Reino Unido y la UE, un divorcio demasiado caro
Pese a la cumbre del euro, Londres y Bruselas están condenados a mantener su matrimonio de conveniencia
Londres, El País
El diario euroescéptico Daily Mail ve la Unión Europea como “estatalista, sobreregulada, antidemocrática y corrupta”. Los federalistas europeos ven a los británicos arrogantes, fanfarrones, agresivos, ignorantes y, sobre todo, embusteros cuando hablan de Europa. Ahora hay quien les considera también chantajistas, por intentar tomar el euro como rehén para asegurar por los siglos de los siglos la hegemonía de Londres como plaza financiera.
Y, sin embargo, británicos y continentales parecen condenados a entenderse. Es un matrimonio de conveniencia y el divorcio saldría muy caro. “La UE perdería muchísimo sin Reino Unido”, admite un discreto alto funcionario europeo. “He tenido momentos terribles con los británicos. Me han hecho la vida imposible muchas veces, pero son un elemento de enorme equilibrio, sobre todo frente a los alemanes”, sintetiza.
Los británicos perderían aún más. Su economía se resentiría y el país sería menos influyente: se evaporaría ese puente transatlántico que ya muchos creen imaginario y “se apagarían sus aspiraciones de ser una voz global en la medida en que la UE ya no actuaría de amplificador”, sostiene Ian Bremmer, fundador y presidente de la consultora política global Eurasia Group.
“Gran Bretaña sufriría si abandonara la UE”, opina el diputado laborista Denis MacShane, ardiente europeísta. “El 50% de su comercio es con la UE. Además, se ha llevado en los últimos 20 años la parte del león de inversión extranjera directa procedente de América del Norte y de Asia como plataforma de entrada al mayor mercado del mundo. No puede desconectarse de Europa”.
“Si el Partido Conservador, que no tiene representación en Escocia, decidiera dejar la UE, aceleraría el movimiento escocés hacia la independencia”, alerta MacShane, porque Escocia es mucho más proeuropea que Inglaterra. “Tendría también serias implicaciones en las relaciones con Irlanda. Y plantearía interrogantes sobre la vida de dos millones de británicos que gracias a la normativa de libre circulación de personas residen en otros países de la UE, cientos de miles en España”, sostiene. “Por desgracia, nuestra prensa y nuestros políticos antieuropeos no han pensado en todo esto”, se lamenta.
Ian Bremmer, un estadounidense sin las filiaciones políticas y sentimentales de MacShane, aclara de entrada: “Es muy improbable que Reino Unido abandone la UE porque tendría un enorme impacto negativo en las dos partes”. “Para la UE sería perder una voz sensata que ha ayudado a que el debate sobre el crecimiento económico se trasladara de la integración interior a la globalización y ha presionado para convertir la ampliación en el buque insignia de la UE. La UE perdería influencia internacional porque Reino Unido dejaría de representarla en asuntos globales”.
“Reino Unido también sufriría. Jugaría un papel más modesto en asuntos como cambio climático e inmigración. El impacto económico sería aún más preocupante. Una vez fuera, podría perder el acceso a las ventajas económicas o pagaría un precio para mantenerlas. En política doméstica veríamos un entorno más divisivo, con un Partido Conservador fracturado”, explica.
Simon Tilford es economista jefe del Centre for European Reform (CER), un centro de estudios con una visión muy británica del europeísmo: más eficacia y menos utopía federal. Coincide en que abandonar la UE dejaría a Reino Unido aislado políticamente, tanto de Europa como de EE UU. “Una de las cosas que EE UU valora en Gran Bretaña es su interés común en la UE. Y estando fuera no sería capaz de hacer su función de puente, que no es que ahora sea muy exitosa”. “En economía no es que se vaya a quedar el país sin luz y deje de funcionar, pero tendría grandes implicaciones”, añade. “No estar en el euro no ha sido un gran problema. Pero no estar en la UE sí lo sería. Muchas empresas están en Reino Unido para servir al mercado europeo y no está claro qué pasaría con esas inversiones”, enfatiza.
También Europa perdería, advierte Tilford. “Reino Unido ha sido, de alguna manera, muy bueno y muy malo para la UE. Ha ayudado a romper barreras en el mercado interior. Y contrapesa la capacidad de alemanes y franceses de dominar Europa. Le echarían de menos nórdicos, holandeses, italianos, españoles y europeos del Este. No puedo ver ninguna ventaja en que se marche. Pese a las tensiones, la relación tiene beneficios mutuos”.
