Lidia Gueiler y la pasión por la política
La Paz, Abi
Tenía 31 años cuando Lidia Gueiler Tejada se arrellanó, fatigada sin resuello, en la poltrona que hasta hacía muy poco había ocupado el presidente Hugo Ballivián la tarde de aquel 9 de abril de 1952, que en medio de una lluvia de balas y detonaciones interminables la tuvieron de aquí para allá, con un fusil Mauser en las manos, en medio de la rebelión de las masas.
Premonitorio o no, se quedó dormida -pese a los estruendos de la conflagración en la incendiada La Paz- en la poltrona presidencial, "aún tibia" del depuesto Ballivián -narra el cronista Ricardo Sanjinez-, luego que el revolucionario Mario Sanjinés Uriarte, encargara, a ella, el 'Cabro' Plaza y una bizarra peluquera, cuyo nombre de sumergió en el anonimato, la custodia del despacho del Presidente de Bolivia, en medio de un interregno que duró pocas horas hasta que el revolucionario abogado Hernán Siles Suazo y días más tarde el jefe del Movimiento Nacionalista Revolucionario, Víctor Estenssoro, se hicieran de la silla del poder que los obreros bolivianos, fusil en ristre, conquistaron en los hechos y que no ocuparon "por desconocer el protocolo de la ceremonia", según el desaparecido intelectual boliviano René Zavaleta.
Las masas de revolucionarios, obreros y fabriles, que se agarraron con el Ejército defensor del régimen de Ballivián, acabaron esa misma noche con el 'sexenio', como la historiografía boliviana identifica a los seis años de gobierno de una oligarquía minera empoderada después de hacer matar, salvajemente en la misma casona de gobierno, al coronel socialista Gualberto Villarroel y también derrotar a su camara, compañero de ideología y Presidente German Busch.
Poco más menos 27 años más tarde, la misma Gueiler Tejada se fajó la banda presidencial y se sentó en el mismo sillón que tal vez inconscientemente ocupó aquella tarde de abril histórico, luego de jurar a la Presidencia de Bolivia, como corolario de una honda crisis política que se cargó a sus antecesores de hecho y derecho, el coronel golpista Alberto Natusch, que se quedó 15 en Palacio de Gobierno para no perderlo y el político Wálter Guevara Arce que, producto de la inestabilidad política de entonces, no duró sino tres meses en la casona que los mitayos terminaron de levantar en 1558 y que adversarios políticos del anciano presidente Tomás Frías quemaron el 21 de mayo de 1875.
Pese a los tanques, las masas insurrectas resistieron en las calles hasta lo indecible a Natusch, y la salida política a la crisis fueron a encontrarla la noche del 15 al 16 de noviembre de 1979 miembros del Congreso, representantes de la Central Obrera Boliviana en cabeza de Juan Lechín y de las Fuerzas Armadas: ungir a una mujer, a la sazón Presidenta de los Diputados bolivianos.
Esa era, nada más ni menos, que Gueiler Tejada.
"Luego de una prolongada discusión, militares y parlamentarios decidieron ingresar a un cuarto intermedio", aquel noviembre, "cuando Lidia Gueiler y el general Larraín, jefe de la delegación militar, informaron que las consultas reservadas habían logrado eliminar 'los escollos' que impedían encontrar una solución al conflicto", describe el periodista Irving Alcaraz en su libro 'El Prisionero de Palacio'.
A esas alturas de la titilante situación, Guevara Arce y el propio Natusch habían resignado sus pretensiones de mantener el poder y "las puertas del poder se abrían por primera vez en Bolivia para una mujer", completa el narrador.
Mientras el humo se desprendía de fierros retorcidos y maderos de barricadas destruidos por el fuego de la represión, hacia las 20h00 de aquel viernes 16 de noviembre, en presencia de unas 300 personas en las galerías del hemiciclo parlamentario y 114 parlamentarios, Gueiler juró a la Presidencia de Bolivia ante el vicepresidente del Senado de entonces, Leónidas Sánchez.
En su primera alocución, la mujer, de 53 años, se comprometió a borrar "el pasado negro y construir un porvenir brillante".
