Bruselas acusa a Berlín de obstaculizar la recuperación
Alemania se enroca contra las críticas, pese a que el Gobierno prepara estímulos a la demanda
Claudi Pérez / Juan Gómez
Bruselas / Berlín, El País
Alemania, que tantas veces, con tanta dureza y probablemente con tanta razón ha atacado la década de excesos que desembocaron en la crisis del euro, ve ahora cómo sus propios excesos reciben sonoros reproches en los foros internacionales, y empieza a estar bajo presión incluso en casa. Con las cautelas acostumbradas cuando se señala al líder indiscutido de la Unión, la Comisión Europea activó este miércoles un mecanismo de alerta por los desequilibrios económicos alemanes. En particular, por el enorme superávit exterior. A juicio de Bruselas, la abultada diferencia entre exportaciones e importaciones (que asciende al 7% del PIB: mayor que en China) obstaculiza la salida de la crisis de la eurozona. Esa amonestación, que se suma a las recientes críticas de EE UU y del FMI, desató una reacción airada al otro lado del Rin, pese a que apenas tiene consecuencias a efectos prácticos.
La Comisión incluye a Alemania entre las 16 economías europeas cuyos desajustes requieren un análisis en profundidad, encabezadas por España y Eslovenia. Y seguidas de cerca por dos de los grandes países, Italia y Francia, a quienes Bruselas conmina a hacer reformas de inmediato. Alemania, su fenomenal industria exportadora y su anémica demanda interna se incorporan ahora a ese pelotón. Berlín será objeto de un examen detallado: nada más, de momento. Y nada menos: “El gran superávit alemán”, en opinión de Bruselas, “puede poner presión para que el euro se aprecie”. Y eso hace más difícil “la recuperación de la competitividad en la periferia pese a la devaluación interna”.
Con esa premisa en mente, la Comisión estudiará si esos desequilibrios son —o no— perjudiciales para la eurozona. Si es así, la próxima primavera hará una serie de recomendaciones, algo inédito para Berlín y políticamente delicado en un país que no solo se siente en posesión de un modelo económico ganador, sino que ha conseguido que toda Europa intente copiarlo con la inestimable ayuda de Bruselas. De ahí el guante de seda en la Comisión: “Europa necesita más Alemanias”, dijo el presidente de la Comisión, José Manuel Barroso. “El problema no es la competitividad alemana, ni sus exportaciones”, aclaró. “El problema es que Alemania podría hacer más por el reajuste de la economía europea estimulando su demanda interna”.
Bruselas, en fin, reclama subidas salariales, inversión pública y privada (con Alemania a la cola de Europa en ambos indicadores) y reformas para abrir el sector servicios a la competencia. En otras palabras: quiere que Berlín empiece a estimular su economía, en un país más proclive a conjugar el verbo recortar. Tanto Barroso como el vicepresidente Olli Rehn extremaron las precauciones en un momento complicado, en plenas negociaciones para la formación de Gobierno, pero el análisis preliminar de Bruselas es contundente, con potenciales desequilibrios en cuatro áreas: el citado superávit comercial, la deuda pública, la depreciación del tipo de cambio real y, paradójicamente, las pérdidas en los mercados de exportación.
La Comisión, que fue incapaz de hacer una sola autocrítica sobre su gestión de la crisis y repitió la letanía de las últimas semanas —en la línea del lo peor ya ha pasado gracias a los recortes y reformas decretados—, sigue convencida de que la política es una especie de patio trasero de las ideas económicas dominantes en Bruselas. Olli Rehn lamentó ante la prensa la “excesiva politización” del asunto del superávit alemán. Y Barroso se mostró confiado en que Alemania “comparta el enfoque” de la Comisión. Nada más lejos de la realidad: pese a que los grandes partidos alemanes preparan medidas en la línea de generar más demanda —tal como pide Bruselas—, la primera reacción de sus dirigentes fue negativa.
La decisión de Bruselas levantó ampollas en Berlín. En la Unión Demócrata Cristiana de la canciller Angela Merkel (CDU) fue el secretario general, Hemann Gröhe, el encargado de asegurar que la capacidad exportadora alemana es “la base del bienestar” en Alemania. “No es posible fortalecer Europa a costa de debilitar a Alemania”, dijo Alexander Dobrindt (CSU). En el Partido Socialdemócrata (SPD), la secretaria general Andrea Nahles cerró filas al afirmar que no hay “ninguna necesidad de actuar” contra el superávit comercial.
Tampoco faltó a la cita el presidente del Bundesbank (el banco central), Jens Weidmann: “La creciente demanda de productos alemanes parte, sobre todo, de terceros países”. Eso es cierto a medias: un 40% del saldo exterior procede de la eurozona; un 30%, a los países de la UE que no pertenecen a la moneda única, y el 30% adicional al resto del mundo. Weidmann, antiguo consejero de la canciller Merkel, advirtió de que el superávit comercial respecto a los países de la Eurozona se ha reducido a la mitad desde 2009. Sugiere así que un aumento de la demanda interna estimularía más a países como EE UU o China que a los socios europeos.
