África se desangra en otra guerra tribal
El odio ancestral entre los dinka y nuer sume a Sudán del Sur, el país más joven del mundo, en un sangriento conflicto con decenas de miles de desplazados
Antonio Pampliega
Bor (Sudán del Sur), El País
El sol despunta en Juba y centenares de mujeres aguardan pacientes en el suelo, cercadas por voraces púas del alambre de espino que delimitan los accesos a la zona de recogida de comida. Soldados de Naciones Unidas, provistos de material antidisturbios, velan por la seguridad. Cuando el estómago de un hijo ruge por culpa del hambre una madre es capaz de hacer cualquier cosa. “Todos los días guardan cola para poder llevarse algo de comer a la boca. Si no fuera por ayuda internacional hace semanas que hubiésemos muerto de hambre”, comenta Tut Laey Badeng.
Este joven, de 26 años y antiguo estudiante, comienza a desplegar la sombrilla de su puesto de telefonía móvil en el campo de desplazados de Tomping (Juba). Coloca sobre la mesa las recargas de teléfono, un bote con caramelos, bolsas con cacahuetes y se sienta a esperar a que lleguen los clientes. Tut lleva repitiendo este ritual desde hace 14 días cuando tuvo que huir junto con su familia. “Los dinka (etnia a la que pertenece el presidente Salva Kiir) entraron en mi aldea y comenzaron a disparar contra todos. Nosotros por suerte logramos huir”, dice.
Este inmenso campo da cobijo a 27.000 personas que huyen de la exterminación sistemática que se está produciendo por todo Sudán del Sur. “Aquí somos casi todos nuer. Los dinka son los que nos están exterminando. Es lo mismo que ocurrió en Ruanda entre los hutus y los tutsis, un genocidio”, denuncia Tut Laey Badeng.
Tras obtener la ansiada independencia del norte en junio de 2011, este año iba a ser el año de Sudán del Sur. El PIB debía crecer un 35%, las arcas del gobierno iban a rebosar de dinero procedente del petróleo, 500 empresas de 55 países tenían intención de invertir en el país. El futuro era inmejorable en el país más joven del mundo, pero la noche del 15 al 16 de diciembre ese futuro se esfumó. Un enfrentamiento entre soldados de la guardia presidencial (formada por nuer y dinka) desencadenó fuertes combates en la capital, Juba. Aquellos dos días de violencia étnica prendieron la mecha que acabó conduciendo al país a una nueva guerra civil (la tercera en 50 años, 1955 a 1972, y 1983 a 2005).
Con la ansiada independencia las rencillas entre las tribus quedaron aparcadas tras fuertes apretones de manos y sonrisas forzadas, pero las ansias de poder de unos y otros seguían latiendo con viveza. Los líderes militares que estaban detrás de las más cruentas matanzas en las últimas dos décadas colgaban el uniforme militar y guardaban las condecoraciones bajo un traje de rayas y corbata. Salva Kiir y Riek Machar se convertían en presidente y vicepresidente de Sudán del Sur. Pero la lucha seguía latente. Los dinka, el grupo étnico mayoritario, había ido acaparando poco a poco todo el poder, lo que no era visto con buenos ojos por las otras tribus. Pero el incidente que desencadenó esta ola de violencia fue provocado por la destitución de Machar, quién había comunicado su intención de presentarse a las elecciones presidenciales de 2015.
“Estamos encarcelados en este campo. Yo solo quiero ir con mi familia que está en Uganda. Quiero irme para no volver nunca más”, se lamenta Simón Gus, padre de seis hijos. Su mujer fue violada y asesinada cuando los dinka tomaron su aldea cerca de Juba. “No podemos salir a la calle porque los dinka nos cazan como si fuésemos perros. Han tratado varias veces de acceder al campo pero los soldados de la ONU se lo han impedido”, finaliza. La situación de Simon es muy común entre los desplazados. Muchos tienen familia en Uganda, Etiopia o Sudán del Norte pero tratar de llegar hasta las fronteras puede suponer su muerte. “Lo único que necesitamos es que los soldados de Naciones Unidas nos escolten hasta la frontera y poder cruzarla con la garantía de que llegaremos al otro lado sanos y salvos”, apunta otro desplazado del campo.
El odio fratricida entre las dos etnias mayoritarias de Sudán del Sur es histórico. Ya en 1991, las tropas leales al nuer Riek Machar —actual líder rebelde y exvicepresidente del país— arrasaron las zonas dinka de Panaru, Bor y Kongor, donde más de 200.000 dinkas huyeron de los combates. Pero los afines a Machar se cebaron con la localidad de Bor —ciudad natal de John Garang, dinka y líder del SPLM/A (Movimiento/Ejército para la Liberación del Pueblo de Sudán)— donde acabaron con la vida de 5.000 personas. La respuesta de Garang no se hizo esperar y las tropas del SPLA arrasaron las zonas al oeste del Alto Nilo, donde los nuer son la etnia mayoritaria.
