La fuerza tranquila de la oposición
El aspirante a suceder a Chávez no es buen orador, pero sus mensajes sencillos llegan al electorado.
Maye Primera
Caracas, El País
Quienes se topaban a Henrique Capriles en sus recorridos de campaña por Venezuela comenzaron a experimentar raptos de euforia. En cada pueblo empezó a gestarse un tumulto dispuesto a arropar al candidato hasta la asfixia, de mujeres que lo pedían en matrimonio, de señoras que le regalaban estampas de santos, de hombres afanados en estrecharlo. Esto no ocurría hace dos años, cuando Capriles empezó a dar la vuelta al país con la idea de disputarle Hugo Chávez la presidencia en las elecciones de este domingo y estropearle el plan de ser reelegido por cuarta vez. Capriles despierta ahora fervor, como no lo hizo ningún otro oponente de Chávez. Antes era solo un buen muchacho.
Henrique Capriles Radonski (Caracas, 1972) comenzó en la política en 1998, el mismo año en que Chávez decidió competir por primera vez en las elecciones. Es abogado, trabajó en la Administración Tributaria, había colaborado con un primo diputado en la redacción de leyes y ese primo le ofreció incluir su nombre en la lista de candidatos independientes al Congreso por el partido socialcristiano Copei. Henrique aceptó y lo eligieron. Tenía 26 años, era el más joven miembro del Parlamento, le ofrecieron ocupar la presidencia de la Cámara de Diputados y volvió a aceptar. “Las oportunidades se presentan una vez en la vida”, reflexiona Capriles ahora, envuelto en una campaña en la que ha recorrido más de 300 pueblos y ciudades.
No militó en ningún partido político hasta 1999, cuando se incorporó al movimiento Primero Justicia, que se fundó ese año. “Desde los 11 años le decía a mi madre que cuando tuviera 18 me iba a inscribir en un partido, y no lo hice porque la política en Venezuela se desprestigió muchísimo”, dice el candidato. En medio de aquella crisis del sistema bipartidista encabezado por Acción Democrática y Copei, los partidos que gobernaron Venezuela entre 1958 y 1998, ocurrió la primera elección de Chávez: un teniente coronel carismático que en 1992 dirigió un golpe de Estado fallido contra el Gobierno de Carlos Andrés Pérez y que prometía acabar con el sistema corrupto.
“A Capriles lo tildaron de chavista light porque creía que era necesario refundar las instituciones y dio paso a esos cambios”, dice Rafael Guzmán, compañero de universidad de Capriles y jefe de finanzas de su campaña.
La primera medida de Capriles en el Congreso fue solicitar una investigación por corrupción contra quien le precedió en el cargo. Le acusaron entonces de contribuir con el chavismo a darle la última estocada al viejo Parlamento y sus partidos. “No pretendo que esta institución se disuelva, todo lo contrario. Estoy trabajando sin descanso para tratar de sanearla”, respondió Capriles en 1999 durante la sesión en la que se debatía si el Congreso debía ser investigado por corrupción. “A Capriles lo tildaron de chavista light porque creía que era necesario refundar las instituciones y dio paso a esos cambios”, dice Rafael Guzmán, compañero de universidad de Capriles y actual jefe de finanzas de su campaña.
Chávez y Capriles se vieron por primera vez a finales de 1998. Dicen que Capriles admiró el carisma de Chávez y su interés por los más pobres y que, un año más tarde, cuando fue electo por primera vez alcalde del municipio capitalino de Baruta, el presidente reconoció en él su buena gestión. Su relación fue cordial hasta el 11 de abril de 2002, día en que un golpe de Estado derrocó a Chávez durante 48 horas.
El día 12 una turba antichavista sitió la Embajada de Cuba de Caracas, ubicada en el municipio que gobernaba Capriles, bajo la sospecha de que dentro estaban refugiados algunos de los ministros de Chávez. Dijeron que no se irían hasta sacarlos de allí, cortaron los servicios de agua y electricidad, destrozaron los coches aparcados frente a la sede, gritaron consignas. De acuerdo a la versión del embajador de Noruega en Caracas, los cubanos solicitaron la mediación del alcalde, que saltó el muro de la embajada. Dos años después, Capriles fue acusado de participar como cómplice del asalto a la sede diplomática y detenido durante cuatro meses en la antigua Dirección de Servicios de Inteligencia y Prevención de Venezuela.
En la cárcel jugaba a la lotería, apostaba por el número de días que llevaba preso, su fecha de nacimiento, el número interminable de jueces que se hicieron cargo de su caso.No le dejaron ver el sol en los primeros 40 días de prisión, hasta que el expresidente Jimmy Carter intercedió. Capriles es supersticioso y en prisión se hizo aún más devoto de la virgen. Ahora más de la mitad de los regalos que recibe en sus giras son imágenes de santos, rosarios, estampitas, todos expuestos en la sede del equipo de campaña.
