¿De qué Irán está ocupándose el mundo?
Los tambores de guerra que tapan la voz de los activistas de los derechos humanos y los miembros de la sociedad civil iraní
Ramin Jahanbegloo
Las recientes elecciones parlamentarias en Irán fueron en opinión de muchos, incluido el líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, el acontecimiento más “crucial” desde la instauración de la República islámica, hace 33 años. El ministro iraní del Interior, Mostafa Mohammad Najjar, dijo que la participación había sido una “bofetada” a los enemigos del régimen islámico. Sin embargo, otras informaciones procedentes de la sociedad civil indican que el boicoteo de las elecciones estuvo mucho más extendido de lo que el régimen y los propios activistas del movimiento habían previsto.
Las elecciones parlamentarias eran las primeras nacionales desde las polémicas presidenciales de 2009, que supusieron la victoria de Mahmud Ahmadineyad. El Movimiento Verde aseguró entonces que le habían robado las elecciones a su candidato, Mir Hossein Mussavi. Éste y Mehdi Karrubi, los dos dirigentes reformistas que fueron candidatos en aquellos comicios, continúan hoy bajo arresto domiciliario y acusados de conspirar contra el régimen.
Esta vez, la mayoría de los reformistas y sus seguidores, con la excepción de Mohamed Jatamí, se quedaron en casa en vez de ir a votar. Ante las duras críticas que le han hecho los iraníes que, desde las elecciones presidenciales de 2009, consideran que es imposible reformar el sistema, Jatamí respondió en su página web: “Mis acciones nacen de mis opiniones políticas, mi conducta y mis convicciones. He actuado desde una posición reformista y para mantener abierta la puerta al reformismo, que creo que es la única forma de alcanzar los auténticos ideales de la revolución, garantizar los derechos del pueblo y proteger los intereses de la nación”. En otras palabras, Jatamí decidió mantener la senda del reformismo desde dentro del sistema.
Da la impresión de que los gobernantes iraníes no tienen ningún interés en aprovechar las recientes elecciones parlamentarias para tender la mano a los reformistas y contrarrestar la polarización política que aflige a la sociedad del país desde 2009. Por otro lado, el nuevo parlamento va a estar dominado, en gran parte, por conservadores partidarios del líder supremo Alí Jamenei. No olvidemos que éste ha conseguido, en los últimos años, crear un culto a la personalidad que resuena mucho más entre los grupos paramilitares iraníes que entre el clérigo chií dado al quietismo y los grandes ayatolás. De hecho, el cambio más importante que ha sufrido la estructura política iraní en los 30 últimos años es quizá el ascenso del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI, o pasdaran), que ha pasado de ser una institución ideológica a ser una fuerza social, política y económica en expansión que controla todos los rincones de la sociedad iraní.
Como fuerza en la política iraní, el CGRI no es una entidad militar tradicional, sino un actor multidimensional con enorme influencia en la política exterior del país. Además, el CGRI controla el Basij, un grupo paramilitar de voluntarios que cuenta con alrededor de un millón de milicianos. En abril de 2011, Estados Unidos impuso sanciones a las fuerzas de Al Quds del CGRI por apoyar la represión del régimen sirio contra sus opositores. Con ese apoyo, el CGRI demuestra su fidelidad al mandato original de defender los principios fundacionales de la revolución y exportarlos a otros países musulmanes. De forma más general, es necesario examinar con detalle el creciente poder económico de los pasdaran (que abarca desde las telecomunicaciones hasta el petróleo), así como su control de todos los recursos militares estratégicos del país, incluido su programa de misiles de largo alcance, cada vez más avanzado y complejo.
