Egipto: ¿Túnez parte II?
Matías Zibell, Ex corresponsal de BBC Mundo en El Cairo
Si uno lee la mayoría de las crónicas periodísticas sobre los sucesos que tienen lugar en Egipto encuentra como factor común la frase "sin precedentes", pero cualquiera que conozca la realidad egipcia o haya vivido un tiempo en ese país sabe que esas dos palabras no alcanzan para explicar lo imprecedente de este fenómeno.
Un amigo egipcio me decía una vez que él creció en la escuela viendo cómo el retrato del presidente Hosni Mubarak en su aula iba cambiando con los años, hasta que un día dejaron de colgar nuevas imágenes, la foto del líder paró de envejecer y se quedó congelada en el tiempo.
Su presencia sostenida desde 1981 en la vida política egipcia puede explicar la relación de Mubarak y el poder, a tal punto que para muchos egipcios es más posible "que las arenas del desierto tapen las tres Pirámides de Giza antes de que su líder deje la presidencia".
La analogía con el Antiguo Egipto no es gratuita, uno de los tantos apodos de Mubarak es "el faraón".
Por eso, a nadie sorprendió cuando empezaron a correr los rumores de que su hijo Gamal lo sucedería en la presidencia. El retrato del aula podía cambiar, el apellido no.
"Egipto no es Túnez"
Las redes sociales parecen estar jugando un papel clave en las protestas.
Tras la caída de Ben Ali en Túnez, los líderes árabes se reunieron en la localidad egipcia de Sharm El-Sheikh. Mubarak, quien encabezó el encuentro, abogó por una mayor inversión en la juventud árabe a la que llamó "el más preciado de todos nuestros recursos y riquezas".
Parte de esa juventud, que vio cambiar el retrato de Mubarak en sus colegios hasta que mutó en inmutable, es la que inspirada en lo sucedido en las calles tunecinas está movilizándose en las ciudades y en las redes sociales pidiendo el fin de su gobierno.
Pero en el Medio Oriente Túnez no es Egipto. Para los árabes, El Cairo ha sido siempre como el faro de Alejandría. Varios ejemplos fueron cuando le quitó el Canal de Suez a las antiguas potencias coloniales en 1956 o cuando desafió a Israel en 1973. Una traición cuando firmó la paz con el Estado judío.
Por eso, lo que ocurra en Egipto puede repercutir en toda la región de un modo mucho más contundente que la caída de cualquier líder en el Magreb. Soñar un Egipto sin Mubarak es para muchos políticos y diplomáticos occidentales una preocupación, ya que significa la posibilidad de que partidos islamistas tomen el poder.
No por nada, el movimiento islámico ha sido acusado por el gobierno egipcio de estar detrás de las movilizaciones, una acusación que parece estar más dirigida a alentar fantasmas externos que a apaciguar los internos.
Para comprender el miedo que genera un "Egipto islámico" basta recordar que antes de la reconstrucción de Irak, el gobierno de Mubarak era uno de los tres mayores receptores de dinero estadounidense del mundo (los otros dos eran Israel y Colombia).
"La revolución tunecina no está muy lejos de nosotros"
La policía cairota ha sido desbordada por la protesta callejera.
En el encuentro de Sharm El-Sheikh, el secretario general de la Liga Árabe, el también egipcio Amr Moussa, dijo que "el alma árabe estaba quebrada por la pobreza, el desempleo y la recesión general".
"La revolución tunecina no está muy lejos de nosotros", advirtió Moussa y concluyó: "el ciudadano árabe ha entrado en un estado de rabia y frustración sin precedentes".
Pero estas dos palabras sobre lo imprecendente de lo que ocurre por estos días en el mundo árabe no impresionaron a todos.
Un funcionario de seguridad egipcio citado por el periódico cairota Al-Ahram dijo que el gobierno estaba "muy alerta sobre posibles manifestaciones que pudieran estar inspiradas en los incidentes (de Túnez)", pero agregó que no esperaban ninguna movilización muy grande en el corto plazo.
La pregunta es cuál tesis se impondrá, la visión de Moussa que teme por la volatilidad de la situación o la del funcionario egipcio que días atrás no imaginaba en absoluto el escenario que vive por estas horas su país.
