China cambia para seguir creciendo
Pekín trata de evitar un estancamiento con una mayor liberalización económica
Jose Reinoso
Pekín, El País
Hace siete meses, en el 18º Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh), el entonces jefe de Estado, Hu Jintao, prometió que el país llevaría a cabo nuevas reformas económicas y proporcionaría más riqueza a los ciudadanos. Fijó como objetivo que para 2020 toda la población, tanto en las zonas urbanas como en las rurales, duplique los ingresos per cápita con respecto a 2010.
Hu finalizaba su segundo mandato de cinco años y fue sustituido en el cónclave por Xi Jinping como secretario general del partido y, meses después, en la sesión anual del Parlamento, como presidente del país. La nueva generación de líderes está ya sólidamente instalada en el poder, y a ella corresponde ahora seguir la trayectoria trazada por sus predecesores, con Li Keqiang como primer ministro y responsable de la política económica.
Los expertos dentro y fuera del Gobierno consideran que China ha llegado a un punto de inflexión en su desarrollo económico y que sin reformas profundas corre el riesgo de estancarse después de más de tres décadas de crecimiento sin parangón. Es necesario “garantizar un consumo fuerte y estable mediante un aumento de los ingresos familiares para sostener el crecimiento en China”, dijo el jueves el Banco Mundial al presentar sus previsiones bianuales de crecimiento de la economía mundial.
Pekín planea reformas ambiciosas para los próximos meses. “Aceleraremos el cambio del modelo de desarrollo y mejoraremos y optimizaremos enérgicamente la estructura económica”, confirmó la semana pasada el viceprimer ministro, Zhang Gaoli, en un foro empresarial en Chengdu (capital de la provincia de Sichuan).
El paisaje es complejo. La segunda economía del mundo experimenta un fuerte crecimiento que para sí quisiera Occidente, pero también se ha visto castigada por la crisis global y muestra signos de titubeo en el proceso de recuperación. El producto interior bruto (PIB) aumentó un 7,8% en 2012 —el valor más bajo de los 13 últimos años—, y muchos economistas creen que sin reformas claras el ritmo no será mucho mayor del 5% para finales de esta década, lo que hará difícil disminuir las desigualdades sociales y lograr los objetivos fijados.
El Banco Mundial redujo el jueves la previsión de crecimiento en 2013 para China del 8,4% al 7,7%, y advirtió del riesgo de una potencial ralentización “aguda” provocada por una caída de la inversión. El Fondo Monetario Internacional (FMI) bajó a finales de mayo su previsión a “alrededor del 7,75%”, frente al 8% de su estimación anterior. En el primer trimestre, el PIB subió un 7,7%, bien por debajo de lo que esperaban los analistas. Según aseguró David Lipton, subdirector primero del FMI, al presentar en Pekín las previsiones, la debilidad de la economía global ha ralentizado las exportaciones chinas. La previsión oficial del Gobierno para el conjunto de 2013 es del 7,5%, igual que en los últimos años, cuando han sido continuamente superadas. La última vez que la economía creció por debajo de este valor fue en 1990. Lo hizo un 3,9%.
Hay más señales de alarma. La actividad manufacturera se contrajo en mayo, según el banco británico HSBC, cuyo índice de compras de los directivos —purchasing managers index, o PMI— se situó en 49,2, el más bajo de los últimos ocho meses. El PMI es considerado un buen indicador de la salud de la economía china. Una lectura inferior a 50 señala contracción en el sector. En abril fue 50,4.
Tocada por la crisis global, la economía sigue dando señales de ralentización
Según Qu Hongbing, jefe economista para China de HSBC, la caída del índice refleja un deterioro de las condiciones de la demanda interna. “Con vientos de cara persistentes, Pekín necesita impulsar la demanda interna para evitar mayor desaceleración del crecimiento de la producción y su impacto negativo en el mercado laboral”.
El PMI del HSBC contrasta, sin embargo, con el del Gobierno, que lo cifra en 50,8, mejor que el 50,6 de abril. El índice del banco se centra más en empresas pequeñas que el equivalente oficial.
