Los astrónomos ‘se asoman’ al entorno del gran agujero negro de la Vía Láctea
Un objeto celeste pulsante permite explorar el campo magnético del centro de la galaxia
Alicia Rivera
Madrid, El País
En el centro de nuestra galaxia, la Vía Láctea, a 26.000 años luz de la Tierra, debe haber un agujero negro supermasivo tragándose materia, sobre todo gas, que forma un disco en espiral a su alrededor. El proceso genera unos potentes campos magnéticos, también formando un remolino, y los científicos creen que esos campos hacen que algo de materia se salve de las garras del voraz agujero al salir disparada hacia fuera en dos chorros superrápidos. Así que el campo magnético del centro galáctico es de suma importancia para conocer la estructura del flujo de material del que se alimenta el agujero con su potente atracción gravitatoria. Pero el centro galáctico está oscurecido, para los telescopios ópticos, por el gas y el polvo, lo que dificulta su observación. De este agujero negro se conoce su masa (es unos cuatro millones de veces más masivo que el Sol), pero su entorno próximo tan extremo así como muchas de sus propiedades todavía no se comprenden, recalcan los astrónomos.
En su ayuda ha llegado un pulsar, una estrella de neutrones, supercompacta, en rotación, que emite radiación en pulsos periódicos y que debe estar a menos de medio año luz del agujero negro (el más cercano del mismo que se ha descubierto). Se trata de un tipo poco común de pulsar, con un campo magnético extraordinariamente intenso. Fue hallado a raíz de un destello de rayos X que un telescopio de la NASA, el Swift, captó el pasado abril procedente del centro de la Vía Láctea y las observaciones posteriores con diferentes radiotelescopios en varios países permitieron determinar que se trataba de un pulsar, denominado PSR J1745-2900. “En nuestro primer intento de observación, el pulsar no era claramente visible, pero algunos pulsares son testarudos y exigen más observaciones para dejarse detectar”, explica Ralph Eatough, científico del Instituto Max Planck, en (Alemania) y líder de la investigación, que se publica en la revista Nature. “La segunda vez que observamos”, continúa, “el pulsar se había hecho muy activo en la banda de radio y era muy brillante. No me podía creer que finalmente habíamos detectado un pulsar en el centro de la galaxia”. PSR J1745-2900 ha permitido a los astrónomos medir la intensidad del campo magnético en la zona inicial del flujo de materia que cae en el agujero negro, indicando que, efectivamente, hay un potente campo magnético y gran escala, señalan los investigadores del Max Planck.
El análisis de las radioondas procedentes del púlsar mostraron que estaban sufriendo un retorcimiento importante en su viaje hasta la Tierra, un fenómeno que se produce cuando las ondas atraviesan gas inmerso en un campo magnético, explican los científicos del Observatorio Nacional de Radio Astronomía (NRAO, en EE UU) que han participado en la investigación. Y ese gas está a unos 150 años luz del agujero negro, exactamente en la línea de observación entre el pulsar y nuestro planeta. Los astrónomos calculan la fuerza del campo magnético midiendo el giro de las radioondas al pasar por el gas. “El campo magnético es una parte crucial del entorno del agujero negro que afecta a la estructura del flujo de materia que está cayendo en él e incluso regula tal flujo”, puntualizan los investigadores del NRAO. Las medidas que han tomado indican que el campo magnético allí es relativamente organizado, en lugar de ser turbulento.
Los investigadores siguen pendientes del oportuno pulsar esperando detectar cambios a medida que se desplaza alrededor del agujero negro. Al mismo tiempo buscan más pulsares de este tipo para aplicar la misma técnica de observación y poder hacer un mapa detallado del campo magnético en las proximidades del agujero negro. Pero el primero, PSR J1745-2900, ha tardado décadas en aparecer. Y no está suficientemente cerca del agujero negro para para medir allí las propiedades del espacio/tiempo de la Relatividad General de Einstein. “Lo ideal sería encontrar otro púlsar todavía más cerca del agujero negro, lo que nos permitiría hacer mediciones más precisas”, apunta Eatough.
