El acuerdo de Oslo cumple 20 años entre el desencanto de israelíes y palestinos
Tras dos décadas las provisiones temporales se han convertido en la norma
Israelíes y palestinos han vuelto a negociar a instancias de EE UU en semanas recientes
David Alandete
Jerusalén, El País
En cinco años, se debía haber llegado a un acuerdo permanente y se debía haber procedido a crear un Estado palestino en Gaza y Cisjordania. Han pasado 20, y casi todo lo que iba a ser transitorio se ha convertido en la norma imperante. Se cumplen hoy dos décadas del apretón de manos entre Isaac Rabin y Yasir Arafat en los jardines de la Casa Blanca, que selló los acuerdos de Oslo y debía haber sentado los cimientos de un Estado palestino independiente que fuera en tiempos de paz un vecino que garantizara la seguridad de Israel. Hoy, la división sólo ha crecido. En Gaza gobiernan los islamistas de Hamás. En Cisjordania Al Fatá no convoca elecciones desde 2006 y no hay sobre la mesa más acuerdo definitivo que el de volver a negociar, a instancias de Estados Unidos, con las expectativas más bajas de los años recientes.
Una de las claves del éxito negociador que llevó a Oslo fue la discreción. Tras la conferencia de paz de Madrid de 1991, representantes israelíes y palestinos se reunieron en secreto durante meses en Noruega, en el instituto Fafo, lejos de los focos y libres para sentar las bases de un acuerdo. Lo lograron, y en ambas partes se requirió el valor de dos líderes, Issac Rabin y Yasir Arafat, para reconocerse mutuamente en Washington y mirar al futuro. Si ambos, ya fallecidos, posaran sus ojos en la zona estos días verían cómo no hay doctrina compartida en mayor grado por ambos bandos que un profundo escepticismo. En julio, israelíes y palestinos aceptaron, con reticencias, volver a la mesa negociadora, a instancias del secretario de Estado norteamericano John Kerry, tras tres años sin dialogar.
El conflicto ya no se mide en años, sino en décadas, y las esperanzas se han ido drenando, hasta el punto de que el terreno fértil de Oslo se ha convertido hace mucho tiempo en un erial. A ello han contribuido factores como la ocupación, la segunda intifada que mató a más de 1.000 israelíes o las provocaciones y guerras de Hamás que sucedieron a la retirada de Gaza.
Ambas partes negocian estos días supeditadas a su bagaje, problemas e impedimentos. Israel, sometido por el refuerzo de su derecha política en estas dos décadas, con el propio Benjamín Netanyahu convertido en asuntos de paz en un centrista por mera comparación con sus socios de coalición, entre ellos los representantes políticos de los 500,000 colonos que ocupan Jerusalén Este y Cisjordania. Palestina, sin la legitimidad de un proceso democrático o electoral, representado solo en las negociaciones el gobierno de Mahmud Abbas en Cisjordania, quedando aislado en Gaza Hamás, responsable del aislamiento y la deriva islamista de la Franja.
El gran problema de Oslo, 20 años después, venía ya reflejado en el título de los acuerdos, ‘Declaración de Principios sobre las Disposiciones relacionadas con un Gobierno Autónomo Provisional’. La provisionalidad, crónica, ha llevado a punto muerto. Según las divisiones territoriales desarrolladas tras Oslo, la Autoridad Palestina sólo controla, y no plenamente, el 40% de Cisjordania, las llamadas zonas A y B. Los asentamientos de colonos en áreas bajo supervisión israelí crecen ajenos a la indignación de la comunidad internacional. El estancamiento de las negociaciones, tras los fracasos posteriores a cumbres como las de Camp David en 2000 y Annapolis en 2007, ha dejado a las autoridades palestinas con solo un arma que consideran efectiva: los avances unilaterales.
“Avances unilaterales” son dos palabras anatema en los círculos gubernamentales y diplomáticos de Israel. Son la ruptura sobre el terreno de Oslo, con el momento cumbre de la aceptación de Palestina en la Asamblea General de Naciones Unidas como ‘estado observador no miembro’ el año pasado. Abbas daba a entender que podría seguir avanzando, una a una, en todo el rosario de instituciones internacionales que podría llevarle a contar con un Estado de facto, a pesar de la ocupación militar israelí. Entre sus cartas, la más valiosa ha sido la del Tribunal Penal de La Haya, donde los palestinos han amagado con llevar a Israel por supuestos crímenes de guerra.
El caso es que hay un consenso tácito entre muchos oficiales israelíes y palestinos: han pasado 20 años, pero las cosas no pueden permanecer como están para siempre. Palestina, dividida. Los asentamientos de colonos judíos creciendo. La ultraderecha de Israel reclamando como propio no sólo todo Jerusalén, sino también toda Cisjordania, donde habitan 2,3 millones de palestinos. Con la ocupación eternizada o la anexión como una posibilidad, Israel no podría mantener aquello que le hace excepcional en la zona, la voluntad de ser un país tan democrático como judío.
Ese ha sido el gran argumento de la Casa Blanca para forzar a ambas partes a volver a la mesa de negociaciones. Lo dijo en junio Kerry: “Si no tenemos éxito hoy, puede que no volvamos a tener una oportunidad”. Y lo había expresado Barack Obama en su primera visita como presidente a Jerusalén en marzo: “Dada la demografía al oeste del río Jordan, el único medio para que Israel perviva y crezca como un Estado judío y democrático es a través de la consecución de un Estado palestino independiente y viable”. Ambas partes parecen saberlo, de lo contrario no habrían accedido, tras tantos intentos, a volver a negociar, una vez más, esperando, sin muchas ilusiones, que esta sea la definitiva.