De este modo, la República Islámica se ha vuelto cada vez más una oligarquía militar de rostro clerical. Pero el perfil sociopolítico del CGRI va a crecer más aún en los próximos meses. La razón no es tanto la situación interna en Teherán como la situación geopolítica de Irán y la posibilidad creciente de un enfrentamiento militar con Estados Unidos e Israel. Los Guardias Revolucionarios iraníes son muy conscientes de las posibles amenazas israelíes contra las instalaciones nucleares de su país y de la presencia militar de Estados Unidos en el Golfo Pérsico. La cuestión fundamental, por supuesto, es cómo respondería Irán tras un ataque de Israel. ¿Se convencerían las autoridades iraníes de abandonar su programa de armas nucleares, o estaría el régimen dispuesto a emprender una guerra prolongada con Estados Unidos y a pagar el precio que supondría el consiguiente caos regional?
Dado el interés en todo el mundo por este asunto y la actitud agresiva tanto de las autoridades iraníes como de las israelíes, sería un error no pensar en la posibilidad de descartar el ataque. Es cierto que el régimen iraní está dando pocas muestras de flexibilidad a propósito del programa nuclear y que el brazo militar del sistema islámico estaría dispuesto a aceptar el riesgo de un enfrentamiento militar con Estados Unidos como forma de consolidar su poder. Pero si se repasa la historia iraní contemporánea y el escaso poder de lo militar en ella, es difícil imaginar cómo podría el CGRI movilizar a distintas categorías de la sociedad iraní en favor de una guerra nacionalista, independientemente de la supervivencia del régimen islamista.
Además, el programa nuclear no es una cuestión de vida o muerte para el ayatolá Jamenei, Mahmud Ahmadineyad ni ninguno de los Guardias Revolucionarios. Si estamos de acuerdo en que los líderes iraníes no tienen deseos de suicidarse y utilizan su condición de potencia nuclear como forma de mantener vivo su poder, existen buenos motivos para creer que, si el secretario de Defensa estadounidense, Leon Panetta, ha pedido a Israel que espere a junio para los ataques, es que pretende, entre otras cosas, dar a Obama y al grupo de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad más Alemania, tiempo suficiente para desarrollar su labor diplomática con Irán.
Ramin Jahanbegloo
Las recientes elecciones parlamentarias en Irán fueron en opinión de muchos, incluido el líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, el acontecimiento más “crucial” desde la instauración de la República islámica, hace 33 años. El ministro iraní del Interior, Mostafa Mohammad Najjar, dijo que la participación había sido una “bofetada” a los enemigos del régimen islámico. Sin embargo, otras informaciones procedentes de la sociedad civil indican que el boicoteo de las elecciones estuvo mucho más extendido de lo que el régimen y los propios activistas del movimiento habían previsto.
Las elecciones parlamentarias eran las primeras nacionales desde las polémicas presidenciales de 2009, que supusieron la victoria de Mahmud Ahmadineyad. El Movimiento Verde aseguró entonces que le habían robado las elecciones a su candidato, Mir Hossein Mussavi. Éste y Mehdi Karrubi, los dos dirigentes reformistas que fueron candidatos en aquellos comicios, continúan hoy bajo arresto domiciliario y acusados de conspirar contra el régimen.
Esta vez, la mayoría de los reformistas y sus seguidores, con la excepción de Mohamed Jatamí, se quedaron en casa en vez de ir a votar. Ante las duras críticas que le han hecho los iraníes que, desde las elecciones presidenciales de 2009, consideran que es imposible reformar el sistema, Jatamí respondió en su página web: “Mis acciones nacen de mis opiniones políticas, mi conducta y mis convicciones. He actuado desde una posición reformista y para mantener abierta la puerta al reformismo, que creo que es la única forma de alcanzar los auténticos ideales de la revolución, garantizar los derechos del pueblo y proteger los intereses de la nación”. En otras palabras, Jatamí decidió mantener la senda del reformismo desde dentro del sistema.
Da la impresión de que los gobernantes iraníes no tienen ningún interés en aprovechar las recientes elecciones parlamentarias para tender la mano a los reformistas y contrarrestar la polarización política que aflige a la sociedad del país desde 2009. Por otro lado, el nuevo parlamento va a estar dominado, en gran parte, por conservadores partidarios del líder supremo Alí Jamenei. No olvidemos que éste ha conseguido, en los últimos años, crear un culto a la personalidad que resuena mucho más entre los grupos paramilitares iraníes que entre el clérigo chií dado al quietismo y los grandes ayatolás. De hecho, el cambio más importante que ha sufrido la estructura política iraní en los 30 últimos años es quizá el ascenso del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI, o pasdaran), que ha pasado de ser una institución ideológica a ser una fuerza social, política y económica en expansión que controla todos los rincones de la sociedad iraní.
