ANÁLISIS / Un papa no papa
El pontífice no solo afirma que es “pecador”, sino que confiesa sus pecados y los enumera sin pudor
Juan Arias, El País
Con su larga entrevista a La Civiltà Cattolica, el papa Francisco ha hecho en realidad una confesión pública. Y eso es algo nuevo en la Iglesia. No solo afirma que es “pecador”, algo que podría sonar a retórica, sino que confiesa sus pecados y los enumera sin pudor. Más aún, como en toda verdadera confesión, promete no repetirlos, sobre todo después de haber “aprendido de la vida”. Estamos, guste o no, ante un papa no papa, si lo comparamos con los otros papas de la historia.
Ya alguien ha dicho en Roma que espera que al próximo sucesor de Pedro “le dejen volver a ser papa”. A Francisco no lo consideran como tal. Y él, hace de todo para no parecerlo. Hasta le cuesta llamarse tal. Por eso, habla y da entrevistas como si no lo fuera. Los papas medían sus palabras, decían sin decir, jamás confesaban haberse equivocado.
¿Cuándo se ha visto a un papa definirse políticamente: “Nunca he sido de derechas”? ¿O confesar que había sido tachado de ultraconservador pero por culpa suya, porque reaccionaba sin “escuchar”, actuando “autoritariamente”? Confiesa que le faltaba experiencia y era precipitado en sus juicios y acciones.
Francisco traza él mismo su perfil humano, social y político, al mismo tiempo que pergeña la Iglesia que desearía vivieran sus seguidores. Una Iglesia, sobre todo, capaz de “saber escuchar”, actuando con “misericordia”, en vez de ir siempre con la condena en la boca. Y sensible a los que no piensan como él. Lo que quizás más choca es el lenguaje que usa Francisco, duro solo cuando critica a los eclesiásticos como meros “funcionarios”, como fríos “analistas de laboratorios”, en vez de ser médicos en “un hospital de guerra”.
Le gusta la figura del pastor y la define sin ambigüedad: tiene que estar dispuesto a “curar heridas”, ofrecer “cercanía”, en vez de alejar con su aspecto de burócrata de la fe, algo que debe haber sonado a Viernes Santo en la curia romana. Y siempre bajo el lema de la comprensión: “¿Quién soy yo para juzgar?”. Y usa para hablar el lenguaje de la calle llegando a utilizar la expresión, en la polémica feminista, de “machismo con faldas”.
He conocido, con Francisco, a siete papas, y es la primera vez que advierto que es un papa que parece esforzarse en sus palabras y gestos para no serlo. Él se siente más cercano al profeta de Nazaret que al papa Rey. Como me decía un no católico en Río, durante su último viaje, Francisco parece “auténtico”, sin posar. La impresión que da en esta misma entrevista es que es papa, que “cree” en lo que dice y lo practica.
¿La afirmación más fuerte de su entrevista? Quizás cuando dice: “No se puede hablar de la pobreza sin experimentarla”. Toda una encíclica que no dejará de escocer en más de un círculo eclesiástico.
Juan Arias, El País
Con su larga entrevista a La Civiltà Cattolica, el papa Francisco ha hecho en realidad una confesión pública. Y eso es algo nuevo en la Iglesia. No solo afirma que es “pecador”, algo que podría sonar a retórica, sino que confiesa sus pecados y los enumera sin pudor. Más aún, como en toda verdadera confesión, promete no repetirlos, sobre todo después de haber “aprendido de la vida”. Estamos, guste o no, ante un papa no papa, si lo comparamos con los otros papas de la historia.
Ya alguien ha dicho en Roma que espera que al próximo sucesor de Pedro “le dejen volver a ser papa”. A Francisco no lo consideran como tal. Y él, hace de todo para no parecerlo. Hasta le cuesta llamarse tal. Por eso, habla y da entrevistas como si no lo fuera. Los papas medían sus palabras, decían sin decir, jamás confesaban haberse equivocado.
¿Cuándo se ha visto a un papa definirse políticamente: “Nunca he sido de derechas”? ¿O confesar que había sido tachado de ultraconservador pero por culpa suya, porque reaccionaba sin “escuchar”, actuando “autoritariamente”? Confiesa que le faltaba experiencia y era precipitado en sus juicios y acciones.
Francisco traza él mismo su perfil humano, social y político, al mismo tiempo que pergeña la Iglesia que desearía vivieran sus seguidores. Una Iglesia, sobre todo, capaz de “saber escuchar”, actuando con “misericordia”, en vez de ir siempre con la condena en la boca. Y sensible a los que no piensan como él. Lo que quizás más choca es el lenguaje que usa Francisco, duro solo cuando critica a los eclesiásticos como meros “funcionarios”, como fríos “analistas de laboratorios”, en vez de ser médicos en “un hospital de guerra”.
Le gusta la figura del pastor y la define sin ambigüedad: tiene que estar dispuesto a “curar heridas”, ofrecer “cercanía”, en vez de alejar con su aspecto de burócrata de la fe, algo que debe haber sonado a Viernes Santo en la curia romana. Y siempre bajo el lema de la comprensión: “¿Quién soy yo para juzgar?”. Y usa para hablar el lenguaje de la calle llegando a utilizar la expresión, en la polémica feminista, de “machismo con faldas”.
He conocido, con Francisco, a siete papas, y es la primera vez que advierto que es un papa que parece esforzarse en sus palabras y gestos para no serlo. Él se siente más cercano al profeta de Nazaret que al papa Rey. Como me decía un no católico en Río, durante su último viaje, Francisco parece “auténtico”, sin posar. La impresión que da en esta misma entrevista es que es papa, que “cree” en lo que dice y lo practica.
¿La afirmación más fuerte de su entrevista? Quizás cuando dice: “No se puede hablar de la pobreza sin experimentarla”. Toda una encíclica que no dejará de escocer en más de un círculo eclesiástico.