Copa Center: Wilstermann recuperó su semblante ante un aguerrido


José Vladimir Nogales
Wilstermann accedió a semifinales de la Copa de Invierno al vencer por 3-1 a Aurora en turbulento clásico. Las expulsiones, resultantes del fragor de la batalla (que, por la fricción, tuvo más connotaciones beligerantes que deportivas), desnaturalizaron el juego. Y, según ocurrían, inclinaban la preeminencia de uno sobre otro, deformando la primacía del gobierno del juego en función de la calidad de sus exposiciones.


La gente de Aurora (encabezada por un iracundo "Tucho" Antelo) habló de confabulación , de una flagrente (y descarada) acción arbitral en favor de Wilstermann. Suele ocurrir que las expulsiones propias adquieren la oscura forma de maniobras conspirativas, mucho más si vienen en cantidad y suceden a alguna que sufrió el rival (lo que se entiende, subjetivamente, una compensación). En estas lacrimógenas prácticas quejumbrosas se sospecha de la idoneidad de los jueces (de desacreditada probidad), quienes, no obstante, parecen obrar con elogiable justicia (y la reclamada ecuanimidad que corresponde) cuando los cobros les favorecen. Mucho de todo esto hubo en el segundo clásico invernal, deformando la naturaleza del juego y, para peor, cuestionando los méritos que el resultado debe reflejar.

Para validar la protesta de los afectados resulta imperioso analizar cuán acertado estuvo el juez en sus más drásticas determinaciones, aquellas que cambiaron el viento de la batalla: 1.- El penal de Christian Vargas estuvo bien sancionado. Hubo evidente infracción en contra de Castellón. 2.- Fue correcta la expulsión de Zanotti por derribar, desde atrás, a Castellón, impidiendo una "situación manifiesta de gol". 3.- Robles, que estaba amonestado, se excedió en sulfúricas protestas ante el juez, práctica repetida a lo largo del juego. Por exceso verbal, su exclusión era inapelable. 4.- La infracción de Borda, análoga a la de Zanotti, merecía proporcional castigo. Así desglosada la cadena de sanciones, no deja entrever los signos conspirativos protestados por los celestes en un exacerbado victimismo. Al contrario, puede alegarse que al juez le faltó carácter (ante la atmósfera enrarecida de un clásico convulso) para echar al mismo Borda por el patadón que, ante su vista, propinó a Berodia o por la dura infracción de Alaca sobre Mainz o, mucho peor, que no expulsase a Alaca por agredir a Berodia en un conato observado por el línea pero olímpicamente ignorado, quizá, por una cuestión de autopreservación gremial.

Pese a los tumultos, a los aciertos (o desaciertos arbitrales), al fútbol brusco (e inherente correlato protestón) de los celestes, Wilstermann ganó con incuestionable mérito futbolístico, aunque, al final, quedó oscurecido por las arteras y ampulosas denuncias de hurto que, precisamente, parecían perseguir aquél despreciativo fin.

Lo mejor de Wilstermann se vio en el curso de los primeros 20 minutos, tiempo en el que se apropió del balón y propició un juego de toque corto y al ras que le permitió desacomodar a un rival que no conseguía calibrar las marcas, muy a pesar de asignar a Lora una persecución policial sobre Berodia. El español, a base de movilidad, lograba insertarse en el circuito para activar la mecánica ofensiva. Faltaba cierta coordinación en los movimientos y precisión en las ejecuciones para afinar los desbordes de Quero y Romero y la consecuente búsqueda de Ramallo y Andaveris.

Aurora no encontraba la pelota. Y sin ella, no aparecía Gallegos. En consecuencia, sin el vital suministro, Castellón naufragaba en aguas turbulentas. Todo el peso táctico de la batalla recaía sobre un tejido defensivo que, bajo presión, parecía deshilacharse.

La presión del cuadro violeta cuajó en la cúspide de su dominio: cabezazo cruzado de Ignacio García ante centro de Romero y genial maniobra de Quero en la banda para servir el gol a Andaveris (aparentemente desprovisto de sus apoyos ortopédicos).