Las expectativas de que la economía china se acelerase de nuevo este año tras la fortaleza mostrada en el último trimestre de 2012 —un alza del 7,9%— no se han cumplido hasta ahora. Según el banco de inversiones japonés Mizuho Securities, una serie de datos poco entusiastas de mayo, como la demanda de fletes, la producción eléctrica y las existencias de carbón —una de las principales fuentes de energía en China— sugieren que el ímpetu es flojo y que no está garantizado un rebote en los dos próximos trimestres.
Además de la debilidad de la demanda exterior, otra de las razones que está limitando el crecimiento es la morosa subida de los salarios —está en el valor más bajo de los últimos cinco años—, lo que frena el consumo. Una campaña puesta en marcha por el Gobierno para poner coto al derroche en el gasto público también ha dañado las ventas al por menor.
Los economistas insisten en que la recuperación aún es frágil. Aunque los beneficios de las compañías industriales ascendieron con fuerza en abril —un 9,3%, hasta 436.700 millones de yuanes (53.500 millones de euros)— respecto al mismo mes de 2012, el Gobierno ha advertido de que el repunte se debió principalmente a que la base de comparación del año pasado era baja, lo que indica que la segunda economía del mundo se enfrenta aún a demandas, externa y doméstica, flojas.
La cuestión es qué ocurrirá en el segundo semestre y qué hará el Gobierno. Para Pekín, la prioridad ya no es el crecimiento a toda costa, sino uno que sea de mayor calidad y más sostenible. Los líderes chinos están intentando modificar el modelo económico para hacerlo menos dependiente de las exportaciones y la inversión, y que el consumo sea el principal motor del crecimiento; una transición que podría ser dolorosa a corto plazo, ya que restringe la capacidad del Gobierno para aplicar nuevos planes de estímulo fiscal.
El objetivo es crecer más despacio, con más calidad y menos Estado
La construcción de infraestructuras ha sido uno de los principales impulsores de la actividad desde la crisis financiera de 2008-2009, pero el sector se ha ralentizado en los dos últimos años, después de que el generoso gasto estatal disparara el endeudamiento gubernamental hasta unos 20 billones de yuanes (4,45 billones de euros), lo que forzó a Pekín a dar orden a los bancos de que redujeran el crédito.
“El principal problema de la economía china es la burbuja inmobiliaria, y las reformas no servirán para nada si no se resuelve antes esto”, explica Yu Xianrong, economista investigador en el Instituto de Banca y Finanzas de la Academia de Ciencias Sociales de China.
Algunos analistas creen que las autoridades podrían relajar los controles sobre la financiación de los proyectos de infraestructuras si el crecimiento económico renquea; pero lo más probable es que no cedan a la tentación y, de nuevo, miren a largo plazo. También podrían optar por reducir los impuestos a las empresas, pero sería dentro de un marco general de reformas del sistema fiscal.
“Lo que preocupa a los inversores es si la situación actual en China es mucho más amenazadora que el hecho de que el crecimiento se ralentice en torno al 7%”, afirma en un informe Tao Wang, economista jefe de UBS AG en Hong Kong, que ha reducido su previsión de aumento del PIB para este año del 8% al 7,7%. El Banco Mundial prevé, sin embargo, un alza alrededor del 8% para 2014 y 2015, sin cambios respecto a la estimación anterior, gracias a “una mejora de las condiciones globales”.
El Gobierno ha dado pocos detalles de sus planes, aparte de la frase habitual de que mantendrá el crecimiento económico “estable”. Académicos e investigadores aseguran que los responsables de diseñar la política económica están debatiendo si dar respuesta a las demandas a corto plazo o pensar en los beneficios a largo. Hay argumentos para que Pekín estimule el crecimiento ahora, como los hay para que sujete con firmeza las riendas y reestructure la economía con la vista puesta lejos.
El Gobierno trata de que el consumo tire cada vez más de la actividad
En lo que parecen coincidir expertos, analistas y Gobierno es en que los días de crecimiento económico de dos dígitos se han acabado, y los líderes chinos parecen estar cómodos, de momento, con un ritmo más moderado. Li Keqiang dijo el mes pasado que el país dispone de un espacio limitado para depender del gasto gubernamental o de políticas de estímulo para espolear la actividad.