El primer problema que se plantea es cómo salir de la UE. No es un problema legal: si Reino Unido se quiere ir, se va. Y, aunque sería un trauma político, desde el punto de vista institucional sería incluso una bendición porque desaparecería el socio más complicado, con cláusulas que le excluyen de áreas clave. El euro y los controles de viajeros en frontera son las más conocidas, pero sus exclusiones en el área de Justicia e Interior son las más delicadas. El problema, para Londres, es dónde ir. ¿Al Espacio Económico Europeo con Noruega, Liechtenstein e Islandia? ¿Un acuerdo bilateral como Suiza? ¿Integrarse en un área de libre comercio junto a Estados Unidos?
La opción noruega es en principio la más fácil. Suena bien: seguir disfrutando del mercado interior comunitario, pero desde fuera. La música es hermosa, pero la letra es amarga. “Si quiere hacer como Noruega va a tener que aceptar la mayor parte de la normativa de Bruselas pero no tendrá una voz en la mesa”, advierte Mats Persson, director de Open Europe, un centro de estudios con oficinas en Londres y Bruselas que cree en el mercado interior pero no en la Europa federal.
Para Noruega, con una población pequeña y enormes recursos naturales como gas y el petróleo, acatar las regulaciones del mercado interior sin opinar no es un problema. Para los británicos, con intereses en todos los sectores, sería un problema enorme. “Tendría que aceptar que la City estuviera regulada por una organización que no tiene por qué hacerte ningún favor”, subraya Persson. “La UE hace demasiado, regula demasiado, interfiere demasiado, pero al mismo tiempo las corporaciones europeas tienen acceso al mercado interior. Si te vas tienes más control sobre tu propia normativa pero pierdes oportunidades en Europa”.
Tony Greenham, de New Economics Foundation (NEF), cree que Reino Unido intentaría negociar una excepción para Servicios Financieros, “pero está por ver si los demás aceptarían, dado el impacto que puede tener en sus economías el negocio financiero global que se realiza a través de Londres”. Hay sectores, en cambio, que ahora están sometidos a Bruselas pero dejarían de estarlo, como Pesca, Agricultura o Política Social, observan Aniol Esteban y Anna Coote, también desde NEF. “Volverían a tener soberanía sobre sus aguas y eso implicaría la salida de barcos españoles y franceses de las 12 millas náuticas y potencialmente hasta 200 millas en algunas zonas. Eso podría reducir la presión sobre algunos caladeros”, observa Esteban. Pero crearía graves problemas a la flota española. Los barcos europeos podrían también ser expulsados de las islas Malvinas.
“Reino Unido es uno de los países de la UE con más desigualdades sociales y se daría un paso atrás si el Gobierno decidiera no mantener las directivas sobre Tiempo de Trabajo y sobre Igualdad, que han sido de gran ayuda”, sintetiza Coote.
El tener que seguir aceptando las normativas del mercado interior sin poder modelarlas no es el único inconveniente: seguirían también sometidos a la institución comunitaria que más desprecian: el Tribunal de Luxemburgo. Negociar un acuerdo bilateral, como ha hecho Suiza, parece la alternativa natural para superar esas limitaciones. Pero eso no es tan fácil.
“El modelo suizo sería mucho mejor para Reino Unido porque tendría más control sobre los acuerdos, pero Suiza lleva decenios trabajando sus relaciones bilaterales con la UE y es muy difícil imaginar que Gran Bretaña pueda hacer lo mismo de un día a otro”, advierte Mats Persson. Suiza, como Noruega, tiene intereses en pocos sectores y muy concretos, como transporte aéreo y energía. Tiene, además, una baza negociadora que no tiene Gran Bretaña: es el sitio donde todos ponen el dinero. Y los acuerdos entre la UE y Suiza son un bloque de siete paquetes ligados entre sí: si cae uno, caen todos de forma automática.
Hay una tercera alternativa: buscar otros horizontes. Formar un área de libre comercio con Estados Unidos y convertirse en un nuevo México, por ejemplo. Y negociar acuerdos bilaterales con países emergentes, como China, India o Brasil, o con los de la Commonwealth. Hay quien ve eso como un suicidio, pero Gwain Taylor, del Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), no está entre los que dudan: “Tendríamos que cumplir los estándares del mercado interior, igual que hace ahora una firma americana, o china, o de cualquier sitio. No es tan complicado y es perfectamente factible”.