Alicia Rivera
Madrid, El País
En el centro de nuestra galaxia, la Vía Láctea, a 26.000 años luz de la Tierra, debe haber un agujero negro supermasivo tragándose materia, sobre todo gas, que forma un disco en espiral a su alrededor. El proceso genera unos potentes campos magnéticos, también formando un remolino, y los científicos creen que esos campos hacen que algo de materia se salve de las garras del voraz agujero al salir disparada hacia fuera en dos chorros superrápidos. Así que el campo magnético del centro galáctico es de suma importancia para conocer la estructura del flujo de material del que se alimenta el agujero con su potente atracción gravitatoria. Pero el centro galáctico está oscurecido, para los telescopios ópticos, por el gas y el polvo, lo que dificulta su observación. De este agujero negro se conoce su masa (es unos cuatro millones de veces más masivo que el Sol), pero su entorno próximo tan extremo así como muchas de sus propiedades todavía no se comprenden, recalcan los astrónomos.
En su ayuda ha llegado un pulsar, una estrella de neutrones, supercompacta, en rotación, que emite radiación en pulsos periódicos y que debe estar a menos de medio año luz del agujero negro (el más cercano del mismo que se ha descubierto). Se trata de un tipo poco común de pulsar, con un campo magnético extraordinariamente intenso. Fue hallado a raíz de un destello de rayos X que un telescopio de la NASA, el Swift, captó el pasado abril procedente del centro de la Vía Láctea y las observaciones posteriores con diferentes radiotelescopios en varios países permitieron determinar que se trataba de un pulsar, denominado PSR J1745-2900. “En nuestro primer intento de observación, el pulsar no era claramente visible, pero algunos pulsares son testarudos y exigen más observaciones para dejarse detectar”, explica Ralph Eatough, científico del Instituto Max Planck, en (Alemania) y líder de la investigación, que se publica en la revista Nature. “La segunda vez que observamos”, continúa, “el pulsar se había hecho muy activo en la banda de radio y era muy brillante. No me podía creer que finalmente habíamos detectado un pulsar en el centro de la galaxia”. PSR J1745-2900 ha permitido a los astrónomos medir la intensidad del campo magnético en la zona inicial del flujo de materia que cae en el agujero negro, indicando que, efectivamente, hay un potente campo magnético y gran escala, señalan los investigadores del Max Planck.
El análisis de las radioondas procedentes del púlsar mostraron que estaban sufriendo un retorcimiento importante en su viaje hasta la Tierra, un fenómeno que se produce cuando las ondas atraviesan gas inmerso en un campo magnético, explican los científicos del Observatorio Nacional de Radio Astronomía (NRAO, en EE UU) que han participado en la investigación. Y ese gas está a unos 150 años luz del agujero negro, exactamente en la línea de observación entre el pulsar y nuestro planeta. Los astrónomos calculan la fuerza del campo magnético midiendo el giro de las radioondas al pasar por el gas. “El campo magnético es una parte crucial del entorno del agujero negro que afecta a la estructura del flujo de materia que está cayendo en él e incluso regula tal flujo”, puntualizan los investigadores del NRAO. Las medidas que han tomado indican que el campo magnético allí es relativamente organizado, en lugar de ser turbulento.
Los investigadores siguen pendientes del oportuno pulsar esperando detectar cambios a medida que se desplaza alrededor del agujero negro. Al mismo tiempo buscan más pulsares de este tipo para aplicar la misma técnica de observación y poder hacer un mapa detallado del campo magnético en las proximidades del agujero negro. Pero el primero, PSR J1745-2900, ha tardado décadas en aparecer. Y no está suficientemente cerca del agujero negro para para medir allí las propiedades del espacio/tiempo de la Relatividad General de Einstein. “Lo ideal sería encontrar otro púlsar todavía más cerca del agujero negro, lo que nos permitiría hacer mediciones más precisas”, apunta Eatough.