¿Brotes verdes de verdad?

Superar la recesión es una buena noticia. No cabe racanear. Ni tampoco embriagarse

Xavier Vidal-Folch, El País
Ciudadanos: no ridiculicemos los brotes verdes,no racaneemos contra nosotros mismos. El fin de la recesión, aunque sea por una solitaria décima, es una buena noticia. Más que por sí misma, porque tocar fondo (en PIB; iremos viendo en las demás variables) y subir algo aunque sea desde mucho menos de cero es requisito indispensable: para que luego la economía crezca de verdad, se relance y al cabo se recupere de los precipicios en que todavía chapoteará durante tiempo. Sin pasar por el cero no se sube nunca al uno.


Ministros: no os emborrachéis ni nos mareéis, que salir de la recesión (romper la caída del PIB consecutiva de al menos dos trimestres, y llevábamos nueve) no es superar la crisis, como propaga el siempre estupendo Cristóbal Montoro. Porque el 0,1% es estancamiento, el consumo interno está parado, el paro nos consume.

Economistas: analizad la debilidad de la trasrecesión, la vulnerabilidad de los actuales brotes verdes, mirando al pasado inmediato: para ser prudentes. Pese a que aún resuenan ciertas carcajadas inmisericordes, hubo una anterior ronda de auténticos brotes verdes. Era bajo Zapatero, aunque moleste. Entre el segundo trimestre de 2010 y el segundo de 2011, la economía creció no una, sino más de seis décimas, y el PIB se encaramó a un 0,6% positivo. ¿Qué ocurrió? El 11 de marzo de 2011 explosionó Fukushima y se multiplicó la incertidumbre. El 19 de marzo Occidente bombardeó Libia y el petróleo se disparó. El 7 de abril, Portugal pidió el rescate. Y la Unión Europea se precipitó, con la segunda crisis griega, hacia el abismo del miedo a la ruptura del euro.

Los brotes verdes españoles se secaron de súbito. Y nos sumimos en una segunda ronda de la Gran Recesión. Hasta hoy. Si el enfermo deja la fiebre, pero sigue débil, cualquier corriente lo devuelve a la UVI.

¿Hay riesgo de marcha atrás? Lo hay. Pero menos que entonces. Veamos por qué vamos algo menos peor. Internamente, se ha realizado una gran devaluación interna desde mayo de 2010, con dos Gobiernos de signo opuesto al frente. El sacrificio social (paro) y económico (mortalidad empresarial) ha sido brutal. Junto a las alzas impositivas, el adelgazamiento, y los recortes de las Administraciones (autonómica y municipal, mucho menos la central) han deprimido la actividad, pero también han generado mayor competitividad. Los costes laborales unitarios se han reducido a la brava (vía desempleo) recuperando niveles europeos comparables de antes del aznarato. Faltará ahora evitar la servidumbre de la gleba y añadir tecnología y organización para mejorar esa competitividad recobrada. Pero hay mucho hecho, incluida alguna reforma (muchas van siendo a peor) como la financiera, eficaz también gracias al aval y tutela de Bruselas; y la activación de un único motor, el exportador (ya un tercio del PIB). Aunque los sacrificios han sido demasiado desiguales. En dolor.

Quizá más decisivo que el esfuerzo interno haya sido el factor europeo: la debacle de la eurozona y de España empezó a sortearse cuando el presidente del BCE, Jean Claude-Trichet, le espetó a Angela Merkel en la cancillería, el 21 de julio de 2011: “Le digo que ha gestionado fatal la crisis”, y la indujo a dar el segundo rescate a Grecia, como narra Arnaud Leparmentier (“Ces fraçais, fossoyeurs de l'euro”, Plon, 2013). Y Fráncfort compró deuda española en el mercado secundario.

Las inyecciones masivas de liquidez a la banca lanzadas por su sucesor Mario Draghi en diciembre de 2011 y febrero de 2012, hasta un billón de euros, que tanto molestaron al Bundesbank; su anuncio del programa OMT para comprar cuanta deuda pública conviniese, impugnado ante el Tribunal Constitucional por el mismo Buba; las garantías de Draghi, Merkel y demás, de que el euro no caería; y el rescate de los europeos a la banca española por 40.000 millones largos de euros (los usados, de 100.000 prestados) hicieron el resto. No hizo falta un rescate-país, en buena medida porque la UE ya se había rescatado con todo ello a sí misma y a sus socios.

¿Qué esfuerzos adicionales tocan ahora para convertir este respiro decimal en relanzamiento verdadero? Internamente, habría que volver a la economía real, a la financiación de las empresas, a la política industrial, a los consensos básicos: todo eso de lo que apenas se discute.

En cuanto al vecindario, atención a Alemania. Nuestro Gobierno debiera apoyar que el pacto de gran coalición cristianodemócrata/socialdemócrata (CDU-CSU/SPD) en ciernes incorpore el mayor número posible de los 10 mandamientos propuestos por los socialdemócratas.

Así, el aumento del gasto en infraestructuras domésticas que repare la cutrería de autovías y canales fluviales; la implantación de un salario mínimo de 8,5 euros hora que corrija al menos en parte la devaluación salarial de la Agenda 2010 de Gerhard Schröder y sobre todo, la semiesclavitud de algunos minijobs; y una nueva agenda para el crecimiento europeo: todo ello revierte en más consumo. Es estímulo de la demanda. Es más crecimiento. Es engrasar la máquina de la economía, también la europea, y de los países socios exportadores, como este de aquí abajo.

Pequeños cambios como esos —ninguno de los actores parece postular un vuelco absoluto— pueden abrir bastante margen a la política económica e inducir efectos notables. Al menos, el de matizar, suavizar o acotar la monolítica obsesión de la austeridad. Pero claro, siempre que no se trate de cuantías meramente simbólicas. Lo último que se pierde es la esperanza.

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