Como fuerza en la política iraní, el CGRI no es una entidad militar tradicional, sino un actor multidimensional con enorme influencia en la política exterior del país. Además, el CGRI controla el Basij, un grupo paramilitar de voluntarios que cuenta con alrededor de un millón de milicianos. En abril de 2011, Estados Unidos impuso sanciones a las fuerzas de Al Quds del CGRI por apoyar la represión del régimen sirio contra sus opositores. Con ese apoyo, el CGRI demuestra su fidelidad al mandato original de defender los principios fundacionales de la revolución y exportarlos a otros países musulmanes. De forma más general, es necesario examinar con detalle el creciente poder económico de los pasdaran (que abarca desde las telecomunicaciones hasta el petróleo), así como su control de todos los recursos militares estratégicos del país, incluido su programa de misiles de largo alcance, cada vez más avanzado y complejo.
De este modo, la República Islámica se ha vuelto cada vez más una oligarquía militar de rostro clerical. Pero el perfil sociopolítico del CGRI va a crecer más aún en los próximos meses. La razón no es tanto la situación interna en Teherán como la situación geopolítica de Irán y la posibilidad creciente de un enfrentamiento militar con Estados Unidos e Israel. Los Guardias Revolucionarios iraníes son muy conscientes de las posibles amenazas israelíes contra las instalaciones nucleares de su país y de la presencia militar de Estados Unidos en el Golfo Pérsico. La cuestión fundamental, por supuesto, es cómo respondería Irán tras un ataque de Israel. ¿Se convencerían las autoridades iraníes de abandonar su programa de armas nucleares, o estaría el régimen dispuesto a emprender una guerra prolongada con Estados Unidos y a pagar el precio que supondría el consiguiente caos regional?
Dado el interés en todo el mundo por este asunto y la actitud agresiva tanto de las autoridades iraníes como de las israelíes, sería un error no pensar en la posibilidad de descartar el ataque. Es cierto que el régimen iraní está dando pocas muestras de flexibilidad a propósito del programa nuclear y que el brazo militar del sistema islámico estaría dispuesto a aceptar el riesgo de un enfrentamiento militar con Estados Unidos como forma de consolidar su poder. Pero si se repasa la historia iraní contemporánea y el escaso poder de lo militar en ella, es difícil imaginar cómo podría el CGRI movilizar a distintas categorías de la sociedad iraní en favor de una guerra nacionalista, independientemente de la supervivencia del régimen islamista.
Además, el programa nuclear no es una cuestión de vida o muerte para el ayatolá Jamenei, Mahmud Ahmadineyad ni ninguno de los Guardias Revolucionarios. Si estamos de acuerdo en que los líderes iraníes no tienen deseos de suicidarse y utilizan su condición de potencia nuclear como forma de mantener vivo su poder, existen buenos motivos para creer que, si el secretario de Defensa estadounidense, Leon Panetta, ha pedido a Israel que espere a junio para los ataques, es que pretende, entre otras cosas, dar a Obama y al grupo de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad más Alemania, tiempo suficiente para desarrollar su labor diplomática con Irán.
La Casa Blanca ha conseguido rechazar las presiones para iniciar una guerra o, al menos, adoptar una postura de mayor de enfrentamiento, a base de esgrimir sanciones y recurrir a sus aliados internacionales. Sin embargo, nadie alberga esperanzas de que, en un año electoral, Obama vaya a ceder en absoluto ante Irán, ni siquiera a cambio de concesiones iraníes.
