La 'monocracia' de Evo Morales
M. Á. BASTENIER
Evo Morales ha tenido que hacer un alto en su progresiva colonización del poder en Bolivia. Las elecciones departamentales y municipales destinadas a cerrar el círculo para desencadenar la fase definitiva de la refundación indianista del país le obligan a hacer alguna resta, y en los centros urbanos constatar que no ha podido dar cumplimiento a todos sus objetivos.
En una sociedad poco estructurada como la boliviana, grandes mayorías se reúnen sólo para grandes fines: elegir presidente; nacionalizar recursos naturales; fundar el Estado plurinacional, y la propia formación política del presidente, el MAS (Movimiento Al Socialismo), expresa esa heterogeneidad en el hecho de que más que un partido es una federación de organizaciones sociales, cuya identidad se desdibuja cuando se enfrenta a la rebatiña por el voto local.
El gran viaje político del dirigente aymara comenzó con su elección a la presidencia en diciembre de 2005 con un inédito 53% del voto popular, y se ha prolongado en cinco instancias electorales más, notablemente con la aprobación de la nueva Constitución con más del 60% en enero de 2008, y su reelección en enero del año pasado con el 64%, récord, que le otorga un segundo mandato hasta 2015, sin posibilidad de reelección. Y todo ello contando con mayoría de dos tercios en ambas cámaras. Pero mientras conquistaba y consolidaba una hegemonía obtenida en las urnas, Morales no olvidaba a una Bolivia paralela, edificando y fundando un novísimo a la vez que antiquísimo poder carismático.
El presidente fue elevado a líder espiritual de la Bolivia indianista el 21 de enero pasado en Twanaka, en una ceremonia en la que hubo sacrificio de animales, sahumerios y predicciones astronómicas, y su vicepresidente el criollo Álvaro García Linera, acreditado como la inspiración detrás del trono, ya había dicho en ese mismo lugar que "Evo era el primer indígena en el poder desde Atahualpa", subrayando así una ancestral continuidad incaica.
Morales quiere ser a la vez sultán y califa, Dalai Lama sin chinos que le estorben, soberano temporal y numen religioso, para lo que, como señala el politólogo Fernando Molina, está construyendo un culto a la personalidad con tendencia a la sacralización comparable al que se rendía a los soberanos incas. Se trata de una nueva religión, de directo contenido político, el evismo, que sustituye o acompaña sincréticamente al catolicismo, que aún es formalmente el credo de la gran mayoría de bolivianos.
Y en paralelo a esa pachamización del líder -Pachamama, la Madre Tierra-, Morales se ha aplicado a destruir una oposición que ya estaba haciendo todo lo posible por suicidarse.
Hay 36 líderes de las formaciones políticas supervivientes detenidos o en busca y captura; 12 han huido al extranjero, y el más significado es Manfred Reyes Villa, que obtuvo un 24% de votos en las últimas elecciones presidenciales. Al mismo tiempo, está en trámite el proyecto de ley por el que se pretende juzgar retrospectivamente a varios altos dignatarios acusados de malversar bienes de la nación. Son los ex presidentes Carlos Mesa y Jorge Quiroga; Víctor Hugo Cárdenas, ex vicepresidente y primer indio que llegaba a esa magistratura, y Eduardo Rodríguez, ex presidente de la Corte Constitucional, que han dirigido una carta conjunta a la comunidad internacional protestando por su situación.
El pasado 24 de febrero, finalmente, se aprobaba la llamada ley corta, por la que el presidente adquiría la facultad de nombrar a la mayor parte de los miembros del Supremo, el Constitucional y el Congreso de la Judicatura. Y el último eslabón de la cadena debía cerrarse el 5 de diciembre próximo, cuando decayera esa misma ley, para dejar que fuera entonces el sufragio popular quien eligiera a los magistrados, presumiblemente, a gusto de Morales. Las elecciones departamentales y municipales debían eliminar, entretanto, los restos de oposición que siguen hoy concentrándose, victoriosos en las elecciones, en la provincia de Santa Cruz, la más rica del país, Beni y Tarija, así como en la alcaldía de La Paz que obtiene Luis Revilla, candidato de un antiguo aliado del MAS, el MSM (Movimiento Sin Miedo). El intento de copo reuniendo en manos del presidente todo el poder judicial y todo el legislativo, desde el nivel nacional al municipal, más el establecimiento de jurisdicciones indígenas con competencias y territorios aún por definir, permitiría hablar, de monocracia a la boliviana: la eliminación de todo poder rival por medio del voto democrático. Ese proyecto, sin embargo, ha de tomarse hoy un respiro.
