ANÁLISIS / Matrimonio entre un viejo medio y el dinero nuevo
¿Qué tal le sentará a Bezos que las prácticas en el centro de trabajo de Amazon sean analizadas por su periódico?
Emily Bell, El País
La venta del Washington Post al fundador de Amazon, Jeff Bezos, por 250 millones de dólares —algo menos del 1% de su fortuna— se parece a la conclusión de una novela de Tom Wolfe: un empresario de Internet, miembro de la élite de Silicon Valley, cuyo ascenso meteórico a la riqueza estratosférica ha coincidido con la implosión de la galaxia de marcas influyentes nacidas antes de la era del microprocesador, compra una gran institución estadounidense.
Es la primera adquisición de un periódico en más de una década que ha despertado al periodismo estadounidense de su caminar dormido hacia el olvido y que ha hecho que los teletipos vibren. ¿Ha cambiado esto la narrativa del declive inevitable? Un hijo increíblemente próspero de una nueva economía ha soltado calderilla a una cabecera de importancia internacional, pero con perspectivas inciertas. Bezos es un hombre que puede permitirse gastar 42 millones de dólares en un reloj gigante construido dentro de una montaña, lo cual, se podría conjeturar, es una inversión relativamente segura en comparación con un periódico que ha registrado siete años consecutivos de pérdidas de ingresos.
Los motivos de Bezos sin duda se analizarán pormenorizadamente en las páginas financieras, pero este no es un acuerdo empresarial; es una declaración cultural. Las noticias no son la industria que fueron en su día, y ya ni siquiera son una industria. Son un bien cultural, cuyo formato y entrega se tienen que reinventar para un conjunto diferente de necesidades y capacidades del consumidor.
Es muy improbable que el indicador clave para medir el rendimiento del nuevo propietario del Post sea un aumento de la rentabilidad y una subida vertiginosa del precio de las acciones. O cualquier precio de las acciones. En una emotiva carta dirigida a la plantilla, el propietario Don Graham señalaba que al hablar del futuro del Post con la editora Katherine Weymouth “empezaron a preguntarse si su pequeña empresa pública seguía siendo la mejor casa para el periódico”. Graham señalaba que eran ya siete años de descenso de los ingresos para el Post, la gran cabecera, el periódico del Watergate que llevaba en manos de su familia desde que su abuelo lo comprara cuando estaba en bancarrota en 1933. El único camino que la empresa veía eran los recortes. El que la mejor solución que ha encontrado sea su venta es señal del amor que siente por él.
Al final de una semana que ha visto la venta del Boston Globe por parte del grupo New York Times al propietario de los Red Sox de Boston por 70 millones de dólares, se tiene la impresión de que las compuertas que permiten trasladar a los periódicos desde un pasado dorado, a través de un presente insostenible, hasta un futuro desconocido se abren entre chirridos. Los periódicos recuperan ahora su anterior categoría de juguetes de los ricos, más que de centros de beneficio impulsados por el mercado. Y lo que tal vez sea más interesante es la transmisión de la riqueza de la Costa Oeste a la economía del contenido destrozada por la crisis de las anticuadas fábricas de influencia de la Costa Este. La brecha cultural entre los procesos de pensamiento de un Silicon Valley centrado en la técnica y de las élites basadas en las palabras del Este, tanto en la política como en los medios, es inmensa. A menudo es impresionante observar la mala opinión que uno tiene del otro.
Era una comparación sin punto de comparación, una lucha injusta en la que la nueva economía de la Costa Oeste entendía cómo construir relaciones con la gente, venderle lo que quería, cautivar al mercado de valores, y hacerlo en una escala y con una velocidad que otras empresas eran incapaces de igualar. Es lo que mejor se le daba a Bezos, y su imposición de un régimen de reducción de costes ha colocado a Amazon en el lado malo de los artículos de prensa sobre sus prácticas en el lugar de trabajo. Bezos tiene más éxito personal en Silicon Valley que la mayoría de sus colegas, con una fortuna de 28.000 millones de dólares, pero con unos antecedentes que le han dado más roce con el mundo de fuera de Palo Alto. Tenía una licenciatura en ciencias informáticas de Princeton en vez de un doctorado de Stanford; trabajó en Wall Street durante un tiempo antes de poner rumbo al oeste y fundar Amazon; ha amasado su fortuna enviando libros y objetos tangibles, átomos en vez de bits y bytes. Y ha monetizado con éxito el acto de cobrar a la gente por palabras en aparatos electrónicos, a través del Kindle.
