Sobre Zúñiga, Neymar y “monos”
Los insultos al colombiano que sacó de la Copa a la estrella de la selección revelan un Brasil en el que la abolición de la esclavitud jamás se completó
Eliane Brum, El País
El defensa Juan Camilo Zúñiga entró bruscamente con la rodilla en la espalda de Neymar. Era un partido duro y la selección brasileña también había protagonizado ya entradas fuertes sobre sus adversarios. De lado a lado se golpeaban más que al balón, como no es raro que ocurra en partidos decisivos. Se puede criticar el arbitraje, pedir que la FIFA castigue al jugador colombiano, sentir profundamente la tragedia de Neymar, que se convierte en la de un país entero. Lo que no debería ocurrir es lo que sucedió a continuación. En las redes sociales, algunos brasileños llamaron a Zúñiga “negro sinvergüenza”, pidieron su muerte e insultaron a su hija pequeña llamándola “puta”. En los últimos años, varios jugadores brasileños fueron llamados “monos” por aficionados de otras nacionalidades. El viernes (4), eran los brasileños los que, en internet, atribuyeron a un colombiano la expresión racista.
No debería suceder, pero sucedió. Y sucedió el día en el que los capitanes de los equipos que disputaron una vacante para la semifinal leyeron un manifiesto de la campaña contra el racismo: “Rechazamos cualquier tipo de discriminación de raza, orientación sexual, origen o religión. A través del poder del fútbol, podemos ayudar y librar a nuestro deporte y a nuestra sociedad del racismo. Asumimos el compromiso de perseguir ese objetivo y contamos contigo para ayudarnos en esta lucha". Tras el himno, brasileños y colombianos posaron para fotógrafos y cámaras de televisión con una pancarta: “Say no to racism” (“Diga no al racismo”).
Y entonces la jugada bruta del campo expuso la brutalidad infinitamente mayor fuera del campo, aquella que traspasa a la sociedad brasileña hace siglos – y va más allá del fútbol que encantó el mundo–. El fútbol es fascinante también porque, al mismo tiempo que suspende las tensiones al crear su propio lenguaje, las revela por la misma razón. De repente, la “Copa de las Copas” expuso el Brasil de los linchamientos, el Brasil que puso a la policía militar para impedir la entrada de jóvenes de la periferia en los centros comerciales a comienzos de este año, el Brasil en el que un adolescente negro fue atado a un poste por el cuello con un candado de bicicleta.
No tengo instrumentos para medir el alcance de esa reacción racista. Espero que sea minoritaria. Pero es significativo que se destaque en los sistemas de búsqueda. La palabra que se escoge para agredir a alguien no es casual, esta siempre dice mucho más de su autor que de aquel al que se pretende ofender.
A cierta altura, durante la noche después del partido, hubo personas en Twitter que comenzaron a publicar: “Por favor, no coloquen las palabras ‘Zúñiga’ y ‘negro’ en el buscador. Es por vuestro bien”. Al escribir las dos palabras, aparecía lo peor. En una foto publicada en el Instagram del jugador, su hija pequeña escribe en la arena: “Papi te amo”. La niña y su madre son ofendidas, se habla hasta de violación, como suele suceder con las mujeres.
Esos forofos parecen olvidarse de la cantidad de negros de la selección brasileña, así como del más grande de todos ellos, Pelé. O incluso de Neymar, ya que, si la cuestión es de “color”, el héroe abatido está lejos de ser blanco. Parecen olvidarse de mirar para sí mismos. Para ellos, posiblemente, sea difícil ver. Ver y reconocerse.
Quien llama “mono” a Zúñiga en las redes sociales demuestra una enorme ignorancia, en todos los sentidos de la ignorancia – y también sobre el fútbol de Brasil–. En su bellísimo libro, Veneno Remedio – el Fútbol y Brasil (Companhia das Letras), José Miguel Wisnik recuerda que, aún en los años 30 del siglo XX, Gilberto Freyre decía que el modo brasileño de jugar convertía el “juego británicamente apolíneo” en “danza dionisíaca”, incorporando a su técnica “el pie ágil pero delicado” de la capoeira y del bailarín de samba. Freyre dijo también que el fútbol europeo, recto y anguloso, ganó, en Brasil, contornos sinuosos y curvilíneos que redondean y endulzan el juego. Era la celebración del mestizaje del país que ganaba – tal vez – su mejor expresión en el lenguaje de los pies.