Evo Morales ha tenido que hacer un alto en su progresiva colonización del poder en Bolivia. Las elecciones departamentales y municipales destinadas a cerrar el círculo para desencadenar la fase definitiva de la refundación indianista del país le obligan a hacer alguna resta, y en los centros urbanos constatar que no ha podido dar cumplimiento a todos sus objetivos.
En una sociedad poco estructurada como la boliviana, grandes mayorías se reúnen sólo para grandes fines: elegir presidente; nacionalizar recursos naturales; fundar el Estado plurinacional, y la propia formación política del presidente, el MAS (Movimiento Al Socialismo), expresa esa heterogeneidad en el hecho de que más que un partido es una federación de organizaciones sociales, cuya identidad se desdibuja cuando se enfrenta a la rebatiña por el voto local.
El gran viaje político del dirigente aymara comenzó con su elección a la presidencia en diciembre de 2005 con un inédito 53% del voto popular, y se ha prolongado en cinco instancias electorales más, notablemente con la aprobación de la nueva Constitución con más del 60% en enero de 2008, y su reelección en enero del año pasado con el 64%, récord, que le otorga un segundo mandato hasta 2015, sin posibilidad de reelección. Y todo ello contando con mayoría de dos tercios en ambas cámaras. Pero mientras conquistaba y consolidaba una hegemonía obtenida en las urnas, Morales no olvidaba a una Bolivia paralela, edificando y fundando un novísimo a la vez que antiquísimo poder carismático.
El presidente fue elevado a líder espiritual de la Bolivia indianista el 21 de enero pasado en Twanaka, en una ceremonia en la que hubo sacrificio de animales, sahumerios y predicciones astronómicas, y su vicepresidente el criollo Álvaro García Linera, acreditado como la inspiración detrás del trono, ya había dicho en ese mismo lugar que "Evo era el primer indígena en el poder desde Atahualpa", subrayando así una ancestral continuidad incaica.
Morales quiere ser a la vez sultán y califa, Dalai Lama sin chinos que le estorben, soberano temporal y numen religioso, para lo que, como señala el politólogo Fernando Molina, está construyendo un culto a la personalidad con tendencia a la sacralización comparable al que se rendía a los soberanos incas. Se trata de una nueva religión, de directo contenido político, el evismo, que sustituye o acompaña sincréticamente al catolicismo, que aún es formalmente el credo de la gran mayoría de bolivianos.
Y en paralelo a esa pachamización del líder -Pachamama, la Madre Tierra-, Morales se ha aplicado a destruir una oposición que ya estaba haciendo todo lo posible por suicidarse.
Hay 36 líderes de las formaciones políticas supervivientes detenidos o en busca y captura; 12 han huido al extranjero, y el más significado es Manfred Reyes Villa, que obtuvo un 24% de votos en las últimas elecciones presidenciales. Al mismo tiempo, está en trámite el proyecto de ley por el que se pretende juzgar retrospectivamente a varios altos dignatarios acusados de malversar bienes de la nación. Son los ex presidentes Carlos Mesa y Jorge Quiroga; Víctor Hugo Cárdenas, ex vicepresidente y primer indio que llegaba a esa magistratura, y Eduardo Rodríguez, ex presidente de la Corte Constitucional, que han dirigido una carta conjunta a la comunidad internacional protestando por su situación.
El pasado 24 de febrero, finalmente, se aprobaba la llamada ley corta, por la que el presidente adquiría la facultad de nombrar a la mayor parte de los miembros del Supremo, el Constitucional y el Congreso de la Judicatura. Y el último eslabón de la cadena debía cerrarse el 5 de diciembre próximo, cuando decayera esa misma ley, para dejar que fuera entonces el sufragio popular quien eligiera a los magistrados, presumiblemente, a gusto de Morales. Las elecciones departamentales y municipales debían eliminar, entretanto, los restos de oposición que siguen hoy concentrándose, victoriosos en las elecciones, en la provincia de Santa Cruz, la más rica del país, Beni y Tarija, así como en la alcaldía de La Paz que obtiene Luis Revilla, candidato de un antiguo aliado del MAS, el MSM (Movimiento Sin Miedo). El intento de copo reuniendo en manos del presidente todo el poder judicial y todo el legislativo, desde el nivel nacional al municipal, más el establecimiento de jurisdicciones indígenas con competencias y territorios aún por definir, permitiría hablar, de monocracia a la boliviana: la eliminación de todo poder rival por medio del voto democrático. Ese proyecto, sin embargo, ha de tomarse hoy un respiro.