El 2-0, y su coyuntural prontitud, constituyeron un punto de inflexión en la brega. Wilstermann cedió el mando y se abandonó a un fútbol contemplativo, especulando con la explotación de los espacios que habrían de quedar en la retaguardia contraria. Pero, con espacio a favor, el contragolpe no se activó. Faltó aceleración y precisión para superar el último custodio en las tierras enemigas, ahora baldías, en las que las furiosas escaramuzas se habían apagado.

Aurora se atoraba con el balón. Le costaba salir desde el fondo ante el "pressing" alto de los "violeta". Pero, de a poco, fue hallando la ruta. Robles fue la clave. Manejó la salida y el fútbol comenzó a florecer. Gallegos se activó y Castellón emergió de la absoluta nada en la que el fútbol oscurantista de su equipo lo había sumido.

Bajo las nuevas pautas escenográficas, Wilstermann reflotó sus dramas. Sin marca en el medio (porque Paz no recupera y nadie vuelve para colaborar), la defensa exhibió su vulnerabilidad o, cuando menos, su arriesgada labor limítrofe. Progresivamente, surgieron focos conflictivos: Gallegos recibía libre a espaldas de Paz, Castellón amenazaba con sus mortíferas diagonales, Salvatierra insinuaba desbordar a García. Ese desfavorable contexto condujo al súbito agrietamiento del módulo. El balón ya no fluía diáfano. Todo se hacía turbio ante la presión celeste sobre los defensas. Paz no se mostraba para salir, Quero y Romero se instalaban arriba, cerca de los atacantes, como receptores, cuando, en teoría, están para conducir. El efecto, lógico, era la fractura del juego. Excesiva horizontalidad y prescindencia de la elaboración al privilegiarse el pelotazo como válida fórmula de activación atacante.

El descuento (penal sobre Castellón convertido por Gallegos) al final de la etapa y la exclusión de Zanotti al inicio del complemento, acentuaron la prevalencia celeste sobre el trámite. Aurora tomó el mando ante un Wilstermann que parecía dimitir y que acentuaba sus dificultades para repeler la marejada (Cartagena neutralizó letales disparos de Charles y Castellón). Charles (que ingresó por Lora) le dio mayor contenido al fútbol de los celestes en una sociedad con Castellón y Gallegos que no resultó lo productiva que insinuó ser. Wilstermann logró sostenerse ante la furiosa oleada y recuperó luz cuando una impertinente protesta de Robles niveló el número de efectivos. Bajo la restituida paridad, Wilstermann halló sosiego y recompuso su salud. Le volvió el pulso y pudo jugar. Dejó de hostigar el balón y se propuso domesticarlo, brindarle mimos. Resucitó así el fútbol pulcro de balón al ras, de toque breve y movimiento plástico, enfatizado tras una abrupta segunda baja en filas celestes (expulsión de Borda por falta desde atrás a Berodia), aunque sin refrendarlo en la red, permitiendo, peligrosamente, vivir al enemigo. Y Aurora, con un soplo de vida, es el peor de los enemigos. Siempre vuelve. Hay que rematarlo para extinguir su amenaza. Mainz (a pase de Berodia) resolvió ése problema, aunque dramáticamente cerca del epílogo. En tanto ese burocrático trámite se cumpliera, hubo tensión. Los celestes, fieles a su espíritu guerrero, arremetieron furiosos contra la fortaleza de Cartagena. Y la noche tambaleó. El triunfo violeta (y consecuente clasificación a semifinales) entró en litigio. El estiletazo de Mainz, finalmente, apaciguó los tumultos. Wilstermann recuperó su semblante.

Wilstermann: D. Cartagena, Cristian Vargas, Edward Zenteno, Mauro Zanotti Ignacio García Luis Carlos Paz Félix Quero, S. Romero, Gerardo Berodia A. Andaveris y Rodrigo Ramallo

Ingresaron: Mainz, Sánchez, Medina y Machado

Aurora: Mauro Machado, Diego Blanco, Jorge Ayala, F. de Souza, Jenrry Alaca, Jaime Robles, Darwin Lora, Rodrigo Borda, Ronald Gallegos, V. Castellón, C. Salvatierra


Ingresaron: Villegas, Da Silva y Roca


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