El fútbol comenzó en Brasil con los blancos, en clubes de élite. Sobraban para los negros las bolas de calcetines o de cualquier material al que se pudiese dar una forma redonda, en los campos y en las calles, en los márgenes. Y fue con estas sobras que se agigantaron, subvirtieron el fútbol de los ingleses, crearon una poética. Tardaron, primero, en ser recibidos por las puertas de los fondos, después tolerados y por fin aceptados y aclamados. Pero la tensión persiste a pesar de las décadas. Se expresa como un corte en el momento en que, sea en la grada o en la arena del todo vale de las redes sociales, a un jugador negro se le llama “mono”.
Entonces, por una oportunidad en el tiempo, recordamos que el racismo aún es una marca terrible, excavando abismos en la sociedad brasileña. Abismos que también se desvelan en la blancura de la afición dentro de los estadios del Mundial, en contraste con los negros que recogen las latas en el exterior, restos de una fiesta de la que sobran en los márgenes. O se limitan a ver el desfile de la élite de su país por los portones de las “arenas”, reafirmando su lugar en el lado de fuera.
Está llena de drama y de vergüenzas la entrada de los negros en los clubes de fútbol de Brasil. Algunos, como el gran Friedenreich, el mulato con apellido alemán, se alisaba el cabello, usaba gorros. Tropezaba siempre en el prejuicio de la élite, preocupada con la imagen del país en el exterior, emprendiendo grandes esfuerzos para esconder a los negros del fútbol brasileño. En 1920, cuando la selección visitó Buenos Aires, un periódico local provocó al elenco brasileño llamando a los jugadores “macaquitos”. Puede ser, aunque no hay certeza, que esta haya sido la primera vez que la palabra se usó para expresar la discriminación racial en el campo del fútbol brasileño.
Otro que demostraba la fuerza de esa violencia era el mulato Carlos Alberto, al cubrirse la cara con polvo de arroz. “No podía engañar a nadie, llamaba hasta más la atención”, describe el cronista Mario Filho. “El cabello desfilado quedaba más desfilado, enmarcando el rostro, ceniciento de tanto polvo de arroz. Cuando el Fluminense iba a jugar con el América, la afición de Campos Sales caía encima de Carlos Alberto: ‘¡Polvo de arroz! ¡Polvo de arroz!’”.
Después de que los negros pasasen a jugar en los clubes, por la razón indiscutible de que eran mejores, tenían espacio en el campo, pero no en la vida construida alrededor del fútbol, como los saraos de bailes de las casas finas. En cierto momento, los negros eran llamados en la crónica deportiva de “colored”, porque “negro” era una palabrota. La palabra inglesa buscaba escamotear lo que aún avergonzaba a los blancos chics: depender de negros para coleccionar victorias.
Toda esa saga de resistencia, invención y talento está lindamente contada en el libro de Mario Filho, “El negro en el fútbol brasileño (Mauad X)”, que todos los brasileños deberían leer, así como cualquier persona que se interese por el país o por el fútbol o por ambos. Cuando Leônidas da Silva, el famoso Diamante Negro, y Domingos da Guia se convirtieron en fenómenos de popularidad, cargaban con ellos toda una historia brutal y fascinante que, aún hoy, está lejos de acabar. Y que quedaría marcada después en el Maracanazo, el supuesto trauma que aún persistiría en el Brasil actual, por haber perdido la Copa contra Uruguay, en 1950. Jugadores negros y especialmente Barbosa, el portero, fueron escogidos como culpables por la derrota, en una victoria que se conmemoró antes del partido. Pagaron una enormidad por algo que iba mucho más allá de ellos y del Maracaná. Con la vida para siempre señalada, Barbosa reconocido en la feria, en la playa, en la calle como aquel que “había hecho llorar a Brasil”.
