Fútbol boliviano: Wilstermann venció a San José y recuperó la fe
José Vladimir Nogales
La distancia entre las palmas y los silbidos, entre la euforia y el sufrimiento es insignificante en el fútbol. Un pequeño detalle, una acción aislada, una individualidad es lo que salva a Wilstermann del vacío al que, en cotejos cerrados, le conduce su juego. La existencia de este equipo de Eduardo Villegas se mide por pequeños detalles que disimulan sus deficiencias. Esta vez fue el golazo que anotó Sanjurjo. El controvertido enganche argentino -que nunca escondió su fastidio con su situación en el club- recuperó su perfil de genio imprevisible para ilusionar a los rojos con un gol de extraordinaria factura cuando la tibieza del juego abrumaba a un equipo tieso, irresoluto con el balón, que rumiaba instintivamente, sin causar mínimo daño a un rival rocoso, atrincherado atrás, que lucía su laboriosa impermeabilidad. Una acción, aparentemente intrascendente, terminó convertida en gol por la habilidad del volante argentino y transformó el encuentro.
Hasta entonces, Wilstermann había sido incapaz de resolver los problemas a los que se enfrentó. Se mostró plano en ataque, sin alternativas para deshacer el sistema defensivo de un San José que se sentía cómodo en su papel. Tener el balón, una mayor posesión, no sirve de nada si no se sabe qué hacer con él. Y, obligado a ganar para alcanzar la punta, Wilstermann se reveló como un equipo decepcionante, cuyo juego se torna demasiado previsible y peligrosamente pobre. Es un conjunto vacío, con muy poco que ofrecer en ofensiva y al que le falta imaginación para crear y sorprender. Sin futbolistas que actúen entre líneas y enganchen la media con el ataque, la figura de un jugador como Sanjurjo cotiza más que nunca. Sin él se pierde ese factor sorpresa tan necesario para sacar al equipo del letargo futbolístico en el que se sume cuando debe asumir el gobierno del partido. Puede ganar por una jugada aislada, por una acción de genio de Sanjurjo o por algún oportunismo activo. Con esas armas superó a San José (3-1), pero no dejan de ser argumentos aislados que en ningún caso son una consecuencia del juego, sino que sirven para disimular las carencias.
EL PARTIDO
Los dos equipos se entregaron a las precauciones en la primera parte. San José, todavía muy limitado fuera del Bermúdez, le cedió la responsabilidad a Wilstermann. El equipo de Villegas se desplegó con más rapidez que su rival, pero la creación y la efectividad fueron nulas por ambas partes.
Con el nuevo dibujo táctico (un 3-4-1-2 inhabitual), a Wilstermann le costó muchísimo encontrar equilibrio. Duro en defensa (lo que no implica fortaleza o eficiencia), liberó a los laterales-volante (Andrada y Sánchez) para trazar un fútbol de desborde y profundidad. La gran dificultad (no prevista en la mesa de diseño) residía en la orfandad a la que fueron condenados ambos, a falta de mecanismos articuladores que los incluyesen en algún circuito. Al no arrimarse Sanjurjo a las bandas (por las limitaciones físicas insinuadas) para servir de descarga y al no disponer de laterales que les pasasen por atrás, Sánchez y Andrada debieron entablar inocuos duelos solitarios con sus marcadores, sometidos al imperio de la superioridad numérica. Sin salida por las orillas, Wilstermann esbozó juego por el medio, pero es muy evidente que le falta claridad en esa zona, allá donde Veizaga y Machado vienen a ser redundantes, dependientes ambos de que a Sanjurjo se le encienda una luz.
