Vladimir Putin y Kim Jong-un reafirmaron su alianza militar antes de la cumbre de Alaska con Donald Trump
Durante una conversación telefónica, ambos líderes ratificaron el acuerdo de cooperación militar firmado en 2024 y celebraron la presencia de tropas norcoreanas en el frente ruso, en vísperas del encuentro del mandatario ruso con Trump
La admisión pública de esta cooperación militar confirma lo que analistas y servicios de inteligencia occidentales han venido denunciado desde 2024: que Corea del Norte envió miles de efectivos para reforzar a las fuerzas rusas. Reuters informó que entre 14.000 y 15.000 soldados norcoreanos han estado desplegados en territorio ruso, inicialmente con equipamiento obsoleto y sin experiencia en el uso de drones, y que sufrieron fuertes bajas en los primeros enfrentamientos. Washington y Kiev consideran que esta intervención constituye una escalada significativa y una prueba de la creciente internacionalización del conflicto, en la que regímenes autoritarios cooperan de forma directa para sostener la ofensiva rusa.
Durante la llamada, Putin felicitó a Kim por el 80 aniversario de la liberación de Corea del colonialismo japonés, un hito que el líder norcoreano describió como “compartido” por el papel que el Ejército Rojo desempeñó en 1945. Ambos reafirmaron su compromiso con el acuerdo de cooperación estratégica firmado en Pyongyang en julio de 2024.

“Ambas partes confirmaron su apego al futuro desarrollo de las relaciones de amistad, buena vecindad y cooperación en todas las direcciones en el marco del acuerdo de cooperación estratégica firmado en Pyongyang el 19 de julio de 2024” que incluye el apoyo militar en caso de agresión foránea, señaló el Kremlin.
La conversación se produce en vísperas de una cita diplomática que mantiene en vilo a Europa y a Ucrania. La reunión entre Putin y Trump en Alaska ha sido presentada por el Kremlin como una oportunidad para explorar un alto el fuego. Medios como The Washington Post y el Financial Times han señalado que Trump podría plantear un acuerdo que incluya concesiones territoriales por parte de Kiev, algo que el presidente Volodímir Zelensky ha rechazado de plano. “Ucrania no cederá ni un metro de su tierra”, afirmó recientemente, subrayando que cualquier negociación sin su participación sería inaceptable.
La Unión Europea ha advertido que no aceptará un pacto que margine a Ucrania. La alta representante para Asuntos Exteriores, Kaja Kallas, insistió en que “cualquier acuerdo debe incluir a Ucrania y a la UE, pues es una cuestión de seguridad para todo el continente”. Bruselas teme que un eventual entendimiento bilateral entre Washington y Moscú termine por legitimar las ganancias territoriales obtenidas por la fuerza, debilitando el derecho internacional y enviando una señal peligrosa a otros actores dispuestos a recurrir a la agresión militar.
En este contexto, la alianza entre Rusia y Corea del Norte adquiere un peso estratégico adicional. Pyongyang, aislado por décadas de sanciones, obtiene de Moscú apoyo político y acceso a tecnología militar; a cambio, ofrece mano de obra armada y, según informes de inteligencia, municiones y proyectiles de artillería. Este intercambio refuerza la capacidad bélica rusa en un momento en que Ucrania busca mantener el respaldo occidental pese al desgaste de la guerra. Para Washington y sus aliados, se trata de un desafío doble: contener a Rusia y, al mismo tiempo, impedir que Corea del Norte utilice la guerra para modernizar su arsenal y ganar relevancia geopolítica.

Organizaciones como Human Rights Watch han recordado que tanto Moscú como Pyongyang son responsables de violaciones sistemáticas de derechos humanos. En el caso de Corea del Norte, la ONU ha documentado abusos generalizados contra su propia población, mientras que en Rusia las autoridades persiguen a opositores, restringen la libertad de prensa y criminalizan la disidencia. Que dos regímenes con este historial estrechen lazos militares no es un hecho menor: supone, para sus críticos, un bloque dispuesto a desafiar abiertamente las normas internacionales.
El componente simbólico de la llamada —centrado en la conmemoración de 1945— no oculta la realidad de una cooperación bélica activa. Si bien Putin y Kim se comprometieron a “celebrar futuros contactos”, lo cierto es que ya existe una agenda común que incluye no sólo la guerra en Ucrania, sino también la búsqueda de mecanismos para sortear sanciones y consolidar un frente autoritario frente a Occidente. Este acercamiento, que hace apenas una década habría parecido improbable, se ha acelerado al calor del aislamiento internacional de ambos gobiernos.
La llamada entre Putin y Kim no es un mero acto protocolar, sino un recordatorio de que el conflicto ucraniano ya ha traspasado sus fronteras. La implicación de Corea del Norte —junto con el respaldo político de Irán y el apoyo económico y tecnológico de China— dibuja un mapa de alianzas que desafía abiertamente el orden internacional. Ante este escenario, los expertos advierten que cualquier negociación que ignore a Kiev y tolere la ocupación de su territorio corre el riesgo de establecer un precedente peligroso y de legitimar la cooperación militar entre dictaduras como instrumento para alterar por la fuerza las fronteras reconocidas.