Pero admite que, de entrada, sería duro. “Para Gran Bretaña habría costes, no sería gratis, la libertad nunca es gratis, pero es más acerca de libertad, de independencia, que de economía. Hay un argumento moral, democrático. ¿Podemos despedir al jefe? ¿Podemos despedir al primer ministro?”, defiende.
Taylor cree que Europa está herida desde que Holanda rechazó la Constitución Europea. “Provocó una conmoción en Bruselas. Acabó con la ciega confianza en que la UE duraría para siempre. El sistema sigue funcionando, se legisla, ahora ingresa Croacia, pero esa confianza idealista se ha acabado. Y si un país se va, y no un país cualquiera sino de gran peso, esa confianza quedará hecha añicos”. “Y si otros países ven que por el hecho de dejar la UE, el Reino Unido consigue una ventaja competitiva en el mercado global, países como Finlandia, los escandinavos, algunos de Europa del Este, podrían pensar que quizás es lo que les conviene. Y eso cambiaría el centro de gravedad de la UE”, vaticina Gwain Taylor.
En un provocador artículo en The Wall Street Journal reproducido por el Sunday Times de Londres, el historiador británico y profesor en Harvard Niall Ferguson sostenía hace unos días que dentro de 10 años habrá desaparecido la UE. En su lugar estarán el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda (es decir, Irlanda unificada pero dentro de Reino Unido), la Liga Nórdica (con Dinamarca, Finlandia, Suecia y Noruega) y los Estados Unidos de Europa, con Viena como capital y los países del sur con tasas de paro crónicas del 20% y viviendo de las transferencias de riqueza del Norte.
Disparatada o visionaria, su opinión refleja otra aportación británica: el estímulo intelectual que surge de sus universidades, al que aludía hace unos días en este diario el profesor Jordi Vaquer: “Sin Gran Bretaña la UE no solo pierde peso militar, académico y financiero, sino también un país que ha demostrado capacidad de innovar en políticas públicas y organización administrativa muy por encima de sus socios continentales. Y ¿en qué posición global quedaría el Espacio Europeo de Educación Superior si le restamos Oxford, Cambridge y el resto de universidades británicas? Gran Bretaña es un país de euroescépticos, pero también de algunos de los más brillantes, apasionados y efectivos defensores de la UE”.
¿Divorcio a la vista? Muy caro parece.
Londres, El País
El diario euroescéptico Daily Mail ve la Unión Europea como “estatalista, sobreregulada, antidemocrática y corrupta”. Los federalistas europeos ven a los británicos arrogantes, fanfarrones, agresivos, ignorantes y, sobre todo, embusteros cuando hablan de Europa. Ahora hay quien les considera también chantajistas, por intentar tomar el euro como rehén para asegurar por los siglos de los siglos la hegemonía de Londres como plaza financiera.
Y, sin embargo, británicos y continentales parecen condenados a entenderse. Es un matrimonio de conveniencia y el divorcio saldría muy caro. “La UE perdería muchísimo sin Reino Unido”, admite un discreto alto funcionario europeo. “He tenido momentos terribles con los británicos. Me han hecho la vida imposible muchas veces, pero son un elemento de enorme equilibrio, sobre todo frente a los alemanes”, sintetiza.
Los británicos perderían aún más. Su economía se resentiría y el país sería menos influyente: se evaporaría ese puente transatlántico que ya muchos creen imaginario y “se apagarían sus aspiraciones de ser una voz global en la medida en que la UE ya no actuaría de amplificador”, sostiene Ian Bremmer, fundador y presidente de la consultora política global Eurasia Group.
“Gran Bretaña sufriría si abandonara la UE”, opina el diputado laborista Denis MacShane, ardiente europeísta. “El 50% de su comercio es con la UE. Además, se ha llevado en los últimos 20 años la parte del león de inversión extranjera directa procedente de América del Norte y de Asia como plataforma de entrada al mayor mercado del mundo. No puede desconectarse de Europa”.
“Si el Partido Conservador, que no tiene representación en Escocia, decidiera dejar la UE, aceleraría el movimiento escocés hacia la independencia”, alerta MacShane, porque Escocia es mucho más proeuropea que Inglaterra. “Tendría también serias implicaciones en las relaciones con Irlanda. Y plantearía interrogantes sobre la vida de dos millones de británicos que gracias a la normativa de libre circulación de personas residen en otros países de la UE, cientos de miles en España”, sostiene. “Por desgracia, nuestra prensa y nuestros políticos antieuropeos no han pensado en todo esto”, se lamenta.