En pleno clímax de la crisis financiera, hace cinco años, alrededor de 20 millones de emigrantes procedentes del mundo rural dentro de China perdieron sus trabajos. Pekín se vio obligado a desvelar un plan de estímulo fiscal por valor de cuatro billones de yuanes (490.400 millones de euros) para apuntalar la economía, al protegerla de la crisis financiera global, y asegurar el empleo. Pero disparó el endeudamiento y los precios del sector inmobiliario.
Analistas y economistas creen que ahora no habrá big-bang de estímulo porque el Gobierno planea ajustar el modelo a uno más lento, aunque de mayor calidad, que requiera menos participación estatal. Fuera los riesgos de más endeudamiento de los Gobiernos locales y mayor burbuja inmobiliaria.
“El Gobierno no ha hecho lo suficiente en la última década. El Estado ha controlado demasiado la economía. Lo mejor que puede hacer es reducir la influencia de las empresas estatales en el mercado y la economía”, dice Yi, el investigador de la Academia de Ciencias Sociales.
Los máximos dirigentes han llegado al consenso de que las reformas son imprescindibles para garantizar un desarrollo sostenible, según fuentes sin identificar citadas por la agencia Reuters. Xi Jinping, bien asentado en su puesto de máximo mandatario, se dispone a llevar adelante los planes que dejó entrever en noviembre Hu Jintao. Xi los presentará en una reunión de alto nivel del partido —el tercer pleno del 18º Comité Central del PCCh—, que tendrá lugar previsiblemente en octubre y fijará la agenda para la próxima década, según las mismas fuentes.
El grueso de la transformación consistirá en la liberalización de los tipos de interés y en una revisión completa del sistema fiscal para los Gobiernos locales, con objeto de garantizar que cuentan con un flujo constante de ingresos por impuestos en lugar de confiar en la venta de suelo para obtener fondos. Las expropiaciones de terreno son fuente continua de abusos, corrupción y descontento de la población.
Las reformas se prevé que modifiquen también el sistema de registro de residencia o hukou, una herramienta creada en 1958 para controlar los movimientos de población entre las zonas rurales y las urbanas que impide en la práctica a los emigrantes instalarse con sus familias en las ciudades en las que trabajan porque no gozan de los mismos servicios sociales, de educación y sanitarios que los locales. Millones de emigrantes se convertirían en consumidores si pudieran acceder a estos servicios fuera de sus lugares de origen.
El pasado marzo, el primer ministro saliente, Wen Jiabao, afirmó en el discurso del estado de la nación que incrementar la demanda interna es vital para el futuro de China y anunció la aceleración de la reforma del sistema de hukou para respaldar el proceso de urbanización. “Hemos de acrecentar la capacidad de la gente para consumir”, dijo.
La escasa subida de los salarios frena la subida del gasto de las familias
“El principal problema de la economía china ahora es la burbuja inmobiliaria”, advierte Yi, de la Academia de Ciencias Sociales. “La modificación del sistema de hukou no será un gran problema si se resuelve primero el asunto inmobiliario”.
China planea gastar 40 billones de yuanes (4,9 billones de euros) para asentar a 400 millones de emigrantes en las ciudades en la próxima década, según Reuters; pero los Gobiernos locales no tienen los ingresos necesarios para costear el plan de urbanización, como carreteras, viviendas y otras infraestructuras. El sistema fiscal actual, en vigor desde 1994, otorga al Gobierno central el grueso de los ingresos, lo que obliga a las Administraciones locales a depender de la venta de suelo para financiarse.
“El proceso de urbanización de las ciudades pequeñas y medianas y municipios podría ser el nuevo motor del desarrollo futuro, pero es importante que China haga hincapié en la calidad del proceso”, dice Xiaobo Hu, director del Centro de Estudios sobre China en la Universidad Clemson (Carolina del Sur).