Sus abuelos eran judíos. La única abuela que conoció, Lili Radonski, estuvo en el gueto de Varsovia y los padres de ella murieron en el campo de exterminio de Treblinka. Ambas familias hicieron fortuna en Venezuela: los Capriles, en los medios de comunicación, en la banca, en la producción de alimentos, en la construcción; los Radonski, con el circuito más grande de salas de cine que aún funciona en el país.
Chávez lo define así: “Es un fascista, corrupto y burgués”. El sistema de medios públicos lo presenta como “el candidato de la ultraderecha”, y dicen que acabará con todos los programas sociales que ha ideado Chávez. Eso es lo que temen los chavistas más pobres, los de la nueva clase media en ascenso: perder los subsidios, las becas, el trabajo en la Administración pública si la oposición llega al Gobierno. El candidato opositor replica que gobernará para todos, como lo hizo desde que derrotó al chavismo en las elecciones a gobernador del Estado de Miranda en 2008.
Capriles no es un orador que destaque. Pero, poco a poco, ha logrado construir un mensaje concreto, de frases simples, catártico en cada pueblo atenazado por la precariedad de los servicios de agua potable y electricidad, por la falta de empleo y de vivienda y por la inseguridad callejera. Y todo esto, sin atacar directamente a Chávez. “¿Cuántas veces al día se va la luz aquí?”, pregunta en sus discursos, y ruge un público harto de los apagones. “¿Cuántas ambulancias tiene el hospital de Carayaca?”, vuelve a preguntar, y le responden a coro que ninguna. “¿Dónde están las casas que el Gobierno prometió construir en Tucupita?”, y el grito de vuelta dice “no existen”. “¿Cuántas madres han perdido a sus hijos por causa de la inseguridad?”, y la emoción es unánime. “Él ha logrado reinterpretar a un líder completamente distinto”, opina Armando Briquet, amigo de la infancia y jefe de campaña: “Si quieres a un orador, a un charlatán, si con eso se resuelven los problemas de la gente, ahí está Chávez”. Hoy los venezolanos dirán si ahí se queda el comandante o si la fuerza tranquila de Henrique Capriles dio resultado.
Maye Primera
Caracas, El País
Quienes se topaban a Henrique Capriles en sus recorridos de campaña por Venezuela comenzaron a experimentar raptos de euforia. En cada pueblo empezó a gestarse un tumulto dispuesto a arropar al candidato hasta la asfixia, de mujeres que lo pedían en matrimonio, de señoras que le regalaban estampas de santos, de hombres afanados en estrecharlo. Esto no ocurría hace dos años, cuando Capriles empezó a dar la vuelta al país con la idea de disputarle Hugo Chávez la presidencia en las elecciones de este domingo y estropearle el plan de ser reelegido por cuarta vez. Capriles despierta ahora fervor, como no lo hizo ningún otro oponente de Chávez. Antes era solo un buen muchacho.
Henrique Capriles Radonski (Caracas, 1972) comenzó en la política en 1998, el mismo año en que Chávez decidió competir por primera vez en las elecciones. Es abogado, trabajó en la Administración Tributaria, había colaborado con un primo diputado en la redacción de leyes y ese primo le ofreció incluir su nombre en la lista de candidatos independientes al Congreso por el partido socialcristiano Copei. Henrique aceptó y lo eligieron. Tenía 26 años, era el más joven miembro del Parlamento, le ofrecieron ocupar la presidencia de la Cámara de Diputados y volvió a aceptar. “Las oportunidades se presentan una vez en la vida”, reflexiona Capriles ahora, envuelto en una campaña en la que ha recorrido más de 300 pueblos y ciudades.
No militó en ningún partido político hasta 1999, cuando se incorporó al movimiento Primero Justicia, que se fundó ese año. “Desde los 11 años le decía a mi madre que cuando tuviera 18 me iba a inscribir en un partido, y no lo hice porque la política en Venezuela se desprestigió muchísimo”, dice el candidato. En medio de aquella crisis del sistema bipartidista encabezado por Acción Democrática y Copei, los partidos que gobernaron Venezuela entre 1958 y 1998, ocurrió la primera elección de Chávez: un teniente coronel carismático que en 1992 dirigió un golpe de Estado fallido contra el Gobierno de Carlos Andrés Pérez y que prometía acabar con el sistema corrupto.