Con un patrón táctico análogo al de su rival, basculaba eficientemente San José en su cancha con una excelente defensa de ayudas, tan organizada y bien dispuesta que al impreciso Wilstermann le resultaba imposible ganarse un metro para el remate, combinar en situaciones de superioridad numérica, imponer su ataque estático. No había un solo agujero en la pared levantada por Ferrufino en el campo del Capriles. Los medios no filtraban pases y a los delanteros apenas les llegaba la pelota. Pese a que Sanjurjo lograba instalarse a espaldas del doble pivote (Puma y Miranda), no conseguía imponerse debido a que Machado (propenso a trasladar demasiado) y Veizaga no vertían juego vertical. Entonces quedaban los pelotazos para Raimondi y Sossa, un recurso tan redundante como inútil al que se echa mano con tanta frecuencia como la ausencia de recursos impone.
La facilidad con la que el equipo orureño funcionaba en el Capriles contrastaba con el barroquismo de Wilstermann, cada vez más goloso y ansioso, menos preciso que nunca, poco clarividente. A Veizaga, por ejemplo, siempre le sobraba un regate, como si necesitara limpiar el campo para entrar a la portería con el balón dominado.
A veces cortaba Miranda, que tapaba por delante de los centrales, como el más adelantado de los dos medio centro. También intercedían los laterales-volante (Escalera y Loras) para ayudar a los volantes a interrumpir las líneas de suministro que los rojos vanamente intentaban tender. Y cuando no llegaban a tiempo los nueve futbolistas alineados detrás del balón, se presentaba el cuerpo del portero Higa.
Tácticamente disciplinado, San José presionó acompasado. Un arma efectiva ante Wilstermann, que retiene la pelota en posiciones retrasadas y que no sabe qué hacer con ella en los metros finales. Sobre todo, cuando supera la medular y se bate con el último tercio del campo. Físicamente disminuido Sanjurjo, por la rebeldía de sus explosivos músculos, el equipo carece del pase definitivo y sufre un calvario de difícil solución: mucho control, ningún ingenio en la elaboración y cero de profundidad. Padece el síndrome del escritor con la hoja en blanco delante: no sabe por dónde empezar. Ante la realidad, se impone la conducción de la segunda línea o abrir el campo para romper al adversario. Pero Machado se equivocó mucho con el balón como para no descartar la opción, y Andrada y Sánchez –víctimas de la encerrona táctica a la que los sometió su propio planteamiento- no posibilitaron el flujo exterior para descomprimir el centro y canalizar el flujo por afuera. Así, el ataque de Wilstermann, más voluntarioso que preciso, se quedó en poco.
COMPLEMENTO
Nada cambió en el inicio de la segunda parte. Wilstermann no reconfiguró su planteamiento para mejorar su propuesta y, en consecuencia, se remitió al mismo escenario incómodo que prevaleció en la primera parte: abundancia de pelota y escasez de llegadas. Sanjurjo intentó conectarse más, pero no siempre encontró espacios para moverse ni interlocutores que se ofreciesen libres para dialogar. Entonces, inutilizados los mecanismos para concebir juego, volvió el traslado largo e inocuo, el manejo retrógrada y el predecible pelotazo para Raimondi o el desaparecido Sossa. Sufría dificultades en la circulación porque no podría fabricarse espacios para progresar. Aunque Sanjurjo intentaba tomar la manija, el mediocampo no encontraba conexiones con Raimondi, pases entre líneas. El atasco se alivió con el ingreso de Castedo, pero entonces faltó insistencia. Con el beniano llegaron las paredes, las ideas, los espacios, aunque no hubo explosión.
La ingenua expulsión de Puna (por consecutivas infracciones en un mínimo de tiempo), le resolvió muchos problemas a Wilstermann. Liberó espacio en el centro, agrietando el sólido escalonamiento de San José en su primera línea de presión. Para no descompensarse, Ferrufino dispuso que Regis de Souza colaborase con Miranda en la presión sobre Sanjurjo y que Oscar Díaz se retrasase unos metros para incomodar a Machado y Veizaga en la salida. También instruyó a Christian Díaz correrse sobre el lateral izquierdo para buscar las espaldas de Ortiz, máxime al observar que, en su obsesión por acumular efectivos en territorio enemigo, Veizaga dejaba mucho campo explotable entre su posición y los defensas, mucho más cuando Olivares (que sustituyó a Machado) se instaló cerca de los puntas, abandonando la zona de recuperación.
