Fútbol boliviano: Wilstermann estrenó con un empate su equipo internacional
José Vladimir Nogales
El equipo de Neveleff se desparrama en el campo dibujando un 4-4-1-1 que, en contenido ofensivo, difiere del que Eduardo Villegas supo conducir en 2010 (haciendo un exótico tour por el cielo y el infierno). Lógicamente, ésta composición ofrece mayor caudal de explotación técnica para ampliar el horizonte ejecutivo, pero exhibe las mismas deficiencias funcionales. Si bien en defensa hubo firmeza en la marca y fortaleza aérea, el brasileño Neto se proyecta mucho menos por derecha que el colombiano Zapata por izquierda, éste rápido y profundo, pero algo deficiente en la marca cuando buscan sus espaldas. Los centrales (el argentino Brown y el brasileño Domizate) exhibieron solidez en la marca personal, incluso cuando, por deficiencias en el retroceso de los volantes centrales, se veían obligados a tomar las marcas muy arriba. Iban al choque y salían airosos.
Mas, es en la línea de medios donde reside gran parte de las dificultades, y no por falta de elemento, de riqueza o de variantes. Falla la integración, la conjunción de los talentos. La falta de trabajo, lo que se llama rodaje, conspira contra la formación de sociedades. Los volantes se asocian por ráfagas, pero no forman circuitos ya que aún no coordinan movimientos, no se asimilan. Abregú (volante derecho) es explosivo y hábil, pero normalmente luce en solitario, desconectado del bloque, sin opciones para descargar. Rodríguez Rendón (volante central junto a Christian Machado) marca y juega, pero es muy propenso al pelotazo y a salir con lentitud.
Ojeda (volante izquierdo) gravitó poco, estacionado sobre su banda, sin diagonales y sin suficiente movilidad para integrarse al juego por el centro. Quien destacó por su manejo y habilidad para desmarcarse fue el enganche peruano García Uriona. Diáfano en el traslado e indescifrable en sus movimientos, clarificó las maniobras que por su órbita transcurrieron, pero que se diluyeron por la abundancia de espacio y la distancia de potenciales receptores. Mientras tuvo gas en el tanque, lució. Con el consumo de energía fue apagándose hasta borrarse de la escena y, con él, difuminóse el concepto de conjunto que precariamente Wilstermann había esbozado.
Quizá la gran debilidad del equipo (fruto de la deficiente elaboración en mitad de campo) está en la falta de potencia ofensiva. El brasileño Mineiro (hábil, pero etéreo y frágil, poco propenso al combate cuerpo a cuerpo) no se muestra como referente de área, primero porque queda muy lejos de los volantes, es frágil para aguantar el balón con la marca encima y porque, en segundo término, se refugia mucho en zonas blandas, exhibiendo insuficiente habilidad para desequilibrar solo con balón dominado. Tal como se mostró en la segunda mitad, el uruguayo Toscanini es más adecuado para esa demarcación, tanto por su movilidad, juego aéreo, control de pelota y fortaleza para aguantar la marca.
Los argumentos de Wilstermann fueron pobres. El centro del campo no funcionaba por la falta de inspiración de Ojeda, la escasa consistencia de García Rendón, la lentitud global y la escasa asimilación social.
Tras el descanso, The Strongest cambió todo el equipo (llegándose al disparate de ingresar a algunos que habían sido sustituidos en el descanso) e impuso otra velocidad (al ser un conjuntado de gente más joven), dejando en evidencia las limitaciones físicas de los rojos, que empezaron a resquebrajarse. Aparecieron grietas en el medio, la recuperación se hizo dificultosa y la posesión más tenue. A espaldas de Zapata se coló Melgar, hallando una veta para el gol, 58’, 1-0.
Neveleff hizo modificaciones, varias, demasiadas. No cambió la técnica (eso no quiere decir que el estándar fuera deficiente), pero tampoco la conjunción. Sí hubo más oxígeno, consecuentemente más energía para contrarrestar el factor que había permitido a The Strongest prevalecer. Toscanini (por García Uribe) se mostró mejor, aportando potencia en la cresta del ataque, allá donde languidecía Mineiro. Mosquera tuvo desborde por derecha (haciendo un enroque con Abregú, removido al carril izquierdo), pero siempre en el mismo contexto de inconexión, sin sociedades, sin circuitos. A veces, la técnica individual abría márgenes de desequilibrio, pero faltaba el puntillazo, la definición.
A seis minutos del final, Mosquera, habilitado por Iani Verón, igualó con potente disparo cruzado. Un alivio, aún tratándose de un ensayo.
El partido, en definitiva, no valió para cambiar demasiado las primeras lecturas que enseña este nuevo Wilstermann. En todo caso resultó contradictorio. Hubo minutos plomizos, otros de control exquisito, algunos de brillo para sacar lustres a las crónicas y un ataque de abulia que empeoró la imagen global del equipo. Falta trabajo, una gran verdad. Con tiempo quizá podría formarse un gran equipo, pero lo que no sobra es tiempo.