El fútbol celebrado en este Mundial de 2014 en Brasil es este, en gran medida moldeado por negros que “robaron” el balón y subvirtieron la narrativa. Es también por este fútbol que parte del país suspira, ansioso para tenerlo de vuelta. El fútbol del regate y del encantamiento que también nos hizo ser quien somos – pero sin hoy saber si aún lo somos–. Para Mario Filho, Pelé completó la obra de la Princesa Isabel, (que firmó la abolición de la esclavitud). Pero cada día la realidad insiste en reeditar la certeza de que la abolición en Brasil jamás se completó.
Es lo que ocurre cuando los aficionados brasileños llaman a Zúñiga “mono” o “negro sinvergüenza” porque entró fuerte a Neymar, en un partido en sí fuerte. Aquí, aparece aún más ignorancia, sobre otra narrativa brutal, la del fútbol en Colombia. Esa generación, la de James Rodríguez, Cuadrado y Zúñiga, señala un cruce en curso en su país, aún con inmensas fracturas. El presidente recién reelegido, Juan Manuel Santos, que estaba en el estadio Castelão para ver el partido, obtuvo una victoria apretada con la bandera de continuar negociando con las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). La generación anterior de futbolistas entraba en campo bajo los gritos de la afición, que los llamaba “narcotraficantes”.
James, Cuadrado y el propio Zúñiga encarnan una posibilidad, algo nuevo, en la simbología de la construcción de Colombia que intenta hacer del futuro un presente. Cuando ignorantes piden la muerte de Zúñiga – o “el mismo destino de Escobar” – están incitando a un crimen. Hace 20 años Andrés Escobar fue asesinado en Medellín días después de haber marcado un gol en propia puerta en el Mundial en los Estados Unidos. Vomitar la ignorancia, también de un proceso histórico, clamando por la muerte de Zúñiga en las redes sociales – esta sí, una maldad explícita – es una cobardía monumental.
Tal vez no sepan lo que hacen, pero deberían saberlo. Es el momento de la “patria de las botas de fútbol”, de entender más de fútbol.
Eliane Brum es escritora, reportera y documentarista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes - o Avesso da Lenda, A Vida Que Ninguém ve, O Olho da Rua, A Menina Quebrada, Meus Desacontecimentos y del romance Uma Dos. Email: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: @brumelianebrum
Eliane Brum, El País
El defensa Juan Camilo Zúñiga entró bruscamente con la rodilla en la espalda de Neymar. Era un partido duro y la selección brasileña también había protagonizado ya entradas fuertes sobre sus adversarios. De lado a lado se golpeaban más que al balón, como no es raro que ocurra en partidos decisivos. Se puede criticar el arbitraje, pedir que la FIFA castigue al jugador colombiano, sentir profundamente la tragedia de Neymar, que se convierte en la de un país entero. Lo que no debería ocurrir es lo que sucedió a continuación. En las redes sociales, algunos brasileños llamaron a Zúñiga “negro sinvergüenza”, pidieron su muerte e insultaron a su hija pequeña llamándola “puta”. En los últimos años, varios jugadores brasileños fueron llamados “monos” por aficionados de otras nacionalidades. El viernes (4), eran los brasileños los que, en internet, atribuyeron a un colombiano la expresión racista.
No debería suceder, pero sucedió. Y sucedió el día en el que los capitanes de los equipos que disputaron una vacante para la semifinal leyeron un manifiesto de la campaña contra el racismo: “Rechazamos cualquier tipo de discriminación de raza, orientación sexual, origen o religión. A través del poder del fútbol, podemos ayudar y librar a nuestro deporte y a nuestra sociedad del racismo. Asumimos el compromiso de perseguir ese objetivo y contamos contigo para ayudarnos en esta lucha". Tras el himno, brasileños y colombianos posaron para fotógrafos y cámaras de televisión con una pancarta: “Say no to racism” (“Diga no al racismo”).
Y entonces la jugada bruta del campo expuso la brutalidad infinitamente mayor fuera del campo, aquella que traspasa a la sociedad brasileña hace siglos – y va más allá del fútbol que encantó el mundo–. El fútbol es fascinante también porque, al mismo tiempo que suspende las tensiones al crear su propio lenguaje, las revela por la misma razón. De repente, la “Copa de las Copas” expuso el Brasil de los linchamientos, el Brasil que puso a la policía militar para impedir la entrada de jóvenes de la periferia en los centros comerciales a comienzos de este año, el Brasil en el que un adolescente negro fue atado a un poste por el cuello con un candado de bicicleta.
