Corresponsales describen el Apocalipsis de 1972
Johnny Cajina Guillén | Terremoto
“¡Esto es horroroso! No hay agua ni electricidad ni comida; solo gritos y ruinas y sangre y rostros inexpresivos, sobrecogidos por el dolor, incapaces de comprender nada de lo que están viendo", transmitió entonces Danilo Arias, corresponsal de la agencia española EFE
Al amanecer de ese funesto sábado 23 de diciembre de 1972, Danilo Arias Madrigal, desaparecido periodista de La Nación, de Costa Rica, y corresponsal de la agencia EFE, voló desde San José a Managua, pese a que el país continuaba incomunicado con el mundo, y lo que narró horas después con voz entrecortada, a través de la radio, quedó grabado en las páginas de los periódicos de diversas latitudes.
“¡Esto es horroroso! No hay agua ni electricidad ni comida; solo gritos y ruinas y sangre y rostros inexpresivos, sobrecogidos por el dolor, incapaces de comprender nada de lo que están viendo… Toda la ciudad de 400,000 habitantes es una sola víctima. Nadie puede siquiera imaginarse lo que aquí ha sucedido en poco más de un minuto, dijo por radio el reportero tras recorrer durante cinco horas las ruinas de lo que apenas 10 horas atrás era la pujante, bulliciosa y altiva capital de Nicaragua.
Arias Madrigal fue el primer periodista extranjero que logró llegar al Aeropuerto Internacional Las Mercedes (hoy “Augusto C. Sandino”), que tampoco logró salir ileso de la furia de la tierra y a duras penas operaba, gracias a que el controlador aéreo de turno decidió no abandonar su puesto tras la sacudida.
Su testimonio --el primero de cientos más que habrían de emitir enviados especiales llegados de diversos rincones del orbe-- quedó registrado en la ya amarillenta edición del domingo 24 de diciembre de 1972 del diario El Universal, de México.
Uno camina por las calles de Managua viendo a uno y otro lado trozos de cuerpos humanos. Cadáveres desfigurados. Otros cubiertos por sábanas, que todavía no han podido ser recogidos por los servicios de socorro. La ciudad no es ni la sombra de la que conocimos hasta ayer, reza el dramático relato.
En ese funesto recorrido, Madrigal se hizo acompañar de Roberto Sánchez, entonces reportero de un diario local cuyas instalaciones quedaron inservibles.
Cuarenta años después, Sánchez, veterano periodista e historiador nicaragüense, recuerda que horas antes del sismo --al caer la noche-- estuvo en la sede del rotativo, situada sobre la 6ta. calle Noroeste, mejor conocida por los capitalinos de entonces como la Calle El Triunfo, en el viejo barrio San Sebastián.
Eran horas de fiesta, de compras, con olor a incienso y a Navidad, y antes de sumarse al frenesí festivo de esa última noche de la ciudad, Sánchez rellenó los viejos carretes fotográficos que ocuparía en una misión de rutina de fin de semana en Managua. Los negativos fotográficos de esa noche nunca llegarían a plasmar la alegría de una ciudad viva y en pie, sino todo lo contrario.
Me tocó acompañar a Danilo Arias Madrigal desde que amaneció, y recorrimos las calles del centro de Managua. Todos los carretes fotográficos se fueron con él a Costa Rica, y las fotos más frescas de la tragedia salieron publicadas en el diario La Nación, rememora el historiador.
El drama que enlutó a toda la nación fue tan colosal que no solo robó las portadas de los diarios, las programaciones radiales y los noticieros del vecino país sur, sino de todos los medios alrededor del mundo.
La Folha de S. Paulo, Veja y O Estado do S. Paulo (Brasil), La Varguardia Española y ABC (España), El Universal y Excélsior (México), La Nación (Costa Rica), La Prensa Gráfica (El Salvador) y otras publicaciones centroamericanas, llenaron portadas y páginas enteras con la noticia.
“Managua ya no está en el mapa”
Al amanecer del 23 de diciembre, los diarios mexicanos impresos una noche antes, describían en sus portadas los bombardeos que sobre Vietnam ordenaba el presidente estadounidense Richard Nixon, y las críticas que formulaba el líder soviético Leonid Brézhnev sobre ese conflicto en Asia. Mientras las páginas interiores rebozaban de anuncios con felicitaciones navideñas y se promocionaban telenovelas con Angélica María, cintas cinematográficas con Rocío Durcal, comedias televisivas como Los Polivoces y el noticiero 24 Horas de Jacobo Zabludovsky .
