Fui, vi y escribí: Crímenes sin castigo

El caso de Alexey Navalny nos recuerda que, en la Rusia de Putin, ser opositor o crítico equivale a tener un destino de exilio, prisión o muerte. Este artículo reproduce el newsletter de Cultura: lecturas, cine, teatro, arte, música e historias que despiertan entusiasmo y, por qué no, fascinación o perplejidad

Te va a parecer raro, pero tengo la impresión de que, casi sin advertirlo, comenzamos a naturalizar no solo el exhibicionismo sino también la obscenidad como ejes de una nueva era de la humanidad.

Y no hablo, o no solamente, de ciudadanos, redes sociales y medios. Hablo de política y políticas. Hablo de mostrar aspectos íntimos que antes eran reservados pero también de mentir sabiendo que no habrá reproches ya que el concepto de verdad está sobrevalorado en tiempos de “fake news” y de IA. Pero hay más.

Hablo de prácticas que no son una novedad en el menú de gobierno de autoritarios y tiranos pero que hoy, cuando todo está más a la vista, se superan en crueldad como nueva forma de espectáculo. Me refiero al camino que va de prohibirles a los opositores el uso de la palabra y la manifestación de protesta, a encarcelarlos en condiciones inhumanas, a desterrarlos, a dejarlos morir. Y también a matarlos.

Navalny, durante una marcha en Moscú por el quinto aniversario del asesinato del político opositor Boris Nemtsov en protesta por la reforma constitucional. Febrero de 2020. (REUTERS/Shamil Zhumatov/File Photo)
Navalny, durante una marcha en Moscú por el quinto aniversario del asesinato del político opositor Boris Nemtsov en protesta por la reforma constitucional. Febrero de 2020. (REUTERS/Shamil Zhumatov/File Photo)

La muerte esperada

La muerte de Alexey Navalny (1976-2024) en una cárcel de extrema seguridad en el Ártico donde cumplía una pena de 19 años por extremismo (terrorismo) fue una muerte anunciada y previsible. Es triste decirlo así, pero el desafío al Kremlin que este abogado especialista en finanzas y bloguero con millones de seguidores inició unos quince años atrás tenía un final cantado.

Su pelea contra la corrupción estructural en Rusia fue intensa e inteligente y recibió distintas formas de apoyo de países occidentales pero nada de eso pudo vencer al poder omnímodo del hombre que conduce los destinos del país más grande de la tierra desde 1999 y que suele confinar a sus enemigos al mayor de los silencios.

Nunca en todos estos años Putin nombró a Navalny. A lo sumo hablaba de “ese personaje” “el hombre enfermo” o el “protegido” de las agencias de inteligencia norteamericanas.

Cuando su entorno se refería o se refiere a él, siempre optan por destacar sus coqueteos con neonazis y supremacistas y sus expresiones racistas a comienzos de los 2000, que poco y nada tenían ya que ver con el hombre que quiso vencer a Putin. Decía que Putin le había robado el futuro a Rusia.

La gente se acercó a dejar flores en el monumento a las víctimas de la represión política en Moscú, en honor a la memoria de Navalny al día siguiente del anuncio de su muerte. Hubo cientos de detenidos. (REUTERS/Stringer/File Photo)
La gente se acercó a dejar flores en el monumento a las víctimas de la represión política en Moscú, en honor a la memoria de Navalny al día siguiente del anuncio de su muerte. Hubo cientos de detenidos. (REUTERS/Stringer/File Photo)

Sin opositores

Tal vez la mayor sorpresa tenga que ver con el momento en que ocurrió la muerte de Navalny, a unas semanas para las elecciones en Rusia, cuando Vladimir Putin volverá a ser elegido presidente sin oposición que pueda complicar ese destino.

