Joe Biden soportó 24 días de presión palaciega antes de aceptar que ya habían escrito su epílogo político
El presidente de Estados Unidos resignó a batallar por su reelección cuando asumió que no podía enfrentar al aparato demócrata, los donantes y Obama, tras el debate con Trump, el intento de magnicidio y el impacto mediático de la Convención Republicana
No quería repetir el destino de Lyndon B. Johnson -renunció a la reelección en 1968-, y se encerró en su círculo de confianza para trazar una estrategia de control de daños y diseñar una agenda que le permitiera vencer a Trump.
A Biden no le alcanzó su voluntad política y los años en Washington: batalló durante 24 días -desde el debate en Atlanta hasta hoy-, y al final resignó su candidatura presidencial.
Aferrado a los conocidos manuales de la política, Biden concedió una entrevista con George Stephanopoulos, un exasesor de Bill Clinton que tiene un programa con alto rating en la cadena ABC. Stephanopoulos hizo todas las preguntas, y el presidente contestó como pudo. No hubo control de daños, y su imagen se deslizaba en todas las encuestas públicas y privadas.
En el Salón Oval, Biden debatía con su staff cómo evitar la debacle política, mientras que en el Capitolio ya había iniciado una revuelta silenciosa que comandaba los senadores y representantes con más peso electoral en Estados Unidos. Ese movimiento no era un hecho casual y espontáneo: Barack Obama atendía todas las llamadas del caso, incluida una que protagonizó George Clooney.
La estrella de Hollywood -demócrata y amigo personal del expresidente- le adelantó que tenía intenciones de publicar en el New York Times una columna de opinión planteando que Biden tenía que dar un paso al costado.
Clooney junto a Obama habían juntado millones de dólares para Biden en una evento que se organizó en Los Ángeles, y tres semanas después los dos analizaban el futuro político del candidato demócrata. Obama avaló la opinión de Clooney, y la columna pegó bajó la línea de flotación del Presidente de Estados Unidos y sus asesores de confianza.
El clima enrarecido en la Casa Blanca y los movimientos en el Capitolio debilitaban a Biden y fortalecían a Trump, que aparecía primero en las encuestas y se había corrido del centro del escenario para observar a la distancia cómo languidecía la campaña electoral demócrata.
En este contexto, Nancy Pelosi llamó a Biden. Esta legisladora demócrata -expresidenta de la Cámara de Representante- y con muchísimo peso en el aparato partidario le planteó a Biden que debía reconsiderar su candidatura.
Biden resistió el planteo, y Pelosi replicó que las encuestas ya marcaban una tendencia muy favorable a Trump. El Presidente sabía que Pelosi no actuaba por cuenta propia y que el llamado implicaba una mayoría de demócratas con poder territorial que exigían su renuncia histórica.
Había iniciado la cuenta regresiva: DC es una ciudad que protege sus secretos políticos, pero en este caso todas las conversaciones internas aparecían en los medios. Con cincuenta años en Washington, Biden entendió que tenía muy poco espacio de maniobra.
El presidente habló al respecto con Obama y con Clinton. Obama le dejó la decisión en sus manos; Clinton fue cálido y respetuoso. Así Biden terminó de confirmar quien se movía detrás del cortinado.
El atentado contra Trump fue un punto de inflexión para la carrera de Biden. El candidato republicano sobrevivió al magnicidio, fue herido en su oreja derecha y se levantó con el puño en alto. Trump gritando “pelea, pelea, pelea” frente a Biden subiendo muy despacio la escalerilla del Air Force One fue una imagen contundente.
Después sucedió la Convención Republicana en Milwaukee (Wisconsin), mientras Biden suspendía la campaña electoral por su contagio de COVID-19. El contraste era inevitable, y a Biden no le quedó otra alternativa que renunciar a la nominación partidaria.
Ya es Pato Cojo, y le quedan seis meses de mandato. Nunca había pasado en la historia de Estados Unidos que un Presidente resigna su reelección forzado por su propio partido. A Biden le tocó la primera vez.