Cuando los libros hablan de fútbol

JULIETA ROFFO, Clarín
La leyenda cuenta que el género, más o menos formalmente, nació en 1955, cuando el escritor uruguayo Mario Benedetti publicó el cuento “Puntero izquierdo” en la revista Número. El autor de La tregua, aunque había algunos antecedentes, puso el fútbol al servicio de la literatura, o al revés, y dio paso a todo un estilo que se repetiría en las dos orillas del Río de la Plata, donde el fútbol es la única religión que varios miles profesan cada domingo.


En el prólogo del libro Cuentos de fútbol, el jugador y posterior dirigente Jorge Valdano, amante también de las Letras, escribió que “pocos acontecimientos en la vida consiguen, como el fútbol, recorrer de un extremo al otro y en poco menos de dos horas, los sentimientos de una muchedumbre”. Las palabras del delantero que corrió al lado de Maradona esperando su pase (en vano) mientras el Diego convertía su corrida en el gol más lindo de la historia de los Mundiales, allá en el Estadio Azteca, parecen acertadas: es que en muchos casos esos textos ponen al potrero o a un gran estadio –el mexicano Juan Villoro, de visita por estos días en la Feria del Libro, se sirvió del Maracaná brasilero para inspirarse- como escenario de una historia que habla de las amistades, de los valores humanos, de las lealtades, del amor por una camiseta, por la tradición familiar. El fútbol le sirve de excusa a todo eso.

Uno de los más grandes referentes de esta literatura fue Roberto Fontanarrosa, el Negro, rosarino, hincha fanático de Central, equipo al que le dibujó un hincha (“el canaya”) que ilustra su estadio, el Gigante de Arroyito, en la ciudad santafesina. “Noto que hay muchas personas que no son lectores habituales pero se acercan a los libros por el fútbol. Me parece un puente válido”, dijo el Negro unos años antes de morir, en julio de 2007. Muchos de sus libros incluyen relatos vinculados a la pelota: Puro fútbol, de 2000 y El área 18, novela de 1982, y Negar todo, libro póstumo que se publicó esta semana a través de Ediciones De la Flor luego de permanecer inédito durante años, trazan historias de goleadores, de arqueros, de defensores frustrados y de hinchas apasionados.

Otro futbolero incurable que hizo catarsis a través de la literatura –y de algunos escritos periodísticos inolvidables- fue Osvaldo Soriano, hincha de San Lorenzo hasta la médula. Tan hincha era y tan bien escribía, que las redes sociales reprodujeron el deseo imposible de que “El Gordo” –así lo llamaban- se despachara con alguna columna cuando Jorge Bergoglio, también seguidor de los de Boedo, fue ungido Papa, sólo para hablar de ese sentimiento azulgrana. Soriano escribió el cuento “El penal más largo del mundo” y “Arqueros, ilusionistas y goleadores” entre sus obras con tinte futbolístico.

En los últimos años, Eduardo Sacheri –el autor de la nota de esta semana- se ha convertido en otro de los narradores futboleros con mayor convocatoria. Incluso una novela como La pregunta de sus ojos, que sirvió como base argumental para la película El secreto de sus ojos, tiene una escena –muy recordada en la película por su emotividad y por su función en la trama- en la que la cancha se convierte en el centro del Universo. Sacheri, autor de libros como Esperándolo a Tito y Lo raro empezó después, explica su irracionalidad ante Maradona en su cuento “Me van a tener que disculpar”, y la herencia casi sanguínea del amor por una camiseta en “El cuadro del Raulito”.

¿Qué pasa con esta literatura en las librerías? Desde editorial Planeta, comentan que Villoro y Fontanarrosa son de los autores de ficción más buscados en este género, aunque también se venden masivamente libros biográficos como Titán, que narra la vida del inolvidable optimista del gol, Martín Palermo. Florencia Ure, jefa de prensa de Random House Mondadori, asegura que un libro vinculado al fútbol “nunca vende menos de 3 ediciones”.

Tal vez, como decía el Negro, el vínculo entre la pelota y las letras sea la puerta de entrada a la literatura para muchos lectores. O quizás, como dijo el escritor y cineasta italiano Pier Paolo Pasolini, resumiendo un vínculo que para muchos resulta tan atractivo, es que “el goleador es siempre el mejor poeta del año”.

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