Muy peligrosa la alianza militar entre Evo Morales y Hugo Chávez
Editorial ABC Paraguay
El gobierno de Evo Morales hace poco tiempo cambió bruscamente su actitud diplomática y radicalizó su exigencia de salida marítima a través de territorio chileno. Para muchos observadores, este cambio de actitud responde más bien a la necesidad que tiene el mismo de recomponer su maltrecha popularidad doméstica. Bolivia no tiene la capacidad militar para enfrentarse a Chile en una nueva guerra del Pacífico, pero sí tiene la capacidad para precipitar una Segunda Guerra del Chaco contra el Paraguay. Y lo más preocupante, en caso de un nuevo conflicto con nuestro país, Bolivia tiene un pacto de alianza militar con Venezuela, lo que permite un potenciamiento de sus fuerzas armadas.
Dando rienda suelta a sus afiebrados ensueños bolivarianos de frustrada grandeza, el presidente Evo Morales acaba de proclamar el 29 de abril el “Día de la Reivindicación Marítima” –pocas semanas después de haber celebrado el tradicional “Día del Mar” el 23 de marzo– como gesto de reafirmación de su añejo reclamo a Chile por una salida soberana al Pacífico, tras la pérdida de su litoral marítimo en la guerra contra este país en 1879.
Aunque sin relaciones diplomáticas formales desde hace más de 30 años, el gobierno de Evo Morales había venido manteniendo conversaciones bilaterales discretas con las autoridades chilenas en procura de un entendimiento acerca de una salida al océano, a más de otros asuntos de interés recíproco, como la utilización por Chile de las aguas del río Silala, considerado por este país como un río internacional, en contraposición a la tesis sostenida por Bolivia, de que se trata de un río interior bajo su exclusiva soberanía.
Sin embargo, hace poco tiempo el Gobierno boliviano cambió bruscamente de actitud diplomática al radicalizar su exigencia de una salida marítima soberana a través de territorio chileno, posibilidad históricamente rechazada por el país trasandino. Concomitantemente, Evo Morales anunció que su país recurrirá a los tribunales internacionales “para exigir acceso libre y soberano al mar”, así como que exigirá que Chile le pague a Bolivia por el usufructo de las aguas del fronterizo río Chilala.
Para muchos observadores de la política exterior boliviana, este absurdo cambio de actitud diplomática del gobierno de Morales responde más bien a la necesidad que este tiene de recomponer su maltrecha popularidad doméstica, muy venida a menos en los últimos tiempos, antes que a una expectativa realista de lograr lo que para Chile es una imposibilidad geopolítica existencial.
En efecto, desde la revuelta popular por el alza de más del 70 por ciento del precio de los combustibles, conocida como el “gasolinazo”, la aceptación política de Morales en su país ha caído del 64 por ciento que tenía cuando ganó su segundo mandato en el 2009, a un 32 por ciento en la actualidad. Como hijo y fruto de un medio étnico, geográfico e histórico pleno de contradicciones y frustraciones, Evo Morales se considera a sí mismo como el vindicador de sus antepasados incásicos y tiene metido en el entrecejo la quimérica ambición de restaurar su grandeza imperial. En su desesperación y delirio, no ha encontrado mejor opción que resucitar el conflicto con Chile como forma de desviar la atención de los bolivianos de sus problemas políticos internos.
En el contexto de la visión geopolítica boliviana, Chile y Paraguay son los únicos enemigos históricos que tiene el país del Altiplano. Aunque en el siglo XIX el mariscal Andrés de Santa Cruz, entonces Protector de la Confederación Peruboliviana, sostuvo una corta guerra de agresión contra la Confederación Argentina bajo el gobierno de Rosas, la verdadera guerra la emprendió contra Chile, siendo vencido por el general chileno Manuel Bulnes en la batalla de Yungay, el 20 de enero de 1839. Esta fue la 1ª Guerra entre Chile y Bolivia. La segunda fue la del Pacífico, que le privó de su litoral marítimo en 1879.
Tras esta segunda derrota contra Chile, los gobernantes bolivianos de todas las tendencias políticas, sin excepción, dieron la espalda al Pacífico y se lanzaron en pos del río Paraguay mediante una sistemática penetración militar del mayormente desguarnecido Chaco paraguayo, al amparo de una artera diplomacia supuestamente pacifista con la que en la época engañó al gobierno paraguayo y a la comunidad internacional por más de tres décadas, hasta situarse a menos de 300 kilómetros de Asunción, cuando el gobierno paraguayo decidió contener su avance y recuperar victoriosamente casi todo el territorio nacional hollado.
Bolivia ya no tiene, ni podrá tener jamás, la capacidad militar para enfrentarse a Chile en una Tercera Guerra del Pacífico. Pero sí tiene la capacidad para precipitar una Segunda Guerra del Chaco contra el Paraguay. Así de simple. Y, precisamente, el estéril reclamo a Chile, como el que ahora ha retomado con majadera insistencia Evo Morales, podría ser solo el primer toque de billar; la carambola podría ser una nueva agresión contra el Paraguay en el Chaco, en algún momento no predecible. Podrá no ser ya Morales el presidente de Bolivia, pero mientras permanezca en el poder va a seguir fortaleciendo el poder militar de su país sin otro justificativo predecible que con miras a una guerra de revancha contra el Paraguay.