La palabra que empieza por f ya se susurra en relación con Bezos y su compra del Post: filantropía. Para muchos periodistas estadounidenses, es una palabrota, asociada con servicios de noticias de calidad inferior y, por lo tanto, subvencionados. Pero aquellos que tienen una fortuna a su disposición siguen viendo la financiación del periodismo como una forma de influencia. Grandes fundaciones como la Ford y la Gates han empezado a subvencionar el periodismo, no porque sientan lastima de él, sino porque creen que sigue aportando un beneficio a la sociedad, que no es fácil repetir en otros lugares.
Jeff Bezos no tiene pinta de filántropo, y cualquiera que descorche el champán ante la expectativa de una vuelta de la riqueza al periodismo debería leer la carta original de Bezos a los accionistas de Amazon escrita en 1997, en la que hace un espeluznante esbozo de una estrategia eficaz de minimización de costes y maximización de la producción. Sin embargo, en esa carta, hay un párrafo titulado "La cuestión es el largo plazo". Los empleados del Post esperan fervientemente que lo sea. Lo que no podemos saber sobre Bezos, porque nunca ha sido puesto a prueba, es si le gustará el irracional mundo de la propiedad de periódicos, en el que la mirada de los medios de comunicación es más intensa por dólar invertido que en cualquier otro ámbito.
¿Cómo reaccionará —especialmente después de que Amazon cerrara recientemente un contrato de 600 millones para proporcionar servicios de nube a la CIA— ante el aluvión de noticias desde su propia publicación sobre la Agencia de Seguridad Nacional y su pacto secreto con el sector tecnológico para seguir cada uno de nuestros movimientos? ¿Qué tal le sentará que las prácticas en el centro de trabajo de Amazon sean analizadas por su periódico? ¿Hasta qué punto le gustará estar en un mundo en el que el mayor indicador del éxito es irritar, perjudicar o, en el mejor de los casos, derribar a un presidente y a otros funcionarios públicos?
Silicon Valley está llena de hombres de mediana edad que, hace una docena de años, demostraron que podían hacer realidad lo imposible. Con su afición por los relojes de 10.000 años y una reputación construida sobre la estrategia a largo plazo, Bezos podría estar embarcándose en el proyecto que más pondrá a prueba su paciencia. Pero si realmente es capaz de forjar con su dinero nuevo algo transformador a partir de los viejos medios de comunicación, superará, y de manera más espectacular, los peores obstáculos a los que se ha enfrentado hasta ahora.
© Guardian News & Media 2013.
Emily Bell, El País
La venta del Washington Post al fundador de Amazon, Jeff Bezos, por 250 millones de dólares —algo menos del 1% de su fortuna— se parece a la conclusión de una novela de Tom Wolfe: un empresario de Internet, miembro de la élite de Silicon Valley, cuyo ascenso meteórico a la riqueza estratosférica ha coincidido con la implosión de la galaxia de marcas influyentes nacidas antes de la era del microprocesador, compra una gran institución estadounidense.
Es la primera adquisición de un periódico en más de una década que ha despertado al periodismo estadounidense de su caminar dormido hacia el olvido y que ha hecho que los teletipos vibren. ¿Ha cambiado esto la narrativa del declive inevitable? Un hijo increíblemente próspero de una nueva economía ha soltado calderilla a una cabecera de importancia internacional, pero con perspectivas inciertas. Bezos es un hombre que puede permitirse gastar 42 millones de dólares en un reloj gigante construido dentro de una montaña, lo cual, se podría conjeturar, es una inversión relativamente segura en comparación con un periódico que ha registrado siete años consecutivos de pérdidas de ingresos.
Los motivos de Bezos sin duda se analizarán pormenorizadamente en las páginas financieras, pero este no es un acuerdo empresarial; es una declaración cultural. Las noticias no son la industria que fueron en su día, y ya ni siquiera son una industria. Son un bien cultural, cuyo formato y entrega se tienen que reinventar para un conjunto diferente de necesidades y capacidades del consumidor.
Es muy improbable que el indicador clave para medir el rendimiento del nuevo propietario del Post sea un aumento de la rentabilidad y una subida vertiginosa del precio de las acciones. O cualquier precio de las acciones. En una emotiva carta dirigida a la plantilla, el propietario Don Graham señalaba que al hablar del futuro del Post con la editora Katherine Weymouth “empezaron a preguntarse si su pequeña empresa pública seguía siendo la mejor casa para el periódico”. Graham señalaba que eran ya siete años de descenso de los ingresos para el Post, la gran cabecera, el periódico del Watergate que llevaba en manos de su familia desde que su abuelo lo comprara cuando estaba en bancarrota en 1933. El único camino que la empresa veía eran los recortes. El que la mejor solución que ha encontrado sea su venta es señal del amor que siente por él.