Muchos economistas consideran que el país asiático se encuentra en un momento crítico de su desarrollo si quiere evitar la llamada trampa de los ingresos medios, situación en la que un país se estanca debido a la entrada en juego de otros países con costes más bajos, mientras aún se encuentra lejos de economías que producen bienes de alto valor añadido.
Algunos expertos aseguran que Xi Jinping y Li Keqiang tienen mucha mayor percepción de la existencia de una crisis potencial que sus predecesores. Afirman que Hu Jintao y Wen Jiabao retrasaron reformas económicas que eran muy necesarias y no gestionaron adecuadamente los efectos secundarios del plan de estímulo de 2008. Mayor libertad de los bancos para fijar los tipos de interés ayudaría a contener la proliferación de los bancos clandestinos, y la reducción del apoyo a las compañías estatales permitiría a las empresas privadas —hambrientas de financiación— acceder a más créditos.
Los terceros plenos del Comité Central del PCCh han sido trampolines para cambios clave en China en el pasado. Deng Xiaoping puso en marcha el proceso de apertura y reforma y dio la espalda al maoísmo en el tercer pleno del 11º comité del partido en 1978, mientras el del 14º comité aprobó la adopción de la denominada economía de mercado socialista e impulsó la empresa privada.
Pero las reformas podrían encontrarse con la oposición de grupos con intereses creados, en particular las firmas estatales, y podría ser más difícil promoverlas que en la década de 1990, ya que la economía es hoy más compleja y algunos expertos se preguntan si es posible llevarlas a cabo sin reformas políticas en paralelo.
“La siguiente etapa de desarrollo económico, y por tanto de reformas económicas, será más dura, ya que lo que está en juego es mayor. Hará falta mucha visión de liderazgo, estrategia y determinación para equilibrar los intereses divergentes”, asegura Xiaobo Hu, de la Universidad de Clemson. “La estructura política y las políticas han cambiado de forma significativa en China durante el proceso de reformas económicas, desde el compromiso ideológico a los sistemas de propiedad y políticas de bienestar. Para que la economía continúe creciendo y alcance el siguiente nivel, la gobernanza de China debe rendir más cuentas y ser más transparente y resistente a la corrupción”.
Jose Reinoso
Pekín, El País
Hace siete meses, en el 18º Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh), el entonces jefe de Estado, Hu Jintao, prometió que el país llevaría a cabo nuevas reformas económicas y proporcionaría más riqueza a los ciudadanos. Fijó como objetivo que para 2020 toda la población, tanto en las zonas urbanas como en las rurales, duplique los ingresos per cápita con respecto a 2010.
Hu finalizaba su segundo mandato de cinco años y fue sustituido en el cónclave por Xi Jinping como secretario general del partido y, meses después, en la sesión anual del Parlamento, como presidente del país. La nueva generación de líderes está ya sólidamente instalada en el poder, y a ella corresponde ahora seguir la trayectoria trazada por sus predecesores, con Li Keqiang como primer ministro y responsable de la política económica.
Los expertos dentro y fuera del Gobierno consideran que China ha llegado a un punto de inflexión en su desarrollo económico y que sin reformas profundas corre el riesgo de estancarse después de más de tres décadas de crecimiento sin parangón. Es necesario “garantizar un consumo fuerte y estable mediante un aumento de los ingresos familiares para sostener el crecimiento en China”, dijo el jueves el Banco Mundial al presentar sus previsiones bianuales de crecimiento de la economía mundial.
Pekín planea reformas ambiciosas para los próximos meses. “Aceleraremos el cambio del modelo de desarrollo y mejoraremos y optimizaremos enérgicamente la estructura económica”, confirmó la semana pasada el viceprimer ministro, Zhang Gaoli, en un foro empresarial en Chengdu (capital de la provincia de Sichuan).
El paisaje es complejo. La segunda economía del mundo experimenta un fuerte crecimiento que para sí quisiera Occidente, pero también se ha visto castigada por la crisis global y muestra signos de titubeo en el proceso de recuperación. El producto interior bruto (PIB) aumentó un 7,8% en 2012 —el valor más bajo de los 13 últimos años—, y muchos economistas creen que sin reformas claras el ritmo no será mucho mayor del 5% para finales de esta década, lo que hará difícil disminuir las desigualdades sociales y lograr los objetivos fijados.
