Independiente y San Lorenzo, iguales en limitaciones para un empate sin pies ni cabezas
El Rojo, mientras espera el desembarco de Quinteros, llegó a 11 partidos sin triunfos
Sin director técnico uno, sin presidente ni junta directiva el otro. Acéfalos ambos, cada uno a su manera, Independiente y San Lorenzo tampoco lograron que su pies dieran lugar a un partido de fútbol que alcance al menos el calificativo de aceptable. Jugaron mal y empataron. Fue 1 a 1 en la chapa, estuvo más cerca del 0 a 0 en el juego.
Gustavo Quinteros, el técnico que asumirá sus funciones en Independiente el martes, con el clásico ante Racing en el horizonte próximo, se sentó en el palco del Bochini y pudo apreciar en vivo el estado de emergencia que presenta el equipo que tendrá bajo su mando. El Rojo sumó su undécimo partido sin victorias y sigue último en la zona A, cada vez más lejos de la clasificación a la etapa final del torneo. El Ciclón, al menos, se sostiene en el grupo de los de arriba en la misma tabla.
Si los futbolistas suelen decir que una de las primeras materias que deben aprobar para jugar en Primera es superar la capacidad de frustración, esa que se produce de manera continua durante el juego, por fallar un pase, cometer un error defensivo, perderse un gol o hacerse otro en contra, posiblemente pierdan en la comparación con el hincha, dueño de una fuerza inaudita para renovar la ilusión con cualquier brisa favorable que perciba a su favor.
El hincha de Independiente lleva décadas abriendo nuevos créditos sin mayores avales que la fe y el amor por los colores. El club vive permanentemente al borde del quebranto económico y el equipo ya se habituó a declarar al menos un default futbolístico por temporada, pero al simpatizante le anuncian que llegará un nuevo entrenador con aura de ganador y no duda en extender un nuevo cheque en blanco. Ni el horario poco estimulante, ni el día gris y desapacible, ni mucho menos el último puesto y los diez partidos sin ganar desalentaron a la gente del Rojo, que ocupó el 85 por ciento del estadio, alentado por la contratación de Quinteros, quien se habrá ido a su casa más que preocupado por la ingente tarea que le espera para reconstruir la confianza de un grupo de jugadores sumido en una profunda depresión futbolística.
Es verdad que, en el inicio, Carlos Matheu y Eduardo Tuzzio no colaboraron demasiado para ofrecerle un escenario más estimulante al futuro técnico. Los encargados de la reserva, que se hicieron cargo del equipo tras la renuncia de Julio Vaccari la semana pasada, diseñaron un planteo inexplicable en función de los intérpretes elegidos. Dejaron en el banco a los pocos jugadores con cualidades creativas -Luciano Cabral, Lautaro Millán y Felipe Loyola- para colocar en la función de armador al uruguayo Matías Abaldo, un extremo rapidito y de eficacia discutible, pero de nula claridad para generar juego. El efecto fue el esperado: un fútbol sin funcionamiento ni sentido común.
San Lorenzo padece otro tipo de problemas. Su acefalía afecta el área institucional, pero en la cancha cuenta al menos con una brújula que le marca el norte. Es consciente de sus (enormes) carencias, que intenta disimular con orden y empeño. Damián Ayude, otro técnico proveniente de las inferiores, conoce el material que posee entre los más jóvenes y sabe como aprovecharlos. Se jugó la carta de Facundo Gulli, un zurdo de buen pie, para ubicarlo por detrás del siempre impetuoso Alexis Cuello, y entre ellos y el esfuerzo del resto lograron que el Ciclón sacara un pescuezo de ventaja dentro del paupérrimo nivel del primer tiempo.
A los 36, una acción aislada brindó el mejor resumen de una etapa marcada por las interrupciones del juego, los pases a los contrarios y los insufribles diálogos del árbitro Sebastián Zunino con los protagonistas después de cada falta. Abaldo perdió la pelota, Cuello dejó solo a Gulli ante Rodrigo Rey, y el pibe festejó su primer gol entre los grandes con un toque sutil.
La retirada del local rumbo a los vestuarios, bajo el cántico “jugadores...”, presagiaba la tormenta que durante el fin de semana insistió en opacar la llegada de la primavera. Bajaban insultos y silbidos para los locales, una reacción que quizás hizo reflexionar a los circunstanciales entrenadores del Rojo. Matheu y Tuzzio rescataron a Cabral, y su sola presencia generó un doble efecto: mejoró un poco, tampoco demasiado, a Independiente, y atemorizó a Ayude, que se apuró en quitar a Gulli para reforzar la trama defensiva en la mitad de la cancha.
Se quedó San Lorenzo sin salida de contraataque, y logró Independiente enhebrar tres o cuatro pases seguidos y acercarse al área de Orlando Gill. Siguió sin efectuar un solo remate entre los tres palos por tercer encuentro consecutivo, pero esta vez le sonrió la suerte. A los 23, el incansable Santiago Montiel ejecutó un córner desde la derecha, el balón se cerró de golpe, Nicolás Tripichio cabeceó incómodo y puso el empate sin querer, solucionándole el problema a su rival.
Quiso aprovechar el envión final Independiente para darse el gusto de cantar victoria por primera vez en el semestre, pero volvió a demostrar que hoy carece de herramientas para alterar el sistema nervioso de las defensas adversarias. Se fue conformando con el punto San Lorenzo, sabedor de que su acefalía pasa más por los despachos que sobre el césped. Se marcharon los hinchas soñando con que Quinteros pueda reacomodar la mentalidad de los suyos. Siguió hablando sin poner orden en el campo Zunino. No levantó nunca su nivel el partido, condenado al empate después de 90 minutos sin pies ni cabezas.