Civiles armados se suman a la policía en la represión en Egipto
Las fuerzas parapoliciales identifican y retienen a transeúntes en controles
Rocío López
El Cairo, El País
Una enorme bandera de Egipto, raída y descolorida por el efecto de un sol inclemente, hace las veces de techo en una de las pocas tiendas de campaña que todavía quedan en Tahrir. Durante las últimas semanas, la plaza albergó un campamento de apoyo al Ejército pero, ante el peligro de un conflicto que terminó estallando el pasado miércoles, la mayor parte de los congregados volvieron a sus casas. Quienes se han quedado dicen que lo hacen porque sienten que es su deber proteger los símbolos de la revolución de enero de 2011 y, convencidos de la legitimidad que les otorga esa determinación, ejercen su autoridad como si de una fuerza parapolicial se tratase. En plazas, paradas de metro y otros lugares considerados por ellos de importancia para la seguridad del país, grupos que se hacen llamar de "protección civil" se han atribuido poderes propios de los cuerpos de seguridad del Estado.
Mohamed Jalil participa activamente en uno de los puntos de control establecidos en Tahrir. Ataviado con un chaleco amarillo y bajo la sombra de una pequeña tienda de campaña, este veterinario confirma que mantienen una colaboración muy estrecha con la policía y el Ejército: "Si vemos a algún sospechoso intentando irrumpir aquí, lo detenemos y se lo entregamos a la policía o a los militares; si no puede ser inmediatamente, lo retenemos hasta que lleguen. En las últimas semanas, nos hemos incautado de una gran cantidad de armas y hemos efectuado un importante número de detenciones".
Tanto militares como policías trabajan mano a mano con estos grupos de civiles y, en ocasiones, dan la sensación de ser dos cuerpos de seguridad complementarios, con competencias propias, que no deben colisionar entre sí. El miércoles pasado, un periodista alemán que trataba de llegar a su vivienda fue brevemente interrogado por los miembros de una de estas patrullas ciudadanas y los propios militares desplegados en la zona miraban al que parecía ser el líder del grupo, como esperando algún tipo de autorización. "Yo simplemente me he asegurado de su identidad, ahora vosotros decidís si es seguro para él que camine por la calle con el toque de queda o no", decía el cabecilla del grupo a uno de los uniformados ante la mirada atónita del periodista. Después de registrar su mochila e informarle de que el color de su chaleco no estaba permitido, por su similitud con los que utiliza el Ejército egipcio, lo dejaron marchar.
Estos civiles, que se han erigido sin que nadie lo impida en agentes de la ley, afirman que no recurren al uso de la fuerza, pero se les puede ver armados con palos, hachas, escudos y también con armas de fuego. Se organizan en brigadas y tienen diferentes funciones. Cuando se producen enfrentamientos, unos permanecen en los puntos que, consideran, deben ser protegidos, y otros se integran en los disturbios y luchan mano a mano con las fuerzas de seguridad. "Los militares y la policía son personas y ellos también tienen miedo ante lo que está pasando. Por eso, si vamos juntos, nos protegemos los unos a los otros", comenta también Mohamed Jalil.
Junto a él, se resguarda también del sol Mohamed Ali. Este joven ingeniero lleva un brazo en cabestrillo como consecuencia, según afirma, de su participación en enfrentamientos durante la última semana de Ramadán. Ali lleva en Tahrir desde las manifestaciones que terminaron con el derrocamiento el 3 de julio de Mohamed Morsi, pero sostiene que "este fenómeno no es nuevo en Egipto" y aclara: "Nuestra labor es conocida desde la caída de Hosni Mubarak". Otro de sus compañeros, Ahmed Saher, explica que los equipos civiles de defensa no cuentan con un personal fijo, pero están muy bien organizados: "Cuando alguien se va, siempre hay alguien dispuesto a sustituirlo. Aquí somos como una familia, comemos juntos, vivimos juntos y, si alguien necesita cualquier cosa, sus hermanos están aquí para proporcionársela".
Ni siquiera ellos mismos son capaces de ofrecer una cifra de cuántas personas forman los denominados "grupos de protección civil", pero su presencia es tan evidente en las calles como la autoridad que ejercen al margen de la ley.
