Crece la presión internacional para frenar la represión en Siria
EE UU estudia imponer sanciones a los líderes del régimen.- Francia, Reino Unido, Alemania y Portugal piden una condena al Consejo de Seguridad.- Decenas de muertos tras el asalto del Ejército a la ciudad de Deraa
Damasco, El País
La brutalidad de la represión del régimen sirio, que ayer asaltó con blindados los bastiones de la revuelta, está suscitando duras condenas en la comunidad internacional. Los cuatro países de la UE en el Consejo de Seguridad, Francia, Reino Unido, Alemania y Portugal, hicieron circular ayer una declaración entre los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU en la que se pide una resolución de condena para incrementar la presión sobre el presidente El Asad. El texto, que previsiblemente será abordado en la cumbre de hoy en Nueva York, apoya la postura del secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, que ha defendido la apertura de una investigación independiente para esclarecer las circusntancias que llevaron a la muerte a decenas de manifestantes el pasado fin de semana.
La Casa Blanca, por su parte, anunciaba ayer que se estudiaba la imposición de sanciones sobre las principales figuras del régimen. Eso, sin embargo, no podía causar demasiada inquietud en Damasco. La diplomacia estadounidense no disponía por el momento de alternativa a El Asad: acababa de restablecer relaciones diplomáticas plenas con Siria y contaba con el presunto ánimo reformista del joven presidente, más que dudoso tras los últimos acontecimientos, como uno de sus ejes políticos en Oriente Próximo.
Los activistas que organizaban las protestas y difundían información sobre las mismas al resto del mundo consideraban que Bachar el Asad se había "quitado la máscara" y que el horror ante su brutalidad iba a acelerar la descomposición del régimen. Otros analistas, sin embargo, se mostraban cautos. Solo dos diputados y un muftí de Daraa habían dimitido en protesta por la represión y las dos principales ciudades, Damasco y Alepo, permanecían bastante ajenas a las intensas protestas registradas en lugares como Daraa, Homs, Douma, Hama, Banias o Lataquia.
Joshua Landis, un profesor de la Universidad de Oklahoma especializado en Siria y con un respetado blog sobre la actualidad del país, opinó que hasta la fecha no se había registrado ninguna manifestación realmente masiva, como las que derribaron las dictaduras en Túnez y Egipto, ni había surgido señal alguna de que la burguesía urbana suní y las minorías religiosas, principales soportes del régimen, desearan la caída de El Asad. "Esta puede ser una crisis larga", indicó.
El Gobierno de Damasco no permanecía, por otra parte, tan mudo como podría parecer desde el exterior. Utilizaba los medios de comunicación oficiales para difundir una visión de los hechos radicalmente distinta a la ofrecida por los activistas. Su prensa coincidía en atribuir la coordinación de las protestas a los Hermanos Musulmanes y a grupos salafistas. Como prueba de ello, los diarios sirios insistían en que Syrian Revolution 2011, una página de la red social Facebook con 140.000 seguidores y con enorme influencia, había sido creada y era gestionada por Fida ad-Din Tarif as-Sayid, un miembro de los Hermanos Musulmanes residente en Suecia.
En un manifiesto publicado ayer, 102 intelectuales y profesionales sirios, la mayoría de ellos en el exilio, denunciaron a Bachar el Asad. "Hemos roto la barrera del miedo para hacer una declaración clara y concisa", decía su texto. "Condenamos la violencia y las prácticas opresivas del régimen sirio contra los manifestantes, al tiempo que lloramos por los mártires del levantamiento". Entre los firmantes figuraban las escritoras Samar Yazbek y Hala Mohammad, el cineasta Mohamed Ali el-Atassi y el periodista Souad Jarrous.
Asalto a Daraa
Daraa, la ciudad siria donde a mediados de marzo comenzó la revuelta, se convirtió ayer en zona de guerra. El Gobierno de Bachar el Asad inició de madrugada un asalto con tanques y miles de soldados. Activistas locales dijeron que los militares dispararon de forma indiscriminada durante todo el día, pese a que las calles permanecían casi vacías, y mataron al menos a 18 personas. Las autoridades de Damasco afirmaron que con el ataque se quería evitar la proclamación de un Emirato islámico en Daraa. El uso de armamento pesado confirmó que El Asad había decidido ahogar las protestas con toda la violencia que fuera necesaria.
