Murió Samaranch, el señor de los anillos
Por Sebastián Fest
Con la muerte de Juan Antonio Samaranch se fue un hombre que aprovechó como nadie el deporte para llegar a la cima.
“Me voy porque me tengo que ir, no porque me quiera ir. No me queda más remedio”, dijo en julio de 2001 en Moscú, cuando el belga Jacques Rogge lo relevó al frente de un Comité Olímpico Internacional (COI) que dominó con mano de hierro envuelta en guante de seda.>
Así fue hasta el último instante Samaranch, fallecido a los 89 años en una clínica de Barcelona: tenaz, ambicioso y extremadamente pragmático para aprovechar las posibilidades que le daba “reinar” sobre el deporte mundial. Era miembro del COI desde 1966; fue su presidente durante 21 años, desde 1980.
“Se extraña”, dijo Samaranch durante una entrevista con este periodista en 2008, cuando se le preguntó si añoraba la presidencia del COI. El español estuvo al menos una vez en todos los países del mundo y dio más de un centenar de vueltas al planeta en avión. No extraña que alguna vez fuera definido como un “Papa laico”.
El deporte lo recordará como el presidente más importante desde el propio Barón de Coubertin, fundador del olimpismo moderno, pero sobre todo como el hombre que abrió los Juegos al profesionalismo y la comercialización casi sin límites. También por el escándalo de corrupción que sacudió al organismo en 1998 y 1999, del que salió mejor parado de lo que se creía en un primer momento.
En Samaranch, el deporte del poder, la biografía más documentada que sobre él se haya escrito, los periodistas españoles Jaume Boix y Arcadi Espada pusieron al personaje en perspectiva. “Era un político que había elegido el deporte como campo de actuación pública. Porque le gustaba y porque era probablemente el único territorio de poder que le resultaba accesible”, escribieron.
Samaranch siempre tuvo vocación política, algo de lo que se le pasó factura durante sus años al frente del COI, con los medios anglosajones recordándole siempre su pasado franquista. Al dejar la presidencia del COI confesó su hartazgo por esas críticas: “Me sentí incomprendido y atacado injustamente con todo eso del franquismo, sobre todo por parte de un mundo determinado que además no conoce nada de lo que pasó en España”.
Ocupó incontables cargos en la España de Francisco Franco, pero el de delegado nacional de Deportes (una especie de ministerio) entre 1966 y 1970 y el de presidente de la Diputación de Barcelona entre 1973 y 1977 son los más recordados. Luego, entre 1977 y 1980 fue embajador de España en Moscú, antes de asumir la presidencia del COI.
Supersticioso a más no poder –dormía con una castaña en el bolsillo de su pijama, no volaba en martes 13 e intentaba hacer coincidir todos los actos importantes de su vida con el día 17, el de su nacimiento, en julio de 1920– obsesivo y minucioso, creó en los años ’40 y ’50 prácticamente de la nada un deporte como el hockey sobre patines para llevar a España al título mundial. Sus intentos de promover el deporte en la atrasada España de entonces chocaban muchas veces de forma brutal contra la realidad.
“Y esos animalitos, ¿comen mucho?”, le preguntó un alcalde andaluz cuando Samaranch le prometió potros para la práctica de gimnasia.
“Muy bien Samarán (sic). Pero medallas... ¿cuántas?”, le dijo Franco cuando el catalán regresó como jefe de misión de México ’68 sin un solo metal. Dieciocho años después, un nada casual 17 de octubre, se dio el gusto de decir “Barcelona” al anunciar a la capital catalana como sede olímpica del ’92.
Convencido de que sin su control personal las cosas no funcionaban, se enorgullecía especialmente de su lista de logros políticos, que fueron desde la presencia simultánea de China y Taiwan en los Juegos, hasta la reintroducción del concepto de “tregua olímpica” y cierto deshielo en las relaciones entre las dos Coreas. “Si hablamos de derechos humanos, muchos países que atacan a China deberían mirarse a ellos mismos por lo que están haciendo”, dijo desafiante cuando se le cuestionó su apuesta por Beijing 2008.
“Era un maestro en consultar gente. Cuando tomaba una decisión sabía que tendría probablemente una amplia mayoría a su favor. Su antecesor, Avery Brundage, tenía una imagen fuerte, pero no precisamente la de escuchar mucho. Samaranch era un trabajador en equipo”, aseguró su sucesor al frente del COI, Jacques Rogge.
“Samaranch fue exitoso en elevar el nivel de los Juegos y llevarlos a lo que son hoy. Creía que las reglas del amateurismo eran totalmente hipócritas, algo con lo que yo coincidía, y que había que abrir los Juegos a todos los deportistas.”
