Wilstermann, un diseño táctico opinable

José Vladimir Nogales
Cuando parece que encuentra algún indicio para creer, enseguida la realidad golpea a Wilstermann y ese motivo esperanzador se desvanece, como si se tratara de un recorrido del que no puede escapar.



Cierto es que, de momento, no asoma crisis alguna en Wilstermann y que el esbozo de un hipotético escenario de tal signo puede ser percibido como un síntoma de paranoia ante la irrebatible evidencia de superavitorios saldos estadísticos (finalista del torneo estival, con tres victorias y un empate). Sin embargo, las estimaciones futuristas (lo que no necesariamente implica un ejercicio futurológico) prescinden de la realidad material (los números), concentrándose en la esencia del juego, en las sensaciones que transmite el uso (abuso también) y calificación de los recursos. Y Wilstermann, frente a The Strongest, entregó preocupantes sensaciones.

Obligado a ganar para acceder a la final del campeonato veraniego, el proyecto ofensivo de Villegas fracasó con irredimible rotundidad. Buscó una modificación táctica (eligió el dibujo 4-3-1-2, con Sossa acompañando a Raimondi) y le salió mal. Pero el retorno al 4-4-1-1 primigenio tampoco supuso un correctivo para su pobre ofensividad.

Uno de los puntos flojos que mostró Wilstermann fue la falta de sorpresa para meter un cambio de frente o una diferencia de velocidad en mitad de cancha. El equipo de Villegas manejó mucho tiempo la pelota pero casi nunca pudo entrar al área con peligro para Galarza. No puede obviarse, claro, que a este equipo le faltó Andrada, baja que pesó mucho más de lo que le es posible detectar a un ojo poco entrenado.

Los rojos, que retomaron el dibujo que les había permitido encadenar tres encuentros muy completos, se encontraron con un campo pequeño y con un rival dispuesto a destrozar cualquier atisbo de juego. Y durante buena parte de la primera etapa lo logró. Trabado por la dureza de los atigrados, el equipo de Villegas se contagió del juego visitante y apenas logró trazar alguna jugada de riesgo. Sólo Sanjurjo, no obstante a la severa marca de Herman Soliz, brillaba ante la apatía general.

El comando técnico insistió —como en la noche triunfal ante Aurora— con Olivares como volantes derecho, y se equivocó rotundamente. Porque el “Cucharón”, una vez más, no se involucró en el juego y encima quedó en una posición ambigua, gravitaba muy poco en ofensiva, dejando un lastre de problemas a sus espaldas. Y Sanjurjo, entonces, fue un huérfano en medio de la fuerte presión aplicada por los atigrados en mitad de campo (Chumacero y Soliz). Wilstermann salía exclusivamente por la derecha, vía Torrico (otro de bajo rendimiento), pero se olvidaba de buscar por abajo y caía en los ollazos sin sentido que le solucionaban todos los problemas a The Strongest. Amilcar Sánchez no pesaba como volante izquierdo (¿el técnico no sabe que es un muy buen acompañante, pero no es conductor y menos un jugador con capacidad de desborde?). Wilstermann no tenía ni una pizca de fútbol.

En este tipo de encuentros, el desarrollo del juego se basa en la rapidez mental y de desmarque que tengan los jugadores. Si no hay, todo se queda en barullo. The Strongest empezó dominando esa faceta como consecuencia de la presión y los estirones y contracciones que daban sus líneas sin perder el orden. Wilstermann no encontraba la fórmula para resolver el problema que, mediante una fuerte presión de los volantes, The Strongest le planteaba.

Si bien la reposición del doble pivote, con la inserción de Machado en la medular, solventó la amenazante movilidad de Darwin Peña; lejos estuvo de constituir un correctivo para el inconexo y desbalanceado módulo generador, que seguía dependiendo de la inspiración individual y del improbable éxito de ingobernables pelotazos para Raimondi. Precisamente, esa carencia creativa agregó movimientos al juego, dilató en demasía la búsqueda de opciones hasta que la imprecisión dejó en evidencia la ausencia de ideas, el carácter rutinario del plan y la pobreza ejecutiva de los volantes.

De acuerdo a lo observado, cabe preguntarse por qué Villegas insiste con Olivares en un puesto donde necesita gente de otras características. Quizá hace lo políticamente correcto (incluir al capitán en el orgranigrama), ¿pero es, lo políticamente correcto, futbolísticamente coherente? La evidencia señala que no, y no sólo por la pobre -aunque esforzada y obediente- actuación de Olivares. La idea, el esquema y el funcionamiento piden otra cosa: extremos con desborde, volantes con llegada, hombres rápidos con capacidad para desequilibrar individualmente. Vano sería negarles a Olivares y Sánchez las aptitudes futbolísticas que los han encumbrado, pero hay que admitir que no tienen el perfil idóneo para un juego que requiere desborde y manejo corto. Además, sus características y sus querencias naturales hacen que, en ocasiones, al ataque, el equipo se parta en dos y quede desvalido frente a un posible contraataque.

Al salir del estadio, un tipo que entiende mucho de fútbol, aunque no viva de ello, dijo con un aplomo rico en sabiduría: “Yo pondría a Olivares como medio centro o defensa, porque es su sitio. El fútbol es como la vida. Hay que buscar la normalidad y hacer sólo los cambios imprescindibles”. Pero él no es técnico, ni yo. Villegas se jacta de saber mucho y tendrá la oportunidad de demostrar sus conocimientos en los días malos, en esos que aparecen problemas por todas partes.

No seré yo el que pida su cabeza, porque todos tenemos derecho a equivocarnos. Pero es preciso recordarle pecados. 1) Olivares no es volante ofensivo, como inisistimos hasta el hartazgo. Ponerle ahí, con responsabilidades ofensivas que exceden sus capacidades, era empujarle hacia ese precipicio del que cualquier analista ubicado podía disertar proféticamente 24 horas antes. 2) Quitar a Sossa en el minuto 26 es una canallada. Aún cuando no acertó en ninguna jugada, quedó crucificado como culpable del mal funcionamiento del equipo, siendo táctico el problema y no resultante de un descalabro individual y le señaló con el dedo público con un cambio que debió llenar de lágrimas, cuando no de tristeza, el rostro del atacante y de todos los wilstermanistas de bien...

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