Y cuando digo que no hay opositores reales, basta con revisar quiénes competirán con él entre el 15 y el 17 de marzo (las elecciones duran tres días): un candidato liberal que integra la Duma desde 1999 y que fue denunciado por acoso sexual por al menos cinco mujeres (Leonid Slutski, 56 años), un miembro del Partido Comunista que también integra la Duma desde 1993, compitió con Putin en las presidenciales de 2004 y tiene cero carisma (Nikolai, Jaritonov, 75 años) y un hombre más joven y sin incidencia popular alguna, Vladislav Davankov, de 40 años, también liberal de derecha, vicepresidente de la Duma desde 2021, año en que ingresó a la Asamblea Legislativa. Ninguno de ellos entraña riesgos, son opositores títeres.

Otros siete precandidatos, incluida la única mujer, la economista Irina Sviridova, fueron excluidos de la competencia por cuestiones técnicas o sacado de juego antes de la campaña, como Navalny, quien fue enviado a prisión a su regreso a Moscú desde Alemania, luego de recuperarse del intento de asesinato por envenenamiento que seguramente recordás y que, si no recordás, podés leer en detalle en este link.

Alexey Navalny (L) se dirige a sus seguidores durante un acto en 2013. Junto a él está su esposa, Yulia. (REUTERS/Grigory Dukor/File Photo)
Alexey Navalny (L) se dirige a sus seguidores durante un acto en 2013. Junto a él está su esposa, Yulia. (REUTERS/Grigory Dukor/File Photo)

Dos requisitos que fueron incluidos en la última reforma constitucional, la misma que habilitó la reelección de Putin, son refinadas trampas legales para quitarse de encima a adversarios molestos.

El primero es que el candidato a presidente tiene que haber residido en Rusia durante al menos 25 años (anteriormente se exigían 10 años) y el otro, que es nuevo, es no tener ciudadanía extranjera o permiso de residencia en un país extranjero, ni en el momento de la elección ni en ningún momento anterior.

Hace 25 años que Putin gobierna Rusia, como presidente o como primer ministro, da igual. Hace 25 años que muchos opositores se ven obligados a vivir en el extranjero o a pedir ciudadanía extranjera para sobrevivir. Muchos lo hacen previendo una amenaza hacia sus vidas; otros, como Mijail Jodorkovsky, alguna vez el hombre más rico de Rusia, castigado por intentar hacer política, lo han hecho luego de pasar más de diez años en prisión.

Putin no hace trampa el día de las elecciones o, al menos, no hace más trampa que muchos oficialismos. En su caso, llega tranquilo, no necesita el fraude: hizo trampa antes de ese día, cuando se ocupó de eliminar —una palabra con varios sentidos en su caso— a cualquiera que podría ponerlo en aprietos.

Las fotos de la vida cotidiana en los pueblos de Rusia de Dmitry Markov eran famosas por su calidad y sensibilidad.
Las fotos de la vida cotidiana en los pueblos de Rusia de Dmitry Markov eran famosas por su calidad y sensibilidad.

Alzar la voz

Alexey Navalny —un hombre mucho más joven que Putin, carismático, fotogénico, rápido para las respuestas y muy familiarizado con las posibilidades virtuales de hacer llegar sus denuncias y propuestas a la población— vivía entrando a prisión, muchas veces por organizar o asistir a protestas no autorizadas y otras por causas probablemente orquestadas o infladas de malversación de fondos. Las acusaciones a su regreso a Rusia fueron por “extremismo”, un cargo mucho más grave.

En una de las oportunidades en que fue enviado a la cárcel, en un gesto magnánimo de esos que le gusta exhibir cada tanto a Putin, Navalny fue liberado y autorizado a presentarse como candidato en las elecciones para alcalde de Moscú, en 2013. Salió segundo detrás del candidato oficialista, luego de alzarse con un 27% de los votos: aunque quieran minimizarlo, en la Rusia de Putin, en la que el poder está encapsulado a fuerza de hierro, eso es un montón.

En 2019 y en 2021, para otras elecciones locales, Navalny fue por la estrategia que llamó “voto inteligente”, instando a la población a votar a todo aquel candidato o lista que pudiera vencer al oficialismo y de ese modo consiguió restarle un número importante de bancas al partido del Kremlin. Cuando dicen que no era un opositor relevante, al menos no dicen toda la verdad.


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