El Banco Mundial redujo el jueves la previsión de crecimiento en 2013 para China del 8,4% al 7,7%, y advirtió del riesgo de una potencial ralentización “aguda” provocada por una caída de la inversión. El Fondo Monetario Internacional (FMI) bajó a finales de mayo su previsión a “alrededor del 7,75%”, frente al 8% de su estimación anterior. En el primer trimestre, el PIB subió un 7,7%, bien por debajo de lo que esperaban los analistas. Según aseguró David Lipton, subdirector primero del FMI, al presentar en Pekín las previsiones, la debilidad de la economía global ha ralentizado las exportaciones chinas. La previsión oficial del Gobierno para el conjunto de 2013 es del 7,5%, igual que en los últimos años, cuando han sido continuamente superadas. La última vez que la economía creció por debajo de este valor fue en 1990. Lo hizo un 3,9%.
Hay más señales de alarma. La actividad manufacturera se contrajo en mayo, según el banco británico HSBC, cuyo índice de compras de los directivos —purchasing managers index, o PMI— se situó en 49,2, el más bajo de los últimos ocho meses. El PMI es considerado un buen indicador de la salud de la economía china. Una lectura inferior a 50 señala contracción en el sector. En abril fue 50,4.
Tocada por la crisis global, la economía sigue dando señales de ralentización
Según Qu Hongbing, jefe economista para China de HSBC, la caída del índice refleja un deterioro de las condiciones de la demanda interna. “Con vientos de cara persistentes, Pekín necesita impulsar la demanda interna para evitar mayor desaceleración del crecimiento de la producción y su impacto negativo en el mercado laboral”.
El PMI del HSBC contrasta, sin embargo, con el del Gobierno, que lo cifra en 50,8, mejor que el 50,6 de abril. El índice del banco se centra más en empresas pequeñas que el equivalente oficial.
Las expectativas de que la economía china se acelerase de nuevo este año tras la fortaleza mostrada en el último trimestre de 2012 —un alza del 7,9%— no se han cumplido hasta ahora. Según el banco de inversiones japonés Mizuho Securities, una serie de datos poco entusiastas de mayo, como la demanda de fletes, la producción eléctrica y las existencias de carbón —una de las principales fuentes de energía en China— sugieren que el ímpetu es flojo y que no está garantizado un rebote en los dos próximos trimestres.
Además de la debilidad de la demanda exterior, otra de las razones que está limitando el crecimiento es la morosa subida de los salarios —está en el valor más bajo de los últimos cinco años—, lo que frena el consumo. Una campaña puesta en marcha por el Gobierno para poner coto al derroche en el gasto público también ha dañado las ventas al por menor.
Los economistas insisten en que la recuperación aún es frágil. Aunque los beneficios de las compañías industriales ascendieron con fuerza en abril —un 9,3%, hasta 436.700 millones de yuanes (53.500 millones de euros)— respecto al mismo mes de 2012, el Gobierno ha advertido de que el repunte se debió principalmente a que la base de comparación del año pasado era baja, lo que indica que la segunda economía del mundo se enfrenta aún a demandas, externa y doméstica, flojas.
La cuestión es qué ocurrirá en el segundo semestre y qué hará el Gobierno. Para Pekín, la prioridad ya no es el crecimiento a toda costa, sino uno que sea de mayor calidad y más sostenible. Los líderes chinos están intentando modificar el modelo económico para hacerlo menos dependiente de las exportaciones y la inversión, y que el consumo sea el principal motor del crecimiento; una transición que podría ser dolorosa a corto plazo, ya que restringe la capacidad del Gobierno para aplicar nuevos planes de estímulo fiscal.
El objetivo es crecer más despacio, con más calidad y menos Estado
La construcción de infraestructuras ha sido uno de los principales impulsores de la actividad desde la crisis financiera de 2008-2009, pero el sector se ha ralentizado en los dos últimos años, después de que el generoso gasto estatal disparara el endeudamiento gubernamental hasta unos 20 billones de yuanes (4,45 billones de euros), lo que forzó a Pekín a dar orden a los bancos de que redujeran el crédito.
