Indígenas: “apoyamos la vía, pero no sacrificando el Parque, sino por otro lado”
San Ignacio de Moxos, Erbol
Cuando llegamos a Gundonovia el domingo 18 de diciembre, cuatro indígenas que consumían bebidas alcohólicas bajo la sombra de un árbol frondoso de manga, creyó que éramos colonos. “Así llegan y luego se quedan para quitarnos lo nuestro”, comenta uno de ellos, el que está a su frente mueve la cabeza en signo de asentimiento. Nuestras facciones y acento collas, salvo de dos periodistas del oriente, nos delatan al tiro. Sin embargo, apenas explicamos quiénes éramos (periodistas de Erbol), los dirigentes, entre ellos, el alcalde indígena Héctor Maldonado, nos dieron la bienvenida y de inmediato convocaron al cabildo.
Gundonovia es la primera comunidad grande del TIPNIS. Tiene un templo y una posta de salud de ladrillos, cemento, hierro. El resto de las “edificaciones”, muy desparramadas y lejos de la lógica urbana de los pueblos organizados en calles y avenidas, son de Palo María y techo de hojas de Motacú. Casi al centro está la cancha de fútbol con dos arcos de madera y césped natural. Dos equipos disputan un partido a eso de las cinco de la tarde, bajo un sol brillante y candente sin una sola nube que lo eclipse. Nuestros cuerpos tienen la sensación de 40 grados. “Bienvenidos, hermanos y hermanas periodistas”, señala Modesto Yujo, trinitario mojeño de aproximadamente 60 años, cabellos, bigotes y barba ralas blancos.
“El Parque no es para negociar, no es para venderla, es para conservarla; nos dio mucha tristeza cuando el Presidente Evo Morales convocó al enfrentamiento para hacer la carretera”, afirma Jorge Noca Muiba, en el cabildo, una construcción que se asemeja a un tinglado, pero de madera, a donde la gente de la población llegó tras escuchar el tan tan tan de la campana, que en realidad es un pedazo de hierro de una maquina vieja, colgado en una esquina externa.
Noca evoca en dos ocasiones al héroe indígena de la independencia de Bolivia, Pedro Ignacio Muiba -quien se rebeló contra los colonizadores el 10 de noviembre de 1810- para repetir que defenderán el parque porque “si permitimos la carretera se morirán los animalitos, los peces, los ríos serán envenenados y nosotros también moriremos”.
Con voz emocionada y entrecortada, pide a los periodistas que llegaron de Tarija, Santa Cruz, Potosí, Cochabamba, Oruro, La Paz “informar a todo el país que nosotros, los indígenas, no nos oponemos a la carretera, que hagan, pero que hagan por otro lado, no por la mitad del Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure, que respeten la Constitución”.
De todo lo que se dice y hace en el cabildo, toma apuntes María Selva Minure, la segunda secretaria de actas, sus ojos negros medianos escudriñan a cada periodista y su piel morena fina no necesita crema humectante. Afuera no corre ni una brisa y gran parte de las 80 familias que vive en Gundonovia llegó hasta el cabildo. Sin embargo, se escucha el griterío de los niños que corretean debajo de los árboles que dan sombra casi todo el día. A 100 metros del lugar, hacia el oeste, otro grupo de jóvenes juegan a los clavados en el Río Isiboro -que recorre sin chistar a fundirse con el gran Mamoré- tomando como trampolín una barcaza de amarillo huevo y anaranjado de atardecer amazónico.
“El gobierno quiere dividirnos, quieren hacernos pelear entre hermanos. Por eso hay gente en San Ignacio de Moxos que pide la carretera, pero son pocos, pero ellos no pueden decidir qué hacer con el Parque, nosotros, los indígenas, somos los que tenemos que decidir y ya hemos decidido al marchar, no queremos la carretera sacrificando el Parque, que pase por otro lado, no queremos esa carretera”, coincide Marina Yuco con Ovidio Teco, quien participó en la VIII Marcha y se queja de los golpes que recibió en su cabeza aquel fatídico 25 de septiembre. “Quedé un poco sordo desde aquel día de represión”, dice Teco, de estatura media, cara redonda, moreno y cabellos negros medio encrespados.
