Si la naturaleza juega a los dados
La vida de las personas intersexuales depende de que los padres acierten con el sexo que le asignan. La familia de M. eligió varón; erraron.
Emilio de Benito
Alicante, El País
Parece un problema matemático: un niño nace sin genitales claros de chico o chica. ¿Qué probabilidades hay de que los padres acierten? La solución es sencilla: el 50%. Y de ese porcentaje depende que sean personas que crezcan, se eduquen y tengan una imagen social acorde con lo que son y sienten, o que no. Si lo primero sucede, miel sobre hojuelas. Si no, nos encontraríamos ante un caso de una persona intersexual que, generalmente después de una adolescencia muy complicada, debe, al llegar a adulto, ajustar todo —lo que siente, qué sexo le identifica, su apariencia incluso, con quién tiene relaciones— con lo que no se le asignó de pequeño.
En mitad de ese proceso está M., una extremeña de 28 años. Su situación es tan complicada que no quiere dar muchos datos para que no se la identifique. “Mi familia lo ha llevado muy mal. Ahora vivo en un piso compartido con unos amigos”, dice.
A M. la inscribieron como chico al nacer. “He vivido un engaño. Notaba al crecer cosas raras, pero al principio me lo negaba todo”, explica. Tal fue la distorsión de su vida, que todavía está de psicólogos, con depresiones, y en su pasado hay un intento de suicidio. “Lo he pasado muy mal. Todavía estoy en shock”.
“Ahora mismo me siento un 70% mujer y un 30% hombre”
Y eso que ahora, al menos, sabe qué le pasa. “Creía que era transexual, y al ir al hospital Carlos Haya de Málaga para un proceso de reasignación de sexo, me dijeron que no, que era intersexual”, cuenta. Aquello fue hace solo dos años y, desde entonces, M. está intentando ordenar su vida.
“Estaba estudiando un grado universitario, pero eso ha quedado aparcado. En los últimos dos años solo he leído, investigado, visto películas y documentales e ido a grupos de apoyo para personas como yo”, cuenta. “Ahora lo importante es estabilizarme, tomármelo todo con calma”, repite varias veces durante la conversación. “Luego ya acabaré la carrera”.
Mientras eso sucede, M., que ha tenido que dejar la casa familiar ante la incomprensión de sus padres, vive de los ahorros. Pero no es solo la cuestión profesional o económica la que tiene que reajustar. “Siempre me había sentido más atraída por los chicos, pero ahora tengo una posición más holística. Suelo pensar en mí en femenino, pero estoy más abierta a lo que pase. En el fondo, una se enamora de las personas y no importa tanto su sexo. A lo mejor me pasa con una mujer; podría ser”, cuenta.
“Sigo yendo al psicólogo. No sé qué va a pasar después”
Esta nueva situación la refleja al hablar de sí misma. Intercambia el masculino y el femenino. “Ahora mismo me siento un 70% mujer y un 30% hombre”, dice. Lo que no sabe es si eso es solo transitorio —hasta el 100% femenino que llegó a pensar que era su futuro cuando se planteó que era transexual— o será así para siempre. “Sigo yendo al psicólogo. No sé qué va a pasar después”.
De momento, está contenta porque sabe qué le pasa, tiene elementos para ir ordenando su vida. “Mis amigos no han cambiado. Me entienden y me apoyan”, dice orgullosa.
Le queda, entre otras cuestiones, decidir qué va a hacer con su físico. “Mis genitales son casi normales; a lo mejor me opero, o los dejo como están. Ya lo decidiré”. M. cuenta que hay un movimiento, sobre todo entre intersexuales y transexuales más jóvenes, que no buscan una cirugía genital a toda costa, que lo que quieren es hacer vida de acuerdo al género que sienten sin darle tanta importancia a esa parte física.
De hecho, personas que han estudiado el tema, como Gabriel J. Martín —intersexual él también— o José Cabrera, facilitador (representante) en España de la Organización Intersex Internacional, tienen claro que ese tipo de operaciones, las “cosméticas, deben dejarse para el final, para cuando la persona sea adulta; otra cosa es que haya que operar el niño porque tenga cerrada la uretra”, dice Cabrera.
Llevando el caso al extremo, idealmente, para la organización, dadas las situaciones de intersexualidad (que ellos elevan en alguna de sus manifestaciones hasta el 1% de la población) o la transexualidad, lo mejor sería dejar también para después la asignación de un género legal. Pero no solo de los casos en que biológicamente hubiera dudas. “No estamos tan de acuerdo con lo que ha hecho Alemania (y antes Australia o, incluso, Francia, que permite mantener el sexo sin asignar dos años). Al registrar a un niño con ese mal llamado tercer sexo se le marca, se le visibiliza. Y aunque la ley es un avance, les puede crear una situación de vulnerabilidad, porque los legisladores quizá han avanzado, pero, desde luego, la sociedad no lo ha hecho”, dice Cabrera. Alemania se convertirá el próximo 1 de noviembre, en el primer país de Europa que permite no registrar el sexo de los recién nacidos en los certificados de nacimiento.