Lo más preocupante es que, a diferencia del pasado, bajo el gobierno etnopopulista de Evo Morales ha entrado en juego un nuevo elemento que puede inclinar decisivamente la balanza en contra de nuestro país en caso de un renovado conflicto bélico: el pacto de alianza militar de Bolivia con Venezuela –país distante más de 4.000 kilómetros–, cuyos verdaderos alcances no conocemos, pero que sus resultados tangibles están en la información de toda la prensa internacional, con el potenciamiento de sus fuerzas armadas mediante la adquisición de armamentos y equipos de última generación, y la modernización de su infraestructura operacional y logística.
Si a esto añadimos la politización de las fuerzas armadas bolivianas según el belicoso bolivarianismo chavista, la amenaza contra nuestro país sube de punto. En tal sentido, a fines del año pasado, a instancias de Morales, el ejército de Bolivia se declaró socialista bolivariano y antiimperialista, es decir, marxista.
De cara a este inquietante escenario estratégico, en términos de seguridad nacional no solo tenemos que preocuparnos por factores e influencias foráneas. Nuestro Presidente de la República tiene total comunión ideológica con Evo Morales y Hugo Chávez y se resiste a admitir que el armamentismo boliviano puede representar amenaza alguna para el Paraguay. La potencial amenaza boliviana no se circunscribe necesariamente a la eventualidad de un conflicto armado de proporciones. Dada la asimetría del poder militar boliviano respecto de Chile, es más probable, inclusive, que, por meras circunstancias de su política interna, en cualquier momento Evo Morales decida provocar una incursión militar a través de nuestra frontera del Chaco, pretextando combate al narcotráfico, contrabando de combustibles, o cualquier otro motivo imaginario, en vez de intentarlo en la frontera con Chile, donde se expondría a una represalia fatal.
Así, pues, el creciente armamentismo boliviano, agravado por la alianza militar con Hugo Chávez, constituye una directa amenaza contra el Paraguay, porque lo coloca en un dilema de seguridad nacional que le obligaría a distraer sus escasos recursos en compras de armamentos a fin de compensar, aunque sea mínimamente, la vulnerabilidad del desequilibrio militar gratuitamente inducido por el aumento de la capacidad militar boliviana.
El gobierno de Evo Morales hace poco tiempo cambió bruscamente su actitud diplomática y radicalizó su exigencia de salida marítima a través de territorio chileno. Para muchos observadores, este cambio de actitud responde más bien a la necesidad que tiene el mismo de recomponer su maltrecha popularidad doméstica. Bolivia no tiene la capacidad militar para enfrentarse a Chile en una nueva guerra del Pacífico, pero sí tiene la capacidad para precipitar una Segunda Guerra del Chaco contra el Paraguay. Y lo más preocupante, en caso de un nuevo conflicto con nuestro país, Bolivia tiene un pacto de alianza militar con Venezuela, lo que permite un potenciamiento de sus fuerzas armadas.
Dando rienda suelta a sus afiebrados ensueños bolivarianos de frustrada grandeza, el presidente Evo Morales acaba de proclamar el 29 de abril el “Día de la Reivindicación Marítima” –pocas semanas después de haber celebrado el tradicional “Día del Mar” el 23 de marzo– como gesto de reafirmación de su añejo reclamo a Chile por una salida soberana al Pacífico, tras la pérdida de su litoral marítimo en la guerra contra este país en 1879.
Aunque sin relaciones diplomáticas formales desde hace más de 30 años, el gobierno de Evo Morales había venido manteniendo conversaciones bilaterales discretas con las autoridades chilenas en procura de un entendimiento acerca de una salida al océano, a más de otros asuntos de interés recíproco, como la utilización por Chile de las aguas del río Silala, considerado por este país como un río internacional, en contraposición a la tesis sostenida por Bolivia, de que se trata de un río interior bajo su exclusiva soberanía.
Sin embargo, hace poco tiempo el Gobierno boliviano cambió bruscamente de actitud diplomática al radicalizar su exigencia de una salida marítima soberana a través de territorio chileno, posibilidad históricamente rechazada por el país trasandino. Concomitantemente, Evo Morales anunció que su país recurrirá a los tribunales internacionales “para exigir acceso libre y soberano al mar”, así como que exigirá que Chile le pague a Bolivia por el usufructo de las aguas del fronterizo río Chilala.
Para muchos observadores de la política exterior boliviana, este absurdo cambio de actitud diplomática del gobierno de Morales responde más bien a la necesidad que este tiene de recomponer su maltrecha popularidad doméstica, muy venida a menos en los últimos tiempos, antes que a una expectativa realista de lograr lo que para Chile es una imposibilidad geopolítica existencial.