Ni que decir tiene que el problema de fondo en la cuestión nuclear iraní es que Washington y Teherán no mantienen relaciones diplomáticas. Aunque es fácil ignorar muchas de las alusiones bélicas y considerarlas mera retórica psicológica, la idea de la posible necesidad de ir a la guerra contra Irán se apoya en una percepción de la República Islámica que la considera un actor irracional al que es imposible confiar armas nucleares y al que debería impedirse que las utilice jamás. Sin embargo, como todo el mundo sabe, Irán no tiene en Oriente Próximo una presencia militar tan fuerte ni tan eficiente como se suele pensar o temer.
A medida que la primavera árabe se extiende por Oriente Próximo, las nuevas asociaciones y alianzas están cambiando el paisaje político de la región. Mientras que se considera que Turquía y Arabia Saudí son los principales vencedores del despertar árabe, Irán está resultando el gran perdedor de los levantamientos recientes en la zona.
Es evidente que, en muchos aspectos, la República Islámica se encuentra en una situación de transición en la que se están poniendo en tela de juicio muchas de sus principales estrategias en política tanto nacional como exterior. En un momento en el que Irán ha perdido la capacidad de influir en los acontecimientos en Bahréin y Siria, el objetivo real de las sanciones de la UE y Estados Unidos contra el régimen iraní es presionar a sus responsables para que negocien y lleguen a compromisos. Al margen de la debilidad relativa de Irán en muchos aspectos, la mejor manera de encontrar una solución al problema de Irán es pensar en el futuro democrático del país y dejar claro a sus ciudadanos que es un actor importante en la región, al que es necesario oír y sacar de su condición de Estado paria.
Eso significa que no solo los costes reales de un ataque militar para el futuro de Irán y de Oriente Próximo en general, sino también los cambios democráticos que están en marcha, tienen más importancia para el desarrollo político del país que los tambores de guerra que tapan sin cesar la voz de los activistas de los derechos humanos y los miembros de la sociedad civil iraní. Ha llegado la hora de preguntarse: ¿de qué Irán está ocupándose el mundo?
Ni que decir tiene que el problema de fondo en la cuestión nuclear iraní es que Washington y Teherán no mantienen relaciones diplomáticas. Aunque es fácil ignorar muchas de las alusiones bélicas y considerarlas mera retórica psicológica, la idea de la posible necesidad de ir a la guerra contra Irán se apoya en una percepción de la República Islámica que la considera un actor irracional al que es imposible confiar armas nucleares y al que debería impedirse que las utilice jamás. Sin embargo, como todo el mundo sabe, Irán no tiene en Oriente Próximo una presencia militar tan fuerte ni tan eficiente como se suele pensar o temer.
A medida que la primavera árabe se extiende por Oriente Próximo, las nuevas asociaciones y alianzas están cambiando el paisaje político de la región. Mientras que se considera que Turquía y Arabia Saudí son los principales vencedores del despertar árabe, Irán está resultando el gran perdedor de los levantamientos recientes en la zona.
Es evidente que, en muchos aspectos, la República Islámica se encuentra en una situación de transición en la que se están poniendo en tela de juicio muchas de sus principales estrategias en política tanto nacional como exterior. En un momento en el que Irán ha perdido la capacidad de influir en los acontecimientos en Bahréin y Siria, el objetivo real de las sanciones de la UE y Estados Unidos contra el régimen iraní es presionar a sus responsables para que negocien y lleguen a compromisos. Al margen de la debilidad relativa de Irán en muchos aspectos, la mejor manera de encontrar una solución al problema de Irán es pensar en el futuro democrático del país y dejar claro a sus ciudadanos que es un actor importante en la región, al que es necesario oír y sacar de su condición de Estado paria.
Eso significa que no solo los costes reales de un ataque militar para el futuro de Irán y de Oriente Próximo en general, sino también los cambios democráticos que están en marcha, tienen más importancia para el desarrollo político del país que los tambores de guerra que tapan sin cesar la voz de los activistas de los derechos humanos y los miembros de la sociedad civil iraní. Ha llegado la hora de preguntarse: ¿de qué Irán está ocupándose el mundo?