Fútbol boliviano: Wilstermann se inmoló ante Real Potosí

Wilstermann empató 1-1 con Real Potosí y dañó seriamente sus posibilidades de evitar el descenso de categoría




José Vladimir Nogales
Wilstermann se inmoló. Obligado como nunca a ganar (para usufructuar el clamoroso empate de Mamoré en Trinidad), erró el camino. Entre cuidar el gol de Sossa y buscar otro para asegurar la victoria, eligió lo primero. Entonces, celoso de su escasa cosecha en días de hambruna, apostó por el resguardo de sus posiciones, vigilante de los intrusos que amenazaran su preciado bien, aquél que habría de facilitar -cuando no concretar- su salvación. El fútbol tiene sus paradojas, algunas irónicamente crueles: a veces, cuanto más defensivo se torna uno, peor se defiende. Y eso sucedió. Al intentar protegerse, Wilstermann acrecentó el volumen de ataques rivales. Dejó que Real Potosí tuviera el balón y, con él, el instrumento para atacar. Otra cosa es (conceptualmente hablando) defenderse con el balón. Tenerlo para que no lo tenga el rival y, de ese modo, no pueda atacar. Pero, desde tiempos de Villegas, Wilstermann está programado para defender. Lo hizo cuando fue campeón (contando entonces con una granítica línea defensiva) y también después, cuando la estructura, ya ruinosa, apenas proyectaba una sensación de seguridad, más vinculada con las añoranzas que con la efectividad de los rendimientos presentes. Por ese afán medroso y especulador, sufrió duros cachectazos de Guabirá, Aurora y Universitario, sin que aprendiera la lección. Ahora, el costo de este indolente extravío es monumentalmente nefasto. Cedió dos puntos de capital gravitación en la batalla por no descender, conservando la línea de Real Mamoré (tienen puntaje igualado en la tabla del descenso), pero con un calendario aterrador: debe visitar a Oriente (máximo candidato al título) y recibir a Aurora en la última jornada, quizá entonces con la desesperante necesidad de ganar a un equipo muy sólido (seguramente aún con chances de alcanzar algún torneo internacional), para zafar de la descomunal fuerza gravitacional del agujero negro o, peor aún, pugnando por un partido de desempate, esperando un tropezón beniano. Un escenario tenebroso, inimaginable al iniciar junio, cuando a estas tierras llegaba el invierno con las burbujas espirituosas de una estruendosa consagración. De aquellos días quedan los melancólicos recuerdos, brumosos entre las dantescas pesadillas de estos días.

EL PARTIDO

Reflejando la inestabilidad de su angustioso presente, Wilstermann se presentó con otro dibujo táctico. Brandoni transmutó el rengo 3-3-2-2 en un 3-4-2-1 presumiblemente más práctico. Sacrificó un punta (Gianakis Suárez) y agregó a Andrada como segundo medio centro, junto a Melgar, para fortalecer la marca y mejorar la circulación. Cierto es que Wilstermann consiguió inutilizar a su rival, a punto tal que le costó armar circuitos de juego para alimentar a Andaveris y Yacerote, sus peligrosos puntas. Pero, con el balón en su poder, no consiguió profundidad. Hubo cierta fluidez en el traslado (muy intermitente), pero no se construía algo edificante.

Ante un Real Potosí que apretaba en la salida, Wilstermann se mostró partido por el medio. No conseguía que el balón llegara limpio a los volantes debido a que, cuando circulaba entre los defensas centrales, no aparecían receptores libres para descargar. Los laterales estaban excesivamente abiertos y muy adelantados; Andrada y Melgar aparecían inmóviles detrás de la línea de presión. El resultado fue un contínuo peloteo que prescindió de la mitad del campo, omitiendo la intervención de sus habitantes. En ese juego vulgar, los potosinos sacaron cierta ventaja. Los pelotazos para Andaveris eran mucho más inquietantes que los enviados por los rojos a un estático Sossa, mansamente entregado a la voracidad de la marca.

