantes de los musulmanes, en lugar de confiar, apoyar y defender la conveniencia de que esas sociedades se secularicen, es decir, tratar de que abandonen los comportamientos religiosos más reaccionarios y tradicionales, igual que se trata de que se abandonen sus peores comportamientos las comunidades ultracatólicas o ultraevangélicas.
En lugar de defender y apoyar a quienes entre los musulmanes creen también en una visión racional y científica del mundo, en lugar de defender la secularización universal (que debió ser uno de los propósitos de la izquierda occidental), Occidente pasó a defender particularismos étnicos y a plantearse si el hecho de que una comunidad considere ofensiva una caricatura es argumento suficiente para suprimirla.
De hecho, esta semana hemos podido ver una clara demostración de ese comportamiento. Todos los medios norteamericanos y británicos han condenado el atentado sufrido por Charlie Hebdo, pero una parte ha ocultado (pixelado) las portadas del semanario francés, argumentando que su política es evitar la difusión de imágenes “que puedan herir la sensibilidad religiosa”.
Por supuesto, cada medio puede decidir lo que publica y lo que no. Lo importante no es si esos medios hubieran rechazado en su día esas caricaturas. Lo que importa es que defienden que no se pueden herir “la sensibilidad religiosa”. ¿Por qué no? Las creencias religiosas son creencias, ideas, tan plausibles de ser criticadas y burladas como cualquier otra idea en cualquier otro orden, político, cultural o económico. Son las personas que mantienen esas creencias las que deben ser escrupulosamente respetadas. Es su derecho a mantener esas creencias lo que debe ser defendido. No la creencia en sí, ni mucho menos.
Charlie Hebdo practicaba un humor a menudo extremo, que podía gustar o no, pero su objetivo estaba claro: reírse, por encima de todo, de la autoridad, ejercida en nombre de lo que sea. Se reían del concepto de “sagrado” (una de las palabras más peligrosas del vocabulario) y rechazaban la técnica del “apaciguamiento” frente al totalitarismo.
Quizás convenga recordar que Charlie Hebdo nació como heredera de otra revista, Hara-Kiri, clausurada en 1970 por la presión del Gobierno francés, indignado porque se había burlado de la muerte de Charles de Gaulle. Hacía poco que había habido un incendio y la prensa había titulado: “Baile trágico en la discoteca: 146 muertos”. La portada de Hara-Kiri decía: “Baile trágico en Colombey [lugar de residencia de De Gaulle]: un muerto”. La autoridad prohibió que la revista se vendiera a menores y cercenó la publicidad. Charlie Hebdo recogió esa antorcha. Ojalá alguien la tome también en el mundo musulmán.