Cuando los perros de las laderas ya no ladran

La Paz, Abi
Mariano, que debe frisar los 80 años, se resiste a rescatar los muebles que tenía en su vivienda reducida a escombros hace una semana cuando un gigante deslizamiento de tierras se llevó por delante 1.700 predios habitacionales en la ladera este de la ciudad de La Paz, la segunda más poblada de Bolivia, porque, sencillamente, no tiene dónde llevarlos.

"No tengo dónde ir, imagínese, dónde metería mis cosas", afirma.

Este hombre desdentado que ocupaba un par de habitaciones en no sabe dónde, mira a la distancia entre desconsolado e incrédulo la enorme montaña húmeda que se desprendió el sábado último y se fagocitó 10 barrios.

Es que, aunque resiste admitirlo, Mariano o "Don Mario", como le conocen los pocos vecinos que aún tantean lo que fueron calles del suburbio, no tiene perro que le ladre. Es un solitario de solemnidad.

En plano contrapicado desde el barrio Irpavi 2, la montaña --cuya cima explanada aún contiene un complejo de viviendas desocupadas donde se emplazaba la barriada de Pampahasi, destinada a convertirse en una suerte de pueblo fantasma-- intimida.

En lo que queda de Pampahasi, un can negro se mantuvo en lo que fuera la vivienda de su amo hasta la víspera.

Sin comida ni agua, no se desprendió de la puerta desbarata ni siquiera cuando la vivienda fue cediendo hacia el barranco, pese a los ruegos de los vecinos que no tenían cómo atraerlo, porque no conocían su nombre y tampoco a los que habitaron la casa que 'El Negro' custodió fidelísimo hasta la última.

Lo mismo que 6.000 bolivianos que lo han perdido todo, Mariano, que debe frisar los 80 años, debe emprender el más penoso éxodo que recuerde la historia de Bolivia, hacia cualquier refugio, una carpa, una casa prefabricada o un galpón.

A esas alturas de la vida en perpendicular ya poco importa dónde.

Siete días después de que miles toneladas de tierra embebida se deslizaran hasta conformar una nueva formación geotopográfica, una pared de al menos 100 m de altura y varias terrazas o platarformas, una encima de otra hasta calar el río, la ladera este de La Paz parece un escenario post terremoto.

Enormes grietas en los pisos y paredes de talud, en las terrazas.

El pavimento partido en mil de lo que fueran calles y principalmente avenidas revela la envergadura del desastre.

Las casas convertidas en empaladas y miles de esqueletos de concreto y acero han caído más de 200m cuesta abajo.

Queda en pie en medio de las ruinas una de las avenidas centrales de la barriada de Callapa, cortada en precipicio, como objeto de una amputación quirúrgica.

Algunas viviendas se sumen a cuenta gotas en gruesas grietas.

La cancha de fútbol sala y básquetbol se ha desintegrado, literalmente. Uno de los arcos de fútbol aparece casi soterrado a la altura de la primera azotea y otro de los tableros de básquetbol se halla mucho más abajo.

Una bandera boliviana ondea en medio del cerro.

La devastación es casi total. Las cientos de casas que se precipitaron desde las alturas y que en la rodada parecían de papel, yacen debajo de la tierra que, cada vez menos, suelta un estertor.

El lodo se escurre en finos hilillos desde las alturas, a manera de sudor perlado.

Luego que la Alcaldía de La Paz anunciara que el deslizamiento de tierra dio paso al período de estabilización del terreno, 140 hectáreas, un hombre, martillo y cincel en mano, trata de rescatar una puerta de metal del marco de concreto que sostiene lo único que quedó de su vivienda.

En el campamento más próximo se distribuyen alimentos, abrigo de las miles de toneladas de donación que han llegado de todos los puntos de Bolivia, hasta de los más remotos, y también agua, pañales y medicinas.

Un grupo de mujeres se ha procurado alimento balanceado para canes y dosifica entre las mascotas vagabundas que han quedado en la más absoluta de las orfandades.

Hambre canina. Un cachorro sin pedigrí engulle las galletas en medio de la algarabía de niños y mujeres que, pese a la adversidad, celebran, en círculo, el festín que el embarrado animal se da.

De acuerdo con la Alcaldía de La Paz, el derrumbe, el más importante de la historia de La Paz fundada en 1548, ha dejado pérdidas por al menos 50 millones de dólares, 36 de éstos en viviendas y el resto en parque urbano.

La mayor parte de los medios bolivianos, gobiernos departamentales y municipales, instituciones, entidades, organizaciones de diverso tipo, entre otras bancos y aseguradoras, han juntado sus esfuerzos y convocado a la población a solidarizarse con los caídos en desagracia.

Solo la privada red ATB y el Banco Bisa recaudaron en una telemaratón 2,4 millones de dólares.

Organismos internacionales, embajadas e innumerables entidades se han sumado efectivamente a las decenas de colectas para ayudar a los 6.000 bolivianos que lo han perdido todo.

A varios cientos de km del desastre en las montañas andinas de La Paz, en el norte amazónico, un niño de 2 años, Carlo, de la mano de su padre carga un bolsón con ropa para bebé.

En la ciudad más pequeña, deprimida y menos poblada de Bolivia, Cobija, capital departamental de Pando, Carlo obedece a su padre que le suelta una indicación para que deposite la ayuda en el lugar donde se acopian cientos de toneladas de vestido, alientos y agua que una transportadora militar las pondrá en La Paz.

El derrumbe ha vuelto a la realidad a La Paz, cuyo millón de habitantes ha trepado su hogar en un área de 138 km2, entre quebradas y montañas, sobre casi 500 ríos subterráneos que la surcan.

Los expertos han advertido que La Paz, el Nido del Cóndor, ya no tiene dónde crecer y que sólo el 20% de sus 250.000 edificaciones ha sido plantado en suelos seguros.

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