Un puño de hierro resucitó a El Asad
En un año su régimen ha pasado de quedar acorralado en Damasco a verse reforzado militarmente
Las partes en conflicto llegan a la cumbre de paz de Suiza sin grandes expectativas
David Alandete
Jerusalén, El País
Nadie puede recriminarle que no advirtiera de ello. Hace exactamente un año el presidente sirio, Bachar el Asad, detalló en uno de sus pocos discursos recientes una hoja de ruta muy clara: su prioridad sería restaurar el orden —su orden— en el país, y para ello no dudaría en emplear “un puño de hierro”. Ese puño se siente hoy claramente en la ofensiva militar contra Alepo, golpeado constantemente por rudimentarios y mortíferos barriles explosivos que han diezmado gravemente a la población civil y que en 15 días han provocado al menos 500 fallecidos, entre ellos 150 niños. Queda clara la estrategia del régimen: sólidamente asentado en Damasco, con el control de la frontera con Líbano, avanza incansable hacia el norte con la voluntad de debilitar a los rebeldes en la frontera con Turquía, quedándose oportunamente solo frente a las milicias yihadistas que le conviene tener en frente, para presentarse como la opción menos incómoda para la comunidad internacional en el abanico de desastres que consumen a Siria.
En aquel discurso, El Asad advirtió contra la intentona de una “conspiración extranjera” de tomar el control de Siria, haciendo alusión a la Liga Árabe e, implícitamente, a Arabia Saudí, que apoyan y reconocen a los rebeldes aglutinados en el Ejército Libre y su brazo político, la Coalición Nacional Siria. Hoy Siria es de hecho un campo de batalla de fuerzas extranjeras, pero no sólo por los intereses de ese eje árabe, sino también porque el propio presidente ha invitado a luchar con él a la alianza chiíta de Irán y la milicia libanesa Hezbolá. El equilibrio de poderes, en un año, ha cambiado notablemente. De ver cómo las potencias occidentales contaban los días para su derrumbe, El Asad acaricia ahora una victoria gracias a la toma de puntos y caminos estratégicos como la localidad de Qusair y la cartera de Damasco a la provincia costera de Latakia.
“Los saudíes han llegado a la conclusión de que la toma de Damasco es ya casi imposible”, opina Sami Moubayed, analista sirio e investigador en el Instituto Europeo de Investigación sobre Cooperación Euro-Árabe y el Mediterráneo. “Los rebeldes respaldados por Arabia Saudí están además luchando en dos frentes: contra el régimen y contra los grupos yihadistas. Es claramente una batalla cuesta arriba. El problema se encuentra en Arabia Saudí. El rey está enfermo. El país está en manos de distintos príncipes que tienen sus cuentas pendientes con el régimen sirio y carecen de una política unitaria. Mientras, los iraníes están decididos a no dar a los saudíes una victoria en Siria”.
El Observatorio Sirio de Derechos Humanos ha contabilizado desde el 15 de diciembre 517 muertos por los mortíferos barriles cargados de explosivos que el régimen lanza desde helicópteros en Alepo. Esa carnicería presagia muy malos resultados en la esperada cumbre de paz que tendrá lugar en Suiza el 22 de enero, a la que en principio acudirán representantes del régimen y la Coalición Nacional Siria. Estados Unidos y la Unión Europea ya no saben muy bien qué esperar de esa cumbre, pues ninguna de las partes quiere hablar a estas alturas de reconciliación.
“No estoy seguro de que se vaya a ver paz alguna en Siria, o que las conversaciones de paz vayan a dar resultado alguno, si no se frena al régimen”, asegura a este diario Sinan Hatahet, portavoz de la opositora Coalición Nacional. “Las pasadas semanas hemos visto un incremento de ataques contra civiles como pocos en este conflicto. ¿Cómo vamos a hablar así de reconciliación? No puede haberla hasta que el régimen entienda que está llegando a su fin en el plano político y el militar”.
Ese fin del régimen, sin embargo, es hoy en día nada más que un deseo opositor. Y en las conversaciones de paz no tendrá presencia alguna un actor ya protagonista en este conflicto: las brigadas yihadistas que se nutren de islamistas extranjeros y han impuesto su estricta interpretación de la ley islámica en los bastiones que controlan, como Raqqa, al norte.
Hace un año, los rebeldes trataban de llevar su lucha hasta el corazón mismo del régimen, haciendo escaramuzas cerca de la capital. Sabían que El Asad depende altamente de la intensidad de su control sobre Damasco. “El año pasado comenzó con el régimen perdiendo el control del país y los rebeldes reforzados en las fronteras del sur y, sobre todo, del norte. Ahora los rebeldes han quedado notablemente debilitados por la presencia entre sus rangos de yihadistas”, asegura el historiador y profesor en la universidad de Harvard Roger Owen. “Ahora El Asad tiene sus miras puestas en esas fronteras. Es su prioridad reforzarse cerca de Turquía. Y lo importante es que tiene un ejército lo suficientemente fuerte como para seguir ganando terreno. Incluso ha llegado a emplear el terror de las armas químicas. Eso da idea de su propia determinación”.
Pero ni siquiera el uso de armas químicas ha sido el catalizador que los rebeldes esperaban. Barack Obama prometió actuar si El Asad las empleada. Los informes de Naciones Unidas indican, de forma indirecta, que la empleó varias veces, y que sólo en la provincia de Damasco, en agosto, provocaron cientos de muertes entre la población civil. Pero en lugar de atacar a Damasco con misiles, la Casa Blanca aceptó entrar en negociaciones con el régimen con la mediación de Rusia, que logró el desarme químico que ahora está en marcha. Su arsenal es uno de los mayores del mundo. Pero en los recientes meses ha quedado claro que El Asad no lo necesita para seguir golpeando a las zonas disputadas con su tan anunciado puño de hierro.