Israelíes y palestinos han vuelto a negociar a instancias de EE UU en semanas recientes
David Alandete
Jerusalén, El País
En cinco años, se debía haber llegado a un acuerdo permanente y se debía haber procedido a crear un Estado palestino en Gaza y Cisjordania. Han pasado 20, y casi todo lo que iba a ser transitorio se ha convertido en la norma imperante. Se cumplen hoy dos décadas del apretón de manos entre Isaac Rabin y Yasir Arafat en los jardines de la Casa Blanca, que selló los acuerdos de Oslo y debía haber sentado los cimientos de un Estado palestino independiente que fuera en tiempos de paz un vecino que garantizara la seguridad de Israel. Hoy, la división sólo ha crecido. En Gaza gobiernan los islamistas de Hamás. En Cisjordania Al Fatá no convoca elecciones desde 2006 y no hay sobre la mesa más acuerdo definitivo que el de volver a negociar, a instancias de Estados Unidos, con las expectativas más bajas de los años recientes.
Una de las claves del éxito negociador que llevó a Oslo fue la discreción. Tras la conferencia de paz de Madrid de 1991, representantes israelíes y palestinos se reunieron en secreto durante meses en Noruega, en el instituto Fafo, lejos de los focos y libres para sentar las bases de un acuerdo. Lo lograron, y en ambas partes se requirió el valor de dos líderes, Issac Rabin y Yasir Arafat, para reconocerse mutuamente en Washington y mirar al futuro. Si ambos, ya fallecidos, posaran sus ojos en la zona estos días verían cómo no hay doctrina compartida en mayor grado por ambos bandos que un profundo escepticismo. En julio, israelíes y palestinos aceptaron, con reticencias, volver a la mesa negociadora, a instancias del secretario de Estado norteamericano John Kerry, tras tres años sin dialogar.
El conflicto ya no se mide en años, sino en décadas, y las esperanzas se han ido drenando, hasta el punto de que el terreno fértil de Oslo se ha convertido hace mucho tiempo en un erial. A ello han contribuido factores como la ocupación, la segunda intifada que mató a más de 1.000 israelíes o las provocaciones y guerras de Hamás que sucedieron a la retirada de Gaza.
Ambas partes negocian estos días supeditadas a su bagaje, problemas e impedimentos. Israel, sometido por el refuerzo de su derecha política en estas dos décadas, con el propio Benjamín Netanyahu convertido en asuntos de paz en un centrista por mera comparación con sus socios de coalición, entre ellos los representantes políticos de los 500,000 colonos que ocupan Jerusalén Este y Cisjordania. Palestina, sin la legitimidad de un proceso democrático o electoral, representado solo en las negociaciones el gobierno de Mahmud Abbas en Cisjordania, quedando aislado en Gaza Hamás, responsable del aislamiento y la deriva islamista de la Franja.
El gran problema de Oslo, 20 años después, venía ya reflejado en el título de los acuerdos, ‘Declaración de Principios sobre las Disposiciones relacionadas con un Gobierno Autónomo Provisional’. La provisionalidad, crónica, ha llevado a punto muerto. Según las divisiones territoriales desarrolladas tras Oslo, la Autoridad Palestina sólo controla, y no plenamente, el 40% de Cisjordania, las llamadas zonas A y B. Los asentamientos de colonos en áreas bajo supervisión israelí crecen ajenos a la indignación de la comunidad internacional. El estancamiento de las negociaciones, tras los fracasos posteriores a cumbres como las de Camp David en 2000 y Annapolis en 2007, ha dejado a las autoridades palestinas con solo un arma que consideran efectiva: los avances unilaterales.
“Avances unilaterales” son dos palabras anatema en los círculos gubernamentales y diplomáticos de Israel. Son la ruptura sobre el terreno de Oslo, con el momento cumbre de la aceptación de Palestina en la Asamblea General de Naciones Unidas como ‘estado observador no miembro’ el año pasado. Abbas daba a entender que podría seguir avanzando, una a una, en todo el rosario de instituciones internacionales que podría llevarle a contar con un Estado de facto, a pesar de la ocupación militar israelí. Entre sus cartas, la más valiosa ha sido la del Tribunal Penal de La Haya, donde los palestinos han amagado con llevar a Israel por supuestos crímenes de guerra.
El caso es que hay un consenso tácito entre muchos oficiales israelíes y palestinos: han pasado 20 años, pero las cosas no pueden permanecer como están para siempre. Palestina, dividida. Los asentamientos de colonos judíos creciendo. La ultraderecha de Israel reclamando como propio no sólo todo Jerusalén, sino también toda Cisjordania, donde habitan 2,3 millones de palestinos. Con la ocupación eternizada o la anexión como una posibilidad, Israel no podría mantener aquello que le hace excepcional en la zona, la voluntad de ser un país tan democrático como judío.
Ese ha sido el gran argumento de la Casa Blanca para forzar a ambas partes a volver a la mesa de negociaciones. Lo dijo en junio Kerry: “Si no tenemos éxito hoy, puede que no volvamos a tener una oportunidad”. Y lo había expresado Barack Obama en su primera visita como presidente a Jerusalén en marzo: “Dada la demografía al oeste del río Jordan, el único medio para que Israel perviva y crezca como un Estado judío y democrático es a través de la consecución de un Estado palestino independiente y viable”. Ambas partes parecen saberlo, de lo contrario no habrían accedido, tras tantos intentos, a volver a negociar, una vez más, esperando, sin muchas ilusiones, que esta sea la definitiva.