Más duros fueron los “cinco sabios” que asesoran al Gobierno en asuntos económicos: en un documento de unas 500 páginas, esa especie de senado de economistas clamó este miércoles contra la introducción de un salario mínimo (que negocian la CDU y el SPD), criticó con dureza los planes fiscales de los dos grandes partidos y reclamó más ajustes en el sector público. Volker Wieland, uno de los sabios, resumió el sentir de los expertos: reclamó “dejar espacio al mercado”. Solo Peter Bofinger, miembro del mismo comité, criticó los “problemas” que el gran superávit alemán provoca también en casa: “Ahorramos demasiado y este dinero se invierte en el extranjero”, con el consiguiente riesgo de alimentar burbujas especulativas fuera del país y la merma de la inversión pública y privada en la propia Alemania.
Lo curioso del caso es que Berlín fue uno de los grandes impulsores de los mecanismos de alerta para detectar y corregir desequilibrios en la eurozona. El semanario Der Spiegel puso el dedo en la llaga en un artículo crítico contra los “políticos y empresarios” que argumentan “que van a castigar a Alemania por su éxito”: “Los líderes de la lamentación olvidan que ellos mismos se han dado la regla de vigilar los superávit comerciales desmedidos”.
El debate político está garantizado. Y el académico: Daniel Gros, director del CEPS, explica que el superávit alemán está por encima del 6% del PIB desde hace tiempo: “Eso justifica la medida, pero más allá de las reacciones políticas y del enorme eco en los medios no hay mucho que hacer”. Frente a una parte de los economistas que consideran insustancial esa alerta, y a los muchos que la ven incluso contraproducente, Paul De Grauwe, de la London School of Economics, resume el sentir de quienes que creen que Bruselas da en el clavo: “La aplicación simultánea de los programas de austeridad ha llevado a una fuerte caída de la demanda agregada: el único país que podría compensar eso es Alemania. Pero al mantener grandes superávits, su demanda es anémica: todo esto obstaculiza la salida de la crisis de los países con problemas, obligados a aplicar una mayor austeridad de la que sería necesaria”. “Alemania dificulta el reajuste de la eurozona y hace que la política de recortes sea bastante ineficaz. Ya va siendo hora de que los políticos europeos envíen a la troika a Berlín”, cierra con afilada ironía.
Claudi Pérez / Juan Gómez
Bruselas / Berlín, El País
Alemania, que tantas veces, con tanta dureza y probablemente con tanta razón ha atacado la década de excesos que desembocaron en la crisis del euro, ve ahora cómo sus propios excesos reciben sonoros reproches en los foros internacionales, y empieza a estar bajo presión incluso en casa. Con las cautelas acostumbradas cuando se señala al líder indiscutido de la Unión, la Comisión Europea activó este miércoles un mecanismo de alerta por los desequilibrios económicos alemanes. En particular, por el enorme superávit exterior. A juicio de Bruselas, la abultada diferencia entre exportaciones e importaciones (que asciende al 7% del PIB: mayor que en China) obstaculiza la salida de la crisis de la eurozona. Esa amonestación, que se suma a las recientes críticas de EE UU y del FMI, desató una reacción airada al otro lado del Rin, pese a que apenas tiene consecuencias a efectos prácticos.
La Comisión incluye a Alemania entre las 16 economías europeas cuyos desajustes requieren un análisis en profundidad, encabezadas por España y Eslovenia. Y seguidas de cerca por dos de los grandes países, Italia y Francia, a quienes Bruselas conmina a hacer reformas de inmediato. Alemania, su fenomenal industria exportadora y su anémica demanda interna se incorporan ahora a ese pelotón. Berlín será objeto de un examen detallado: nada más, de momento. Y nada menos: “El gran superávit alemán”, en opinión de Bruselas, “puede poner presión para que el euro se aprecie”. Y eso hace más difícil “la recuperación de la competitividad en la periferia pese a la devaluación interna”.
Con esa premisa en mente, la Comisión estudiará si esos desequilibrios son —o no— perjudiciales para la eurozona. Si es así, la próxima primavera hará una serie de recomendaciones, algo inédito para Berlín y políticamente delicado en un país que no solo se siente en posesión de un modelo económico ganador, sino que ha conseguido que toda Europa intente copiarlo con la inestimable ayuda de Bruselas. De ahí el guante de seda en la Comisión: “Europa necesita más Alemanias”, dijo el presidente de la Comisión, José Manuel Barroso. “El problema no es la competitividad alemana, ni sus exportaciones”, aclaró. “El problema es que Alemania podría hacer más por el reajuste de la economía europea estimulando su demanda interna”.