Ante una enorme concurrencia –inhabitual para sesiones de ensayo-, Wilstermann hizo la presentación oficial de su equipo internacional, aquél confeccionado bajo el imperio de una apremiante necesidad y bajo la sombra de una crítica coyuntura.
Sin jugadores (como efecto de la estampida que siguió a la calamitosa realidad del descenso) y con una mayúscula cita internacional en la agenda, Wilstermann tuvo que echar mano del generoso mercado internacional (con la providencial bendición de un grupo inversor) para componer un exótico cuadro que le proveyese mínimos rasgos competitivos y le evitase, simétricamente, una catástrofe continental.
Tras varias presentaciones previas (entre juegos informales y actuaciones exageradamente amistosas), Wilstermann se expuso al veredicto público enfrentando a un The Strongest que, para mejor índice valorativo, llegaba con suficiente rodaje, ése que la alta competencia brinda y del que los rojos carecen por su obligada proscripción del círculo de élite.
La lógica idea de que el elevado contenido internacional de la plantilla roja habría de contribuir a superar la limitante realidad que imponen los rudimentos idiosincráticos de nuestro bagaje técnico y formativo, no se vio plasmada en la coyuntura ni, proporcionalmente, satisfizo ampliamente las expectativas alimentadas por la inyección de otra sangre a nuestro fútbol.
Sin jugadores (como efecto de la estampida que siguió a la calamitosa realidad del descenso) y con una mayúscula cita internacional en la agenda, Wilstermann tuvo que echar mano del generoso mercado internacional (con la providencial bendición de un grupo inversor) para componer un exótico cuadro que le proveyese mínimos rasgos competitivos y le evitase, simétricamente, una catástrofe continental.
Tras varias presentaciones previas (entre juegos informales y actuaciones exageradamente amistosas), Wilstermann se expuso al veredicto público enfrentando a un The Strongest que, para mejor índice valorativo, llegaba con suficiente rodaje, ése que la alta competencia brinda y del que los rojos carecen por su obligada proscripción del círculo de élite.
La lógica idea de que el elevado contenido internacional de la plantilla roja habría de contribuir a superar la limitante realidad que imponen los rudimentos idiosincráticos de nuestro bagaje técnico y formativo, no se vio plasmada en la coyuntura ni, proporcionalmente, satisfizo ampliamente las expectativas alimentadas por la inyección de otra sangre a nuestro fútbol.
RASGOS
Wilstermann disimuló con victorias sus evidentes problemas con el juego (derivados de la escasez de trabajo para conjuncionar las individualidades), problemas cada vez más notorios, pero esta vez el equipo deberá afrontar las críticas sin ese escudo. The Strongest impuso, como cabía esperar, otro nivel de exigencias. No era ya el fútbol de rasgo minimalista y excesivamente amateur que poco exigió a los rojos en sus primeros ensayos. The Strongest, aún sin intensidad, moviéndose a ritmo de entrenamiento, forzó a Wilstermann, que apoyado en su pegada iba derribando rivales. Esta vez no tuvo ni juego ni pegada. Poco que rescatar. Apenas ráfagas técnicas, circuitos evanescentes, efímeras explosiones pirotécnicas, ególatras gestos individuales. Falta el conjunto, asimilación de las piezas. Falta equipo, en suma.
Wilstermann es un conglomerado que mira al futuro (uno inmediato de altísima exigencia competitiva) y que no debería haber tenido problemas para controlar, dominar, mandar y ganar un encuentro que se disputó a un ritmo bajísimo. Ahí se planteó un gran problema pensando en lo inmediato: se le agotó el gas muy pronto. Más allá de la técnica (que abunda en calidad y variedad y que requiere ser integrada en un módulo colectivo), parece existir debilidad en los cimientos. Sin base física, nada sobrevive.
Wilstermann disimuló con victorias sus evidentes problemas con el juego (derivados de la escasez de trabajo para conjuncionar las individualidades), problemas cada vez más notorios, pero esta vez el equipo deberá afrontar las críticas sin ese escudo. The Strongest impuso, como cabía esperar, otro nivel de exigencias. No era ya el fútbol de rasgo minimalista y excesivamente amateur que poco exigió a los rojos en sus primeros ensayos. The Strongest, aún sin intensidad, moviéndose a ritmo de entrenamiento, forzó a Wilstermann, que apoyado en su pegada iba derribando rivales. Esta vez no tuvo ni juego ni pegada. Poco que rescatar. Apenas ráfagas técnicas, circuitos evanescentes, efímeras explosiones pirotécnicas, ególatras gestos individuales. Falta el conjunto, asimilación de las piezas. Falta equipo, en suma.
Wilstermann es un conglomerado que mira al futuro (uno inmediato de altísima exigencia competitiva) y que no debería haber tenido problemas para controlar, dominar, mandar y ganar un encuentro que se disputó a un ritmo bajísimo. Ahí se planteó un gran problema pensando en lo inmediato: se le agotó el gas muy pronto. Más allá de la técnica (que abunda en calidad y variedad y que requiere ser integrada en un módulo colectivo), parece existir debilidad en los cimientos. Sin base física, nada sobrevive.
