El día después de la guerra en Gaza: un debate necesario y complejo
Para restablecer el orden en Gaza e incluso en la Cisjordania, Israel debe primero debilitar militarmente a Hamas al mínimo
El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, ha sido ambiguo y en ocasiones ha rechazado la idea de un estado palestino. Algunas críticas argumentaron que el primer ministro desea extender la guerra para evitar elecciones. Otras han afirmado que Netanyahu cede ante sus socios de coalición más extremistas para asegurar la estabilidad de un gobierno que garantice su permanencia en el poder. Asimismo, ha habido voces que llegaron a afirmar que Netanyahu ha fortalecido deliberadamente a Hamas para debilitar a la ANP.
Sin embargo, cualesquiera que sean los defectos de Netanyahu, existe una realidad mucho más compleja que ni la administración de Biden no ha abordado.
Aunque es crucial ofrecer un camino hacia un Estado palestino pacífico, ese camino requiere reflexión y elaboración. No debe reducirse a fórmulas simplistas, conceptos rígidos o recurrir a un ultimátum.
En el pasado el liderazgo palestino rechazó múltiples ofertas de paz debido a amenazas de grupos disidentes como Hamas, la Yihad Islámica e incluso sectores dentro del propio Fatah, quien gobernaba la población palestina. Estos grupos lanzaron la brutal Segunda Intifada (2000-2005), incluido el grupo Tanzim afiliado con Fatah. La Segunda Intifada amenazó la seguridad de Israel, e incluso en aquel entonces, analistas y observadores compararon esos acontecimientos violentos con la Guerra de Independencia de Israel, cuando el terror alcanzó las ciudades más pobladas dentro del propio Israel.
Además, la ANP, bajo el liderazgo de Mahmoud Abbas y Fatah, no posee la legitimidad ni el suficiente poder coercitivo para gobernar los territorios, incluidos los que ahora controla oficialmente en Cisjordania. Fatah no puede luchar exitosamente contra las células terroristas en zonas críticas de Cisjordania y menos aún podría en Gaza.
El primer paso para restaurar la legitimidad de la ANP es destituir a Abbas y su corrupto círculo y permitir el surgimiento de una nueva generación de líderes responsables capaces de establecer una conexión orgánica con la sociedad palestina, respondiendo a las necesidades básicas de sus habitantes que conduzca a un estado independiente y pacífico.
Sin embargo, incluso estos vitales objetivos plantean interrogantes sobre sus posibilidades de éxito.
Por ejemplo, ¿quién destituirá a Abbas y cómo? ¿Existe una nueva generación de líderes palestinos bien intencionados? Podemos pensar en individuos como Salam Fayad, el tecnocrático economista y ex primer ministro de la ANP. Pero, ¿cómo llegaría al poder gente como él si no cuenta con ningún apoyo organizado? ¿Han cambiado las circunstancias que llevaron a los dirigentes palestinos a rechazar las ofertas israelíes y estadounidenses en el pasado? ¿Estarían dispuestos los palestinos a renunciar al “derecho al retorno” o seguirán buscando una justicia absoluta que inevitablemente conduciría al caos y a la guerra permanente?
Actualmente, la Administración Biden exige indirectamente que el Gobierno israelí ignore esas preocupaciones, ya que desea ver una solución rápida a una situación profundamente compleja.
No pretendo ofrecer excusas por Netanyahu. Al igual que muchos ciudadanos israelíes, creo que Netanyahu debe dejar el cargo y convocar nuevas elecciones debido a su incapacidad para evitar los trágicos y horrendos acontecimientos del pasado 7 de octubre y debido a las acusaciones que enfrenta en varios casos de corrupción. Del mismo modo, es poco probable que la estrecha coalición de derecha de Netanyahu, formada después de las anteriores elecciones parlamentarias, siquiera piense en la idea de un Estado palestino viable.
Sin embargo, es crucial ser honesto acerca de los hechos. Los dirigentes palestinos bajo Fatah no solamente han rechazado ofertas de paz en el pasado. La ANP también ha exacerbado la retórica anti sionista, adoctrinó a su juventud en esa dirección y promovió una fuerte campaña de propaganda contra Israel. Israel necesita un mejor gobierno, pero la Cisjordania y Gaza requieren un cambio radical de régimen y de mentalidad.
Arabia Saudita puede tener razón al exigir una solución al problema palestino como condición a la normalización de relaciones con Israel, pero también debe intervenir y ayudar a guiar a los palestinos en la dirección correcta. La crisis actual es también el resultado de décadas de incitación árabe y discurso genocida. Por lo tanto países como Arabia Saudita deben compartir responsabilidad usando su influencia con el liderazgo palestino, ayudando a reconstruir Gaza y ofreciendo garantías a la ANP de que llegar a un acuerdo con Israel es un paso aceptable. De la misma manera, es imperativo borrar el “derecho al retorno” de la “Iniciativa de Paz Árabe” redactada por Arabia Saudita en el año 2002 y ratificada en 2017 y persuadir a los palestinos de que tal exigencia no es factible al amenazar demográficamente a la mayoría judía.
El camino hacia una solución pacífica pasa por la creatividad, la objetividad y por la abstención de adherirse a dogmas. Pero -parafraseando al difunto John Rawls- un entendimiento mutuo para resolver un conflicto tan complejo requiere abdicar de doctrinas irreconciliables de lo que es “la verdad” y lo que es “lo correcto” y reemplazarlas con lo que es políticamente razonable.