Cómo el dictador sirio Bashar al Assad se convirtió en la nueva bandera de la extrema derecha global
Los grupos nacionalistas, supremacistas y neofascistas de Europa y Estados Unidos encontraron un nuevo ídolo: el hombre que gobierna con mano de hierro desde Damasco y provocó enormes masacres en los 12 años de guerra civil dentro de su país
En abril, miles de militantes de los más diversos grupos de la extrema derecha europea se reunieron en Lyon, Francia. No fue una cumbre para discutir estrategias electorales o acciones conjuntas. El título de la conferencia principal fue “Siria y sus aliados en marcha hacia un mundo multipolar”. La organizó Egalite et Reconciliation (Igualdad y Reconciliación), un grupo fundado por Alain Soral, ex miembro del Frente Nacional francés. Soral fue encarcelado en 2019 por racismo, antisemitismo y negacionismo del Holocausto. La conclusión de la conferencia fue que había que apoyar con más fuerza al régimen sirio de Al Assad porque “es nuestro muro externo contra el terrorismo islámico”.
La organización humanitaria francesa SOS Chretiens d’Orient (SOSCO), que está siendo investigada por apoyo al terrorismo, viene intentando influenciar en los círculos políticos de París en favor de Al Assad. Se trata de una agrupación creada por cristianos extremistas que reivindican el papel de la dictadura siria en favor de los católicos de Medio Oriente y que apoya con armas e infraestructura militar a grupos cristianos que luchan en la guerra civil de ese país. Su director de operaciones, François-Xavier Gicquel, fue expulsado del partido ultraderechista francés Frente Nacional en 2011 tras ser fotografiado haciendo el saludo nazi “Sieg Heil”. El cofundador del grupo, Charles de Meyer, es asistente parlamentario del político de extrema derecha Thierry Mariani, del partido Rassemblement National de Marine le Pen. En las redes sociales aparecen decenas de fotos de milicianos cristianos apoyados por SOSCO durante sus acciones en la guerra siria.
Los supremacistas blancos estadounidenses también reivindican a Assad. Ya en 2005, el miembro del Ku Klux Klan y legislador estatal David Duke visitó Damasco y declaró en un discurso emitido por la televisión estatal siria que “parte de mi país está ocupada por sionistas, al igual que parte de su país, los Altos del Golán, está ocupada por sionistas. Los sionistas ocupan la mayoría de los medios de comunicación estadounidenses y ahora controlan gran parte del gobierno estadounidense”.
James Alex Fields el joven militante de la extrema derecha que condujo su coche contra una multitud en Charlottesville, Virginia, el 12 de agosto de 2017, matando a la manifestante de 32 años Heather Heyer e hiriendo a decenas de personas, era uno de los admiradores de Assad. Fields era miembro del grupo fascista Vanguard America. Apenas se abría su cuenta de Facebook se podía ver una imagen de Assad atravesada con la palabra “Invicto”. “Fue cuando los investigadores comenzaron a indagar sobre cómo es posible que estos grupos cristianos y supremacistas blancos reivindiquen a un árabe musulmán y descubrieron que tenían muchas coincidencias”, explica Shane Burley, la editora del libro “¡No Pasaran! Antifascist Dispatches from a World in Crisis”.
El atentado ocurrió durante la movilización denominada Unite the Right convocada por los supremacistas blancos en Charlottesville, Virginia, en agosto de 2017. En el medio de la euforia por la presidencia de Donald Trump se congregaron allí militantes de la alt-right, neoconfederados, neofascistas, nacionalistas blancos, neonazis, miembros del Ku Klux Klan y milicias de extrema derecha. La mayoría de los asistentes portaban armas y se vieron columnas con banderas nazis.
Desde el inicio del conflicto en Siria, la figura de Bashar al-Assad fascina a los movimientos de extrema derecha en Occidente. “La visión que tiene la extrema derecha occidental del conflicto sirio es que hay un régimen que impone el orden y la estabilidad a los nativos de color, inferiores. Y Assad representa una figura en este imaginario colectivo, se ha convertido en uno de sus modelos”, afirma el politólogo Ziad Majed, especialista en Siria.
“Putin y Assad están de nuestro lado”, proclamó Paul Nuttal, el entonces líder del UKIP (United Kingdom Independence Party), partido de la derecha nacionalista y xenófoba británica. La misma línea expresaron los dirigentes de Amanecer Dorado en Grecia, Forza Nuova y Casa Pound en Italia, así como nacionalistas polacos, españoles y belgas. “Para ellos, Bashar se ha convertido en un símbolo que hay que defender, sobre todo porque lo ven como un hombre asediado por quienes consideran sus enemigos: islamistas y globalistas”, explica Karim Émile Bitar, director de investigación del International and Strategic Affairs Institute (IRIS) de París.
“Dije desde el principio del conflicto sirio, y fui la única en hacerlo entonces, que contribuir a la caída de Bashar al Assad significaba permitir que el ISIS gobernara Siria”, declaró Marine Le Pen, entonces candidata presidencial, en una entrevista a L’Orient-Le Jour. “Los que luchan contra el terrorismo deberían celebrar la reconquista de Alepo”, se jactaba Thierry Mariani, diputado de Les Républicains, en otra entrevista con Le Figaro. Siguió los pasos de Frédéric Poisson, presidente del Partido Demócrata Cristiano, visitando a Bashar al-Assad en varias ocasiones. Durante los dos últimos años, un ballet incesante de diputados franceses se ha representado en los salones del palacio presidencial sirio erizando la piel del Quai d’Orsay y de todo el gobierno de Macron. “Desde el inicio de la revolución siria, Damasco se ha convertido en una especie de lugar de peregrinación para todos los movimientos más extremistas de la extrema derecha mundial, y en particular europea”, confirma Bitar.