Si uno lee la mayoría de las crónicas periodísticas sobre los sucesos que tienen lugar en Egipto encuentra como factor común la frase "sin precedentes", pero cualquiera que conozca la realidad egipcia o haya vivido un tiempo en ese país sabe que esas dos palabras no alcanzan para explicar lo imprecedente de este fenómeno.
Un amigo egipcio me decía una vez que él creció en la escuela viendo cómo el retrato del presidente Hosni Mubarak en su aula iba cambiando con los años, hasta que un día dejaron de colgar nuevas imágenes, la foto del líder paró de envejecer y se quedó congelada en el tiempo.
Su presencia sostenida desde 1981 en la vida política egipcia puede explicar la relación de Mubarak y el poder, a tal punto que para muchos egipcios es más posible "que las arenas del desierto tapen las tres Pirámides de Giza antes de que su líder deje la presidencia".
La analogía con el Antiguo Egipto no es gratuita, uno de los tantos apodos de Mubarak es "el faraón".
Por eso, a nadie sorprendió cuando empezaron a correr los rumores de que su hijo Gamal lo sucedería en la presidencia. El retrato del aula podía cambiar, el apellido no.
"Egipto no es Túnez"
Las redes sociales parecen estar jugando un papel clave en las protestas.
Tras la caída de Ben Ali en Túnez, los líderes árabes se reunieron en la localidad egipcia de Sharm El-Sheikh. Mubarak, quien encabezó el encuentro, abogó por una mayor inversión en la juventud árabe a la que llamó "el más preciado de todos nuestros recursos y riquezas".
Parte de esa juventud, que vio cambiar el retrato de Mubarak en sus colegios hasta que mutó en inmutable, es la que inspirada en lo sucedido en las calles tunecinas está movilizándose en las ciudades y en las redes sociales pidiendo el fin de su gobierno.
Pero en el Medio Oriente Túnez no es Egipto. Para los árabes, El Cairo ha sido siempre como el faro de Alejandría. Varios ejemplos fueron cuando le quitó el Canal de Suez a las antiguas potencias coloniales en 1956 o cuando desafió a Israel en 1973. Una traición cuando firmó la paz con el Estado judío.
Por eso, lo que ocurra en Egipto puede repercutir en toda la región de un modo mucho más contundente que la caída de cualquier líder en el Magreb. Soñar un Egipto sin Mubarak es para muchos políticos y diplomáticos occidentales una preocupación, ya que significa la posibilidad de que partidos islamistas tomen el poder.
No por nada, el movimiento islámico ha sido acusado por el gobierno egipcio de estar detrás de las movilizaciones, una acusación que parece estar más dirigida a alentar fantasmas externos que a apaciguar los internos.
Para comprender el miedo que genera un "Egipto islámico" basta recordar que antes de la reconstrucción de Irak, el gobierno de Mubarak era uno de los tres mayores receptores de dinero estadounidense del mundo (los otros dos eran Israel y Colombia).
"La revolución tunecina no está muy lejos de nosotros"
La policía cairota ha sido desbordada por la protesta callejera.
En el encuentro de Sharm El-Sheikh, el secretario general de la Liga Árabe, el también egipcio Amr Moussa, dijo que "el alma árabe estaba quebrada por la pobreza, el desempleo y la recesión general".
"La revolución tunecina no está muy lejos de nosotros", advirtió Moussa y concluyó: "el ciudadano árabe ha entrado en un estado de rabia y frustración sin precedentes".
Pero estas dos palabras sobre lo imprecendente de lo que ocurre por estos días en el mundo árabe no impresionaron a todos.
Un funcionario de seguridad egipcio citado por el periódico cairota Al-Ahram dijo que el gobierno estaba "muy alerta sobre posibles manifestaciones que pudieran estar inspiradas en los incidentes (de Túnez)", pero agregó que no esperaban ninguna movilización muy grande en el corto plazo.
La pregunta es cuál tesis se impondrá, la visión de Moussa que teme por la volatilidad de la situación o la del funcionario egipcio que días atrás no imaginaba en absoluto el escenario que vive por estas horas su país.