Rocío López
El Cairo, El País
Una enorme bandera de Egipto, raída y descolorida por el efecto de un sol inclemente, hace las veces de techo en una de las pocas tiendas de campaña que todavía quedan en Tahrir. Durante las últimas semanas, la plaza albergó un campamento de apoyo al Ejército pero, ante el peligro de un conflicto que terminó estallando el pasado miércoles, la mayor parte de los congregados volvieron a sus casas. Quienes se han quedado dicen que lo hacen porque sienten que es su deber proteger los símbolos de la revolución de enero de 2011 y, convencidos de la legitimidad que les otorga esa determinación, ejercen su autoridad como si de una fuerza parapolicial se tratase. En plazas, paradas de metro y otros lugares considerados por ellos de importancia para la seguridad del país, grupos que se hacen llamar de "protección civil" se han atribuido poderes propios de los cuerpos de seguridad del Estado.
Mohamed Jalil participa activamente en uno de los puntos de control establecidos en Tahrir. Ataviado con un chaleco amarillo y bajo la sombra de una pequeña tienda de campaña, este veterinario confirma que mantienen una colaboración muy estrecha con la policía y el Ejército: "Si vemos a algún sospechoso intentando irrumpir aquí, lo detenemos y se lo entregamos a la policía o a los militares; si no puede ser inmediatamente, lo retenemos hasta que lleguen. En las últimas semanas, nos hemos incautado de una gran cantidad de armas y hemos efectuado un importante número de detenciones".
Tanto militares como policías trabajan mano a mano con estos grupos de civiles y, en ocasiones, dan la sensación de ser dos cuerpos de seguridad complementarios, con competencias propias, que no deben colisionar entre sí. El miércoles pasado, un periodista alemán que trataba de llegar a su vivienda fue brevemente interrogado por los miembros de una de estas patrullas ciudadanas y los propios militares desplegados en la zona miraban al que parecía ser el líder del grupo, como esperando algún tipo de autorización. "Yo simplemente me he asegurado de su identidad, ahora vosotros decidís si es seguro para él que camine por la calle con el toque de queda o no", decía el cabecilla del grupo a uno de los uniformados ante la mirada atónita del periodista. Después de registrar su mochila e informarle de que el color de su chaleco no estaba permitido, por su similitud con los que utiliza el Ejército egipcio, lo dejaron marchar.
Estos civiles, que se han erigido sin que nadie lo impida en agentes de la ley, afirman que no recurren al uso de la fuerza, pero se les puede ver armados con palos, hachas, escudos y también con armas de fuego. Se organizan en brigadas y tienen diferentes funciones. Cuando se producen enfrentamientos, unos permanecen en los puntos que, consideran, deben ser protegidos, y otros se integran en los disturbios y luchan mano a mano con las fuerzas de seguridad. "Los militares y la policía son personas y ellos también tienen miedo ante lo que está pasando. Por eso, si vamos juntos, nos protegemos los unos a los otros", comenta también Mohamed Jalil.
Junto a él, se resguarda también del sol Mohamed Ali. Este joven ingeniero lleva un brazo en cabestrillo como consecuencia, según afirma, de su participación en enfrentamientos durante la última semana de Ramadán. Ali lleva en Tahrir desde las manifestaciones que terminaron con el derrocamiento el 3 de julio de Mohamed Morsi, pero sostiene que "este fenómeno no es nuevo en Egipto" y aclara: "Nuestra labor es conocida desde la caída de Hosni Mubarak". Otro de sus compañeros, Ahmed Saher, explica que los equipos civiles de defensa no cuentan con un personal fijo, pero están muy bien organizados: "Cuando alguien se va, siempre hay alguien dispuesto a sustituirlo. Aquí somos como una familia, comemos juntos, vivimos juntos y, si alguien necesita cualquier cosa, sus hermanos están aquí para proporcionársela".
Ni siquiera ellos mismos son capaces de ofrecer una cifra de cuántas personas forman los denominados "grupos de protección civil", pero su presencia es tan evidente en las calles como la autoridad que ejercen al margen de la ley.