Ian Bremmer, un estadounidense sin las filiaciones políticas y sentimentales de MacShane, aclara de entrada: “Es muy improbable que Reino Unido abandone la UE porque tendría un enorme impacto negativo en las dos partes”. “Para la UE sería perder una voz sensata que ha ayudado a que el debate sobre el crecimiento económico se trasladara de la integración interior a la globalización y ha presionado para convertir la ampliación en el buque insignia de la UE. La UE perdería influencia internacional porque Reino Unido dejaría de representarla en asuntos globales”.
“Reino Unido también sufriría. Jugaría un papel más modesto en asuntos como cambio climático e inmigración. El impacto económico sería aún más preocupante. Una vez fuera, podría perder el acceso a las ventajas económicas o pagaría un precio para mantenerlas. En política doméstica veríamos un entorno más divisivo, con un Partido Conservador fracturado”, explica.
Simon Tilford es economista jefe del Centre for European Reform (CER), un centro de estudios con una visión muy británica del europeísmo: más eficacia y menos utopía federal. Coincide en que abandonar la UE dejaría a Reino Unido aislado políticamente, tanto de Europa como de EE UU. “Una de las cosas que EE UU valora en Gran Bretaña es su interés común en la UE. Y estando fuera no sería capaz de hacer su función de puente, que no es que ahora sea muy exitosa”. “En economía no es que se vaya a quedar el país sin luz y deje de funcionar, pero tendría grandes implicaciones”, añade. “No estar en el euro no ha sido un gran problema. Pero no estar en la UE sí lo sería. Muchas empresas están en Reino Unido para servir al mercado europeo y no está claro qué pasaría con esas inversiones”, enfatiza.
También Europa perdería, advierte Tilford. “Reino Unido ha sido, de alguna manera, muy bueno y muy malo para la UE. Ha ayudado a romper barreras en el mercado interior. Y contrapesa la capacidad de alemanes y franceses de dominar Europa. Le echarían de menos nórdicos, holandeses, italianos, españoles y europeos del Este. No puedo ver ninguna ventaja en que se marche. Pese a las tensiones, la relación tiene beneficios mutuos”.
El primer problema que se plantea es cómo salir de la UE. No es un problema legal: si Reino Unido se quiere ir, se va. Y, aunque sería un trauma político, desde el punto de vista institucional sería incluso una bendición porque desaparecería el socio más complicado, con cláusulas que le excluyen de áreas clave. El euro y los controles de viajeros en frontera son las más conocidas, pero sus exclusiones en el área de Justicia e Interior son las más delicadas. El problema, para Londres, es dónde ir. ¿Al Espacio Económico Europeo con Noruega, Liechtenstein e Islandia? ¿Un acuerdo bilateral como Suiza? ¿Integrarse en un área de libre comercio junto a Estados Unidos?
La opción noruega es en principio la más fácil. Suena bien: seguir disfrutando del mercado interior comunitario, pero desde fuera. La música es hermosa, pero la letra es amarga. “Si quiere hacer como Noruega va a tener que aceptar la mayor parte de la normativa de Bruselas pero no tendrá una voz en la mesa”, advierte Mats Persson, director de Open Europe, un centro de estudios con oficinas en Londres y Bruselas que cree en el mercado interior pero no en la Europa federal.
Para Noruega, con una población pequeña y enormes recursos naturales como gas y el petróleo, acatar las regulaciones del mercado interior sin opinar no es un problema. Para los británicos, con intereses en todos los sectores, sería un problema enorme. “Tendría que aceptar que la City estuviera regulada por una organización que no tiene por qué hacerte ningún favor”, subraya Persson. “La UE hace demasiado, regula demasiado, interfiere demasiado, pero al mismo tiempo las corporaciones europeas tienen acceso al mercado interior. Si te vas tienes más control sobre tu propia normativa pero pierdes oportunidades en Europa”.
Tony Greenham, de New Economics Foundation (NEF), cree que Reino Unido intentaría negociar una excepción para Servicios Financieros, “pero está por ver si los demás aceptarían, dado el impacto que puede tener en sus economías el negocio financiero global que se realiza a través de Londres”. Hay sectores, en cambio, que ahora están sometidos a Bruselas pero dejarían de estarlo, como Pesca, Agricultura o Política Social, observan Aniol Esteban y Anna Coote, también desde NEF. “Volverían a tener soberanía sobre sus aguas y eso implicaría la salida de barcos españoles y franceses de las 12 millas náuticas y potencialmente hasta 200 millas en algunas zonas. Eso podría reducir la presión sobre algunos caladeros”, observa Esteban. Pero crearía graves problemas a la flota española. Los barcos europeos podrían también ser expulsados de las islas Malvinas.