Claro que, a veces, pese al humor macabro de la naturaleza y la rigidez de las burocracias, hay personas que tienen suerte. “Sí, es mi caso”, dice Daniela, una hispano-cubana de 43 años. “Cuando nací en La Habana los médicos en seguida se dieron cuenta de lo que pasaba. Tenía los testículos ocultos y me inscribieron como varón. Pero mi madre, que venía de una tradición judía intelectual, siempre me trató como a una chica”. Hasta su nombre hebreo, Dan, podía considerarse intersexual y le ayudó a que no hubiera discrepancias.
Eso le ha permitido vivir de acuerdo con la mujer que se siente casi sin problemas. Eso, y que, al estar moviéndose por el mundo, pudo sortear los problemas legales. “Cuando me pedían el certificado de nacimiento, trampeaba con una fotocopia”, dice. Así consiguió que en Israel le dieran papeles de mujer. Solo en España, cuando tuvo que presentar el original, el juez se dio cuenta de lo que le pasaba. “Pero entonces ya se había aprobado la ley de identidad de género, y me aproveché”, dice esta filósofa, historiadora y economista que no da más datos sobre su identidad porque se dedica a asuntos de comunidades religiosas. “Trato mucho con católicos, y ya se sabe lo que piensa la Iglesia”, dice.
Cabrera destaca que en España, la ley de identidad de género abre la puerta para solucionar los problemas burocráticos de estas personas. Pero con limitaciones. Por ejemplo, que deban esperar a ser mayores de edad, cuando la adolescencia es un momento crítico para ellas.
Hasta los 18 años tuvo que esperar, por ejemplo, Gabriel para dejar su nombre femenino, porque sus padres —sin la radicalidad de los de M.— no querían saber nada de su intención de cambiarlo. Ellos —Gabriel, M., Daniela— nacieron con las cartas equivocadas. Pero nadie dice que, en un caso así, no se le pueda forzar la mano a lo que parecía que venía predestinado por la naturaleza.
La intersexualidad
¿Qué es?La Intersexualidad “es un término generalmente utilizado para describir una variedad de condiciones en las que una persona nace con una anatomía reproductiva o sexual que no parece encajar en las definiciones típicas de hombre o mujer”, explica la Sociedad Americama de Intersexualidad.
¿Cuál es su incidencia? Alguna de las variantes de intersexualidad (hay muchas) sucede en el 0,018% de las personas, según distintas estimaciones.
Las consecuencias. En estos casos, las familias se decantan por un sexo para el recién nacido. Las organizaciones creen que esa decisión (incluido, en su caso, una operación quirúgica) es prefereible dejarla para cuando la persona pueda decidir sobre ello.
Emilio de Benito
Alicante, El País
Parece un problema matemático: un niño nace sin genitales claros de chico o chica. ¿Qué probabilidades hay de que los padres acierten? La solución es sencilla: el 50%. Y de ese porcentaje depende que sean personas que crezcan, se eduquen y tengan una imagen social acorde con lo que son y sienten, o que no. Si lo primero sucede, miel sobre hojuelas. Si no, nos encontraríamos ante un caso de una persona intersexual que, generalmente después de una adolescencia muy complicada, debe, al llegar a adulto, ajustar todo —lo que siente, qué sexo le identifica, su apariencia incluso, con quién tiene relaciones— con lo que no se le asignó de pequeño.
En mitad de ese proceso está M., una extremeña de 28 años. Su situación es tan complicada que no quiere dar muchos datos para que no se la identifique. “Mi familia lo ha llevado muy mal. Ahora vivo en un piso compartido con unos amigos”, dice.
A M. la inscribieron como chico al nacer. “He vivido un engaño. Notaba al crecer cosas raras, pero al principio me lo negaba todo”, explica. Tal fue la distorsión de su vida, que todavía está de psicólogos, con depresiones, y en su pasado hay un intento de suicidio. “Lo he pasado muy mal. Todavía estoy en shock”.
“Ahora mismo me siento un 70% mujer y un 30% hombre”
Y eso que ahora, al menos, sabe qué le pasa. “Creía que era transexual, y al ir al hospital Carlos Haya de Málaga para un proceso de reasignación de sexo, me dijeron que no, que era intersexual”, cuenta. Aquello fue hace solo dos años y, desde entonces, M. está intentando ordenar su vida.
“Estaba estudiando un grado universitario, pero eso ha quedado aparcado. En los últimos dos años solo he leído, investigado, visto películas y documentales e ido a grupos de apoyo para personas como yo”, cuenta. “Ahora lo importante es estabilizarme, tomármelo todo con calma”, repite varias veces durante la conversación. “Luego ya acabaré la carrera”.
Mientras eso sucede, M., que ha tenido que dejar la casa familiar ante la incomprensión de sus padres, vive de los ahorros. Pero no es solo la cuestión profesional o económica la que tiene que reajustar. “Siempre me había sentido más atraída por los chicos, pero ahora tengo una posición más holística. Suelo pensar en mí en femenino, pero estoy más abierta a lo que pase. En el fondo, una se enamora de las personas y no importa tanto su sexo. A lo mejor me pasa con una mujer; podría ser”, cuenta.