Un día después y los días subsiguientes se gastaría mucha tinta en esas mismas páginas para hablar sobre Managua y el drama de los supervivientes que no tendrían fiesta ni regalos ni cenas de Nochebuena, además de los gestos solidarios organizados en todo el continente.
“Managua ya no está en el mapa; once sismos la borraron, tituló a ocho columnas El Excelsior en su edición dominical número 20,363, que recoge en toda la portada y cinco páginas internas los desgarradores testimonios de los sobrevivientes extranjeros, que huyeron hacia sus países de origen.
A uno de ellos, Juan José Barrios Taracena, el cataclismo lo sorprendió en un reconocido hotel situado en el sector Este de la afamada Calle 15 de Septiembre. “En el Hotel Reisel donde me hospedaba, apenas hubo seis sobrevivientes Ayudé a rescatar de los escombros a una joven, solo para que muriera segundos después de que la pudiera atender un médico, contó al arribar a su natal Guatemala.
Barrios Taracena salió ileso de la sacudida, no así el edificio de seis plantas en el que se hospedaba, cuya planta baja donde se ubicaba la recepción, un banco y un concurrido restaurante, no resistió y quedó aplastada por los cinco pisos superiores. Se presume que muchos huéspedes y empleados estaban dentro, sin embargo, jamás se supo cuántos fallecieron ahí esa noche.
“Managua arrasada”
Otros testigos que arribaban a San José, la capital costarricense, sobrecogidos de terror expresaron que los sobrevivientes ensangrentados removían desesperados los escombros en busca de familiares, mientras cientos de cadáveres yacían en las calles a la espera de ser llevados a las fosas comunes.
Ese mismo día, el diario El Universal de México también dedicaba su portada completa a Nicaragua. Terremoto: Managua arrasada, más de 10 mil muertos, tituló el rotativo, que daba cuenta también de 50 mil heridos y 200 mil personas sin hogar, de los monumentales incendios que ya devoraban unas 20 manzanas del centro de la capital, de la falta de agua potable y alimentos, y de la carencia de electricidad.
Un resumen cablegráfico describía que la noche del sábado 23 de diciembre, Managua era un vasto escenario de destrucción y humo, donde los gritos de auxilio de los sobrevivientes se mezclaban con el ruido de palas, picos y tractores que encontraban bajo los escombros cadáveres de niños aferrados a sus madres, miembros mutilados, cuerpos deshechos, cráneos destrozados, 10,000 cadáveres o más.
Un residente colombiano, que imploraba por radio por un avión para salir de Managua, resumía lo que vivía, en pocas palabras: “Esto se ha convertido en un infierno”.
Ese averno con seguridad incluía las dantescas piras humanas que podían hallarse en cualquier parte de la ciudad. El cronista Danilo Arias Madrigal lo resume de forma lapidaria: “A cada paso que uno da por las calles de esta ciudad, se encuentra centenares de muertos están siendo incinerados. No hay lugar para tantos muertos en los cementerios”.
Cremaciones públicas
Alfredo Cortina, otro enviado de la Agencia France Press explicó que la orden de cremar los cuerpos provino de las propias autoridades nicaragüenses, a cuya cabeza se había colocado de facto el general Anastasio Somoza Debayle, director de la Guardia Nacional.
Se cremaban pilas de cadáveres que yacían hacinados, hinchados y tumefactos a los lados de las calles en ruinas. No quedaba otra alternativa, después de llenarse los cementerios y ante la imposibilidad de continuar abriendo fosas comunes.
Tal situación también fue reproducida por el rotativo brasileño O. Estado de S. Paulo, que dedicó varias de sus portadas a la tragedia, indicando que se cremaban los cuerpos debido a que entraban rápidamente en estado de putrefacción por el intenso calor de 38 grados Celsius a la sombra.
Manágua repete o triste espetáculo do Roma de Nero” (Managua repite el triste espectáculo de la Roma de Nerón), fue el titular del O. Estado de S. Paulo a una crónica de su enviado especial José Quiroga, en la que se describían los incendios que arrasaban el centro de la ciudad, que terminaban de dar “el tiro de gracia” a los edificios que habían resistido la sacudida.