No tengo instrumentos para medir el alcance de esa reacción racista. Espero que sea minoritaria. Pero es significativo que se destaque en los sistemas de búsqueda. La palabra que se escoge para agredir a alguien no es casual, esta siempre dice mucho más de su autor que de aquel al que se pretende ofender.
A cierta altura, durante la noche después del partido, hubo personas en Twitter que comenzaron a publicar: “Por favor, no coloquen las palabras ‘Zúñiga’ y ‘negro’ en el buscador. Es por vuestro bien”. Al escribir las dos palabras, aparecía lo peor. En una foto publicada en el Instagram del jugador, su hija pequeña escribe en la arena: “Papi te amo”. La niña y su madre son ofendidas, se habla hasta de violación, como suele suceder con las mujeres.
Esos forofos parecen olvidarse de la cantidad de negros de la selección brasileña, así como del más grande de todos ellos, Pelé. O incluso de Neymar, ya que, si la cuestión es de “color”, el héroe abatido está lejos de ser blanco. Parecen olvidarse de mirar para sí mismos. Para ellos, posiblemente, sea difícil ver. Ver y reconocerse.
Quien llama “mono” a Zúñiga en las redes sociales demuestra una enorme ignorancia, en todos los sentidos de la ignorancia – y también sobre el fútbol de Brasil–. En su bellísimo libro, Veneno Remedio – el Fútbol y Brasil (Companhia das Letras), José Miguel Wisnik recuerda que, aún en los años 30 del siglo XX, Gilberto Freyre decía que el modo brasileño de jugar convertía el “juego británicamente apolíneo” en “danza dionisíaca”, incorporando a su técnica “el pie ágil pero delicado” de la capoeira y del bailarín de samba. Freyre dijo también que el fútbol europeo, recto y anguloso, ganó, en Brasil, contornos sinuosos y curvilíneos que redondean y endulzan el juego. Era la celebración del mestizaje del país que ganaba – tal vez – su mejor expresión en el lenguaje de los pies.
El fútbol comenzó en Brasil con los blancos, en clubes de élite. Sobraban para los negros las bolas de calcetines o de cualquier material al que se pudiese dar una forma redonda, en los campos y en las calles, en los márgenes. Y fue con estas sobras que se agigantaron, subvirtieron el fútbol de los ingleses, crearon una poética. Tardaron, primero, en ser recibidos por las puertas de los fondos, después tolerados y por fin aceptados y aclamados. Pero la tensión persiste a pesar de las décadas. Se expresa como un corte en el momento en que, sea en la grada o en la arena del todo vale de las redes sociales, a un jugador negro se le llama “mono”.
Entonces, por una oportunidad en el tiempo, recordamos que el racismo aún es una marca terrible, excavando abismos en la sociedad brasileña. Abismos que también se desvelan en la blancura de la afición dentro de los estadios del Mundial, en contraste con los negros que recogen las latas en el exterior, restos de una fiesta de la que sobran en los márgenes. O se limitan a ver el desfile de la élite de su país por los portones de las “arenas”, reafirmando su lugar en el lado de fuera.
Está llena de drama y de vergüenzas la entrada de los negros en los clubes de fútbol de Brasil. Algunos, como el gran Friedenreich, el mulato con apellido alemán, se alisaba el cabello, usaba gorros. Tropezaba siempre en el prejuicio de la élite, preocupada con la imagen del país en el exterior, emprendiendo grandes esfuerzos para esconder a los negros del fútbol brasileño. En 1920, cuando la selección visitó Buenos Aires, un periódico local provocó al elenco brasileño llamando a los jugadores “macaquitos”. Puede ser, aunque no hay certeza, que esta haya sido la primera vez que la palabra se usó para expresar la discriminación racial en el campo del fútbol brasileño.
