¿Cómo vive un indocumentado en EE.UU.?
Marcia Facundo
BBC Mundo, Los Ángeles
A veces con documentos falsos, tarjetas de crédito prepagadas y teléfonos celulares sin contrato, cerca de 11 millones de inmigrantes indocumentados residen en Estados Unidos y llevan una vida normal en la clandestinidad.
Los bancos, las casas de cambio de cheques, las agencias de teléfono y los centros educativos ofrecen servicios sin preguntar cuál es el estatus migratorio de sus clientes.
Pero para obtener muchos otros servicios en Estados Unidos, es necesario presentar un documento de identidad que en la mayoría de los casos es la licencia de conducir, para cuya obtención -excepto en los estados de Nuevo México, Washington y Utah- se requiere mostrar una visa de residente.
Una empresaria, un estudiante y una limpiadora de casas le explicaron a BBC Mundo cómo logran mantenerse en la invisibilidad.
"Como si fuera legal"
Liliana Duarte (seudónimo) llegó a Estados Unidos desde Colombia en 1990, junto a su esposo, con visa de turista. Desde entonces vive en un suburbio de Nueva York.
Para poder trabajar, Alberto adquirió un acta de nacimiento puertorriqueña y una tarjeta de seguro social por US$700. Enseguida consiguió empleo y beneficios como un seguro de salud, del que también disfruta su esposa. Liliana es representante en Estados Unidos de una firma importadora colombiana.
Tras su llegada, han tenido dos hijos: Sandra, de 19 años, y Julio, de 10.
"Yo vivo aquí como si fuera legal", explicó Liliana. "Lo único malo es no poder viajar fuera del país porque no tengo la licencia. No he podido ir a ninguna de las bodas de mis hermanos".
La empresaria de 40 años explicó que, como maneja los fondos de la compañía que representa, realiza todas sus compras con tarjetas de crédito vinculadas a la empresa, pero también mantiene cuentas bancarias que ha podido abrir sólo presentando su pasaporte colombiano.
"Tengo de todo, cuatro cuentas de bancos. Tengo hasta tarjeta de crédito de Nordstrom", agregó.
Cuando le piden que presente un documento de identidad con fotografía, Liliana muestra una tarjeta que sacó para entrar y salir a un complejo de habitaciones donde reside su mejor amiga.
Sus hijos han estudiado en colegios católicos privados, donde no le han pedido que muestre la licencia de conducir, un requisito en los planteles públicos para inscribir estudiantes.
Liliana afirmó que mantenerse en el país sin la residencia "es muy fácil cuando tienes tarjetas de crédito, seguro médico y el ID (identificación) de la comunidad".
"Vida doble"
Mario Rodas, de 22 años, cursa segundo año de Ciencias Políticas en la Universidad de Harvard. Desde que se graduó de la secundaria estuvo tomando apenas dos clases cada semestre porque, al ser indocumentado, no tenía acceso a los préstamos federales para estudios universitarios.
"Hasta la secundaria a uno no le importa el estatus migratorio", explicó el joven guatemalteco, quien entró a Estados Unidos a los 10 años con visa de turista.
"Cuando quise ir a la universidad fue cuando empecé a investigar más sobre cuáles eran los requisitos para poder recibir préstamos estudiantiles", agregó Rodas.
Una profesora de la escuela a la que asistía en Malden, Massachusetts, le hizo ver la realidad: "Desafortunadamente iba a tener que pasar por muchas cosas".
A partir de entonces Rodas llevó lo que él describe como "una vida doble", pero en lugar de obtener documentos falsos o mentir, el estudiante prefirió solo usar el transporte colectivo y evitar tener que presentar una licencia de conducir.
"Me mantenía alejado de los lugares que me iban a pedir una identificación por el miedo a que llamaran a 'la migra'. No iba a los edificios federales, a las cortes y mucho menos a los aeropuertos".
Rodas resolvió su estatus migratorio al lograr asilo político en Estados Unidos.
Su lugar
Tania Rodríguez (seudónimo) ingresó al país desde México, hace cinco años, con una tarjeta para cruzar la frontera (conocida como BCC, por sus siglas en inglés). Reside en Texas con su marido Pedro, un indocumentado que conoció después de llegar al país, y su hija de cuatro años.
"Yo desde un principio contaba con la tarjeta para votar en México, ésa es la identificación con foto que presento cuando me la piden", explicó Rodríguez, quien además maneja portando la licencia de conducir mexicana.
"De vez en cuando voy a trabajar limpiando casas", agregó la mujer de 30 años. "A la mayoría de la gente le conviene que uno no tenga papeles para no tener que darle la información al seguro social".
Con la licencia mexicana adquirió el seguro del automóvil. Tiene teléfono prepagado y todas sus transacciones las hace en efectivo porque no ha abierto cuenta bancaria ni ha obtenido tarjeta de crédito.
Pedro no tiene ningún documento de identificación y trabaja "en lo que le sale, ya sea cortando yardas (jardines) o en los ranchos cuidando a los animales". Fue detenido y deportado hace dos años, pero "regresó por el río", cuenta su mujer.
"Los papeles nada más le sirven a uno para encontrar un buen trabajo y para que le den a uno su lugar", agregó Rodríguez.