“Reino Unido es uno de los países de la UE con más desigualdades sociales y se daría un paso atrás si el Gobierno decidiera no mantener las directivas sobre Tiempo de Trabajo y sobre Igualdad, que han sido de gran ayuda”, sintetiza Coote.
El tener que seguir aceptando las normativas del mercado interior sin poder modelarlas no es el único inconveniente: seguirían también sometidos a la institución comunitaria que más desprecian: el Tribunal de Luxemburgo. Negociar un acuerdo bilateral, como ha hecho Suiza, parece la alternativa natural para superar esas limitaciones. Pero eso no es tan fácil.
“El modelo suizo sería mucho mejor para Reino Unido porque tendría más control sobre los acuerdos, pero Suiza lleva decenios trabajando sus relaciones bilaterales con la UE y es muy difícil imaginar que Gran Bretaña pueda hacer lo mismo de un día a otro”, advierte Mats Persson. Suiza, como Noruega, tiene intereses en pocos sectores y muy concretos, como transporte aéreo y energía. Tiene, además, una baza negociadora que no tiene Gran Bretaña: es el sitio donde todos ponen el dinero. Y los acuerdos entre la UE y Suiza son un bloque de siete paquetes ligados entre sí: si cae uno, caen todos de forma automática.
Hay una tercera alternativa: buscar otros horizontes. Formar un área de libre comercio con Estados Unidos y convertirse en un nuevo México, por ejemplo. Y negociar acuerdos bilaterales con países emergentes, como China, India o Brasil, o con los de la Commonwealth. Hay quien ve eso como un suicidio, pero Gwain Taylor, del Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), no está entre los que dudan: “Tendríamos que cumplir los estándares del mercado interior, igual que hace ahora una firma americana, o china, o de cualquier sitio. No es tan complicado y es perfectamente factible”.
Pero admite que, de entrada, sería duro. “Para Gran Bretaña habría costes, no sería gratis, la libertad nunca es gratis, pero es más acerca de libertad, de independencia, que de economía. Hay un argumento moral, democrático. ¿Podemos despedir al jefe? ¿Podemos despedir al primer ministro?”, defiende.
Taylor cree que Europa está herida desde que Holanda rechazó la Constitución Europea. “Provocó una conmoción en Bruselas. Acabó con la ciega confianza en que la UE duraría para siempre. El sistema sigue funcionando, se legisla, ahora ingresa Croacia, pero esa confianza idealista se ha acabado. Y si un país se va, y no un país cualquiera sino de gran peso, esa confianza quedará hecha añicos”. “Y si otros países ven que por el hecho de dejar la UE, el Reino Unido consigue una ventaja competitiva en el mercado global, países como Finlandia, los escandinavos, algunos de Europa del Este, podrían pensar que quizás es lo que les conviene. Y eso cambiaría el centro de gravedad de la UE”, vaticina Gwain Taylor.
En un provocador artículo en The Wall Street Journal reproducido por el Sunday Times de Londres, el historiador británico y profesor en Harvard Niall Ferguson sostenía hace unos días que dentro de 10 años habrá desaparecido la UE. En su lugar estarán el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda (es decir, Irlanda unificada pero dentro de Reino Unido), la Liga Nórdica (con Dinamarca, Finlandia, Suecia y Noruega) y los Estados Unidos de Europa, con Viena como capital y los países del sur con tasas de paro crónicas del 20% y viviendo de las transferencias de riqueza del Norte.
Disparatada o visionaria, su opinión refleja otra aportación británica: el estímulo intelectual que surge de sus universidades, al que aludía hace unos días en este diario el profesor Jordi Vaquer: “Sin Gran Bretaña la UE no solo pierde peso militar, académico y financiero, sino también un país que ha demostrado capacidad de innovar en políticas públicas y organización administrativa muy por encima de sus socios continentales. Y ¿en qué posición global quedaría el Espacio Europeo de Educación Superior si le restamos Oxford, Cambridge y el resto de universidades británicas? Gran Bretaña es un país de euroescépticos, pero también de algunos de los más brillantes, apasionados y efectivos defensores de la UE”.
¿Divorcio a la vista? Muy caro parece.