La estrategia de Cameron deja a Reino Unido aislado en la Unión Europea
La arriesgada negociación da alas a los euroescépticos, que abren el debate sobre la permanencia en la Unión
Bruselas, El País
El primer ministro conservador, David Cameron, fue vitoreado ayer por el ala más euroescéptica de su partido tras lograr lo que ni siquiera la Dama de Hierro consiguió antes: dejar al Reino Unido aislado en Europa y utilizando por primera vez el derecho de veto, frenando así una iniciativa que tenía entonces el apoyo de 23 socios y la posibilidad de ser finalmente apoyada por los 26 restantes Estados miembros.
La primera consecuencia de eso es que ha puesto en primer plano un debate que se desarrollaba en sordina: el de la permanencia o no de Reino Unido en la Unión Europea. Pero con ser eso trascendente, quizá no sea lo más grave: quizás lo peor sean los motivos que llevaron a Cameron a tomar esa decisión. El primer ministro no se cansó de repetir, tanto en su rueda de prensa de la madrugada del jueves como en las entrevistas que concedió ayer a lo largo del día, que hizo eso en defensa de los intereses nacionales de Reno Unido y en particular de la City de Londres.
Pero la realidad es que utilizó la crisis del euro para intentar conseguir patente de corso para la industria financiera británica a pesar de que ninguno de los acuerdos que le pedían que apoyara afectaba a la City. Es decir, utilizó la que creía necesidad irrenunciable de Angela Merkel de un tratado a 27 como mercancía para asegurar la supremacía de Londres como plaza financiera.
En teoría, una jugada perfecta: ayudar a salvar al euro y al mismo tiempo volver a casa con un botín de oro. En la práctica, un error sin precedentes. Primero, por no creerse la advertencia de Merkel y Sarkozy en vísperas del Consejo Europeo de que, si un acuerdo a 27 no era posible, apostarían por uno para la zona euro. Y, segundo, por ir a Bruselas sin un plan B. Quizás porque nunca pensó que le dejaran aislado. Pero fue lo que ocurrió.
A media tarde empezaron a circular rumores de que Londres estaba dispuesto a dar marcha atrás, quizás a cambio de otro caramelo de calado: la renuncia a implementar la llamada tasa Tobin a las transacciones financieras, que Cameron solo acepta si se aplica a nivel global y no solo europeo. Pero es difícil imaginar al primer ministro dando marcha atrás porque toda su estrategia parece girar en torno a la política doméstica.
El parón económico ha hecho trizas la tesis del Gobierno de que el ajuste puesto en marcha por la coalición de conservadores y liberales era la mejor medicina para volver al crecimiento. Aunque la oposición laborista apenas ha sacado provecho en las encuestas de ese factor, la crisis contribuye a debilitar a un primer ministro que no cuenta con el pleno apoyo de su propio partido debido al auge del sentimiento euroescéptico y la percepción de que el pragmatismo ha llevado a Cameron a cambiar de acera. El fiasco de ayer puede marcar su carrera. A corto plazo le ha convertido en un héroe en su partido. Una marcha atrás le haría perder ese halo.
Pero la estabilidad del Gobierno no depende solo de la posición personal de Cameron, sino de su alianza con los liberales-demócratas, el más europeista de los grandes partidos británicos. El líder liberal, Nick Clegg, se apresuró ayer a apoyar el veto ejercido por Cameron. “Las peticiones británicas de salvaguardias, en las que el Gobierno de coalición estaba unido, eran modestas y razonables. Eran salvaguardias para el mercado interior, no solo para Reino Unido”, declaró Clegg.
Pero no todo su partido opina igual. La diputada europea Sharon Bowles se declaró “hecha polvo” por una estrategia que a su juicio ha dejado a Reino Unido marginada y con menos influencia que antes en Europa y que tampoco permitirá proteger mejor los intereses de la City. Y en opinión del influyente lord Oakeshott, que en febrero dimitió como portavoz de Finanzas de los liberales en la Cámara de los Lores en protesta por las concesiones del Gobierno a la banca, ayer fue “un día negro para Gran Bretaña y para Europa”.
El líder de la oposición, el laborista Ed Miliband, coincidió con los liberales al criticar las tácticas negociadoras de Cameron, al que acusó de no haber construido alianzas con otros países para defender los intereses británicos y denunció la pérdida de influencia británica en Europa.
Todo lo contrario que los euroescépticos conservadores. El alcalde de Londres, Boris Johnson, que en los días previos a la cumbre radicalizó las posiciones de Cameron al defender la idea de que un acuerdo en Bruselas debía ser sometido a referéndum, defendido ayer con cínica pasión al primer ministro. Y el furibundamente antieuropeo diputado tory Bill Cash afirmó que el veto de ayer debería ser el principio de la renegociación de la presencia de Reino Unido en la UE.