Cuando Andrada empezó a moverse para recibir, Wilstermann puso el balón al piso y tuvo mayor control del trámite. Su abrumadora posesión de pelota, no obstante, no se traducía en acciones de peligro. En parte por el estatismo de Sossa, la ausencia de Salaberry (quieto y etéreo) y la escasa capacidad de desborde que exhibían los laterales; pero también por el bajo volumen ofensivo (Wilstermann ataca con poca gente o llega con pocos al área) y la imprecisión para ejecutar el penúltimo pase, el que antecede a la definición. Fue por eso que, pese a la sensación de ofensividad exhibida por los rojos, el golero Gois de Lira nunca fue exigido. La única puerta de acceso parecía estar en el suicida uso que Real Potosí hacía del "offside provocado". Sirvió mucho al principio (con Sossa como víctima frecuente), mientras subsistía la coordinación mecanizada del "paso adelante". Cuando empezó a fallar, al trabarse el engranaje, Sossa dispuso de oportunidades, corriendo balones colocados a espaldas de los defensas.

Tras un par de groseros errores, muy típicos de su ineptitud, Sossa envió el balón a la red, casi desde el piso, al recoger el detrito de una vulgar colisión entre golero y defensa fuera del área. El primer problema de Wilstermann (el gol) estaba resuelto, quedaba saber cómo haría para asegurarlo.

COMPLEMENTO

La ventaja obtenida al final de la primera etapa no conseguía insuflar confianza en una afición crispada por la tensión y temerosa por la insuficiencia del escuálido gol atesorado. Había coincidencia en la necesidad de ampliar la cuenta para sedar el partido. No ocurrió así. Ante la presión de los potosinos, que colocaron a sus volantes más allá de la divisoria, Wilstermann cedió metros vitales. Al acelerarse para explotar la solitaria veta del contragolpe, perdió rápidamente el balón, fortaleciendo el control del trámite que Real Potosí ejerció a partir de la posesión. Es cierto que, salvo ráfagas, la visita no creó excesivo peligro. Miguel Loayza, su eje motor, nunca apareció como manija, consecuentemente el fútbol colectivo se redujo a las pulsaciones voluntaristas de Helmuth Gutiérrez y Chena y a alguna estampida provocada por el despegue de los laterales. Su búsqueda quedó centrada en el pelotazo salvador para Andaveris.

A mitad de la etapa, Wilstermann pasó a comandar el trámite. Tomó el balón y lo hizo circular con fluidez en la órbita de un Sanjurjo pletórico. En ese lapso se generaron las más profundas cargas que Sossa dilapidó clamorosamente. Y aquél despilfarro pasaría factura. Incapaz de sostener la pelota, Wilstermann volvió a tirarse atrás. La lectura del desarrolló exigía una modificación para discutirle la posesión al rival y descomprimir la presión sobre su área. Brandoni leyó otra cosa. Puso a Sánchez como punta, pero sin quitarle posesión a los potosinos, consecuentemente la carga del partido recayó sobre una defensa insegura, propensa a equivocarse bajo presión.

En el tramo final, Real Potosí arriesgó. Sacó un defensa (Eguino) y colocó un punta más (Ruiz), adelantando a los laterales a zona de volantes para armar un 3-3-1-3 muy ofensivo desde lo posicional, pero sin juego, sin elaboración. La idea era tirar balonazos e inducir el error rival. Y se produjo, sobre el final. Christian Vargas perdió un balón en la salida. Hubo un centro que cruzó todo el área. En el extremo opuesto, en un espacio yermo y sombrío, apareció Andaveris, encarnado a la muerte que blandía su bestial guadaña. Su mortífero disparo no encontró oposición en la fatídica ruta hacia la red. Un murmullo desesperado invadió a un Capriles desconsolado. Apenas quedaba tiempo para el milagro. El ciego y tumultuoso ataque local fue fácilmente sofocado entre el griterío agónico de una masa sufriente. Se oyó un último grito, uno ahogado, casi sollozante. Después reinó un enorme y angustioso silencio.

Wilstermann: Vaca (6), Vargas (4), Miguel Ortiz (7), Candia (6), Barrera (5), Medina (6), Melgar (7), Andrada (6) (Niltao), Sanjurjo (6); Salaberry (4) (Sánchez), Sossa (5) Rojas.

Real Potosí: Gois de Lira (6), Eguino (6) (Ruiz), Rodríguez (6) (Jiménez, 5), Galindo (5), Contaja (5) (Chena), Ortiz (6), Gutiérrez (6), Loayza (4), Yacerotte (5), Andaveris (6).

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