“Somos enemigos históricos. Irreconciliables. Luchamos unidos durante cierto tiempo para conseguir la independencia de Jartum (capital de la República del Sudán). Una vez conseguida volvemos a luchar entre nosotros por el poder… como hemos hecho toda la vida”, aclara Yoal Gatluak. Este nuer vive en el campo de Tomping desde hace tres meses. Sobrevive como puede a pesar de estar atemorizado por el futuro de sus hijos y por la situación de violencia que se vive en todo el país. Gatluak es contrario al gobierno de Salva Kiir al que acusa de organizar falsas partidas de ayuda humanitaria que no tienen otro objetivo que matar a los nuer. “Nos engañan para que volvamos a nuestros hogares para luego perseguirnos y exterminarnos”, denuncia.
La ciudad de Bor, capital del estado de Jonglei, es probablemente uno de los mejores ejemplos de la barbarie. Allí, justo frente a la Iglesia de San Andrés, dos pequeñas cruces de madera marcan el lugar de la fosa común. “Aquí hay enterradas 27 mujeres que fueron degolladas por los nuer cuando tomaron Bor”, denuncia el parlamentario Philip Jhon Nyok. Los rebeldes permanecieron en Bor seis días (del 19 de diciembre al 24 cuando las tropas sursudanesas retomaron el control del pueblo) y pasaron a cuchillo a más de 2.500 personas. “No tuvieron piedad de nadie. Fueron casa por casa buscando a cuantos dinkas encontraron en su camino y los fueron degollando a todos”, relata.
Historias de mujeres ajusticiadas en el hospital, familias enteras asesinadas y quemadas dentro de sus hogares. Los relatos de horror y muerte se suceden en esta localidad. El miedo se ha apoderado de sus habitantes y la ciudad se encuentra semivacía. Soldados del SPLA patrullan las polvorientas calles de Bor con fusiles de asalto a las espaldas. “Los nuer que vivían en Bor se alzaron contra los dinka uniéndose a los rebeldes. Aquí habíamos vivido en paz los unos con los otros”, se lamenta Jhon Amour Kuol, diputado dinka. “El problema viene porque Salva Kiir consideró que tener a los nuer dentro del ejército y del ejecutivo ayudaba a la reconciliación y a la paz del país. Pero se equivocó. Los nuer son unos salvajes, que no saben leer y que solo saben matar y saquear”.
Antonio Pampliega
Bor (Sudán del Sur), El País
El sol despunta en Juba y centenares de mujeres aguardan pacientes en el suelo, cercadas por voraces púas del alambre de espino que delimitan los accesos a la zona de recogida de comida. Soldados de Naciones Unidas, provistos de material antidisturbios, velan por la seguridad. Cuando el estómago de un hijo ruge por culpa del hambre una madre es capaz de hacer cualquier cosa. “Todos los días guardan cola para poder llevarse algo de comer a la boca. Si no fuera por ayuda internacional hace semanas que hubiésemos muerto de hambre”, comenta Tut Laey Badeng.
Este joven, de 26 años y antiguo estudiante, comienza a desplegar la sombrilla de su puesto de telefonía móvil en el campo de desplazados de Tomping (Juba). Coloca sobre la mesa las recargas de teléfono, un bote con caramelos, bolsas con cacahuetes y se sienta a esperar a que lleguen los clientes. Tut lleva repitiendo este ritual desde hace 14 días cuando tuvo que huir junto con su familia. “Los dinka (etnia a la que pertenece el presidente Salva Kiir) entraron en mi aldea y comenzaron a disparar contra todos. Nosotros por suerte logramos huir”, dice.
Este inmenso campo da cobijo a 27.000 personas que huyen de la exterminación sistemática que se está produciendo por todo Sudán del Sur. “Aquí somos casi todos nuer. Los dinka son los que nos están exterminando. Es lo mismo que ocurrió en Ruanda entre los hutus y los tutsis, un genocidio”, denuncia Tut Laey Badeng.
Tras obtener la ansiada independencia del norte en junio de 2011, este año iba a ser el año de Sudán del Sur. El PIB debía crecer un 35%, las arcas del gobierno iban a rebosar de dinero procedente del petróleo, 500 empresas de 55 países tenían intención de invertir en el país. El futuro era inmejorable en el país más joven del mundo, pero la noche del 15 al 16 de diciembre ese futuro se esfumó. Un enfrentamiento entre soldados de la guardia presidencial (formada por nuer y dinka) desencadenó fuertes combates en la capital, Juba. Aquellos dos días de violencia étnica prendieron la mecha que acabó conduciendo al país a una nueva guerra civil (la tercera en 50 años, 1955 a 1972, y 1983 a 2005).