Bruselas, en fin, reclama subidas salariales, inversión pública y privada (con Alemania a la cola de Europa en ambos indicadores) y reformas para abrir el sector servicios a la competencia. En otras palabras: quiere que Berlín empiece a estimular su economía, en un país más proclive a conjugar el verbo recortar. Tanto Barroso como el vicepresidente Olli Rehn extremaron las precauciones en un momento complicado, en plenas negociaciones para la formación de Gobierno, pero el análisis preliminar de Bruselas es contundente, con potenciales desequilibrios en cuatro áreas: el citado superávit comercial, la deuda pública, la depreciación del tipo de cambio real y, paradójicamente, las pérdidas en los mercados de exportación.
La Comisión, que fue incapaz de hacer una sola autocrítica sobre su gestión de la crisis y repitió la letanía de las últimas semanas —en la línea del lo peor ya ha pasado gracias a los recortes y reformas decretados—, sigue convencida de que la política es una especie de patio trasero de las ideas económicas dominantes en Bruselas. Olli Rehn lamentó ante la prensa la “excesiva politización” del asunto del superávit alemán. Y Barroso se mostró confiado en que Alemania “comparta el enfoque” de la Comisión. Nada más lejos de la realidad: pese a que los grandes partidos alemanes preparan medidas en la línea de generar más demanda —tal como pide Bruselas—, la primera reacción de sus dirigentes fue negativa.
La decisión de Bruselas levantó ampollas en Berlín. En la Unión Demócrata Cristiana de la canciller Angela Merkel (CDU) fue el secretario general, Hemann Gröhe, el encargado de asegurar que la capacidad exportadora alemana es “la base del bienestar” en Alemania. “No es posible fortalecer Europa a costa de debilitar a Alemania”, dijo Alexander Dobrindt (CSU). En el Partido Socialdemócrata (SPD), la secretaria general Andrea Nahles cerró filas al afirmar que no hay “ninguna necesidad de actuar” contra el superávit comercial.
Tampoco faltó a la cita el presidente del Bundesbank (el banco central), Jens Weidmann: “La creciente demanda de productos alemanes parte, sobre todo, de terceros países”. Eso es cierto a medias: un 40% del saldo exterior procede de la eurozona; un 30%, a los países de la UE que no pertenecen a la moneda única, y el 30% adicional al resto del mundo. Weidmann, antiguo consejero de la canciller Merkel, advirtió de que el superávit comercial respecto a los países de la Eurozona se ha reducido a la mitad desde 2009. Sugiere así que un aumento de la demanda interna estimularía más a países como EE UU o China que a los socios europeos.
Más duros fueron los “cinco sabios” que asesoran al Gobierno en asuntos económicos: en un documento de unas 500 páginas, esa especie de senado de economistas clamó este miércoles contra la introducción de un salario mínimo (que negocian la CDU y el SPD), criticó con dureza los planes fiscales de los dos grandes partidos y reclamó más ajustes en el sector público. Volker Wieland, uno de los sabios, resumió el sentir de los expertos: reclamó “dejar espacio al mercado”. Solo Peter Bofinger, miembro del mismo comité, criticó los “problemas” que el gran superávit alemán provoca también en casa: “Ahorramos demasiado y este dinero se invierte en el extranjero”, con el consiguiente riesgo de alimentar burbujas especulativas fuera del país y la merma de la inversión pública y privada en la propia Alemania.
Lo curioso del caso es que Berlín fue uno de los grandes impulsores de los mecanismos de alerta para detectar y corregir desequilibrios en la eurozona. El semanario Der Spiegel puso el dedo en la llaga en un artículo crítico contra los “políticos y empresarios” que argumentan “que van a castigar a Alemania por su éxito”: “Los líderes de la lamentación olvidan que ellos mismos se han dado la regla de vigilar los superávit comerciales desmedidos”.
El debate político está garantizado. Y el académico: Daniel Gros, director del CEPS, explica que el superávit alemán está por encima del 6% del PIB desde hace tiempo: “Eso justifica la medida, pero más allá de las reacciones políticas y del enorme eco en los medios no hay mucho que hacer”. Frente a una parte de los economistas que consideran insustancial esa alerta, y a los muchos que la ven incluso contraproducente, Paul De Grauwe, de la London School of Economics, resume el sentir de quienes que creen que Bruselas da en el clavo: “La aplicación simultánea de los programas de austeridad ha llevado a una fuerte caída de la demanda agregada: el único país que podría compensar eso es Alemania. Pero al mantener grandes superávits, su demanda es anémica: todo esto obstaculiza la salida de la crisis de los países con problemas, obligados a aplicar una mayor austeridad de la que sería necesaria”. “Alemania dificulta el reajuste de la eurozona y hace que la política de recortes sea bastante ineficaz. Ya va siendo hora de que los políticos europeos envíen a la troika a Berlín”, cierra con afilada ironía.