Cerati: el último episodio sinfónico



Buenos Aires, Agencias
Llevaba ya casi cinco años esperando que esto pasara. Cada dos o tres meses googleaba su nombre para tener algún dato que me diera una esperanza. Que si ya movió el labio, que si torció un dedo, pero él siempre postrado en esa cama de hospital. Las esperanzas de que Gustavo Adrián Cerati resucitara, pues se hallaba en coma desde mayo del 2010, menguaban con el paso del tiempo. Que hiciera nueva música, más todavía.


Me saturé buscando documentales cercanos a su vida en Youtube. Me aburrí de escuchar las mismas anécdotas de la boca de Lilian Clark, su afligida madre, destacando sus capacidades creativas en la infancia. Me leí de pe a pa el compendio de entrevistas que recopiló la periodista-fan Maitena Aboitiz en su libro titulado “Cerati en primera persona”.

Cerati fue una de esas almas creativas que destilan arte por los poros. Si se observa la camada de artistas y grupos que fueron sus contemporáneos, aquellos inmediatamente posteriores a los genios Charly, Santaolalla, Spinetta o Prodan, es decir, Miguel Mateos, Los Enanitos Verdes, GIT o Vilma Palma, se entiende fácilmente que él fue el único de este último grupo que sobrevivió al moho que deja el tiempo. Esta segunda camada, comercialmente más prolífica, sobrevivió malamente, mientras que la veleta creativa que orientó a Cerati, lo llevó a explorar nuevos ritmos y nuevas formas, haciendo que hoy suene vanguardista, una o dos décadas después.

Gustavo tuvo siempre ese potente radar capaz de detectar hacia dónde iba el futuro. Fue de los primeros en olfatear el naciente glam bonaerense, fue capaz de verse en el espejo de lo gótico de The Cure, y hacer una versión mejorada, pasando tangencialmente por el ska y lo más puro del pop latinoamericano, pero desembocando en un nuevo estadio, en una serie de episodios exquisitamente sinfónicos con su celebrado grupo Soda Stereo.

Pero lo mejor de Cerati vino cuando finalmente pudo soltarse de las pesadas amarras de su banda, logrando finalmente seguir ese instinto, primero hacia la electrónica –con un intervalo orquestal puntual–, luego volviendo a las guitarras eléctricas, para finalmente estacionarse en un folk de carretera, melódico y de arreglos perfectamente ubicados.

Cerati además se preocupó por las formas como parte del fondo. Venido de la escuela del diseño gráfico, todavía rara opción en los posmodernos años 80, siempre fue un obsesivo de la estética y de la ética de sus trabajos. Sin duda, si hubiese cantado en inglés, en este momento Obama o Paul McCartney estarían tuiteando lamentos y loas por la pérdida del genio porteño.

Y es que Cerati no era un erudito que comía bibliotecas. No devoraba sesudos tratados de filosofía o historia del renacimiento.

Él simplemente era. Tenía el sentido afinado, esa capacidad de caminar en la oscuridad (de la noche, del mercado), y detectar, a puro intuición, hacia dónde seguir.

A algunos se nos ha apagado un faro artístico y tendremos que ampararnos en otros referentes estéticos. En cierta forma nos ha liberado, luego de estos casi cinco años de orfandad. Ahora podemos seguir instintos propios y perdernos en el mar musical, escuchando ese imaginario consejo de Cerati, susurrando por dónde vendrían los nuevos vientos del rock. Gracias por eso.

El autor es gestor cultural.

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