Con la ansiada independencia las rencillas entre las tribus quedaron aparcadas tras fuertes apretones de manos y sonrisas forzadas, pero las ansias de poder de unos y otros seguían latiendo con viveza. Los líderes militares que estaban detrás de las más cruentas matanzas en las últimas dos décadas colgaban el uniforme militar y guardaban las condecoraciones bajo un traje de rayas y corbata. Salva Kiir y Riek Machar se convertían en presidente y vicepresidente de Sudán del Sur. Pero la lucha seguía latente. Los dinka, el grupo étnico mayoritario, había ido acaparando poco a poco todo el poder, lo que no era visto con buenos ojos por las otras tribus. Pero el incidente que desencadenó esta ola de violencia fue provocado por la destitución de Machar, quién había comunicado su intención de presentarse a las elecciones presidenciales de 2015.
“Estamos encarcelados en este campo. Yo solo quiero ir con mi familia que está en Uganda. Quiero irme para no volver nunca más”, se lamenta Simón Gus, padre de seis hijos. Su mujer fue violada y asesinada cuando los dinka tomaron su aldea cerca de Juba. “No podemos salir a la calle porque los dinka nos cazan como si fuésemos perros. Han tratado varias veces de acceder al campo pero los soldados de la ONU se lo han impedido”, finaliza. La situación de Simon es muy común entre los desplazados. Muchos tienen familia en Uganda, Etiopia o Sudán del Norte pero tratar de llegar hasta las fronteras puede suponer su muerte. “Lo único que necesitamos es que los soldados de Naciones Unidas nos escolten hasta la frontera y poder cruzarla con la garantía de que llegaremos al otro lado sanos y salvos”, apunta otro desplazado del campo.
El odio fratricida entre las dos etnias mayoritarias de Sudán del Sur es histórico. Ya en 1991, las tropas leales al nuer Riek Machar —actual líder rebelde y exvicepresidente del país— arrasaron las zonas dinka de Panaru, Bor y Kongor, donde más de 200.000 dinkas huyeron de los combates. Pero los afines a Machar se cebaron con la localidad de Bor —ciudad natal de John Garang, dinka y líder del SPLM/A (Movimiento/Ejército para la Liberación del Pueblo de Sudán)— donde acabaron con la vida de 5.000 personas. La respuesta de Garang no se hizo esperar y las tropas del SPLA arrasaron las zonas al oeste del Alto Nilo, donde los nuer son la etnia mayoritaria.
“Somos enemigos históricos. Irreconciliables. Luchamos unidos durante cierto tiempo para conseguir la independencia de Jartum (capital de la República del Sudán). Una vez conseguida volvemos a luchar entre nosotros por el poder… como hemos hecho toda la vida”, aclara Yoal Gatluak. Este nuer vive en el campo de Tomping desde hace tres meses. Sobrevive como puede a pesar de estar atemorizado por el futuro de sus hijos y por la situación de violencia que se vive en todo el país. Gatluak es contrario al gobierno de Salva Kiir al que acusa de organizar falsas partidas de ayuda humanitaria que no tienen otro objetivo que matar a los nuer. “Nos engañan para que volvamos a nuestros hogares para luego perseguirnos y exterminarnos”, denuncia.
La ciudad de Bor, capital del estado de Jonglei, es probablemente uno de los mejores ejemplos de la barbarie. Allí, justo frente a la Iglesia de San Andrés, dos pequeñas cruces de madera marcan el lugar de la fosa común. “Aquí hay enterradas 27 mujeres que fueron degolladas por los nuer cuando tomaron Bor”, denuncia el parlamentario Philip Jhon Nyok. Los rebeldes permanecieron en Bor seis días (del 19 de diciembre al 24 cuando las tropas sursudanesas retomaron el control del pueblo) y pasaron a cuchillo a más de 2.500 personas. “No tuvieron piedad de nadie. Fueron casa por casa buscando a cuantos dinkas encontraron en su camino y los fueron degollando a todos”, relata.
Historias de mujeres ajusticiadas en el hospital, familias enteras asesinadas y quemadas dentro de sus hogares. Los relatos de horror y muerte se suceden en esta localidad. El miedo se ha apoderado de sus habitantes y la ciudad se encuentra semivacía. Soldados del SPLA patrullan las polvorientas calles de Bor con fusiles de asalto a las espaldas. “Los nuer que vivían en Bor se alzaron contra los dinka uniéndose a los rebeldes. Aquí habíamos vivido en paz los unos con los otros”, se lamenta Jhon Amour Kuol, diputado dinka. “El problema viene porque Salva Kiir consideró que tener a los nuer dentro del ejército y del ejecutivo ayudaba a la reconciliación y a la paz del país. Pero se equivocó. Los nuer son unos salvajes, que no saben leer y que solo saben matar y saquear”.