Su gobierno de siete meses quedó signado por un juicio de responsabilidades que el diputado socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz (1932-80) instauró al ex dictador Hugo Banzer (1971-78) en el Congreso boliviano de la época.
Las tensiones espoleadas por este proceso político y los resultados de las elecciones del 4 de mayo de 1980, que ella misma presidió y que dieron por ganador al ex presidente progresista Hernán Siles Suazo (1956-60), seguido de Paz Estenssoro y del mismísimo Banzer, inseminaron, al paso de los días cargados de tensiones y pletóricos de conspiraciones y asesinatos políticos, un nuevo golpe militar, el enésimo en la historia boliviana.
El 17 de julio de 1980, su primo militar Luis García Meza levantó fracciones del Ejército boliviano y la desalojó, tanques y metralla de por medio, de la casona de Gobierno.
Ante la inminencia de un nuevo baño de sangre, prefirió entregar el poder a mediodía de ese 17 de julio a García Meza que ya había desatado una carnicería en La Paz y otras ciudades de Bolivia.
Poco más de 32 años después, esta mujer, la primera Presidenta de Bolivia y la segunda en América Latina después de la argentina Estela Duarte de Perón, se dejó emboscar por la muerte.
Tras varios meses de decaimiento físico propio de su avanzada edad, Gueiler Tejada falleció "en paz", a 110 días de cumplir 90 años, en su residencia en La Paz, luego de ejercer, entre otros cargos, la senaturía y la Embajada de Bolivia en Venezuela, Colombia y en el Berlin corazón de la desaparecida Alemania occidental, refirió su nieto Luis Eduardo Siles.
Tras 18 años de dictadura militar, la democracia boliviana fue restaurada en octubre de 1982, logro que "la Gueiler", como se la conocía en el argot de la política criolla, alcanzó a disfrutar.
En la perpendicular de su vida no se alejó del todo de la política boliviana, al punto que hace tres semanas el presidente Evo Morales le pidió sumarse a un equipo de ex presidentes para pergeñar la estrategia nacional de recuperación marítima en estrados internacionales.
Tenía 31 años cuando Lidia Gueiler Tejada se arrellanó, fatigada sin resuello, en la poltrona que hasta hacía muy poco había ocupado el presidente Hugo Ballivián la tarde de aquel 9 de abril de 1952, que en medio de una lluvia de balas y detonaciones interminables la tuvieron de aquí para allá, con un fusil Mauser en las manos, en medio de la rebelión de las masas.
Premonitorio o no, se quedó dormida -pese a los estruendos de la conflagración en la incendiada La Paz- en la poltrona presidencial, "aún tibia" del depuesto Ballivián -narra el cronista Ricardo Sanjinez-, luego que el revolucionario Mario Sanjinés Uriarte, encargara, a ella, el 'Cabro' Plaza y una bizarra peluquera, cuyo nombre de sumergió en el anonimato, la custodia del despacho del Presidente de Bolivia, en medio de un interregno que duró pocas horas hasta que el revolucionario abogado Hernán Siles Suazo y días más tarde el jefe del Movimiento Nacionalista Revolucionario, Víctor Estenssoro, se hicieran de la silla del poder que los obreros bolivianos, fusil en ristre, conquistaron en los hechos y que no ocuparon "por desconocer el protocolo de la ceremonia", según el desaparecido intelectual boliviano René Zavaleta.
Las masas de revolucionarios, obreros y fabriles, que se agarraron con el Ejército defensor del régimen de Ballivián, acabaron esa misma noche con el 'sexenio', como la historiografía boliviana identifica a los seis años de gobierno de una oligarquía minera empoderada después de hacer matar, salvajemente en la misma casona de gobierno, al coronel socialista Gualberto Villarroel y también derrotar a su camara, compañero de ideología y Presidente German Busch.