Terremoto destruye Managua y El fuego destruyó lo que la tierra dejó, fueron los primeros titulares de la Folha de S. Paulo.
La tierra hacía gárgaras
“La sensación era de que la tierra hacia gárgaras el ruido era comparado al de diez aviones y era como que si la casa estaba siendo arrancada por una gigantesca grúa. Fue terrible”, contó a ese diario Fernando Alves, exsecretario de la Embajada de Brasil en Managua, al regresar a Brasilia.
Alves vacacionaba en Nicaragua con su esposa e hijos y pretendía pasar esa Navidad con sus suegros. El mortífero sismo lo sorprendió en la casa de Víctor Moura Lima, un médico que trabajaba para la OPS en Nicaragua.
“Eran las 12:30 (de la noche), conversábamos y oíamos música brasileña. Escuchamos un estruendo ensordecedor y los muebles de la casa fueron lanzados para todos lados… Fueron tres terremotos seguidos, el segundo provocó casi la demolición completa de la ciudad”, narró el diplomático, quien consiguió escapar con su familia y sus amigos hacia la calle.
Alves aseveró a la Folha de S. Paulo que fue testigo de escenas tan dantescas como patéticas: “Vi a muchos que liquidaron con tiros de gracia a los parientes que no podían rescatar”.
Zopilotes sobrevolaban las ruinas
El martes 26 de diciembre, el Excélsior continuó dedicando a lo que quedaba de Managua, sendos titulares y muchas de sus páginas interiores, anunciando la voladura con dinamita de los pocos edificios que quedaban aún en pie y que amenazaban con derrumbarse con la más mínima vibración.
Su enviado especial, Rafael Cardona Sandoval, narraba que desde el propio 24 de diciembre, cientos de zopilotes comenzaron a sobrevolar la ciudad, en cuyos escombros había sepultados o semienterrados millares de cuerpos descomponiéndose a la sazón de un intenso calor tropical, mientras los sobrevivientes, aún estupefactos, parecían no terminar de comprender el drama que los envolvía.
La princesita desconocida
En las aceras de la morgue del derruido Hospital El Retiro se apilaban 68 cadáveres, muchos mutilados. Entre ese escenario patético de sábanas ensangrentadas “estaba una figurita enternecedora, una niña de un año, con su carita de princesa y un trajecito celeste con encajes de terciopelo”. No tenía una sola herida, “estaba como dormida, con su traje de Navidad y una leve sonrisa que hubiera conmovido al mismo Niño (Dios) si la noche de Pascua le hubiera llegado en paz Pero lo que quisimos no fue; cientos de niños como esa blanca niñita no alcanzaron a ver los regalos navideños, y sobre su pecho descansa ahora una tarjeta que dice: desconocida”.
Carlos A. Morales, enviado especial del diario La Nación, lunes 25 de diciembre de 1972.
Tres escenas de un mismo drama
El periodista Lucien Nahum, enviado especial de la Agencia France Press, AFP, resumió el drama de Managua en un par de escenas que presenció sobre la Calle El Triunfo, donde la gente deambulaba errática en medio del creciente hedor de los cuerpos en descomposición.
“Se me acercó una mujer para preguntarme por alguien llamado Ramón. Le dije que no lo conocía y ella siguió, preguntando por Ramón a todos los que veía. A mis pies estaban dos cadáveres, cubiertos apenas por unos trapos: eran de una mujer y un niño de pocos años”.
“Más adelante --continuó Nahum-- fui abordado por una anciana que llevaba en los brazos un objeto castaño, un muñeco rígido y desnudo: era el cadáver de un niño. Me lo mostró como si quisiera que yo admirara aquel cuerpecito. Luego la anciana se metió de nuevo entre las ruinas de lo que fue su casa”.
El corresponsal también recogió la historia de Arturo Miranda, un estudiante de 18 años, que era trasladado a Panamá en avión. El muchacho tenía una pierna destrozada, “pero no era su pierna herida lo que lo atormentaba, sino saber que su padre, su madre y su hermana murieron cerca de él, en su casa”.
El joven se salvó de milagro porque una puerta que le cayó encima impidió que un muro lo sepultara, pero aseguró que no volvería a Managua, porque difícilmente soportaría el recuerdo de haber pasado nueve horas junto a los cuerpos sin vida de todos sus familiares.