Al final de una semana que ha visto la venta del Boston Globe por parte del grupo New York Times al propietario de los Red Sox de Boston por 70 millones de dólares, se tiene la impresión de que las compuertas que permiten trasladar a los periódicos desde un pasado dorado, a través de un presente insostenible, hasta un futuro desconocido se abren entre chirridos. Los periódicos recuperan ahora su anterior categoría de juguetes de los ricos, más que de centros de beneficio impulsados por el mercado. Y lo que tal vez sea más interesante es la transmisión de la riqueza de la Costa Oeste a la economía del contenido destrozada por la crisis de las anticuadas fábricas de influencia de la Costa Este. La brecha cultural entre los procesos de pensamiento de un Silicon Valley centrado en la técnica y de las élites basadas en las palabras del Este, tanto en la política como en los medios, es inmensa. A menudo es impresionante observar la mala opinión que uno tiene del otro.
Era una comparación sin punto de comparación, una lucha injusta en la que la nueva economía de la Costa Oeste entendía cómo construir relaciones con la gente, venderle lo que quería, cautivar al mercado de valores, y hacerlo en una escala y con una velocidad que otras empresas eran incapaces de igualar. Es lo que mejor se le daba a Bezos, y su imposición de un régimen de reducción de costes ha colocado a Amazon en el lado malo de los artículos de prensa sobre sus prácticas en el lugar de trabajo. Bezos tiene más éxito personal en Silicon Valley que la mayoría de sus colegas, con una fortuna de 28.000 millones de dólares, pero con unos antecedentes que le han dado más roce con el mundo de fuera de Palo Alto. Tenía una licenciatura en ciencias informáticas de Princeton en vez de un doctorado de Stanford; trabajó en Wall Street durante un tiempo antes de poner rumbo al oeste y fundar Amazon; ha amasado su fortuna enviando libros y objetos tangibles, átomos en vez de bits y bytes. Y ha monetizado con éxito el acto de cobrar a la gente por palabras en aparatos electrónicos, a través del Kindle.
La palabra que empieza por f ya se susurra en relación con Bezos y su compra del Post: filantropía. Para muchos periodistas estadounidenses, es una palabrota, asociada con servicios de noticias de calidad inferior y, por lo tanto, subvencionados. Pero aquellos que tienen una fortuna a su disposición siguen viendo la financiación del periodismo como una forma de influencia. Grandes fundaciones como la Ford y la Gates han empezado a subvencionar el periodismo, no porque sientan lastima de él, sino porque creen que sigue aportando un beneficio a la sociedad, que no es fácil repetir en otros lugares.
Jeff Bezos no tiene pinta de filántropo, y cualquiera que descorche el champán ante la expectativa de una vuelta de la riqueza al periodismo debería leer la carta original de Bezos a los accionistas de Amazon escrita en 1997, en la que hace un espeluznante esbozo de una estrategia eficaz de minimización de costes y maximización de la producción. Sin embargo, en esa carta, hay un párrafo titulado "La cuestión es el largo plazo". Los empleados del Post esperan fervientemente que lo sea. Lo que no podemos saber sobre Bezos, porque nunca ha sido puesto a prueba, es si le gustará el irracional mundo de la propiedad de periódicos, en el que la mirada de los medios de comunicación es más intensa por dólar invertido que en cualquier otro ámbito.
¿Cómo reaccionará —especialmente después de que Amazon cerrara recientemente un contrato de 600 millones para proporcionar servicios de nube a la CIA— ante el aluvión de noticias desde su propia publicación sobre la Agencia de Seguridad Nacional y su pacto secreto con el sector tecnológico para seguir cada uno de nuestros movimientos? ¿Qué tal le sentará que las prácticas en el centro de trabajo de Amazon sean analizadas por su periódico? ¿Hasta qué punto le gustará estar en un mundo en el que el mayor indicador del éxito es irritar, perjudicar o, en el mejor de los casos, derribar a un presidente y a otros funcionarios públicos?
Silicon Valley está llena de hombres de mediana edad que, hace una docena de años, demostraron que podían hacer realidad lo imposible. Con su afición por los relojes de 10.000 años y una reputación construida sobre la estrategia a largo plazo, Bezos podría estar embarcándose en el proyecto que más pondrá a prueba su paciencia. Pero si realmente es capaz de forjar con su dinero nuevo algo transformador a partir de los viejos medios de comunicación, superará, y de manera más espectacular, los peores obstáculos a los que se ha enfrentado hasta ahora.
© Guardian News & Media 2013.