Wilstermann empujó con todo y el Capriles alentaba a su equipo mientras San José perdía todo el tiempo posible. No el suficiente para que Sanjurjo se cargara de determinación, esquivase a un defensa y sacase un potente disparo que superó la posición de Higa. El argentino, tantas veces esperado, tantas veces apagado, celebró el gol con la rabia desaforada de sus compañeros. La rabia respondía al escepticismo que despertó entre la hinchada su enésima recaída, enmarañado en una cadena de lesiones sin fin y por su conflicto con el club, tras su publicitada salida al final de curso, seducido por los dólares que le prometiera el mecenas de Bolívar.
Lejos de activar su inexpugnable telaraña defensiva, Wilstermann se animó a ir por el segundo gol. Quiso rematar al rival caído, aprovechándose de su superioridad numérica. Pero erró la ruta. Atacó con excesivos frenetismo e imprecisión, obviando premisas doctrinales de su estilo de juego: la seguridad ante todo. Cierto es que cerca estuvo del segundo gol (palo de Sanjurjo y disparo afuera de Niltao, con el golero desparramado), pero se expuso, insospechadamente, a una oleada de contragolpes que, finalmente, derivó en el empate: Chistian Díaz –cansado de ganarle las espaldas a Ortíz- encaró hacia adentro y sacó un disparo colocado junto al palo izquierdo de Vaca, 75 minutos, 1-1.
Al golpe sucedió un lapso de desconcierto. Wilstermann demoró bastante en reagruparse, en trazar un plan emergente. Durante varios minutos fue un desastre, un completo catálogo de todas las carencias y dudas que obligan a su afición a mirar siempre hacia el cielo, esperando que éste se derrumbe sobre sus cabezas en cualquier momento. ¿Qué ocurría? Obligado a ganar, Wilstermann empleó excesivo personal en labores ofensivas, descuidando la retaguardia. Dejó a tres hombres en la última línea para contener contragolpes masivos que sorprendían mal parado a Veizaga y a los laterales abiertos, ocupando posiciones de ataque. Un error de Escalante (por goloso, cuando tenía a Oscar Díaz ingresando solo por el medio) y dos incursiones profundas de Chistian Díaz a espaldas de Ortiz, pudieron hacer pedazos el sueño de los rojos. Pero la falta de puntería de los atacantes visitantes insufló vida al desesperado cuadro local.
Así, mientras el rival se atoraba en la definición de jugadas muy claras, en el centro del campo rojo no había diálogo ni reflexión filosófica; por allí sólo volaban toques, pases al hueco, pelotazos, locura, ruletas rusas.
Sanjurjo era, a esa altura, la desembocadura de ese fútbol frenético que, si tanto hace disfrutar a Wilstermann, es porque le libera de los sistemas y las carencias, de la teoría. De ese remolino surgió una arremetida de Raimondi que terminó en un disparo que Higa soltó para que Veizaga enviase el balón a la red (corrían 89 minutos, 2-1). En la reposición, Salaberry –que oxigenó una zona de creación reduccionista y dependiente de un único órgano rector- combinó con Castedo para plasmar el gol que liquidaría un juego complicado, 3-1. La puerta de los sueños quedó abierta.
SINTESIS
WILSTERMANN: Vaca (7), Ortiz (5), Candia (6), Niltao (5) (Salaberry), Andrada (5), Veizaga (6), Machado (5) (Olivares, 6), Sánchez (5), Sanjurjo (7), Raimondi (5), Sossa (4) (Castedo, 6).
SAN JOSE: Higa (6), Loras (5), Pizarro (6), Hurtado (5), Escalera (5) (Escalante), Miranda (6), Puma (4), De Souza (7), C. Diaz (6) (Guaymas), O Diaz (4).