LA ESTRUCTURA
El equipo de Neveleff se desparrama en el campo dibujando un 4-4-1-1 que, en contenido ofensivo, difiere del que Eduardo Villegas supo conducir en 2010 (haciendo un exótico tour por el cielo y el infierno). Lógicamente, ésta composición ofrece mayor caudal de explotación técnica para ampliar el horizonte ejecutivo, pero exhibe las mismas deficiencias funcionales. Si bien en defensa hubo firmeza en la marca y fortaleza aérea, el brasileño Neto se proyecta mucho menos por derecha que el colombiano Zapata por izquierda, éste rápido y profundo, pero algo deficiente en la marca cuando buscan sus espaldas. Los centrales (el argentino Brown y el brasileño Domizate) exhibieron solidez en la marca personal, incluso cuando, por deficiencias en el retroceso de los volantes centrales, se veían obligados a tomar las marcas muy arriba. Iban al choque y salían airosos.
Mas, es en la línea de medios donde reside gran parte de las dificultades, y no por falta de elemento, de riqueza o de variantes. Falla la integración, la conjunción de los talentos. La falta de trabajo, lo que se llama rodaje, conspira contra la formación de sociedades. Los volantes se asocian por ráfagas, pero no forman circuitos ya que aún no coordinan movimientos, no se asimilan. Abregú (volante derecho) es explosivo y hábil, pero normalmente luce en solitario, desconectado del bloque, sin opciones para descargar. Rodríguez Rendón (volante central junto a Christian Machado) marca y juega, pero es muy propenso al pelotazo y a salir con lentitud.
Ojeda (volante izquierdo) gravitó poco, estacionado sobre su banda, sin diagonales y sin suficiente movilidad para integrarse al juego por el centro. Quien destacó por su manejo y habilidad para desmarcarse fue el enganche peruano García Uriona. Diáfano en el traslado e indescifrable en sus movimientos, clarificó las maniobras que por su órbita transcurrieron, pero que se diluyeron por la abundancia de espacio y la distancia de potenciales receptores. Mientras tuvo gas en el tanque, lució. Con el consumo de energía fue apagándose hasta borrarse de la escena y, con él, difuminóse el concepto de conjunto que precariamente Wilstermann había esbozado.
DEBILIDAD
Quizá la gran debilidad del equipo (fruto de la deficiente elaboración en mitad de campo) está en la falta de potencia ofensiva. El brasileño Mineiro (hábil, pero etéreo y frágil, poco propenso al combate cuerpo a cuerpo) no se muestra como referente de área, primero porque queda muy lejos de los volantes, es frágil para aguantar el balón con la marca encima y porque, en segundo término, se refugia mucho en zonas blandas, exhibiendo insuficiente habilidad para desequilibrar solo con balón dominado. Tal como se mostró en la segunda mitad, el uruguayo Toscanini es más adecuado para esa demarcación, tanto por su movilidad, juego aéreo, control de pelota y fortaleza para aguantar la marca.
Los argumentos de Wilstermann fueron pobres. El centro del campo no funcionaba por la falta de inspiración de Ojeda, la escasa consistencia de García Rendón, la lentitud global y la escasa asimilación social.
Tras el descanso, The Strongest cambió todo el equipo (llegándose al disparate de ingresar a algunos que habían sido sustituidos en el descanso) e impuso otra velocidad (al ser un conjuntado de gente más joven), dejando en evidencia las limitaciones físicas de los rojos, que empezaron a resquebrajarse. Aparecieron grietas en el medio, la recuperación se hizo dificultosa y la posesión más tenue. A espaldas de Zapata se coló Melgar, hallando una veta para el gol, 58’, 1-0.
Neveleff hizo modificaciones, varias, demasiadas. No cambió la técnica (eso no quiere decir que el estándar fuera deficiente), pero tampoco la conjunción. Sí hubo más oxígeno, consecuentemente más energía para contrarrestar el factor que había permitido a The Strongest prevalecer. Toscanini (por García Uribe) se mostró mejor, aportando potencia en la cresta del ataque, allá donde languidecía Mineiro. Mosquera tuvo desborde por derecha (haciendo un enroque con Abregú, removido al carril izquierdo), pero siempre en el mismo contexto de inconexión, sin sociedades, sin circuitos. A veces, la técnica individual abría márgenes de desequilibrio, pero faltaba el puntillazo, la definición.
A seis minutos del final, Mosquera, habilitado por Iani Verón, igualó con potente disparo cruzado. Un alivio, aún tratándose de un ensayo.
El partido, en definitiva, no valió para cambiar demasiado las primeras lecturas que enseña este nuevo Wilstermann. En todo caso resultó contradictorio. Hubo minutos plomizos, otros de control exquisito, algunos de brillo para sacar lustres a las crónicas y un ataque de abulia que empeoró la imagen global del equipo. Falta trabajo, una gran verdad. Con tiempo quizá podría formarse un gran equipo, pero lo que no sobra es tiempo.