“El principal problema de la economía china es la burbuja inmobiliaria, y las reformas no servirán para nada si no se resuelve antes esto”, explica Yu Xianrong, economista investigador en el Instituto de Banca y Finanzas de la Academia de Ciencias Sociales de China.
Algunos analistas creen que las autoridades podrían relajar los controles sobre la financiación de los proyectos de infraestructuras si el crecimiento económico renquea; pero lo más probable es que no cedan a la tentación y, de nuevo, miren a largo plazo. También podrían optar por reducir los impuestos a las empresas, pero sería dentro de un marco general de reformas del sistema fiscal.
“Lo que preocupa a los inversores es si la situación actual en China es mucho más amenazadora que el hecho de que el crecimiento se ralentice en torno al 7%”, afirma en un informe Tao Wang, economista jefe de UBS AG en Hong Kong, que ha reducido su previsión de aumento del PIB para este año del 8% al 7,7%. El Banco Mundial prevé, sin embargo, un alza alrededor del 8% para 2014 y 2015, sin cambios respecto a la estimación anterior, gracias a “una mejora de las condiciones globales”.
El Gobierno ha dado pocos detalles de sus planes, aparte de la frase habitual de que mantendrá el crecimiento económico “estable”. Académicos e investigadores aseguran que los responsables de diseñar la política económica están debatiendo si dar respuesta a las demandas a corto plazo o pensar en los beneficios a largo. Hay argumentos para que Pekín estimule el crecimiento ahora, como los hay para que sujete con firmeza las riendas y reestructure la economía con la vista puesta lejos.
El Gobierno trata de que el consumo tire cada vez más de la actividad
En lo que parecen coincidir expertos, analistas y Gobierno es en que los días de crecimiento económico de dos dígitos se han acabado, y los líderes chinos parecen estar cómodos, de momento, con un ritmo más moderado. Li Keqiang dijo el mes pasado que el país dispone de un espacio limitado para depender del gasto gubernamental o de políticas de estímulo para espolear la actividad.
En pleno clímax de la crisis financiera, hace cinco años, alrededor de 20 millones de emigrantes procedentes del mundo rural dentro de China perdieron sus trabajos. Pekín se vio obligado a desvelar un plan de estímulo fiscal por valor de cuatro billones de yuanes (490.400 millones de euros) para apuntalar la economía, al protegerla de la crisis financiera global, y asegurar el empleo. Pero disparó el endeudamiento y los precios del sector inmobiliario.
Analistas y economistas creen que ahora no habrá big-bang de estímulo porque el Gobierno planea ajustar el modelo a uno más lento, aunque de mayor calidad, que requiera menos participación estatal. Fuera los riesgos de más endeudamiento de los Gobiernos locales y mayor burbuja inmobiliaria.
“El Gobierno no ha hecho lo suficiente en la última década. El Estado ha controlado demasiado la economía. Lo mejor que puede hacer es reducir la influencia de las empresas estatales en el mercado y la economía”, dice Yi, el investigador de la Academia de Ciencias Sociales.
Los máximos dirigentes han llegado al consenso de que las reformas son imprescindibles para garantizar un desarrollo sostenible, según fuentes sin identificar citadas por la agencia Reuters. Xi Jinping, bien asentado en su puesto de máximo mandatario, se dispone a llevar adelante los planes que dejó entrever en noviembre Hu Jintao. Xi los presentará en una reunión de alto nivel del partido —el tercer pleno del 18º Comité Central del PCCh—, que tendrá lugar previsiblemente en octubre y fijará la agenda para la próxima década, según las mismas fuentes.
El grueso de la transformación consistirá en la liberalización de los tipos de interés y en una revisión completa del sistema fiscal para los Gobiernos locales, con objeto de garantizar que cuentan con un flujo constante de ingresos por impuestos en lugar de confiar en la venta de suelo para obtener fondos. Las expropiaciones de terreno son fuente continua de abusos, corrupción y descontento de la población.