Las tropas que entraron en Daraa pertenecían a la Cuarta División Acorazada, dirigida por Maher el Asad, hermano del presidente, y compuesta por elementos de probada lealtad al régimen. La ciudad, de 300.000 habitantes, quedó aislada del resto del país y del mundo: se cortaron la electricidad y las líneas telefónicas, se inutilizaron las antenas de telefonía móvil y se cerró la frontera con Jordania, distante apenas tres kilómetros. Pese a ello, varios activistas, provistos de teléfonos vía satélite distribuidos hace meses por empresarios sirios exiliados en Líbano, lograron transmitir imágenes de la represión. Fue imposible confirmar la veracidad de las imágenes, dada la prohibición de periodistas en el país.
El uso de tanques y el cierre de la frontera indicaron que El Asad había optado por una estrategia de máxima dureza. El presidente parecía dispuesto a repetir lo que su padre, Hafez el Asad, hizo en 1982 con la destrucción de Hama y la matanza de al menos 10.000 personas: no solo aplastó una revuelta islamista, sino que infundió un miedo profundo a los descontentos con su régimen y disipó durante años, en realidad hasta ahora, cualquier intento de organizar una oposición interna y desafiar al poder.
Pero entonces no existían ni Internet ni la televisión por satélite. Ahora, la población siria sabe lo que ocurre. Las imágenes de los tanques en las calles de Daraa y de los manifestantes muertos y heridos en las últimas semanas en el conjunto del país (entre 300 y 400, según las estimaciones más conservadoras) llegaban a cualquier hogar con una antena parabólica.
En Douma, una población contigua a Damasco, fuerzas de la policía y de la milicia civil conocida como shabiha (teóricamente desmantelada por Bachar el Asad en 2000, cuando asumió la presidencia) sembraron el terror en las calles y atacaron domicilios y oficinas para detener a miembros de la oposición.
Damasco, El País
La brutalidad de la represión del régimen sirio, que ayer asaltó con blindados los bastiones de la revuelta, está suscitando duras condenas en la comunidad internacional. Los cuatro países de la UE en el Consejo de Seguridad, Francia, Reino Unido, Alemania y Portugal, hicieron circular ayer una declaración entre los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU en la que se pide una resolución de condena para incrementar la presión sobre el presidente El Asad. El texto, que previsiblemente será abordado en la cumbre de hoy en Nueva York, apoya la postura del secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, que ha defendido la apertura de una investigación independiente para esclarecer las circusntancias que llevaron a la muerte a decenas de manifestantes el pasado fin de semana.
La Casa Blanca, por su parte, anunciaba ayer que se estudiaba la imposición de sanciones sobre las principales figuras del régimen. Eso, sin embargo, no podía causar demasiada inquietud en Damasco. La diplomacia estadounidense no disponía por el momento de alternativa a El Asad: acababa de restablecer relaciones diplomáticas plenas con Siria y contaba con el presunto ánimo reformista del joven presidente, más que dudoso tras los últimos acontecimientos, como uno de sus ejes políticos en Oriente Próximo.
Los activistas que organizaban las protestas y difundían información sobre las mismas al resto del mundo consideraban que Bachar el Asad se había "quitado la máscara" y que el horror ante su brutalidad iba a acelerar la descomposición del régimen. Otros analistas, sin embargo, se mostraban cautos. Solo dos diputados y un muftí de Daraa habían dimitido en protesta por la represión y las dos principales ciudades, Damasco y Alepo, permanecían bastante ajenas a las intensas protestas registradas en lugares como Daraa, Homs, Douma, Hama, Banias o Lataquia.