“A Capriles lo tildaron de chavista light porque creía que era necesario refundar las instituciones y dio paso a esos cambios”, dice Rafael Guzmán, compañero de universidad de Capriles y jefe de finanzas de su campaña.
La primera medida de Capriles en el Congreso fue solicitar una investigación por corrupción contra quien le precedió en el cargo. Le acusaron entonces de contribuir con el chavismo a darle la última estocada al viejo Parlamento y sus partidos. “No pretendo que esta institución se disuelva, todo lo contrario. Estoy trabajando sin descanso para tratar de sanearla”, respondió Capriles en 1999 durante la sesión en la que se debatía si el Congreso debía ser investigado por corrupción. “A Capriles lo tildaron de chavista light porque creía que era necesario refundar las instituciones y dio paso a esos cambios”, dice Rafael Guzmán, compañero de universidad de Capriles y actual jefe de finanzas de su campaña.
Chávez y Capriles se vieron por primera vez a finales de 1998. Dicen que Capriles admiró el carisma de Chávez y su interés por los más pobres y que, un año más tarde, cuando fue electo por primera vez alcalde del municipio capitalino de Baruta, el presidente reconoció en él su buena gestión. Su relación fue cordial hasta el 11 de abril de 2002, día en que un golpe de Estado derrocó a Chávez durante 48 horas.
El día 12 una turba antichavista sitió la Embajada de Cuba de Caracas, ubicada en el municipio que gobernaba Capriles, bajo la sospecha de que dentro estaban refugiados algunos de los ministros de Chávez. Dijeron que no se irían hasta sacarlos de allí, cortaron los servicios de agua y electricidad, destrozaron los coches aparcados frente a la sede, gritaron consignas. De acuerdo a la versión del embajador de Noruega en Caracas, los cubanos solicitaron la mediación del alcalde, que saltó el muro de la embajada. Dos años después, Capriles fue acusado de participar como cómplice del asalto a la sede diplomática y detenido durante cuatro meses en la antigua Dirección de Servicios de Inteligencia y Prevención de Venezuela.
En la cárcel jugaba a la lotería, apostaba por el número de días que llevaba preso, su fecha de nacimiento, el número interminable de jueces que se hicieron cargo de su caso.No le dejaron ver el sol en los primeros 40 días de prisión, hasta que el expresidente Jimmy Carter intercedió. Capriles es supersticioso y en prisión se hizo aún más devoto de la virgen. Ahora más de la mitad de los regalos que recibe en sus giras son imágenes de santos, rosarios, estampitas, todos expuestos en la sede del equipo de campaña.
Sus abuelos eran judíos. La única abuela que conoció, Lili Radonski, estuvo en el gueto de Varsovia y los padres de ella murieron en el campo de exterminio de Treblinka. Ambas familias hicieron fortuna en Venezuela: los Capriles, en los medios de comunicación, en la banca, en la producción de alimentos, en la construcción; los Radonski, con el circuito más grande de salas de cine que aún funciona en el país.
Chávez lo define así: “Es un fascista, corrupto y burgués”. El sistema de medios públicos lo presenta como “el candidato de la ultraderecha”, y dicen que acabará con todos los programas sociales que ha ideado Chávez. Eso es lo que temen los chavistas más pobres, los de la nueva clase media en ascenso: perder los subsidios, las becas, el trabajo en la Administración pública si la oposición llega al Gobierno. El candidato opositor replica que gobernará para todos, como lo hizo desde que derrotó al chavismo en las elecciones a gobernador del Estado de Miranda en 2008.
Capriles no es un orador que destaque. Pero, poco a poco, ha logrado construir un mensaje concreto, de frases simples, catártico en cada pueblo atenazado por la precariedad de los servicios de agua potable y electricidad, por la falta de empleo y de vivienda y por la inseguridad callejera. Y todo esto, sin atacar directamente a Chávez. “¿Cuántas veces al día se va la luz aquí?”, pregunta en sus discursos, y ruge un público harto de los apagones. “¿Cuántas ambulancias tiene el hospital de Carayaca?”, vuelve a preguntar, y le responden a coro que ninguna. “¿Dónde están las casas que el Gobierno prometió construir en Tucupita?”, y el grito de vuelta dice “no existen”. “¿Cuántas madres han perdido a sus hijos por causa de la inseguridad?”, y la emoción es unánime. “Él ha logrado reinterpretar a un líder completamente distinto”, opina Armando Briquet, amigo de la infancia y jefe de campaña: “Si quieres a un orador, a un charlatán, si con eso se resuelven los problemas de la gente, ahí está Chávez”. Hoy los venezolanos dirán si ahí se queda el comandante o si la fuerza tranquila de Henrique Capriles dio resultado.