Las partes en conflicto llegan a la cumbre de paz de Suiza sin grandes expectativas
David Alandete
Jerusalén, El País
Nadie puede recriminarle que no advirtiera de ello. Hace exactamente un año el presidente sirio, Bachar el Asad, detalló en uno de sus pocos discursos recientes una hoja de ruta muy clara: su prioridad sería restaurar el orden —su orden— en el país, y para ello no dudaría en emplear “un puño de hierro”. Ese puño se siente hoy claramente en la ofensiva militar contra Alepo, golpeado constantemente por rudimentarios y mortíferos barriles explosivos que han diezmado gravemente a la población civil y que en 15 días han provocado al menos 500 fallecidos, entre ellos 150 niños. Queda clara la estrategia del régimen: sólidamente asentado en Damasco, con el control de la frontera con Líbano, avanza incansable hacia el norte con la voluntad de debilitar a los rebeldes en la frontera con Turquía, quedándose oportunamente solo frente a las milicias yihadistas que le conviene tener en frente, para presentarse como la opción menos incómoda para la comunidad internacional en el abanico de desastres que consumen a Siria.
En aquel discurso, El Asad advirtió contra la intentona de una “conspiración extranjera” de tomar el control de Siria, haciendo alusión a la Liga Árabe e, implícitamente, a Arabia Saudí, que apoyan y reconocen a los rebeldes aglutinados en el Ejército Libre y su brazo político, la Coalición Nacional Siria. Hoy Siria es de hecho un campo de batalla de fuerzas extranjeras, pero no sólo por los intereses de ese eje árabe, sino también porque el propio presidente ha invitado a luchar con él a la alianza chiíta de Irán y la milicia libanesa Hezbolá. El equilibrio de poderes, en un año, ha cambiado notablemente. De ver cómo las potencias occidentales contaban los días para su derrumbe, El Asad acaricia ahora una victoria gracias a la toma de puntos y caminos estratégicos como la localidad de Qusair y la cartera de Damasco a la provincia costera de Latakia.
“Los saudíes han llegado a la conclusión de que la toma de Damasco es ya casi imposible”, opina Sami Moubayed, analista sirio e investigador en el Instituto Europeo de Investigación sobre Cooperación Euro-Árabe y el Mediterráneo. “Los rebeldes respaldados por Arabia Saudí están además luchando en dos frentes: contra el régimen y contra los grupos yihadistas. Es claramente una batalla cuesta arriba. El problema se encuentra en Arabia Saudí. El rey está enfermo. El país está en manos de distintos príncipes que tienen sus cuentas pendientes con el régimen sirio y carecen de una política unitaria. Mientras, los iraníes están decididos a no dar a los saudíes una victoria en Siria”.
El Observatorio Sirio de Derechos Humanos ha contabilizado desde el 15 de diciembre 517 muertos por los mortíferos barriles cargados de explosivos que el régimen lanza desde helicópteros en Alepo. Esa carnicería presagia muy malos resultados en la esperada cumbre de paz que tendrá lugar en Suiza el 22 de enero, a la que en principio acudirán representantes del régimen y la Coalición Nacional Siria. Estados Unidos y la Unión Europea ya no saben muy bien qué esperar de esa cumbre, pues ninguna de las partes quiere hablar a estas alturas de reconciliación.
“No estoy seguro de que se vaya a ver paz alguna en Siria, o que las conversaciones de paz vayan a dar resultado alguno, si no se frena al régimen”, asegura a este diario Sinan Hatahet, portavoz de la opositora Coalición Nacional. “Las pasadas semanas hemos visto un incremento de ataques contra civiles como pocos en este conflicto. ¿Cómo vamos a hablar así de reconciliación? No puede haberla hasta que el régimen entienda que está llegando a su fin en el plano político y el militar”.
Ese fin del régimen, sin embargo, es hoy en día nada más que un deseo opositor. Y en las conversaciones de paz no tendrá presencia alguna un actor ya protagonista en este conflicto: las brigadas yihadistas que se nutren de islamistas extranjeros y han impuesto su estricta interpretación de la ley islámica en los bastiones que controlan, como Raqqa, al norte.
Hace un año, los rebeldes trataban de llevar su lucha hasta el corazón mismo del régimen, haciendo escaramuzas cerca de la capital. Sabían que El Asad depende altamente de la intensidad de su control sobre Damasco. “El año pasado comenzó con el régimen perdiendo el control del país y los rebeldes reforzados en las fronteras del sur y, sobre todo, del norte. Ahora los rebeldes han quedado notablemente debilitados por la presencia entre sus rangos de yihadistas”, asegura el historiador y profesor en la universidad de Harvard Roger Owen. “Ahora El Asad tiene sus miras puestas en esas fronteras. Es su prioridad reforzarse cerca de Turquía. Y lo importante es que tiene un ejército lo suficientemente fuerte como para seguir ganando terreno. Incluso ha llegado a emplear el terror de las armas químicas. Eso da idea de su propia determinación”.
Pero ni siquiera el uso de armas químicas ha sido el catalizador que los rebeldes esperaban. Barack Obama prometió actuar si El Asad las empleada. Los informes de Naciones Unidas indican, de forma indirecta, que la empleó varias veces, y que sólo en la provincia de Damasco, en agosto, provocaron cientos de muertes entre la población civil. Pero en lugar de atacar a Damasco con misiles, la Casa Blanca aceptó entrar en negociaciones con el régimen con la mediación de Rusia, que logró el desarme químico que ahora está en marcha. Su arsenal es uno de los mayores del mundo. Pero en los recientes meses ha quedado claro que El Asad no lo necesita para seguir golpeando a las zonas disputadas con su tan anunciado puño de hierro.