“¡Esto es horroroso! No hay agua ni electricidad ni comida; solo gritos y ruinas y sangre y rostros inexpresivos, sobrecogidos por el dolor, incapaces de comprender nada de lo que están viendo", transmitió entonces Danilo Arias, corresponsal de la agencia española EFE
Al amanecer de ese funesto sábado 23 de diciembre de 1972, Danilo Arias Madrigal, desaparecido periodista de La Nación, de Costa Rica, y corresponsal de la agencia EFE, voló desde San José a Managua, pese a que el país continuaba incomunicado con el mundo, y lo que narró horas después con voz entrecortada, a través de la radio, quedó grabado en las páginas de los periódicos de diversas latitudes.
“¡Esto es horroroso! No hay agua ni electricidad ni comida; solo gritos y ruinas y sangre y rostros inexpresivos, sobrecogidos por el dolor, incapaces de comprender nada de lo que están viendo… Toda la ciudad de 400,000 habitantes es una sola víctima. Nadie puede siquiera imaginarse lo que aquí ha sucedido en poco más de un minuto, dijo por radio el reportero tras recorrer durante cinco horas las ruinas de lo que apenas 10 horas atrás era la pujante, bulliciosa y altiva capital de Nicaragua.
Arias Madrigal fue el primer periodista extranjero que logró llegar al Aeropuerto Internacional Las Mercedes (hoy “Augusto C. Sandino”), que tampoco logró salir ileso de la furia de la tierra y a duras penas operaba, gracias a que el controlador aéreo de turno decidió no abandonar su puesto tras la sacudida.
Su testimonio --el primero de cientos más que habrían de emitir enviados especiales llegados de diversos rincones del orbe-- quedó registrado en la ya amarillenta edición del domingo 24 de diciembre de 1972 del diario El Universal, de México.
Uno camina por las calles de Managua viendo a uno y otro lado trozos de cuerpos humanos. Cadáveres desfigurados. Otros cubiertos por sábanas, que todavía no han podido ser recogidos por los servicios de socorro. La ciudad no es ni la sombra de la que conocimos hasta ayer, reza el dramático relato.
En ese funesto recorrido, Madrigal se hizo acompañar de Roberto Sánchez, entonces reportero de un diario local cuyas instalaciones quedaron inservibles.
Cuarenta años después, Sánchez, veterano periodista e historiador nicaragüense, recuerda que horas antes del sismo --al caer la noche-- estuvo en la sede del rotativo, situada sobre la 6ta. calle Noroeste, mejor conocida por los capitalinos de entonces como la Calle El Triunfo, en el viejo barrio San Sebastián.
Eran horas de fiesta, de compras, con olor a incienso y a Navidad, y antes de sumarse al frenesí festivo de esa última noche de la ciudad, Sánchez rellenó los viejos carretes fotográficos que ocuparía en una misión de rutina de fin de semana en Managua. Los negativos fotográficos de esa noche nunca llegarían a plasmar la alegría de una ciudad viva y en pie, sino todo lo contrario.
Me tocó acompañar a Danilo Arias Madrigal desde que amaneció, y recorrimos las calles del centro de Managua. Todos los carretes fotográficos se fueron con él a Costa Rica, y las fotos más frescas de la tragedia salieron publicadas en el diario La Nación, rememora el historiador.
El drama que enlutó a toda la nación fue tan colosal que no solo robó las portadas de los diarios, las programaciones radiales y los noticieros del vecino país sur, sino de todos los medios alrededor del mundo.
La Folha de S. Paulo, Veja y O Estado do S. Paulo (Brasil), La Varguardia Española y ABC (España), El Universal y Excélsior (México), La Nación (Costa Rica), La Prensa Gráfica (El Salvador) y otras publicaciones centroamericanas, llenaron portadas y páginas enteras con la noticia.
“Managua ya no está en el mapa”
Al amanecer del 23 de diciembre, los diarios mexicanos impresos una noche antes, describían en sus portadas los bombardeos que sobre Vietnam ordenaba el presidente estadounidense Richard Nixon, y las críticas que formulaba el líder soviético Leonid Brézhnev sobre ese conflicto en Asia. Mientras las páginas interiores rebozaban de anuncios con felicitaciones navideñas y se promocionaban telenovelas con Angélica María, cintas cinematográficas con Rocío Durcal, comedias televisivas como Los Polivoces y el noticiero 24 Horas de Jacobo Zabludovsky .