Bruselas, El País
El primer ministro conservador, David Cameron, fue vitoreado ayer por el ala más euroescéptica de su partido tras lograr lo que ni siquiera la Dama de Hierro consiguió antes: dejar al Reino Unido aislado en Europa y utilizando por primera vez el derecho de veto, frenando así una iniciativa que tenía entonces el apoyo de 23 socios y la posibilidad de ser finalmente apoyada por los 26 restantes Estados miembros.
La primera consecuencia de eso es que ha puesto en primer plano un debate que se desarrollaba en sordina: el de la permanencia o no de Reino Unido en la Unión Europea. Pero con ser eso trascendente, quizá no sea lo más grave: quizás lo peor sean los motivos que llevaron a Cameron a tomar esa decisión. El primer ministro no se cansó de repetir, tanto en su rueda de prensa de la madrugada del jueves como en las entrevistas que concedió ayer a lo largo del día, que hizo eso en defensa de los intereses nacionales de Reno Unido y en particular de la City de Londres.
Pero la realidad es que utilizó la crisis del euro para intentar conseguir patente de corso para la industria financiera británica a pesar de que ninguno de los acuerdos que le pedían que apoyara afectaba a la City. Es decir, utilizó la que creía necesidad irrenunciable de Angela Merkel de un tratado a 27 como mercancía para asegurar la supremacía de Londres como plaza financiera.
En teoría, una jugada perfecta: ayudar a salvar al euro y al mismo tiempo volver a casa con un botín de oro. En la práctica, un error sin precedentes. Primero, por no creerse la advertencia de Merkel y Sarkozy en vísperas del Consejo Europeo de que, si un acuerdo a 27 no era posible, apostarían por uno para la zona euro. Y, segundo, por ir a Bruselas sin un plan B. Quizás porque nunca pensó que le dejaran aislado. Pero fue lo que ocurrió.
A media tarde empezaron a circular rumores de que Londres estaba dispuesto a dar marcha atrás, quizás a cambio de otro caramelo de calado: la renuncia a implementar la llamada tasa Tobin a las transacciones financieras, que Cameron solo acepta si se aplica a nivel global y no solo europeo. Pero es difícil imaginar al primer ministro dando marcha atrás porque toda su estrategia parece girar en torno a la política doméstica.
El parón económico ha hecho trizas la tesis del Gobierno de que el ajuste puesto en marcha por la coalición de conservadores y liberales era la mejor medicina para volver al crecimiento. Aunque la oposición laborista apenas ha sacado provecho en las encuestas de ese factor, la crisis contribuye a debilitar a un primer ministro que no cuenta con el pleno apoyo de su propio partido debido al auge del sentimiento euroescéptico y la percepción de que el pragmatismo ha llevado a Cameron a cambiar de acera. El fiasco de ayer puede marcar su carrera. A corto plazo le ha convertido en un héroe en su partido. Una marcha atrás le haría perder ese halo.
Pero la estabilidad del Gobierno no depende solo de la posición personal de Cameron, sino de su alianza con los liberales-demócratas, el más europeista de los grandes partidos británicos. El líder liberal, Nick Clegg, se apresuró ayer a apoyar el veto ejercido por Cameron. “Las peticiones británicas de salvaguardias, en las que el Gobierno de coalición estaba unido, eran modestas y razonables. Eran salvaguardias para el mercado interior, no solo para Reino Unido”, declaró Clegg.
Pero no todo su partido opina igual. La diputada europea Sharon Bowles se declaró “hecha polvo” por una estrategia que a su juicio ha dejado a Reino Unido marginada y con menos influencia que antes en Europa y que tampoco permitirá proteger mejor los intereses de la City. Y en opinión del influyente lord Oakeshott, que en febrero dimitió como portavoz de Finanzas de los liberales en la Cámara de los Lores en protesta por las concesiones del Gobierno a la banca, ayer fue “un día negro para Gran Bretaña y para Europa”.
El líder de la oposición, el laborista Ed Miliband, coincidió con los liberales al criticar las tácticas negociadoras de Cameron, al que acusó de no haber construido alianzas con otros países para defender los intereses británicos y denunció la pérdida de influencia británica en Europa.
Todo lo contrario que los euroescépticos conservadores. El alcalde de Londres, Boris Johnson, que en los días previos a la cumbre radicalizó las posiciones de Cameron al defender la idea de que un acuerdo en Bruselas debía ser sometido a referéndum, defendido ayer con cínica pasión al primer ministro. Y el furibundamente antieuropeo diputado tory Bill Cash afirmó que el veto de ayer debería ser el principio de la renegociación de la presencia de Reino Unido en la UE.