Al ver tantos micrófonos, cámaras y periodistas, se emocionan en sus alocuciones, pero no se apartan ni un milímetro de su línea de defensa del Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS). Los asistentes, hombres, mujeres, jóvenes, escuchan en silencio las palabras de sus hermanos y hermanas que esta vez no se perderán en la selva, sino que viajarán a diferentes partes del país.
Termina el cabildo y nosotros solicitamos permiso para pernoctar en la población. “Pueden quedarse en este cabildo, en un rato más encenderemos la luz sólo porque ustedes llegaron, después pueden ir a bañarse en la laguna si están cansados”, nos invita Héctor, que no pasa los 30 años y denota agilidad en cada uno sus movimientos; es parte del comité de bienvenida y preside el cabildo porque el corregidor de la comunidad, Simón Noza Guaji, está en Trinidad.
El sol se esconde entre los árboles e irradia colores crepusculares lanceolados, amarillos, naranjas ardientes, rojo fuego, celeste intenso, que con el verde de la selva adquieren tonalidades únicas, paradisiacas, cinematográficas. En tanto sigue la conversación entre los visitantes y los comunarios, quienes hacen preguntas y se arremolinan en diferentes partes.
Cielo estrellado, brillan intensamente las constelaciones; nuestros cuerpos sudados y quemados por el intenso sol sienten el agua de la laguna de aguas tibias como un bálsamo resucitador. “¿Se han metido a la laguna? Hay víboras y yacarés, sólo hay que bañarse sobre las canoas”, nos comunica un indígena delgado con voz sorprendida medio en broma medio en serio. “Uyy, el cuerpo me hace razzz, pero ya habíamos salido” y veo unos gestos de susto en los periodistas.
El grupo que comparte las bebidas alcohólicas sigue bajo el árbol de manga, pero quedó algo disminuido. Apenas son tres, pero siguen echando charla con lenguas trabadas, esta vez sobre otros temas y ya no de nosotros, a quienes nos confundieron con colonos indeseables.
“Es que el Presidente solo gobierna para los cocaleros, tiene que ser autoridad de todos, busca el enfrentamiento; a él (el Presidente) no le gustaría que nosotros vayamos donde los cocaleros y nos metamos en sus cocales por eso no queremos que se metan aquí en nuestro territorio, que es el pulmón limpio de Bolivia”, remata Ovidio Teco en diálogo aparte a la hora de la cena.
Cuando llegamos a Gundonovia el domingo 18 de diciembre, cuatro indígenas que consumían bebidas alcohólicas bajo la sombra de un árbol frondoso de manga, creyó que éramos colonos. “Así llegan y luego se quedan para quitarnos lo nuestro”, comenta uno de ellos, el que está a su frente mueve la cabeza en signo de asentimiento. Nuestras facciones y acento collas, salvo de dos periodistas del oriente, nos delatan al tiro. Sin embargo, apenas explicamos quiénes éramos (periodistas de Erbol), los dirigentes, entre ellos, el alcalde indígena Héctor Maldonado, nos dieron la bienvenida y de inmediato convocaron al cabildo.
Gundonovia es la primera comunidad grande del TIPNIS. Tiene un templo y una posta de salud de ladrillos, cemento, hierro. El resto de las “edificaciones”, muy desparramadas y lejos de la lógica urbana de los pueblos organizados en calles y avenidas, son de Palo María y techo de hojas de Motacú. Casi al centro está la cancha de fútbol con dos arcos de madera y césped natural. Dos equipos disputan un partido a eso de las cinco de la tarde, bajo un sol brillante y candente sin una sola nube que lo eclipse. Nuestros cuerpos tienen la sensación de 40 grados. “Bienvenidos, hermanos y hermanas periodistas”, señala Modesto Yujo, trinitario mojeño de aproximadamente 60 años, cabellos, bigotes y barba ralas blancos.
“El Parque no es para negociar, no es para venderla, es para conservarla; nos dio mucha tristeza cuando el Presidente Evo Morales convocó al enfrentamiento para hacer la carretera”, afirma Jorge Noca Muiba, en el cabildo, una construcción que se asemeja a un tinglado, pero de madera, a donde la gente de la población llegó tras escuchar el tan tan tan de la campana, que en realidad es un pedazo de hierro de una maquina vieja, colgado en una esquina externa.
Noca evoca en dos ocasiones al héroe indígena de la independencia de Bolivia, Pedro Ignacio Muiba -quien se rebeló contra los colonizadores el 10 de noviembre de 1810- para repetir que defenderán el parque porque “si permitimos la carretera se morirán los animalitos, los peces, los ríos serán envenenados y nosotros también moriremos”.