Las reformas se prevé que modifiquen también el sistema de registro de residencia o hukou, una herramienta creada en 1958 para controlar los movimientos de población entre las zonas rurales y las urbanas que impide en la práctica a los emigrantes instalarse con sus familias en las ciudades en las que trabajan porque no gozan de los mismos servicios sociales, de educación y sanitarios que los locales. Millones de emigrantes se convertirían en consumidores si pudieran acceder a estos servicios fuera de sus lugares de origen.
El pasado marzo, el primer ministro saliente, Wen Jiabao, afirmó en el discurso del estado de la nación que incrementar la demanda interna es vital para el futuro de China y anunció la aceleración de la reforma del sistema de hukou para respaldar el proceso de urbanización. “Hemos de acrecentar la capacidad de la gente para consumir”, dijo.
La escasa subida de los salarios frena la subida del gasto de las familias
“El principal problema de la economía china ahora es la burbuja inmobiliaria”, advierte Yi, de la Academia de Ciencias Sociales. “La modificación del sistema de hukou no será un gran problema si se resuelve primero el asunto inmobiliario”.
China planea gastar 40 billones de yuanes (4,9 billones de euros) para asentar a 400 millones de emigrantes en las ciudades en la próxima década, según Reuters; pero los Gobiernos locales no tienen los ingresos necesarios para costear el plan de urbanización, como carreteras, viviendas y otras infraestructuras. El sistema fiscal actual, en vigor desde 1994, otorga al Gobierno central el grueso de los ingresos, lo que obliga a las Administraciones locales a depender de la venta de suelo para financiarse.
“El proceso de urbanización de las ciudades pequeñas y medianas y municipios podría ser el nuevo motor del desarrollo futuro, pero es importante que China haga hincapié en la calidad del proceso”, dice Xiaobo Hu, director del Centro de Estudios sobre China en la Universidad Clemson (Carolina del Sur).
Muchos economistas consideran que el país asiático se encuentra en un momento crítico de su desarrollo si quiere evitar la llamada trampa de los ingresos medios, situación en la que un país se estanca debido a la entrada en juego de otros países con costes más bajos, mientras aún se encuentra lejos de economías que producen bienes de alto valor añadido.
Algunos expertos aseguran que Xi Jinping y Li Keqiang tienen mucha mayor percepción de la existencia de una crisis potencial que sus predecesores. Afirman que Hu Jintao y Wen Jiabao retrasaron reformas económicas que eran muy necesarias y no gestionaron adecuadamente los efectos secundarios del plan de estímulo de 2008. Mayor libertad de los bancos para fijar los tipos de interés ayudaría a contener la proliferación de los bancos clandestinos, y la reducción del apoyo a las compañías estatales permitiría a las empresas privadas —hambrientas de financiación— acceder a más créditos.
Los terceros plenos del Comité Central del PCCh han sido trampolines para cambios clave en China en el pasado. Deng Xiaoping puso en marcha el proceso de apertura y reforma y dio la espalda al maoísmo en el tercer pleno del 11º comité del partido en 1978, mientras el del 14º comité aprobó la adopción de la denominada economía de mercado socialista e impulsó la empresa privada.
Pero las reformas podrían encontrarse con la oposición de grupos con intereses creados, en particular las firmas estatales, y podría ser más difícil promoverlas que en la década de 1990, ya que la economía es hoy más compleja y algunos expertos se preguntan si es posible llevarlas a cabo sin reformas políticas en paralelo.
“La siguiente etapa de desarrollo económico, y por tanto de reformas económicas, será más dura, ya que lo que está en juego es mayor. Hará falta mucha visión de liderazgo, estrategia y determinación para equilibrar los intereses divergentes”, asegura Xiaobo Hu, de la Universidad de Clemson. “La estructura política y las políticas han cambiado de forma significativa en China durante el proceso de reformas económicas, desde el compromiso ideológico a los sistemas de propiedad y políticas de bienestar. Para que la economía continúe creciendo y alcance el siguiente nivel, la gobernanza de China debe rendir más cuentas y ser más transparente y resistente a la corrupción”.