BBC Mundo, Los Ángeles
A veces con documentos falsos, tarjetas de crédito prepagadas y teléfonos celulares sin contrato, cerca de 11 millones de inmigrantes indocumentados residen en Estados Unidos y llevan una vida normal en la clandestinidad.
Los bancos, las casas de cambio de cheques, las agencias de teléfono y los centros educativos ofrecen servicios sin preguntar cuál es el estatus migratorio de sus clientes.
Pero para obtener muchos otros servicios en Estados Unidos, es necesario presentar un documento de identidad que en la mayoría de los casos es la licencia de conducir, para cuya obtención -excepto en los estados de Nuevo México, Washington y Utah- se requiere mostrar una visa de residente.
Una empresaria, un estudiante y una limpiadora de casas le explicaron a BBC Mundo cómo logran mantenerse en la invisibilidad.
"Como si fuera legal"
Liliana Duarte (seudónimo) llegó a Estados Unidos desde Colombia en 1990, junto a su esposo, con visa de turista. Desde entonces vive en un suburbio de Nueva York.
Para poder trabajar, Alberto adquirió un acta de nacimiento puertorriqueña y una tarjeta de seguro social por US$700. Enseguida consiguió empleo y beneficios como un seguro de salud, del que también disfruta su esposa. Liliana es representante en Estados Unidos de una firma importadora colombiana.
Tras su llegada, han tenido dos hijos: Sandra, de 19 años, y Julio, de 10.
"Yo vivo aquí como si fuera legal", explicó Liliana. "Lo único malo es no poder viajar fuera del país porque no tengo la licencia. No he podido ir a ninguna de las bodas de mis hermanos".
La empresaria de 40 años explicó que, como maneja los fondos de la compañía que representa, realiza todas sus compras con tarjetas de crédito vinculadas a la empresa, pero también mantiene cuentas bancarias que ha podido abrir sólo presentando su pasaporte colombiano.
"Tengo de todo, cuatro cuentas de bancos. Tengo hasta tarjeta de crédito de Nordstrom", agregó.
Cuando le piden que presente un documento de identidad con fotografía, Liliana muestra una tarjeta que sacó para entrar y salir a un complejo de habitaciones donde reside su mejor amiga.
Sus hijos han estudiado en colegios católicos privados, donde no le han pedido que muestre la licencia de conducir, un requisito en los planteles públicos para inscribir estudiantes.
Liliana afirmó que mantenerse en el país sin la residencia "es muy fácil cuando tienes tarjetas de crédito, seguro médico y el ID (identificación) de la comunidad".
"Vida doble"
Mario Rodas, de 22 años, cursa segundo año de Ciencias Políticas en la Universidad de Harvard. Desde que se graduó de la secundaria estuvo tomando apenas dos clases cada semestre porque, al ser indocumentado, no tenía acceso a los préstamos federales para estudios universitarios.
"Hasta la secundaria a uno no le importa el estatus migratorio", explicó el joven guatemalteco, quien entró a Estados Unidos a los 10 años con visa de turista.
"Cuando quise ir a la universidad fue cuando empecé a investigar más sobre cuáles eran los requisitos para poder recibir préstamos estudiantiles", agregó Rodas.
Una profesora de la escuela a la que asistía en Malden, Massachusetts, le hizo ver la realidad: "Desafortunadamente iba a tener que pasar por muchas cosas".
A partir de entonces Rodas llevó lo que él describe como "una vida doble", pero en lugar de obtener documentos falsos o mentir, el estudiante prefirió solo usar el transporte colectivo y evitar tener que presentar una licencia de conducir.
"Me mantenía alejado de los lugares que me iban a pedir una identificación por el miedo a que llamaran a 'la migra'. No iba a los edificios federales, a las cortes y mucho menos a los aeropuertos".
Rodas resolvió su estatus migratorio al lograr asilo político en Estados Unidos.
Su lugar
Tania Rodríguez (seudónimo) ingresó al país desde México, hace cinco años, con una tarjeta para cruzar la frontera (conocida como BCC, por sus siglas en inglés). Reside en Texas con su marido Pedro, un indocumentado que conoció después de llegar al país, y su hija de cuatro años.
"Yo desde un principio contaba con la tarjeta para votar en México, ésa es la identificación con foto que presento cuando me la piden", explicó Rodríguez, quien además maneja portando la licencia de conducir mexicana.
"De vez en cuando voy a trabajar limpiando casas", agregó la mujer de 30 años. "A la mayoría de la gente le conviene que uno no tenga papeles para no tener que darle la información al seguro social".
Con la licencia mexicana adquirió el seguro del automóvil. Tiene teléfono prepagado y todas sus transacciones las hace en efectivo porque no ha abierto cuenta bancaria ni ha obtenido tarjeta de crédito.
Pedro no tiene ningún documento de identificación y trabaja "en lo que le sale, ya sea cortando yardas (jardines) o en los ranchos cuidando a los animales". Fue detenido y deportado hace dos años, pero "regresó por el río", cuenta su mujer.
"Los papeles nada más le sirven a uno para encontrar un buen trabajo y para que le den a uno su lugar", agregó Rodríguez.