Guantánamo: en el tribunal-búnker para los acusados del 11 de Setiembre

Guantánamo, AFP
En el territorio desolado de Guantánamo, a miles de km de la Zona Cero, cinco acusados de los atentados del 11 de setiembre de 2001 comparecen en un búnker ultramoderno, pensado y ensamblado como una construcción de piezas de lego para los islamistas más odiados en Estados Unidos.


Sentados en la "galería", detrás de un tabique triplemente vidriado, que amortigua hasta el menor sonido, un puñado de periodistas observa los debates como si se tratara de un reality show acompañado de un play-back desfasado.

El juez habla, pero es el abogado al que se escucha. Y no es por casualidad: los diálogos salen de la sala de audiencias con 40 segundos de diferencia, creando una cierta confusión entre los medios, las organizaciones defensoras de los derechos humanos y la decena de familiares de las víctimas, separados por una cortina.

Seguridad nacional obliga, un "oficial de seguridad militar" controla todas las declaraciones y, en caso de palabras sensibles, presiona un interruptor que altera instantáneamente el sonido.

El miércoles de tarde, en el tercer día de una semana de audiencias y por segunda vez desde la presentación de la acusación de los cinco hombres en mayo, la luz roja aparece al costado del juez.

El silencio se abate bruscamente sobre la "galería", pero también sobre la sala de prensa del otro lado de la alambrada y sobre los cuatro lugares de la costa este de Estados Unidos donde se retransmiten las audiencias para las familias de las víctimas.

"Mal funcionamiento", concluye, demasiado rápido, uno de los parientes de las víctimas. El abogado censurado sigue gesticulando, como en una película muda. El pakistaní Jaled Cheij Mohammed, el principal acusado, gira hacia su sobrino, Amar al-Baluchi, y le habla a distancia.

Tan pronto como retorna el sonido, el juez James Pohl, sentado sobre su cómodo sillón de cuero negro, explica que fue mencionado el nombre de "una hipotética técnica de interrogatorio".

Kevin Bogucki, abogado del yemení Ramzi ben al-Chaiba, explica que, ante familiares incrédulos, que el gobierno no puede clasificar como asuntos de seguridad nacional "la experiencia, los pensamientos y los recuerdos" de los acusados, que sufrieron malos tratos durante su detención en prisiones de la CIA.

El 5 de mayo fue la palabra "tortura" la que provocó la censura de una parte de los debates. Esta vez, el gobierno recordó, sin ser censurado, que Jaled Cheij Mohammed, el cerebro autoproclamado de los atentados, había "sufrido 183 sesiones de 'submarino'" (una técnica de tortura consistente en sumergir la cabeza del detenido en agua hasta que está a punto de ahogarse).

Mohammed, cuya alfombra para orar está plegada sobre el respaldo de su silla, se estira la larga barba. Lleva un turbante blanco y la ropa de camuflaje militar autorizada por el juez, que él exigió en recuerdo de sus años de resistencia contra la ocupación soviética de Afganistán.

A su alrededor, las traductoras e incluso una abogada llevan velo o hijab. Una decena de guardias se alínea a lo largo de la pared. Pero Mohammed ni se inmuta. Unas cadenas inútiles yacen sobre el suelo. Súbitamente, este hombre muy cercano a Osama bin Laden levanta la mano. Su abogado anuncia que quiere hablar.

"Disponemos de 40 segundos de diferencia", por si suministra informaciones 'top secret'", estima la fiscal Joanna Baltes, "ningún tribunal estadounidense dispone de la tecnología que tenemos aquí".

Con sus micrófonos, su sistema de circuito cerrado de televisión, sus pantallas planas y su mobiliario ultramoderno, el complejo judicial de alta seguridad, fue traído de Florida y montado pieza por pieza, con un costo total de cinco millones de dólares, según el Pentágono. Sin embargo, los medios mencionaron la cifra de 12 millones en 2008, cuando se construyó el complejo.

En el espacio forrado de fieltro de la galería, una dibujante realiza con sus pasteles las únicas imágenes de la audiencia que verá el gran público. "Es muy importante verlos en carne y hueso", dice Alfred Acquaviva, quien perdió a su hijo en el World Trade Center.

Cuando Jaled Cheij Mohammed toma finalmente la palabra, los espectadores de "la anti-cámara de la censura", como la llama una abogada, escuchan íntegramente sin embargo su virulenta diatriba antiestadounidense. "Esto da miedo", comenta inmediatamente Acquaviva, "si hubieran sido juzgados en el extranjero, particularmente en Medio Oriente, hace rato que los hubieran colgado".

En el territorio desolado de Guantánamo, a miles de km de la Zona Cero, cinco acusados de los atentados del 11 de setiembre de 2001 comparecen en un búnker ultramoderno, pensado y ensamblado como una construcción de piezas de lego para los islamistas más odiados en Estados Unidos.

El 5 de mayo fue la palabra "tortura" la que provocó la censura de una parte de los debates. Esta vez, el gobierno recordó, sin ser censurado, que Jaled Cheij Mohammed, el cerebro autoproclamado de los atentados, había "sufrido 183 sesiones de 'submarino'" (una técnica de tortura consistente en sumergir la cabeza del detenido en agua hasta que está a punto de ahogarse).

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