Londres arde, el debate

Ramón Lobo, El País
Agosto es un mes traicionero: ante la aparente ausencia de noticias, las de escaso relieve se transforman en asuntos de postín y las noticias de verdad en fenómenos globales. También es desleal con las conquistas sociales: son días de vacaciones, de redacciones semivacías sorprendidas por lo inesperado. Lo ocurrido en Londres -como la invasión de Kuwait (1990) y el golpe en la URSS (1991)- es una de esas noticias que marcan el año.

Pese a los signos de que la olla estaba a punto de estallar casi nadie lo vio en el Reino Unido. En España hay un dicho dedicado a los analistas del día después, incluido este blog: "A toro pasado, todos toreros".

El Parlamento británico ha celebrado un debate sobre la violencia. El primer ministro David Cameron ha explicado la actuación del Gobierno y de la policía; aunque ha defendido la decisión de los mandos de Scotland Yard de recuperar el orden antes de proceder a las detenciones, reconoce errores de los que habrá que extraer aprendizajes; también ha defendido los recortes presupuestarios (un 20%) en la policía previstos antes de los disturbios y ha cargado su discurso de mano dura, de quien la hace, la paga. También prometió compensaciones para las víctimas.

El tono del debate, en una cuestión de Estado como esta, la intervención constructiva del líder de la oposición, el laborista Ed Miliband, y la de muchos diputados de los todos los partidos, más interesados en construir que en criticar, demuestra cómo debe funcionar un sistema parlamentario. Son abismales las diferencias con el español: dos partidos en campaña electoral permanente, que no se escuchan, donde solo hablan los portavoces con preguntas escritas para que el interpelado lea su respuesta, a menudo redactada por sus asesores. Los demás parlamentarios aplauden, corean o abuchean, al gusto o a la orden.

Una de las razones de esta diferencia es que el sistema mayoritario, vigente en el Reino Unido, coloca a cada diputado ante los votantes de su circunscripción. En España rige el sistema proporcional con fuertes correcciones en favor de los dos grandes partidos; el diputado no sabe quién es su votante, pero sabe lo esencial: el nombre y el cargo de quién le pone o le quita de la lista electoral.

El Reino Unido recupera la calma; la policía detiene a sospechosos (más de 800), y lo hace casa por casa. Lo llaman Operación Woodstock. Los identifica con las grabaciones de las cámaras callejeras de seguridad y rastreando el sistema de mensajería de BlackBerry, el teléfono favorito de los revoltosos. Es el turno de la justicia, que se dispone a trabajar a destajo. El Gobierno (Clegg) pide que la lección para los vándalos sea clara: si violas la ley, pagas las consecuencias.

Ed Miliband ha pedido en el Parlamento la creación de una comisión para averiguar las causas: qué se ha hecho mal, por qué un número elevado de jóvenes parecen estar más cerca de la delincuencia que de la sociedad en la que viven. La BBC trata de ayudar y ofrece 10 motivos que explican lo ocurrido.

Cameron señaló a los padres, que abdican de su función de educadores, como primeros responsables de una cadena que falla. También mencionó la escuela y la falta de autoridad de los profesores. El primer ministro quiere romper la cultura de la incultura que anida en las bandas. No dijo cómo. La búsqueda de las causas será larga porque son numerosas y complejas. El Gobierno Cameron parece más inclinado en cómo controlar las redes sociales, algo que tiene titular pero parece superficial.

Las comunidades quieren recuperar el protagonismo, despejar cualquier duda sobre el compromiso de cada raza, credo o nacionalidad. La prensa produce excelentes análisis sobre las causas, disecciones de una sociedad dividida y empobrecida barnizada de flema y en la que no todo es Oxford Street, como este de Gavib Knight titulado: He visto el lado oculto del Reino Unido.

También hay comentarios de gran nivel al post anterior que retratan una parte del problema. La suma de retratos producen un cuadro, un trozo de realidad, como este enviado por Max Stirner:

"Viví en Londres en la década de los 80; conviví con varios ingleses en un apartamento. De los cinco que pagábamos el alquiler del apto. yo era el único que trabajaba, pues mis colegas ingleses no lo hacían pues recibían 200 libras por no hacer nada, las cuales les permitían, con un poco de ahorro, viajar una semana de vacaciones a alguno de los países llamados "pigs". Se reían de mi porque trabajaba. Regresé a England en el 2000, esta vez a Manchester. La situación se había degradado. Entonces, como ahora, me encontré a una juventud (no hablaré de las familias respectivas que conocí en estos últimos siete años) mucho más degenerada que la de los 80. Auténticos criminales, en el peor sentido de la palabra. Viajabas en el Metro por la noche y agredían a personas con diferente atuendo, lengua distinta, etc. Reconozco que en esta estadía no estaba en la posición económica y social de los 80. Pero nunca antes había sentido miedo. Daba igual que fuera acompañado por mancunianas o colegas de Liverpool. Lo que observé es que los beneficios sociales seguían criando lo que ahora se ha convertido en un grave problema social. Cuando los entrevistabas o preguntabas sobre sus horizontes vitales, sólo escuchabas: no hacer nada, follar, beber, pelear, escuchar música, en definitiva, NADA".

Y este otro de Ricardo:

"Yo vivo aquí y conozco los barrios de los que tú hablas y algunos más peligrosos. Es verdad que el multiculti es una filfa y es un fracaso pero este país no puede cambiar ahora los errores cometidos en los últimos 50 años. El error de los británicos es que son muy independientes, muy libres, dejan hacer, no se inmiscuyen en las cosas de los demás, ni para bien ni para mal, porque creen que todos son, y ven la vida igual que ellos la ven, y no es así".

No todos están de acuerdo con la tesis de que los saqueadores son criminales sin motivación política. Gran debate en las redes sociales y en los comentarios de los blogs. Un dibujo que corre porTwitter bajo el hashtag #dibujosenreuniones resume bien esta posición.

Decir que los disturbios carecen de motivación política no significa que no existan causas sociales de fondo: pobreza, incultura y exclusión. La prensa británica publica análisis sobre la creciente diferencia entre ricos y pobres. Nadie esconde la cabeza.

Las mismas causas que anidan en Londres, Manchester o Birmingham se están cocinando en Madrid, Barcelona, Sevilla... Los demás pueden observar el incendio ajeno y seguir atentos a las novedades que llegan de la montaña rusa de los mercados, otro incendio con causas y culpables concretos. Hay otros saqueos de cuello blanco que tienen mejor cartel: los llaman oportunidades de negocio.

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