Un día después y los días subsiguientes se gastaría mucha tinta en esas mismas páginas para hablar sobre Managua y el drama de los supervivientes que no tendrían fiesta ni regalos ni cenas de Nochebuena, además de los gestos solidarios organizados en todo el continente.
“Managua ya no está en el mapa; once sismos la borraron, tituló a ocho columnas El Excelsior en su edición dominical número 20,363, que recoge en toda la portada y cinco páginas internas los desgarradores testimonios de los sobrevivientes extranjeros, que huyeron hacia sus países de origen.
A uno de ellos, Juan José Barrios Taracena, el cataclismo lo sorprendió en un reconocido hotel situado en el sector Este de la afamada Calle 15 de Septiembre. “En el Hotel Reisel donde me hospedaba, apenas hubo seis sobrevivientes Ayudé a rescatar de los escombros a una joven, solo para que muriera segundos después de que la pudiera atender un médico, contó al arribar a su natal Guatemala.
Barrios Taracena salió ileso de la sacudida, no así el edificio de seis plantas en el que se hospedaba, cuya planta baja donde se ubicaba la recepción, un banco y un concurrido restaurante, no resistió y quedó aplastada por los cinco pisos superiores. Se presume que muchos huéspedes y empleados estaban dentro, sin embargo, jamás se supo cuántos fallecieron ahí esa noche.
“Managua arrasada”
Otros testigos que arribaban a San José, la capital costarricense, sobrecogidos de terror expresaron que los sobrevivientes ensangrentados removían desesperados los escombros en busca de familiares, mientras cientos de cadáveres yacían en las calles a la espera de ser llevados a las fosas comunes.
Ese mismo día, el diario El Universal de México también dedicaba su portada completa a Nicaragua. Terremoto: Managua arrasada, más de 10 mil muertos, tituló el rotativo, que daba cuenta también de 50 mil heridos y 200 mil personas sin hogar, de los monumentales incendios que ya devoraban unas 20 manzanas del centro de la capital, de la falta de agua potable y alimentos, y de la carencia de electricidad.
Un resumen cablegráfico describía que la noche del sábado 23 de diciembre, Managua era un vasto escenario de destrucción y humo, donde los gritos de auxilio de los sobrevivientes se mezclaban con el ruido de palas, picos y tractores que encontraban bajo los escombros cadáveres de niños aferrados a sus madres, miembros mutilados, cuerpos deshechos, cráneos destrozados, 10,000 cadáveres o más.
Un residente colombiano, que imploraba por radio por un avión para salir de Managua, resumía lo que vivía, en pocas palabras: “Esto se ha convertido en un infierno”.
Ese averno con seguridad incluía las dantescas piras humanas que podían hallarse en cualquier parte de la ciudad. El cronista Danilo Arias Madrigal lo resume de forma lapidaria: “A cada paso que uno da por las calles de esta ciudad, se encuentra centenares de muertos están siendo incinerados. No hay lugar para tantos muertos en los cementerios”.
Cremaciones públicas
Alfredo Cortina, otro enviado de la Agencia France Press explicó que la orden de cremar los cuerpos provino de las propias autoridades nicaragüenses, a cuya cabeza se había colocado de facto el general Anastasio Somoza Debayle, director de la Guardia Nacional.
Se cremaban pilas de cadáveres que yacían hacinados, hinchados y tumefactos a los lados de las calles en ruinas. No quedaba otra alternativa, después de llenarse los cementerios y ante la imposibilidad de continuar abriendo fosas comunes.
Tal situación también fue reproducida por el rotativo brasileño O. Estado de S. Paulo, que dedicó varias de sus portadas a la tragedia, indicando que se cremaban los cuerpos debido a que entraban rápidamente en estado de putrefacción por el intenso calor de 38 grados Celsius a la sombra.
Manágua repete o triste espetáculo do Roma de Nero” (Managua repite el triste espectáculo de la Roma de Nerón), fue el titular del O. Estado de S. Paulo a una crónica de su enviado especial José Quiroga, en la que se describían los incendios que arrasaban el centro de la ciudad, que terminaban de dar “el tiro de gracia” a los edificios que habían resistido la sacudida.