“Sigo yendo al psicólogo. No sé qué va a pasar después”
Esta nueva situación la refleja al hablar de sí misma. Intercambia el masculino y el femenino. “Ahora mismo me siento un 70% mujer y un 30% hombre”, dice. Lo que no sabe es si eso es solo transitorio —hasta el 100% femenino que llegó a pensar que era su futuro cuando se planteó que era transexual— o será así para siempre. “Sigo yendo al psicólogo. No sé qué va a pasar después”.
De momento, está contenta porque sabe qué le pasa, tiene elementos para ir ordenando su vida. “Mis amigos no han cambiado. Me entienden y me apoyan”, dice orgullosa.
Le queda, entre otras cuestiones, decidir qué va a hacer con su físico. “Mis genitales son casi normales; a lo mejor me opero, o los dejo como están. Ya lo decidiré”. M. cuenta que hay un movimiento, sobre todo entre intersexuales y transexuales más jóvenes, que no buscan una cirugía genital a toda costa, que lo que quieren es hacer vida de acuerdo al género que sienten sin darle tanta importancia a esa parte física.
De hecho, personas que han estudiado el tema, como Gabriel J. Martín —intersexual él también— o José Cabrera, facilitador (representante) en España de la Organización Intersex Internacional, tienen claro que ese tipo de operaciones, las “cosméticas, deben dejarse para el final, para cuando la persona sea adulta; otra cosa es que haya que operar el niño porque tenga cerrada la uretra”, dice Cabrera.
Llevando el caso al extremo, idealmente, para la organización, dadas las situaciones de intersexualidad (que ellos elevan en alguna de sus manifestaciones hasta el 1% de la población) o la transexualidad, lo mejor sería dejar también para después la asignación de un género legal. Pero no solo de los casos en que biológicamente hubiera dudas. “No estamos tan de acuerdo con lo que ha hecho Alemania (y antes Australia o, incluso, Francia, que permite mantener el sexo sin asignar dos años). Al registrar a un niño con ese mal llamado tercer sexo se le marca, se le visibiliza. Y aunque la ley es un avance, les puede crear una situación de vulnerabilidad, porque los legisladores quizá han avanzado, pero, desde luego, la sociedad no lo ha hecho”, dice Cabrera. Alemania se convertirá el próximo 1 de noviembre, en el primer país de Europa que permite no registrar el sexo de los recién nacidos en los certificados de nacimiento.
Claro que, a veces, pese al humor macabro de la naturaleza y la rigidez de las burocracias, hay personas que tienen suerte. “Sí, es mi caso”, dice Daniela, una hispano-cubana de 43 años. “Cuando nací en La Habana los médicos en seguida se dieron cuenta de lo que pasaba. Tenía los testículos ocultos y me inscribieron como varón. Pero mi madre, que venía de una tradición judía intelectual, siempre me trató como a una chica”. Hasta su nombre hebreo, Dan, podía considerarse intersexual y le ayudó a que no hubiera discrepancias.
Eso le ha permitido vivir de acuerdo con la mujer que se siente casi sin problemas. Eso, y que, al estar moviéndose por el mundo, pudo sortear los problemas legales. “Cuando me pedían el certificado de nacimiento, trampeaba con una fotocopia”, dice. Así consiguió que en Israel le dieran papeles de mujer. Solo en España, cuando tuvo que presentar el original, el juez se dio cuenta de lo que le pasaba. “Pero entonces ya se había aprobado la ley de identidad de género, y me aproveché”, dice esta filósofa, historiadora y economista que no da más datos sobre su identidad porque se dedica a asuntos de comunidades religiosas. “Trato mucho con católicos, y ya se sabe lo que piensa la Iglesia”, dice.
Cabrera destaca que en España, la ley de identidad de género abre la puerta para solucionar los problemas burocráticos de estas personas. Pero con limitaciones. Por ejemplo, que deban esperar a ser mayores de edad, cuando la adolescencia es un momento crítico para ellas.
Hasta los 18 años tuvo que esperar, por ejemplo, Gabriel para dejar su nombre femenino, porque sus padres —sin la radicalidad de los de M.— no querían saber nada de su intención de cambiarlo. Ellos —Gabriel, M., Daniela— nacieron con las cartas equivocadas. Pero nadie dice que, en un caso así, no se le pueda forzar la mano a lo que parecía que venía predestinado por la naturaleza.
La intersexualidad
¿Qué es?La Intersexualidad “es un término generalmente utilizado para describir una variedad de condiciones en las que una persona nace con una anatomía reproductiva o sexual que no parece encajar en las definiciones típicas de hombre o mujer”, explica la Sociedad Americama de Intersexualidad.
¿Cuál es su incidencia? Alguna de las variantes de intersexualidad (hay muchas) sucede en el 0,018% de las personas, según distintas estimaciones.
Las consecuencias. En estos casos, las familias se decantan por un sexo para el recién nacido. Las organizaciones creen que esa decisión (incluido, en su caso, una operación quirúgica) es prefereible dejarla para cuando la persona pueda decidir sobre ello.