Con la muerte de Juan Antonio Samaranch se fue un hombre que aprovechó como nadie el deporte para llegar a la cima.
“Me voy porque me tengo que ir, no porque me quiera ir. No me queda más remedio”, dijo en julio de 2001 en Moscú, cuando el belga Jacques Rogge lo relevó al frente de un Comité Olímpico Internacional (COI) que dominó con mano de hierro envuelta en guante de seda.>
Así fue hasta el último instante Samaranch, fallecido a los 89 años en una clínica de Barcelona: tenaz, ambicioso y extremadamente pragmático para aprovechar las posibilidades que le daba “reinar” sobre el deporte mundial. Era miembro del COI desde 1966; fue su presidente durante 21 años, desde 1980.
“Se extraña”, dijo Samaranch durante una entrevista con este periodista en 2008, cuando se le preguntó si añoraba la presidencia del COI. El español estuvo al menos una vez en todos los países del mundo y dio más de un centenar de vueltas al planeta en avión. No extraña que alguna vez fuera definido como un “Papa laico”.
El deporte lo recordará como el presidente más importante desde el propio Barón de Coubertin, fundador del olimpismo moderno, pero sobre todo como el hombre que abrió los Juegos al profesionalismo y la comercialización casi sin límites. También por el escándalo de corrupción que sacudió al organismo en 1998 y 1999, del que salió mejor parado de lo que se creía en un primer momento.
En Samaranch, el deporte del poder, la biografía más documentada que sobre él se haya escrito, los periodistas españoles Jaume Boix y Arcadi Espada pusieron al personaje en perspectiva. “Era un político que había elegido el deporte como campo de actuación pública. Porque le gustaba y porque era probablemente el único territorio de poder que le resultaba accesible”, escribieron.
Samaranch siempre tuvo vocación política, algo de lo que se le pasó factura durante sus años al frente del COI, con los medios anglosajones recordándole siempre su pasado franquista. Al dejar la presidencia del COI confesó su hartazgo por esas críticas: “Me sentí incomprendido y atacado injustamente con todo eso del franquismo, sobre todo por parte de un mundo determinado que además no conoce nada de lo que pasó en España”.
Ocupó incontables cargos en la España de Francisco Franco, pero el de delegado nacional de Deportes (una especie de ministerio) entre 1966 y 1970 y el de presidente de la Diputación de Barcelona entre 1973 y 1977 son los más recordados. Luego, entre 1977 y 1980 fue embajador de España en Moscú, antes de asumir la presidencia del COI.
Supersticioso a más no poder –dormía con una castaña en el bolsillo de su pijama, no volaba en martes 13 e intentaba hacer coincidir todos los actos importantes de su vida con el día 17, el de su nacimiento, en julio de 1920– obsesivo y minucioso, creó en los años ’40 y ’50 prácticamente de la nada un deporte como el hockey sobre patines para llevar a España al título mundial. Sus intentos de promover el deporte en la atrasada España de entonces chocaban muchas veces de forma brutal contra la realidad.
“Y esos animalitos, ¿comen mucho?”, le preguntó un alcalde andaluz cuando Samaranch le prometió potros para la práctica de gimnasia.
“Muy bien Samarán (sic). Pero medallas... ¿cuántas?”, le dijo Franco cuando el catalán regresó como jefe de misión de México ’68 sin un solo metal. Dieciocho años después, un nada casual 17 de octubre, se dio el gusto de decir “Barcelona” al anunciar a la capital catalana como sede olímpica del ’92.
Convencido de que sin su control personal las cosas no funcionaban, se enorgullecía especialmente de su lista de logros políticos, que fueron desde la presencia simultánea de China y Taiwan en los Juegos, hasta la reintroducción del concepto de “tregua olímpica” y cierto deshielo en las relaciones entre las dos Coreas. “Si hablamos de derechos humanos, muchos países que atacan a China deberían mirarse a ellos mismos por lo que están haciendo”, dijo desafiante cuando se le cuestionó su apuesta por Beijing 2008.
“Era un maestro en consultar gente. Cuando tomaba una decisión sabía que tendría probablemente una amplia mayoría a su favor. Su antecesor, Avery Brundage, tenía una imagen fuerte, pero no precisamente la de escuchar mucho. Samaranch era un trabajador en equipo”, aseguró su sucesor al frente del COI, Jacques Rogge.
“Samaranch fue exitoso en elevar el nivel de los Juegos y llevarlos a lo que son hoy. Creía que las reglas del amateurismo eran totalmente hipócritas, algo con lo que yo coincidía, y que había que abrir los Juegos a todos los deportistas.”