Terremoto destruye Managua y El fuego destruyó lo que la tierra dejó, fueron los primeros titulares de la Folha de S. Paulo.
La tierra hacía gárgaras
“La sensación era de que la tierra hacia gárgaras el ruido era comparado al de diez aviones y era como que si la casa estaba siendo arrancada por una gigantesca grúa. Fue terrible”, contó a ese diario Fernando Alves, exsecretario de la Embajada de Brasil en Managua, al regresar a Brasilia.
Alves vacacionaba en Nicaragua con su esposa e hijos y pretendía pasar esa Navidad con sus suegros. El mortífero sismo lo sorprendió en la casa de Víctor Moura Lima, un médico que trabajaba para la OPS en Nicaragua.
“Eran las 12:30 (de la noche), conversábamos y oíamos música brasileña. Escuchamos un estruendo ensordecedor y los muebles de la casa fueron lanzados para todos lados… Fueron tres terremotos seguidos, el segundo provocó casi la demolición completa de la ciudad”, narró el diplomático, quien consiguió escapar con su familia y sus amigos hacia la calle.
Alves aseveró a la Folha de S. Paulo que fue testigo de escenas tan dantescas como patéticas: “Vi a muchos que liquidaron con tiros de gracia a los parientes que no podían rescatar”.
Zopilotes sobrevolaban las ruinas
El martes 26 de diciembre, el Excélsior continuó dedicando a lo que quedaba de Managua, sendos titulares y muchas de sus páginas interiores, anunciando la voladura con dinamita de los pocos edificios que quedaban aún en pie y que amenazaban con derrumbarse con la más mínima vibración.
Su enviado especial, Rafael Cardona Sandoval, narraba que desde el propio 24 de diciembre, cientos de zopilotes comenzaron a sobrevolar la ciudad, en cuyos escombros había sepultados o semienterrados millares de cuerpos descomponiéndose a la sazón de un intenso calor tropical, mientras los sobrevivientes, aún estupefactos, parecían no terminar de comprender el drama que los envolvía.
La princesita desconocida
En las aceras de la morgue del derruido Hospital El Retiro se apilaban 68 cadáveres, muchos mutilados. Entre ese escenario patético de sábanas ensangrentadas “estaba una figurita enternecedora, una niña de un año, con su carita de princesa y un trajecito celeste con encajes de terciopelo”. No tenía una sola herida, “estaba como dormida, con su traje de Navidad y una leve sonrisa que hubiera conmovido al mismo Niño (Dios) si la noche de Pascua le hubiera llegado en paz Pero lo que quisimos no fue; cientos de niños como esa blanca niñita no alcanzaron a ver los regalos navideños, y sobre su pecho descansa ahora una tarjeta que dice: desconocida”.
Carlos A. Morales, enviado especial del diario La Nación, lunes 25 de diciembre de 1972.
Tres escenas de un mismo drama
El periodista Lucien Nahum, enviado especial de la Agencia France Press, AFP, resumió el drama de Managua en un par de escenas que presenció sobre la Calle El Triunfo, donde la gente deambulaba errática en medio del creciente hedor de los cuerpos en descomposición.
“Se me acercó una mujer para preguntarme por alguien llamado Ramón. Le dije que no lo conocía y ella siguió, preguntando por Ramón a todos los que veía. A mis pies estaban dos cadáveres, cubiertos apenas por unos trapos: eran de una mujer y un niño de pocos años”.
“Más adelante --continuó Nahum-- fui abordado por una anciana que llevaba en los brazos un objeto castaño, un muñeco rígido y desnudo: era el cadáver de un niño. Me lo mostró como si quisiera que yo admirara aquel cuerpecito. Luego la anciana se metió de nuevo entre las ruinas de lo que fue su casa”.
El corresponsal también recogió la historia de Arturo Miranda, un estudiante de 18 años, que era trasladado a Panamá en avión. El muchacho tenía una pierna destrozada, “pero no era su pierna herida lo que lo atormentaba, sino saber que su padre, su madre y su hermana murieron cerca de él, en su casa”.
El joven se salvó de milagro porque una puerta que le cayó encima impidió que un muro lo sepultara, pero aseguró que no volvería a Managua, porque difícilmente soportaría el recuerdo de haber pasado nueve horas junto a los cuerpos sin vida de todos sus familiares.