Wilstermann se hundió en Oruro con la opacidad de un fútbol escuálido


Oruro, Jnn
En dos consecutivas jornadas, Víctor Hugo Andrada (técnico de Wilstermann) pasó de un extremo al otro, sin resolver nada. Al contrario, se agregó angustias y reveló, por si hiciera falta, la penosa realidad: su equipo carece de competividad para disputar el título. En dotación técnica, recursos, competitividad y conducción está muy lejos de los que, en realidad, se acomodaron para pelear el campeonato. Hacer cuentas y hablar de posibilidades matemáticas es entrar en el baldío terreno del ridículo. De qué sirve sacar cuentas si es imposible sostenerlas futbolísticamente: el equipo de Andrada se ha revelado incapaz de superar como local a los equipos fuertes (San José, The Strongest, Real Potosí y Oriente), lo que desbarata cualquier inyección de exagerado optimismo al absurdo de una perspectiva campeonaria.


Del suicidio ofensivista frente a Bolívar en La Paz (sacando a Zanotti y el consecuente debilitamiento de la defensa), Andrada viajó al otro extremo, a las antípodas del tacticismo, en la visita de hoy a San José: diseñó un plan conservador en exceso. Para peor, sin plan B.

En desventaja antes de los diez minutos (cabezazo de Ruiz con una defensa atornillada), el plan especulativo del técnico se fue al garete. De nada servia juntar las dos líneas de cuatro en las puertas del área. Había que jugar, ofrecer otra respuesta. Y nada surgió desde el banco. No apareció el necesitado correctivo que reformulase el plan para, con otro funcionamiento, satisfacer las ambiciones primigenias. El cuadro rojo se mantuvo dentro del restrictivo patrón táctico (4-4-1-1), con Berodia de enganche y Aparicio como único punta, sin generar juego. Sin volantes que desbordasen por fuera o que llegasen al área ofreciendo asistencia, el punta argentino sucumbió ante la inferioridad numérica. Muchas veces, Aparicio logró desequilibrar a la defensa local, pero nunca encontró un complemento para finiquitar sus acciones de ataque. Sus centros, tras algún desborde pletórico de habilidad, eran para nadie. Ninguna camiseta roja aparecía en el corazón del área mostrándose como destinatario de las labores ofensivas. En consecuencia, el trabajo de Aparicio era baldío. Luchar contra el mundo contra toda esperanza. Pero el técnico no aportó soluciones, aún cuando la falta de potencia arriba era visible a toda luz. Incluso sin ella. Andrada creyó que el adelantamiento y la tenencia de pelota bastaban. Y no fue así. Parado metros más arriba, Wilstermann se agrietó. San José podía explotar con mayor facilidad las fisuras a espaldas de Richard Rojas y sobre las bandas, frágilmente vigiladas por Axel Bejarano y Gerson García. Pero lo peor (con un tenor de gravedad) estuvo en la inocuidad de una posesión de pelota que fue creciendo en la primera mitad y que fue absoluta en la segunda (la inoperancia fue inversamente proporcional).

Se sabe, la posesión de pelota (por abrumadora que parezca) no garantiza nada. Hay que saber usarla. Y Wilstermann no sólo la usó mal, sino con una escalofriante liviandad. La circulación era leve y escuálida, escasa de profundidad y ajena a un proyecto de juego, a un funcionamiento sostenido por sólidos conceptos. Lo único que hacían los jugadores rojos era dársela a uno que llevaba el mismo color de camiseta (a veces ni eso). Ahí terminaba su tarea. No se advertían movimientos coordinados, conjunción de respuestas u ofertas de sociedad. Nada de nada. El fútbol de Wilstermann era ruletero e individualista, es decir muy dependiente de componentes azarosos y desprovisto de una idea aglutinadora, que reuniese el aporte de todos bajo un sentido de juego. Las acciones coordinadas no existían, lo que devela ausencia de trabajo fino de parte del comando técnico, cuya tarea no se reduce a diseñar un módulo táctico y rellenarlo con nombres. Falta trabajar en los movimientos colectivos, en los conceptos más elementales. Por ejemplo, cuesta entender cómo Wilstermann prescindió de Berodia (el enganche, el foco creativo) durante varios pasajes del juego. Pocas maniobras lo incluían. Buena parte del juego fluyó por los lados, lejos del español, como prescindiendo de su aporte. ¿Intencional? ¿Casual? Sin el español al mando, Wilstermann nunca fue profundo. Se colgó de Aparcio y apostó a sus explosiones. Cuando Aparicio se cansó de perder ante el bosque de piernas rivales, Wilstermann comenzó a tirar centros para la cabeza de nadie. No estaba Andaveris, pero quizá muchos creyeron verlo y le apuntaban a su fantasmagórica sombra sin mayor consecuencia que ver los balones pasar por sobre la cabeza de Castillo.

Empeñado como estaba Wilstermann en plasmar una utópica igualdad para la rusticidad de sus herramientas, era seguro que iba a sufrir atrás, donde la estabilidad no ha sido, ni antes con Soria ni ahora con Andrada, una de sus virtudes. Y San José fue acercándose con asiduidad, largando el balón e imprimiendo velocidad. Saucedo bajó un balón y lo cedió atrás para el disparo de Gómes. El balón pegó en un palo e ingresó. El 2-0 era equivalente con la lectura de practicismo que podía hacerse de una batalla desigual. Wilstermann, pese a su inocuo fútbol propositivo, se ahogó en la escualidez de sus elementos. San José se aprovechó de las deficiencias rivales para liquidarlo de contragolpe.

Entradas populares