El Partido Árabe Socialista Baath, que lidera ahora Bashar al Assad y gobierna Siria, llegó al poder en 1963 mediante un golpe de estado. Se fundó sobre una ideología que incorporaba elementos del nacionalismo árabe y del socialismo dentro de la ola de descolonización que se producía en ese momento en todo el mundo. Sus primeros ideólogos -Michel Aflaq (cristiano), Salah al-Din al-Bitar (musulmán sunita) y Zaki al-Arsuzi (alauita)- propugnaban el renacimiento de la cultura y los valores árabes y la unificación de los países árabes en un Estado dirigido por una vanguardia revolucionaria del Baaz. La constitución siria de 1973 declaraba que el partido Baath era “el partido dirigente de la sociedad y del Estado”, lo que indicaba un nivel de consolidación del poder estatal bajo el partido único con el modelo comunista de Vladimir Lenin o el fascista de Benito Mussolini.
El partido Baath defendía la economía socialista, aunque rechazaba la concepción marxista de la lucha de clases, y aplicó una planificación económica basada en el modelo soviético. Nacionalizó las principales industrias, emprendió una gran modernización de las infraestructuras que contribuyó a la construcción del Estado-nación, redistribuyó la tierra de la clase terrateniente y mejoró las condiciones rurales. Estas políticas populistas aportaron al partido cierto apoyo campesino. Siguiendo el modelo corporativista, las asociaciones independientes de trabajadores, estudiantes y productores fueron reprimidas y surgieron nuevas organizaciones paraestatales que decían representar sus intereses.
Hafez al-Assad, el padre de Bashar, era un militar de origen humilde que se encaramó en el poder en 1971 a través de otro golpe de estado. Su primera medida fue terminar con todos los dirigentes del ala izquierda del Baath. Bajo su mandato, Siria se convirtió en un estado policial totalitario basado en el control tripartito del partido, el aparato de seguridad y el ejército, aunque el poder estaba centralizado en la presidencia. A Hafez se lo denominaba como “el Líder Eterno” o “el Santificado”. Su retrato y estatuas decoraban edificios y las plazas principales de ciudades y pueblos. Desde las escuelas hasta los actos nacionales, eran escenarios de espectáculos de culto al presidente. La represión contra la oposición fue brutal. En 2017, salió a la luz que los dirigentes sirios habían adquirido algunas de sus técnicas de interrogatorio y tortura del ex comandante nazi de la Schutzstaffel, Alois Brunner, el hombre descrito por Adolf Eichmann como el arquitecto de la “Solución Final.” El criminal de guerra nazi había recibido refugio del régimen de Assad y murió en Damasco en 2001.
Cuando Bashar al-Assad heredó la dictadura de su padre en 2000, los pocos cambios fueron cosméticos y retóricos. Continuaron las detenciones arbitrarias, torturas y ejecuciones sumarias de disidentes, mientras las cárceles se llenaban de izquierdistas, comunistas, manifestantes de la oposición kurda, miembros de los Hermanos Musulmanes y activistas de derechos humanos. La situación económica empeoró debido a erróneas medidas de la economía, que continuó concentrando la riqueza en manos de la clase capitalista de amigos leales o afines al presidente, una característica del gobierno de su padre y de todos los gobiernos populistas del mundo.
La represión política tanto como el enorme deterioro de la situación socioeconómica condujeron al levantamiento de 2011, que llegó en el contexto de la llamada Primavera Árabe, una oleada revolucionaria que se extendía por toda la región. La respuesta de Assad fue lo que las Naciones Unidas denominaron “una política estatal de exterminio” contra quienes exigían democracia y dignidad. Una fuerza militar prodemocrática y prooccidental se enfrentó al ejército regular que respondió bombardeando, gaseando y hambreando a millones de civiles. En el medio, aparecieron diversos grupos extremistas islámicos intentando aprovecharse del caos. El ISIS levantó un califato en las orillas del río Éufrates. Estados Unidos envió tropas para combatirlos. Irán y Rusia intervinieron a favor de Al Assad. Las consecuencias son de una magnitud inusitada. Según la Red Siria de Derechos Humanos, el 93% de los civiles muertos en el conflicto fueron asesinados por las fuerzas del régimen. “La gran mayoría de estas muertes se han debido al bombardeo intensivo, durante años, de barrios residenciales reducidos, a los asedios por hambre y a los ataques contra escuelas e infraestructuras médicas y de otro tipo para la supervivencia”, dice el informe.
Los propios estados de la región que lo habían marginado desde 2011, ahora intentan rehabilitar a Bashar al Assad. En mayo fue recibido en la cumbre de la Liga Árabe que se realizó en Jedah, Arabia Saudita. Algo así como un “borrón y cuenta nueva” que es lo que incluso quieren promover algunos grupos antiinmigrantes desde Europa después de que el régimen de Damasco mostró interés en volver a recibir a los millones de refugiados sirios que cruzaron el Mediterráneo. Y es en ese contexto en el que ahora comienza a ser clave el apoyo de la extrema derecha global que se encuentra en ascenso en varios países.