Donald Trump contra el “deep state”: ¿batalla con final abierto?
Para desarmar la estructura del Estado profundo, el presidente electo deberá lograr establecer un delicado equilibrio entre Elon Musk, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg, tres de los empresarios más poderosos del mundo
El estudio coordinado por el director de Instituto de Encuestas de la Universidad, Patrick Murray, reveló además que los estadounidenses de ascendencia negra, latina y asiática (35%) son más proclives que los blancos no hispanos (23%) a decir que el Estado Profundo definitivamente existe. Los no blancos (60%) también son algo más proclives que los blancos (50%) a preocuparse por el monitoreo gubernamental.
Rebecca Ingber, doctora en Derecho por la Universidad de Harvard y ex consejera legal del Departamento de Estado, es escéptica sobre la real existencia del Deep State, al que caracteriza irónicamente como “una red organizada de burócratas nefastos, todopoderosos y sin rostro” que controla el poder de los Estados Unidos desde Washington.
De acuerdo a un estudio de la Brookings Institution, durante la gestión presidencial de John F. Kennedy en 1961 había alrededor de 1,8 millones de empleados civiles o burócratas federales a tiempo completo. En la época de la presidencia de Ronald Reagan esta cifra había aumentado a 2,2 millones, aproximadamente el mismo nivel en el que se mantiene actualmente.
En 1956 cuando solo tenía 40 años, Charles Wright Mills, un sociólogo doctorado en la Universidad de Wisconsin, publicó el ensayo titulado “La élite del poder”. Para el académico nacido en Nueva York y fallecido en 1962, el poder real de los Estados Unidos residía en las fuerzas armadas nucleadas en los estamentos superiores del Pentágono, las corporaciones industriales y financieras y en la burocracia pública que acompaña al poder ejecutivo en Washington. Mills apuntó que los miembros de estos tres grupos interactúan activamente fuera del alcance de la opinión pública, y además se destacan por rotar de un grupo a otro más allá del partido que esté al frente del gobierno.
En su último discurso como presidente de la Nación en enero de 1961, el general Dwight Eisenhower advirtió que los estadounidenses deberían cuidarse “de la adquisición de una influencia injustificada, ya sea buscada o no, por parte del complejo militar-industrial. El potencial para el desastroso ascenso de un poder mal asignado existe y persistirá”.
En 1964, un año después del asesinato del presidente demócrata John F. Kennedy en la ciudad de Dallas, los periodistas David Wise y Thomas Ross escribieron un extenso artículo que comenzaba sosteniendo que “hoy en día en Estados Unidos hay dos gobiernos. Uno es visible y el otro es invisible”. En esos momentos se profundizaba la intervención estadounidense en Vietnam en el marco de la Guerra Fría a partir del enfrentamiento entre barcos norteamericanos y naves enviadas por Ho Chi Minh, el líder del régimen comunista de Vietnam del Norte.
El destacado historiador Richard Hofstadter (1916-1970) doctorado en la Universidad de Columbia, obtuvo el premio Pulitzer en 1956 por su libro The Age of Reform en el que comparaba a los movimientos populistas, progresistas y partidarios del New Deal de Franklin Delano Roosevelt, y ocho años después lo volvería a ganar por el ensayo Anti-Intellectualism in American Life.
Simpatizante de las ideas comunistas en su juventud universitaria, Hofstadter escribió que “una de las pruebas principales del estado de ánimo de una sociedad en un momento dado es si sus habitantes acomodados tienden a identificarse psicológicamente con el poder y los logros de los más exitosos, o con las necesidades y los sufrimientos de los desfavorecidos”.
La semejanza de este diagnóstico con la foto del triunfo electoral de Trump no es mera coincidencia. Tampoco lo es la dificultad que hoy se evidencia para todos aquellos políticos que intentar reconstruir la dañada avenida del centro.
Durante un acto de campaña realizado el pasado mes de septiembre Trump afirmó si llegaba a nuevamente a la Casa Blanca expulsaría “a los belicistas de nuestro Estado de Seguridad Nacional y llevaré a cabo una limpieza muy necesaria del complejo militar industrial para detener la especulación con la guerra y poner siempre a Estados Unidos en primer lugar”.
Pocos días atrás Donald Trump Jr. criticó al presidente Joe Biden por el envío de Misiles Tácticos del Ejército (ATACMS) al gobierno de Ucrania. El hijo del presidente electo afirmó que “el Complejo Militar Industrial parece querer asegurarse de que comience la Tercera Guerra Mundial antes de que mi padre tenga la oportunidad de crear la paz y salvar vidas”.
Para desarmar la estructura del Deep State, su enemigo íntimo, Donald Trump deberá lograr establecer un delicado equilibrio entre Elon Musk (red social X, Tesla y SpaceX), Jeff Bezos (Amazon y Washington Post) y Mark Zuckerberg (Instagram, Facebook y WhatsApp).
Tres de los empresarios más poderosos del mundo que mantienen contratos con el engranaje más profundo de los organismos de Seguridad, Defensa e Inteligencia del gobierno federal que el electo presidente republicano juró combatir.
El día de la celebración del trigésimo aniversario de la llamada Masacre de Waco (Texas) que provocó la muerte de 76 integrantes de una secta Davidiana, el presidente republicano electo había sentenciado: “O el Estado profundo destruye a Estados Unidos o nosotros destruimos el Estado profundo”.
El historiador británico Paul Johnson (1928-2023) expresó sobre el novelista norteamericano Ernest Hemingway: “A pesar de la importancia central de la verdad en su ética ficticia tenía la creencia característica del intelectual de que, en su propio caso, la verdad debía ser el sirviente voluntario de su ego”.