Otro que demostraba la fuerza de esa violencia era el mulato Carlos Alberto, al cubrirse la cara con polvo de arroz. “No podía engañar a nadie, llamaba hasta más la atención”, describe el cronista Mario Filho. “El cabello desfilado quedaba más desfilado, enmarcando el rostro, ceniciento de tanto polvo de arroz. Cuando el Fluminense iba a jugar con el América, la afición de Campos Sales caía encima de Carlos Alberto: ‘¡Polvo de arroz! ¡Polvo de arroz!’”.
Después de que los negros pasasen a jugar en los clubes, por la razón indiscutible de que eran mejores, tenían espacio en el campo, pero no en la vida construida alrededor del fútbol, como los saraos de bailes de las casas finas. En cierto momento, los negros eran llamados en la crónica deportiva de “colored”, porque “negro” era una palabrota. La palabra inglesa buscaba escamotear lo que aún avergonzaba a los blancos chics: depender de negros para coleccionar victorias.
Toda esa saga de resistencia, invención y talento está lindamente contada en el libro de Mario Filho, “El negro en el fútbol brasileño (Mauad X)”, que todos los brasileños deberían leer, así como cualquier persona que se interese por el país o por el fútbol o por ambos. Cuando Leônidas da Silva, el famoso Diamante Negro, y Domingos da Guia se convirtieron en fenómenos de popularidad, cargaban con ellos toda una historia brutal y fascinante que, aún hoy, está lejos de acabar. Y que quedaría marcada después en el Maracanazo, el supuesto trauma que aún persistiría en el Brasil actual, por haber perdido la Copa contra Uruguay, en 1950. Jugadores negros y especialmente Barbosa, el portero, fueron escogidos como culpables por la derrota, en una victoria que se conmemoró antes del partido. Pagaron una enormidad por algo que iba mucho más allá de ellos y del Maracaná. Con la vida para siempre señalada, Barbosa reconocido en la feria, en la playa, en la calle como aquel que “había hecho llorar a Brasil”.
El fútbol celebrado en este Mundial de 2014 en Brasil es este, en gran medida moldeado por negros que “robaron” el balón y subvirtieron la narrativa. Es también por este fútbol que parte del país suspira, ansioso para tenerlo de vuelta. El fútbol del regate y del encantamiento que también nos hizo ser quien somos – pero sin hoy saber si aún lo somos–. Para Mario Filho, Pelé completó la obra de la Princesa Isabel, (que firmó la abolición de la esclavitud). Pero cada día la realidad insiste en reeditar la certeza de que la abolición en Brasil jamás se completó.
Es lo que ocurre cuando los aficionados brasileños llaman a Zúñiga “mono” o “negro sinvergüenza” porque entró fuerte a Neymar, en un partido en sí fuerte. Aquí, aparece aún más ignorancia, sobre otra narrativa brutal, la del fútbol en Colombia. Esa generación, la de James Rodríguez, Cuadrado y Zúñiga, señala un cruce en curso en su país, aún con inmensas fracturas. El presidente recién reelegido, Juan Manuel Santos, que estaba en el estadio Castelão para ver el partido, obtuvo una victoria apretada con la bandera de continuar negociando con las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). La generación anterior de futbolistas entraba en campo bajo los gritos de la afición, que los llamaba “narcotraficantes”.
James, Cuadrado y el propio Zúñiga encarnan una posibilidad, algo nuevo, en la simbología de la construcción de Colombia que intenta hacer del futuro un presente. Cuando ignorantes piden la muerte de Zúñiga – o “el mismo destino de Escobar” – están incitando a un crimen. Hace 20 años Andrés Escobar fue asesinado en Medellín días después de haber marcado un gol en propia puerta en el Mundial en los Estados Unidos. Vomitar la ignorancia, también de un proceso histórico, clamando por la muerte de Zúñiga en las redes sociales – esta sí, una maldad explícita – es una cobardía monumental.
Tal vez no sepan lo que hacen, pero deberían saberlo. Es el momento de la “patria de las botas de fútbol”, de entender más de fútbol.
Eliane Brum es escritora, reportera y documentarista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes - o Avesso da Lenda, A Vida Que Ninguém ve, O Olho da Rua, A Menina Quebrada, Meus Desacontecimentos y del romance Uma Dos. Email: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: @brumelianebrum