Poco más menos 27 años más tarde, la misma Gueiler Tejada se fajó la banda presidencial y se sentó en el mismo sillón que tal vez inconscientemente ocupó aquella tarde de abril histórico, luego de jurar a la Presidencia de Bolivia, como corolario de una honda crisis política que se cargó a sus antecesores de hecho y derecho, el coronel golpista Alberto Natusch, que se quedó 15 en Palacio de Gobierno para no perderlo y el político Wálter Guevara Arce que, producto de la inestabilidad política de entonces, no duró sino tres meses en la casona que los mitayos terminaron de levantar en 1558 y que adversarios políticos del anciano presidente Tomás Frías quemaron el 21 de mayo de 1875.
Pese a los tanques, las masas insurrectas resistieron en las calles hasta lo indecible a Natusch, y la salida política a la crisis fueron a encontrarla la noche del 15 al 16 de noviembre de 1979 miembros del Congreso, representantes de la Central Obrera Boliviana en cabeza de Juan Lechín y de las Fuerzas Armadas: ungir a una mujer, a la sazón Presidenta de los Diputados bolivianos.
Esa era, nada más ni menos, que Gueiler Tejada.
"Luego de una prolongada discusión, militares y parlamentarios decidieron ingresar a un cuarto intermedio", aquel noviembre, "cuando Lidia Gueiler y el general Larraín, jefe de la delegación militar, informaron que las consultas reservadas habían logrado eliminar 'los escollos' que impedían encontrar una solución al conflicto", describe el periodista Irving Alcaraz en su libro 'El Prisionero de Palacio'.
A esas alturas de la titilante situación, Guevara Arce y el propio Natusch habían resignado sus pretensiones de mantener el poder y "las puertas del poder se abrían por primera vez en Bolivia para una mujer", completa el narrador.
Mientras el humo se desprendía de fierros retorcidos y maderos de barricadas destruidos por el fuego de la represión, hacia las 20h00 de aquel viernes 16 de noviembre, en presencia de unas 300 personas en las galerías del hemiciclo parlamentario y 114 parlamentarios, Gueiler juró a la Presidencia de Bolivia ante el vicepresidente del Senado de entonces, Leónidas Sánchez.
En su primera alocución, la mujer, de 53 años, se comprometió a borrar "el pasado negro y construir un porvenir brillante".
Su gobierno de siete meses quedó signado por un juicio de responsabilidades que el diputado socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz (1932-80) instauró al ex dictador Hugo Banzer (1971-78) en el Congreso boliviano de la época.
Las tensiones espoleadas por este proceso político y los resultados de las elecciones del 4 de mayo de 1980, que ella misma presidió y que dieron por ganador al ex presidente progresista Hernán Siles Suazo (1956-60), seguido de Paz Estenssoro y del mismísimo Banzer, inseminaron, al paso de los días cargados de tensiones y pletóricos de conspiraciones y asesinatos políticos, un nuevo golpe militar, el enésimo en la historia boliviana.
El 17 de julio de 1980, su primo militar Luis García Meza levantó fracciones del Ejército boliviano y la desalojó, tanques y metralla de por medio, de la casona de Gobierno.
Ante la inminencia de un nuevo baño de sangre, prefirió entregar el poder a mediodía de ese 17 de julio a García Meza que ya había desatado una carnicería en La Paz y otras ciudades de Bolivia.
Poco más de 32 años después, esta mujer, la primera Presidenta de Bolivia y la segunda en América Latina después de la argentina Estela Duarte de Perón, se dejó emboscar por la muerte.
Tras varios meses de decaimiento físico propio de su avanzada edad, Gueiler Tejada falleció "en paz", a 110 días de cumplir 90 años, en su residencia en La Paz, luego de ejercer, entre otros cargos, la senaturía y la Embajada de Bolivia en Venezuela, Colombia y en el Berlin corazón de la desaparecida Alemania occidental, refirió su nieto Luis Eduardo Siles.
Tras 18 años de dictadura militar, la democracia boliviana fue restaurada en octubre de 1982, logro que "la Gueiler", como se la conocía en el argot de la política criolla, alcanzó a disfrutar.
En la perpendicular de su vida no se alejó del todo de la política boliviana, al punto que hace tres semanas el presidente Evo Morales le pidió sumarse a un equipo de ex presidentes para pergeñar la estrategia nacional de recuperación marítima en estrados internacionales.