En efecto, desde la revuelta popular por el alza de más del 70 por ciento del precio de los combustibles, conocida como el “gasolinazo”, la aceptación política de Morales en su país ha caído del 64 por ciento que tenía cuando ganó su segundo mandato en el 2009, a un 32 por ciento en la actualidad. Como hijo y fruto de un medio étnico, geográfico e histórico pleno de contradicciones y frustraciones, Evo Morales se considera a sí mismo como el vindicador de sus antepasados incásicos y tiene metido en el entrecejo la quimérica ambición de restaurar su grandeza imperial. En su desesperación y delirio, no ha encontrado mejor opción que resucitar el conflicto con Chile como forma de desviar la atención de los bolivianos de sus problemas políticos internos.
En el contexto de la visión geopolítica boliviana, Chile y Paraguay son los únicos enemigos históricos que tiene el país del Altiplano. Aunque en el siglo XIX el mariscal Andrés de Santa Cruz, entonces Protector de la Confederación Peruboliviana, sostuvo una corta guerra de agresión contra la Confederación Argentina bajo el gobierno de Rosas, la verdadera guerra la emprendió contra Chile, siendo vencido por el general chileno Manuel Bulnes en la batalla de Yungay, el 20 de enero de 1839. Esta fue la 1ª Guerra entre Chile y Bolivia. La segunda fue la del Pacífico, que le privó de su litoral marítimo en 1879.
Tras esta segunda derrota contra Chile, los gobernantes bolivianos de todas las tendencias políticas, sin excepción, dieron la espalda al Pacífico y se lanzaron en pos del río Paraguay mediante una sistemática penetración militar del mayormente desguarnecido Chaco paraguayo, al amparo de una artera diplomacia supuestamente pacifista con la que en la época engañó al gobierno paraguayo y a la comunidad internacional por más de tres décadas, hasta situarse a menos de 300 kilómetros de Asunción, cuando el gobierno paraguayo decidió contener su avance y recuperar victoriosamente casi todo el territorio nacional hollado.
Bolivia ya no tiene, ni podrá tener jamás, la capacidad militar para enfrentarse a Chile en una Tercera Guerra del Pacífico. Pero sí tiene la capacidad para precipitar una Segunda Guerra del Chaco contra el Paraguay. Así de simple. Y, precisamente, el estéril reclamo a Chile, como el que ahora ha retomado con majadera insistencia Evo Morales, podría ser solo el primer toque de billar; la carambola podría ser una nueva agresión contra el Paraguay en el Chaco, en algún momento no predecible. Podrá no ser ya Morales el presidente de Bolivia, pero mientras permanezca en el poder va a seguir fortaleciendo el poder militar de su país sin otro justificativo predecible que con miras a una guerra de revancha contra el Paraguay.
Lo más preocupante es que, a diferencia del pasado, bajo el gobierno etnopopulista de Evo Morales ha entrado en juego un nuevo elemento que puede inclinar decisivamente la balanza en contra de nuestro país en caso de un renovado conflicto bélico: el pacto de alianza militar de Bolivia con Venezuela –país distante más de 4.000 kilómetros–, cuyos verdaderos alcances no conocemos, pero que sus resultados tangibles están en la información de toda la prensa internacional, con el potenciamiento de sus fuerzas armadas mediante la adquisición de armamentos y equipos de última generación, y la modernización de su infraestructura operacional y logística.
Si a esto añadimos la politización de las fuerzas armadas bolivianas según el belicoso bolivarianismo chavista, la amenaza contra nuestro país sube de punto. En tal sentido, a fines del año pasado, a instancias de Morales, el ejército de Bolivia se declaró socialista bolivariano y antiimperialista, es decir, marxista.
De cara a este inquietante escenario estratégico, en términos de seguridad nacional no solo tenemos que preocuparnos por factores e influencias foráneas. Nuestro Presidente de la República tiene total comunión ideológica con Evo Morales y Hugo Chávez y se resiste a admitir que el armamentismo boliviano puede representar amenaza alguna para el Paraguay. La potencial amenaza boliviana no se circunscribe necesariamente a la eventualidad de un conflicto armado de proporciones. Dada la asimetría del poder militar boliviano respecto de Chile, es más probable, inclusive, que, por meras circunstancias de su política interna, en cualquier momento Evo Morales decida provocar una incursión militar a través de nuestra frontera del Chaco, pretextando combate al narcotráfico, contrabando de combustibles, o cualquier otro motivo imaginario, en vez de intentarlo en la frontera con Chile, donde se expondría a una represalia fatal.
Así, pues, el creciente armamentismo boliviano, agravado por la alianza militar con Hugo Chávez, constituye una directa amenaza contra el Paraguay, porque lo coloca en un dilema de seguridad nacional que le obligaría a distraer sus escasos recursos en compras de armamentos a fin de compensar, aunque sea mínimamente, la vulnerabilidad del desequilibrio militar gratuitamente inducido por el aumento de la capacidad militar boliviana.