Con voz emocionada y entrecortada, pide a los periodistas que llegaron de Tarija, Santa Cruz, Potosí, Cochabamba, Oruro, La Paz “informar a todo el país que nosotros, los indígenas, no nos oponemos a la carretera, que hagan, pero que hagan por otro lado, no por la mitad del Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure, que respeten la Constitución”.
De todo lo que se dice y hace en el cabildo, toma apuntes María Selva Minure, la segunda secretaria de actas, sus ojos negros medianos escudriñan a cada periodista y su piel morena fina no necesita crema humectante. Afuera no corre ni una brisa y gran parte de las 80 familias que vive en Gundonovia llegó hasta el cabildo. Sin embargo, se escucha el griterío de los niños que corretean debajo de los árboles que dan sombra casi todo el día. A 100 metros del lugar, hacia el oeste, otro grupo de jóvenes juegan a los clavados en el Río Isiboro -que recorre sin chistar a fundirse con el gran Mamoré- tomando como trampolín una barcaza de amarillo huevo y anaranjado de atardecer amazónico.
“El gobierno quiere dividirnos, quieren hacernos pelear entre hermanos. Por eso hay gente en San Ignacio de Moxos que pide la carretera, pero son pocos, pero ellos no pueden decidir qué hacer con el Parque, nosotros, los indígenas, somos los que tenemos que decidir y ya hemos decidido al marchar, no queremos la carretera sacrificando el Parque, que pase por otro lado, no queremos esa carretera”, coincide Marina Yuco con Ovidio Teco, quien participó en la VIII Marcha y se queja de los golpes que recibió en su cabeza aquel fatídico 25 de septiembre. “Quedé un poco sordo desde aquel día de represión”, dice Teco, de estatura media, cara redonda, moreno y cabellos negros medio encrespados.
Al ver tantos micrófonos, cámaras y periodistas, se emocionan en sus alocuciones, pero no se apartan ni un milímetro de su línea de defensa del Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS). Los asistentes, hombres, mujeres, jóvenes, escuchan en silencio las palabras de sus hermanos y hermanas que esta vez no se perderán en la selva, sino que viajarán a diferentes partes del país.
Termina el cabildo y nosotros solicitamos permiso para pernoctar en la población. “Pueden quedarse en este cabildo, en un rato más encenderemos la luz sólo porque ustedes llegaron, después pueden ir a bañarse en la laguna si están cansados”, nos invita Héctor, que no pasa los 30 años y denota agilidad en cada uno sus movimientos; es parte del comité de bienvenida y preside el cabildo porque el corregidor de la comunidad, Simón Noza Guaji, está en Trinidad.
El sol se esconde entre los árboles e irradia colores crepusculares lanceolados, amarillos, naranjas ardientes, rojo fuego, celeste intenso, que con el verde de la selva adquieren tonalidades únicas, paradisiacas, cinematográficas. En tanto sigue la conversación entre los visitantes y los comunarios, quienes hacen preguntas y se arremolinan en diferentes partes.
Cielo estrellado, brillan intensamente las constelaciones; nuestros cuerpos sudados y quemados por el intenso sol sienten el agua de la laguna de aguas tibias como un bálsamo resucitador. “¿Se han metido a la laguna? Hay víboras y yacarés, sólo hay que bañarse sobre las canoas”, nos comunica un indígena delgado con voz sorprendida medio en broma medio en serio. “Uyy, el cuerpo me hace razzz, pero ya habíamos salido” y veo unos gestos de susto en los periodistas.
El grupo que comparte las bebidas alcohólicas sigue bajo el árbol de manga, pero quedó algo disminuido. Apenas son tres, pero siguen echando charla con lenguas trabadas, esta vez sobre otros temas y ya no de nosotros, a quienes nos confundieron con colonos indeseables.
“Es que el Presidente solo gobierna para los cocaleros, tiene que ser autoridad de todos, busca el enfrentamiento; a él (el Presidente) no le gustaría que nosotros vayamos donde los cocaleros y nos metamos en sus cocales por eso no queremos que se metan aquí en nuestro territorio, que es el pulmón limpio de Bolivia”, remata Ovidio Teco en diálogo aparte a la hora de la cena.