Bolivia lucha por proteger su legado jesuita

Mattia Cabitza, BBC, Chiquitania, Bolivia
La Iglesia Jesuita de Concepción domina la plaza principal del pueblo, hecha de adoquines. Sus imágenes naranjas y amarillas de santos y diseños floridos pintados en la fachada irradian el esplendor característico de la arquitectura del siglo XVIII.
En una noche estrellada, recordando los días de la evangelización jesuita siglos antes, la sonata de Domenico Zipoli de doble violín resuena dentro de la inmensa iglesia.

Un grupo barroco de músicos jóvenes entretiene a los visitantes internacionales que han venido a este remoto pueblo dentro de la selva boliviana, en donde habitan casi 19.000 personas, para descubrir qué es lo que hace a Chiquitanía tan única.
Hasta su expulsión en 1767, los jesuitas pasaron casi 80 años convirtiendo a los indígenas al cristianismo.

También establecieron misiones evangelizadoras en lo que ahora es Paraguay, Brasil y Argentina.

Pero a pesar de que las edificaciones en los países aledaños se encuentran hoy en ruinas, en Bolivia han conservado el legado cultural y artístico de los jesuitas.
En 1990, seis de estas misiones fueron declaradas bajo protección por la Unesco, la organización cultural de Naciones Unidas.

"Diferente"

Este patrimonio viviente fue el centro de discusión en el primer Foro Internacional de Misiones Jesuitas de Sudamérica, un evento de tres días que agrupó a representantes de los cuatro países para intercambiar ideas y comprometerse a preservar y promover el área fronteriza.

Geovani Gisler, quien encabeza la delegación brasileña, dice que Bolivia es diferente.

"Aquí podemos sentirnos transportados a hace 350 o 400 años, porque la gente en estas misiones todavía mantiene su cultura y tradiciones originales".

Pero no todo está bien en Chiquitanía. Preservar esta cultura viviente es un reto para dichas comunidades pobres y aisladas.

En una caliente y somnolienta tarde, los niños pequeños caminan en las calles sucias y polvorientas, no con una pelota de fútbol sino con una caja negra que contiene un pequeño violín y que pende de sus manos.

La más pequeña, Camila, quien tan sólo tiene siete años, se une a otra docena de infantes para una clase de música.

Han estado tocando por menos de dos meses y todavía se les dificulta diferenciar entre las figuras blancas y negras.

El maestro Alejandro Abapuco, de 20 años, podría ser confundido con uno de sus estudiantes. Lamenta que la música no siempre esté accesible.

"Hay muchos niños aquí en Concepción que no tienen nada que hacer", dice. "Algunos vienen aquí, pero como no tenemos suficientes instrumentos para todos, a veces no podemos recibirlos".

Entusiasmo por Mozart

Al maestro Abapuco le gustaría comprar instrumentos de viento para formar una orquesta. También quisiera contratar a más maestros, pero admite que es casi imposible con la poca disponibilidad de recursos tanto del municipio como de la iglesia.

A la hora del descanso, Eddy Bailaba, de 16 años, lucha antes de que se reinicie su clase para entonar su chelo resquebrajado. Ha estado tocando este instrumento durante los últimos cuatro años.

Su cara se ilumina cuando habla de Mozart.

"Él escribe para cuarteto pero de cierta manera; eso le da a cada músico un espacio para brillar en todos lados".

Eddy pronto terminará secundaria y quiere seguir tocando. Pero, al igual que los tantos niños que viven en estos pueblos pequeños, encuentra sus opciones limitadas a moverse a Santa Cruz, la ciudad más grande de Bolivia, u obtener una beca para estudiar fuera del país.

Cerca de las clases de música, a unas cuantas calles, hay jóvenes cubiertos en aserrín que aprenden otra tradición jesuita: la talla de madera.

Una escuela acepta hasta 40 estudiantes cada año para enseñarles cómo hacerlo.
Pero Milton Villavicencio, uno de los maestros y renombrado tallador de madera, teme que por falta de fondos tengan que cerrar el año que viene. Asegura que sería una gran pérdida para Bolivia.

"Necesitamos preservar todo esto. Es una muestra de la cultura más importante que tiene nuestro país".

Calles, no cultura


San Xavier, a una hora de distancia, fue la primera misión construida por los jesuitas en 1691. También es famosa por su cerámica.

Martha Mayser Sarco, ceramista local, dice que su oficio está en peligro de perderse y la asociación local de alfareros necesita dinero para talleres nuevos.

"Estamos enfrentando el riesgo de perderlo todo por falta de fondos", lamenta. "Lo que necesitamos son instituciones que apoyen tanto a nuestros músicos como a los artesanos".

Los municipios locales en la región de Chiquitanía no les dan prioridad a los proyectos culturales, acepta el ministro de Culturas de Bolivia, Ronald Terán.
Cuando se trata de dirigir fondos, piensan más en las numerosas infraestructuras locales subdesarrolladas, como las calles.

Pero el ministro Terán dice que el gobierno ya está otorgando más a las comunidades y respondiendo de mejor manera a sus necesidades.

Los municipios locales han favorecido el gasto en infraestructura más que la inversión en preservar el legado cultural.

"Cuando recibimos proyectos específicos por parte de los municipios para el desarrollo (cultural) de cada comunidad, lo que nosotros (el Ministerio de Culturas) hacemos es ayudarlos con fondos de donadores internacionales".

El auxilio español contribuyó a financiar la restauración de miles de partituras, las cuales fueron encontradas en las misiones y son ahora parte de los archivos de Concepción.

Pero Peter Wigginton, el portavoz de SICOR, una institución que ayuda a estudiantes de música a través de becas, afirma que el dinero está lejos de ser suficiente.
"A veces ni siquiera nos alcanza para fotocopiar partituras".

Un temor recurrente entre los residentes de Chiquitanía es que, sin asistencia financiera y turismo sostenible, podrían seguir el destino de sus vecinos: preservar ruinas y edificios de museos para que los turistas tomen fotos, en lugar de formar parte activa de su propia cultura.

Entradas populares