Joshua Landis, un profesor de la Universidad de Oklahoma especializado en Siria y con un respetado blog sobre la actualidad del país, opinó que hasta la fecha no se había registrado ninguna manifestación realmente masiva, como las que derribaron las dictaduras en Túnez y Egipto, ni había surgido señal alguna de que la burguesía urbana suní y las minorías religiosas, principales soportes del régimen, desearan la caída de El Asad. "Esta puede ser una crisis larga", indicó.
El Gobierno de Damasco no permanecía, por otra parte, tan mudo como podría parecer desde el exterior. Utilizaba los medios de comunicación oficiales para difundir una visión de los hechos radicalmente distinta a la ofrecida por los activistas. Su prensa coincidía en atribuir la coordinación de las protestas a los Hermanos Musulmanes y a grupos salafistas. Como prueba de ello, los diarios sirios insistían en que Syrian Revolution 2011, una página de la red social Facebook con 140.000 seguidores y con enorme influencia, había sido creada y era gestionada por Fida ad-Din Tarif as-Sayid, un miembro de los Hermanos Musulmanes residente en Suecia.
En un manifiesto publicado ayer, 102 intelectuales y profesionales sirios, la mayoría de ellos en el exilio, denunciaron a Bachar el Asad. "Hemos roto la barrera del miedo para hacer una declaración clara y concisa", decía su texto. "Condenamos la violencia y las prácticas opresivas del régimen sirio contra los manifestantes, al tiempo que lloramos por los mártires del levantamiento". Entre los firmantes figuraban las escritoras Samar Yazbek y Hala Mohammad, el cineasta Mohamed Ali el-Atassi y el periodista Souad Jarrous.
Asalto a Daraa
Daraa, la ciudad siria donde a mediados de marzo comenzó la revuelta, se convirtió ayer en zona de guerra. El Gobierno de Bachar el Asad inició de madrugada un asalto con tanques y miles de soldados. Activistas locales dijeron que los militares dispararon de forma indiscriminada durante todo el día, pese a que las calles permanecían casi vacías, y mataron al menos a 18 personas. Las autoridades de Damasco afirmaron que con el ataque se quería evitar la proclamación de un Emirato islámico en Daraa. El uso de armamento pesado confirmó que El Asad había decidido ahogar las protestas con toda la violencia que fuera necesaria.
Las tropas que entraron en Daraa pertenecían a la Cuarta División Acorazada, dirigida por Maher el Asad, hermano del presidente, y compuesta por elementos de probada lealtad al régimen. La ciudad, de 300.000 habitantes, quedó aislada del resto del país y del mundo: se cortaron la electricidad y las líneas telefónicas, se inutilizaron las antenas de telefonía móvil y se cerró la frontera con Jordania, distante apenas tres kilómetros. Pese a ello, varios activistas, provistos de teléfonos vía satélite distribuidos hace meses por empresarios sirios exiliados en Líbano, lograron transmitir imágenes de la represión. Fue imposible confirmar la veracidad de las imágenes, dada la prohibición de periodistas en el país.
El uso de tanques y el cierre de la frontera indicaron que El Asad había optado por una estrategia de máxima dureza. El presidente parecía dispuesto a repetir lo que su padre, Hafez el Asad, hizo en 1982 con la destrucción de Hama y la matanza de al menos 10.000 personas: no solo aplastó una revuelta islamista, sino que infundió un miedo profundo a los descontentos con su régimen y disipó durante años, en realidad hasta ahora, cualquier intento de organizar una oposición interna y desafiar al poder.
Pero entonces no existían ni Internet ni la televisión por satélite. Ahora, la población siria sabe lo que ocurre. Las imágenes de los tanques en las calles de Daraa y de los manifestantes muertos y heridos en las últimas semanas en el conjunto del país (entre 300 y 400, según las estimaciones más conservadoras) llegaban a cualquier hogar con una antena parabólica.
En Douma, una población contigua a Damasco, fuerzas de la policía y de la milicia civil conocida como shabiha (teóricamente desmantelada por Bachar el Asad en 2000, cuando asumió la presidencia) sembraron el terror en las calles y atacaron domicilios y oficinas para detener a miembros de la oposición.